NOMBRES Y SUCESOS EN LA HISTORIA DE NUESTRA MÚSICA

Cuándo, donde y cómo nació la música que nos identifica como argentinos?. Estas son preguntas cuyas respuestas seguramente pueden encontrarse en los numerosos trabajos que se han realizado y publicado al respecto.

Nosotros aquí, nos referiremos a la presencia de algunos personajes que quizás fueron clave para el surgimiento de una vocación y un estilo musical de los argentinos, que asentado en culturas precolombinas, se fue nutriendo con el aporte de otras latitudes hasta adquirir identidad propia

Sabemos que en general la música latinoamericana deriva de la música tradicional española, portuguesa e italiana, aunque también reconoce influencias africanas y de las culturas indígenas americanas de los aztecas, los mayas y los incas.

Museo de Instrumentos Musicales Pedro Pablo Traversari

Aunque la única evidencia musical del periodo precolombino que se conserva, se encuentra en las crónicas escritas del siglo XVI por los conquistadores españoles y portugueses, así como por los misioneros, se sabe que desde antes que llegaran los españoles, algunas de las sociedades andinas, ya  habían desarrollado una gran habilidad en el manejo acústico del espacio natural y arquitectónico  y una mano de obra altamente especializada en la construcción de instrumentos musicales (el tlapitzalli (flauta), el teponatzli (tambor de madera), una especie de trompeta hecha de caracola, varios tipos de sonajas y escofinas y el huehuetl (timbal), kaskahuilla (grupo de varios cascabeles), kultrun (un membranófono de madera cubierto con un  parche de cuero), ocarina (o flauta globular), siku (varias cañas de diferente tamaño unidos en una o dos hileras), etc.

Y contra lo que pudiera parecer, salvo la música azteca, que era enteramente religiosa y era ejecutada por músicos profesionales; algunos instrumentos eran considerados sagrados, y los errores en la ejecución de éstos era castigada por ser posiblemente una ofensa a los dioses, en la mayoría de las sociedades, aunque sus conventos y monasterios fueran los mayores consumidores, revelaban una gran fascinación por la música festiva, los cantos y las danzas y no sólo por la música ritual o guerrera.

A partir del siglo XVI, con la llegada de los españoles y su música, comienza a gestarse el nacimiento de nuestra música vernácula. Con la expedición de don Pedro Mendoza, quien fundó Buenos Aires a principios de 1536, llegaron varios músicos, entre ellos JUAN JARA, DIEGO DE ACOSTA, JUAN GABRIEL LEZCANO, ANTONIO RODRÍGUEZ, SEBASTIÁN DE SALERNO

Y con los primeros soldados y colonizadores, también llegaron los misioneros, quienes difundieron la doctrina cristiana entre los aborígenes por medio de la música, como lo hicieron ALONSO BARZANA (1528-1598) en Tucumán, y SAN FRANCISCO SOLANO (1549 -1610) en el Alto Paraná y más tarde JUAN VIZCAÍNO DE AGÜERO.

Muchos otros fueron luego los que llegaron como portadores del mensaje musical que emplearon como argumento efectivo para la evangelización, difundiendo la música entre los indígenas y JUAN VAISSEAU, LUIS BERGER, ANTONIO ZEPP, DOMINGO ZIPOLI, son los nombres que se destacan cuando recordamos el de los sacerdotes que la Compañía de Jesús enviara al Río de la Plata a partir del siglo XVI y pasado el episodio de la conquista, los indígenas con su particular afición a lo musical en su tradición y cultura, se apropiaron con verdadera pasión de la música religiosa en las reducciones, siendo absolutamente indispensable para todos los oficios religiosos y cada momento de la jornada en la comunidad y no la trataron como “ajena”.

Período colonial
Más tarde, ya en el periodo colonial, las culturas española y portuguesa dominaron todo el arte hecho en América, incluida la música. Además, la mayor parte del arte era de carácter sacro, y en lo que específicamente a la música se refiere, las iglesias tenían capillas musicales en las grandes ciudades. Por otro lado, muchos funcionarios y propietarios de plantaciones siguieron la moda de esta época del gusto por la interpretación de música de cámara, e hicieron que sus esclavos la aprendieran.

La música, dentro de sus características europeas, adoptó prácticas, giros melódicos y uno que otro rasgo autóctono, que le confirió cierta identidad propiamente hispanoamericana. En esta forma, se dio el caso de compositores americanos que nunca salieron de las fronteras de su país, y cuyas obras fueron compuestas en el más puro estilo europeo, comparable al de los mejores músicos del Barroco Italiano.

Ya en el siglo XVII, coincidiendo con la declinación militar y económica de España y Portugal, su influencia musical disminuyó notablemente y la “gavota”, “el paspié” y “el fandango”, que ocupaban un lugar destacado en el repertorio de las danzas coloniales, fueron poco a poco desplazados por la música indígena, a la que se añadió, a partir de fines del siglo XVII una notable influencia africana debida a la presencia de los esclavos que comenzaban a llegar a América.

Después de mayo de 1810
La evolución de la música en los antiguos territorios hispano-lusos desembocó en el siglo XIX en el llamado período nacionalista, coincidiendo con las sucesivas independencias y afirmaciones nacionales en éstos. Además, los nuevos países latinoamericanos hicieron del desarrollo artístico un objetivo nacional. En la mayor parte de ellos se crearon conservatorios estatales, compañías de ópera y orquestas sinfónicas.

