PILLERÍAS EN EL PUERTO DE BUENOS AIRES (SIGLO XVI)

Buenos Aires, mejor dicho, los porteños, arrastran desde la época de la Colonia, una nada deseable mala fama y su Puerto, de haber sido por mucho tiempo, descartado como puerto de arribo de las naves que traían mercaderías desde España, debido no solo, a lo poco profundo de su rada, sino que también lo fue, por lo conflictivo de su operatoria y a lo engorroso de su tramitación aduanera, pródiga en ambigüedades, que facilitaban el desempeño corrupto de sus funcionarios.

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En 1765, CARLOS III, rey de España, estableció un férreo sistema monopólico para el intercambio comercial con sus colonias en ultramar y el control oficial de esta actividad, estaba a cargo de la “Casa de Contratación” que funcionaba en Cádiz.

Con el propósito de facilitar las operaciones de control del tráfico y el pago de impuestos, se estableció que el de Sevilla, nombrado “Puerto de Indias”, fuera el único puerto de salida desde España y los de Veracruz (Virreinato de Nueva España) y Callao (Virreinato de Perú) los de arribo en América.

El puerto de Buenos Aires fue completamente marginado y sólo era visitado cada uno o dos años por navíos de registro. Pasaron incluso algunos lustros sin visitas de dichos navíos, situación que catapultó la actividad de los contrabandistas, que encontraron aquí, un ávido mercado para ubicar sus cargas, facilitada su tarea por la intervención de algunos nefastos personajes que con una gestión corrupta, trajeron la mala fama a nuestro puerto.

Porque en esos años, en Buenos Aires hizo su aparición un grupo de “avispados” criollos, que se autodenominaron “registreros”, una selecta casta que se hizo muy rica, intermediando en el comercio de España con sus colonias en América y con los contrabandistas que comenzaron a llegar frecuentemente, ante el poco tráfico que había con España.

Los “registreros”
Fueron una especie de intermediarios que se instalaron como eslabón entre los productores y comerciantes españoles y las colonias en Hispanoamérica, para la introducción y comercialización de mercaderías en estas tierras. Improductivo por cierto, pero impuesto por las fisuras que ofrecía el sistema de monopolio comercial adoptado por la corona española.

Los “registreros”, entre quienes se contaban las más conspícuas familias de la sociedad porteña (origen en muchos casos de las actuales), eran consignatarios, comisionistas, apoderados, agentes, intermediarios de los comerciantes monopolistas de Cádiz, beneficiados por las concesiones otorgadas al comercio en 1778 (ver Reglamento de Libre Comercio). La mayoría de ellos, eran parientes de los comerciantes españoles, o tenían fuertes vínculos afectivos o comerciales con ellos.

La cuantiosa fortuna que esta actividad les producía (eran quizás los más ricos e influyentes de la colonia), les permitía ejercer un papel protagónico dentro de la sociedad porteña, ocupar los más altos cargos como funcionarios públicos y gozar de una determinante influencia política.

Beneficiarios directos y privilegiados por el monopolio comercial impuesto por España, defendían tenazmente el sistema y en 1809, cuando un grupo de comerciantes, representados por MANUEL BELGRANO (Secretario del Consulado) y JUAN JOSÉ CASTELLI, exigen la libertad de comercio, los «registreros», con MARTÍN DE ÁLZAGA a la cabeza, se oponen terminantemente y finalmente logran desbaratar esos intentos.

La burguesía porteña llegó, de ese modo, a ser muy conocida por su afición al contrabando en todos los centros comerciales de Europa, donde se la designaba con el nombre de «la pandilla del barranco».

Genios del contrabando
Pero las cosas ya venían mal desde mucho antes en el puerto de Buenos Aires. En el siglo XVI, los negreros, rápidamente imitados por comerciantes deshonestos, recurrían a una argucia “legal”, pero claramente delictuosa, para obtener pingues ganancias en su actividad. Apelaban a “las arribadas forzosas”, una fórmula amparada por la ley de indias, que permitía la entrada a puerto de un barco no autorizado, con el pretexto de haber extraviado el rumbo o tener averías, logrando así poder desembarcar su carga, fueran esclavos negros o cualquier otra mercadería, aún, las que estuvieran prohibidas para ingresar.

Las cargas eran ficticiamente decomisadas y luego puestas en remate, para que un cómplice de la maniobra, luego de amedrentar a posibles interesados, habiendo sido el único ofertante, se quede con la mercadería pagando un precio vil. Ya legalizada la carga con esta maniobra, podía ser vendida en Buenos Aires o reexpedida a otras plazas para su venta.

Los negocios de un gobernador (1595)
El Rey: Oficiales de mi Real Hacienda de las provincias del Río de la Plata: Yo he sido informado que don Fernando de Zárate, Gobernador que fue de esas provincias, envió a Angola y Guinea por negros, y por haberlo hecho sin licencia mía, se le tomaron por perdidos y se le sacaron en almoneda.

Nadie los quiso pujar sabiendo que eran suyos, y así se vendieron en bajos precios, con mucha pérdida y daño de mi hacienda; y porque en esto se contraviene a las leyes. os mando toméis por perdidos cualesquiera negros que ahí se llevaren por cuenta de los gobernadores y los enviéis a vender a Potosí o a cualquier otra parte del Perú, donde os pareciere que se beneficiarán.

«Y si se os pusiere en ello algún impedimento, avisaréis al Virrey del Perú, para que envíe persona con salario, á costa del gobernador que excediere, para que venda los dichos negros y ejecute las penas»…(Real Cédula del 30 de noviembre de 1595, reprimiendo los abusos del gobernador Fernando de Zárate.).

Contrabando interno (1606)
A raíz de haberse comprobado maniobras “non sanctas” de comerciantes inescrupulosos, que tratando de aprovechar las ventajas económicas que les significaba el traslado de mercaderías y bienes, hacia plazas más provechosas, el rey de España dictó la siguiente cédula real:

Hernando Arias de Saavedra, mi Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata: En mi Consejo de las Indias se ha visto la provisión que se libró por mi Audiencia Real de la ciudad de la Plata, a instancia de algunos vecinos de la ciudad de Córdoba, de la Provincia de Tucumán, para que de ella se pudiesen llevar, meter y vender en esa gobernación y puerto de Buenos Aires, cecinas y otros bastimentos de su cosecha.

Habiéndose platicado sobre todo en el dicho, mi mando es que no permitáis que de la dicha ciudad ni de otra ninguna de la provincia de Tucumán, se lleven a esa del Paraguay y Puerto de Buenos Ayres, ningunas harinas, cecina ni otros bastimentos ni frutos de la tierra, si no fuere habiendo grande necesidad en esa provincia y entonces con licencia vuestra”. Fecha en Ampudia. A enero de mil seiscientos seis años (Archivo General de la Nación. Época, Colonial. Reales Cédulas y Provisiones. Tomo I).

El contrabando ejemplar (1609)
En diciembre de 1609 ha finalizado el período de gobierno de HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA y llega a Buenos Aires, para reemplazarlo el nuevo gobernador DIEGO MARÍN NEGRÓN, dispuesto a seguir con su misma conducta y perseguir el contrabando.

Admiraba al gran criollo, sobre todo después de estudiar el juicio de residencia al que se lo había sometido, que concluyó con un sobreseimiento total y la concesión del título de Defensor de los Indios.

Pero el nuevo gobernador era hombre enfermo, y valiéndose de su estado de salud —y de la corrupción que terminó por ganar las más honradas conciencias— se reanudaría la entrada de esclavos en la forma apenas disimulada de arribadas forzosas, que no eran nada “forzosas”, de buques negreros.

Lo que en esa época se llamaba con admirable desfachatez, el “contrabando ejemplar”, un procedimiento ya usado por FERNANDO DE ZÁRATE en su breve, pero lucrativo gobierno de Buenos Aires en 1593 y que ahora será puesto en práctica a gran escala.