Fue entonces que allá por el año 1823 apareció en Buenos Aires un tal MARIANO PABLO ROSQUELLAS. Un músico, cantante, violinista y compositor que nacido en España, fue educado y perfeccionados sus estudios en Italia y llego a ser primer violinista de la Capilla de Medinaceli (ver Rosquellas y la Ópera en Buenos Aires).

Llegado a Buenos Aires, pudo realizar sus sueños de empresario y uniéndose con la Compañía de los Hermanos TANNI y aficionados locales, dirigidos por el violinista SANTIAGO MASSI, comenzó una intensa actividad musical que trajo aparejada la creación de una notable afición en la sociedad porteña por la música italiana, especialmente por la Ópera, estimulando a muchos jóvenes apara que se volcaron a las academias para dedicarse con entusiasmo a su estudio.

Debutó con su Compañía el 28 de febrero de 1825 en el antiguo Teatro Coliseo (ubicado en la esquina de las actuales calles Reconquista y Presidente Perón, hoy pleno centro de Buenos Aires con una selección de arias italianas, causando el asombro del público porteño ante esta música que le era desconocida. El diario El Centinela escribe al respecto: ““Por fin hemos oído en Buenos Aires algo que se aproxima a la perfección del canto, y que da una idea completa de la belleza de la música italiana”.

Estimulado por el éxito de esa su primera presentación, se lanzó de lleno a la organización de conciertos y espectáculos musicales. Representó (por primera vez en América) la ópera “El Barbero de Sevilla” de Gioacchino Rossini y a continuación, actuando  ahora él, como tenor al frente de su compañía, diversas Óperas del mismo Rossini (“La Cenerentola”, en 1826 “ L’inganno felice”, en 1826, “Otelo”, en 1827, y “Tancredo”, en 1828) y de otros autores no menos famosos (Giuletta e Romeo” de Zingarelli en 1826; “Don Giovanni”, de Mozart, en 1827.

Rescatamos de la obra “Buenos Aires, desde 70 años atrás” de JOSÉ ANTONIO WILDE la programación de dos de esos espectáculos organizados en aquel entonces, por ROSQUELLAS y algunos comentarios vinculados con el tema, para que no sean olvidados los nombres de aquellos pioneros de la actividad musical vernácula y para que sepamos acerca del gusto de nuestros ancestros.

En 1822 el sacerdote JOSÉ ANTONIO PICAZARRI fundó la Sociedad Filarmónica y el 1º de octubre de ese mismo año, a las seis de la tarde se realizó la apertura de la “Academia de Música” que fundara. Estaba instalada en los altos del Tribunal de Comercio y a su inauguración concurrieron varios altos funcionarios del gobierno nacional que junto a gran cantidad de público, disfrutó un Programa que incluyó: la presentación de la canción “La gloria de Buenos Aires”, una poesía de JUAN CRUZ VARELA; la ejecución de uno de los conciertos para piano de Jan Ladislav Dussek,  “Cavatina de la “Urraca ladrona”, Cavatina de la “Italiana en Argel, Cavatina de “Torbaldo y Dorlizka”, de Gioacchino Rossini y algunas obras de Mozart.

El 15 de enero de 1823, en las Salas del Consulado, SANTIAGO MASSONI, uno de los profesores más aventajados que se conocían entonces en el Río de la Plata, ofreció un Concierto de Violín y completando el programa, un joven de 16 años llamado PEDRO ESNAOLA, se lució ejecutando diversas obras en el piano.

Pero poco faltó para que los alumnos se animaran a más. El gusto por la música italiana estimuló la creatividad de nuestros autores y así pudieron disfrutarse sobre los escenarios de Buenos Aires, espectáculos operísticos y conciertos que ofrecían autores e intérpretes criollos cuyos nombres comenzaban a sembrar la semilla de los que es nuestra identidad musical.

A los de MARIANO PABLO ROSQUELLAS, ANTONIO PICAZARRI, ESTEBAN MASSINI y SANTIAGO MASSI, debemos agregar entonces los nombres de ESTEBAN ECHEVERRÍA, MANUEL FERNÁNDEZ, JUAN BAUTISTA ALBERDI, FLORENCIO VARELA, REMIGIO NAVARRO, HILARIÓN MORENO, JERÓNIMO TRILLO, MANUEL ROBLES, JOSÉ RIVERA INDARTE, VICENTE PERALTA, VIRGILIO CARAVAGLIO, VICENTE RIVERO, VICENTE LÓPEZ Y PLANES, FRANCISCO VILLALBA, LORENZO MARÍA LLERAS y GABRIEL PONDS.

Nombres todos ellos de músicos, poetas y compositores criollos que dejaron su impronta, creando nuestra identidad musical, formando dignos sucesores e inscribiendo en los registros de nuestra historia, hermosas canciones que aún hoy nos representan: aires, tonadas, estilos, danzas, vidalas, cielitos un colorido repertorio que se cantó en los campos de batalla, en los salones familiares, en la “rancherías” y en las carpas que en la campaña se levantaban en busca del descanso reparador (ver La música en la Argentina. Sus orígenes).

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