El 28 de diciembre de 1609, llegó al puerto bonaerense la barca portuguesa “Nossa Senhora do Rosario”, con un cargamento de ochenta y siete esclavos negros. Su patrón pide “arribada forzosa” diciendo haber perdido el rumbo entre África y Brasil y tener averías graves a reparar.

El alguacil de mar, el extremeño ANTONIO DE SOSA (sospechado de portugués y apellidarse Souza), visitó al honrado JUAN DE VERGARA, un hombre que había gozado de la confianza de HERNANDARIAS y que en ese momento desempeñaba la tenencia provisoria de la gobernación, y le propuso un brillante negocio:

VERGARA debía denunciar como carga ilegal la del buque entrado, por lo que, conforme a las leyes vigentes, debería venderse en subasta pública y dársele la tercera parte del producto por ser el denunciante. Pero bajo cuerda, debía repartir ese porcentaje con el alguacil de mar, vedado por su empleo de cobrar porcentaje alguno.

VERGARA entra en el enjuague y ordena que SIMÓN DE VALDÉZ, el tesorero real y también cómplice de SOSA, realice la subasta. Realizada la misma, como nadie hace ofertas, salvo DIEGO DE VEGA, otro asociado a la maniobra, se le adjudica el lote a él a un precio vil. Los negros son remitidos entonces, legalmente a Potosí, donde serán vendidos con pingues ganancias para los avispados funcionarios de la corona.

El primer paso es el que cuesta. Ya enredados VERGARA y VALDEZ con los negociantes no tardarán en asociarse con DIEGO DE VEGA y gestionar la llegada de más buques negreros en “arribada forzosa”, denunciar a la carga ilegal, sacarla en subasta, comprarla y mandarla a Potosí.

El contrabando ejemplar tomará un gran vuelo en el período de gobierno de, que por confiar en los oficiales reales —y ser impermeable a toda corrupción— no se daba cuenta del estado moral en que había caído el puerto y no advertía el negociado ilícito bajo las apariencias de la legalidad (ver Corrupción, hubo siempre).

En el Buenos Aires de comienzos del siglo XVII el “contrabando ejemplar” llegó a hacerse cotidiano, las actividades de los implicados en estas actividades ilícitas se multiplicaron y sus beneficios fueron cuantiosos. Buenos Aires se llenó de patrones de buques negreros, marineros, capataces de esclavos, peones de recuas, factores de comercio y hasta hombres de acción al servicio de la asociación esclavista.

Además de estos asalariados —por cuantioso salario, muy por encima de los escasos frutos de la tierra recogidos por los viejos pobladores— llegaban y se instalaban con esplendidez muchos comerciantes “portugueses” á dirigir el negocio.

Fuentes consultadas. “Comercio y mercados en América Latina Colonial”. Pedro Pérez Herrero, Ed. Mapfre, Madrid, 1992; “Los Oligarcas”. Juan J. Sebreli, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971; “Breve Historia de los argentinos”. Félix Luna, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1994; “Una historia desconocida sobre los navíos de registro arribados a Buenos Aires en el siglo XVII”. Raúl Molina en Revista Historia, No.16, Ed. Sellares, Buenos Aires, 1959; “Actas y Asientos del extinguido Cabildo y Ayuntamiento de Buenos Aires”. Manuel Ricardo Trelles, Ed. Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1885; “La Historia en mis documentos”. Graciela Meroni, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1969; “Historia Argentina”. José María Rosa, Editorial Oriente S.A., Buenos Aires, 1981; “Buenos Aires. Desde su fundación hasta nuestros días. Siglos XVIII y XIX”. Manuel Bilbao, Ed. Imprenta Alsina, Buenos Aires 1902; “Crónica Argentina”. Ed. Codex, Buenos Aires, 1979; “El fin del antiguo régimen. El reinado de Carlos IV”. Enrique Giménez López, Madrid, 1996; “Los comerciantes porteños durante el monopolio español”. Historia y Biografías;

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