ROSQUELLAS Y LA ÓPERA EN BUENOS AIRES (28/02/1824)

Contando con el apoyo de BERNARDINO RIVADAVIA, algunos géneros artísticos comenzaron a difundirse en la Gran Aldea y a convocar a la sociedad porteña, ansiosa de conocer las novedades que llegaban de Europa.

Fue entonces, que alentado por la protección que ofrecía el Presidente argentino  a los artistas, MARIANO PABLO  ROSQUELLAS llegó a Buenos Aires el 20 de febrero de 1823 en la goleta Leonesa.

ROSQUELLAS nació en Madrid, con ascendientes catalanes. Fue Primer violín de la corte de Fernando VII en 1815 y poseía un valioso Stradivarius que el soberano le había regalado. En 1818 se casó en Irlanda con Leticia de Lacy, parienta del conde Luis de Lacy, general de los ejércitos españoles, fusilado en 1817 por sus ideas liberales, situación que provocó su alejamiento de España.

Se radicó en Italia, donde aprendió los secretos de la Ópera y luego en 1822, con su esposa se establecieron en Río de Janeiro, ciudad donde nació su hijo Luis Pablo (1823-1883), el famoso Pablito que emocionará a los porteños por su precocidad como compositor y cantante en el año 1833.

Se cuenta que al llegar a Buenos Aires, tuvo un entredicho en la Aduana «por unos bultos de tela de cambrai que traía consigo», cuya cantidad movió a los aduaneros a calificarla de contrabando., pero aclarada la situación, ingresó con su familia en Buenos Aires, donde pensaba dedicarse a su oficio de tenor.

A poco de arribar, el 28 de febrero de 1824,  se presentó por primera vez en el escenario del Teatro Coliseo de Buenos Aires y por eso es considerado el fundador del Teatro Lírico de nuestro país.

Su actuación fue muy recibida por el público y la crítica, mereciendo que «El Argos», y otros periódicos porteños le dedicaran espacio a su presentación.

El 3 de marzo de 1823, viajó al Brasil para contratar artistas con quienes ofrecer una temporada estable en Buenos Aires, pero en el momento de su partida, volvió a protagonizar un episodio, más que confuso, curioso.

Antes de embarcar en la goleta «Leonesa», se le presentó una esclava, la parda JACOBA, con un papel en el que decía que la señora del general MANUEL RODRÍGUEZ  «se la enviaba de regalo por su actuación del martes por la noche».

ROSQUELLAS, que estaba en ese momento en el salón del «Hotel Faunch» preparando su partida con varios oficiales de la go­leta, no se preocupó de verificar la veracidad de esa nota y se llevó a la mulata consigo.

La papeleta había sido fraguada por la astuta mulata que quería escapar de la casa del general RODRÍGUEZ y este episodio trajo muchos disgustos a ROSQUELLAS, los que fueron comentados en periódicos de la época y a causa del cual, a su regreso, fue detenido. Aclarada la situación y por especial pedido de RIVADAVIA, fue puesto en libertad. La parda JACOBA fue traída de regreso a Buenos Aires y entregada de nuevo a sus dueños.

Parece ser que ROSQUELLAS no tenía una voz poderosa, pero a cambio de eso, era un excelente actor y músico. Cuando sabía que no podría alcanzar una nota muy alta, reemplazaba con gestos y con el uso de la orquesta su falta de recursos vocales.

Así, en una escena dramática, se lo veía poner la mano sobre el corazón, echar hacia atrás la cabeza y abrir la boca, mientras la flauta o el clarinete daban la nota que no alcanzaba. Además, lo ayudaban su buena figura y sus grandes ojos negros, que enloquecieron a las porteñas.

ROSQUELLAS también se desempeñó como empresario del teatro Coliseo y organizó la primera compañía lírica del país, dando a conocer todo el repertorio de Rossini.

A partir de junio de 1823, ROSQUELLAS se consagró a formar una orquesta digna de ese nombre y la primera compañía lírica completa, puesto que la de Angelelli, que actuó en 1810, tenía solamente dos cantantes de nota.

El bajo MIGUEL VACANI, ÁNGELA MARÍA PASCUAL, MARCELO y FRANCISCO TANNI, CAYETANO RICCIOLINI y el criollo JUAN ANTONIO VIERA, fueron incorporados a ella y ROSQUELLAS asumió las responsabilidades del tenor. Los TANNI (Ángela, María, Pascual, Marcelo y Francisco), constituyeron una familia de cantantes cuyo recuerdo quedó grabado en la memoria de los amantes de la música de la época de Rivadavia, por sus excelentes actuaciones.

ÁNGELA TANNI, la «idolatrada Angelita» como la llamaba el deán FUNES en «El Argos», era una soprano ligera de notable calidad. Nacida en Italia en 1807, se casó en Buenos Aires con un joven porteño de distinguida familia que murió en 1831.

Después, se casó con un señor DA CUNHA y se radicó en Montevideo, donde su esposo era gerente del Banco Mauá. La incorporación del gran violinista italiano MASSONI, que había llegado a Buenos Aires a fines de 1822, fue ocasión para crear una disciplinada orquesta de 28 ejecutantes.

En 1824, durante la misión diplomática en que actuaba como Secretario del general ALVEAR, el general MANUEL DE IRIARTE, había escuchado a este cantante en Londres y en sus «Memorias» hace el elogio de este artista: «»La orquesta, que había ido mejorando progresivamente, tenía a su cabeza a MASSONI uno de los primeros violines entonces conocidos en Europa.

Entre 1825 y 1830, ROSQUELLAS organizó en tierra argentina, numerosas funciones y durante esos años puso en escena casi todo el repertorio de Rossini y el 26 de septiembre de 1825, estrenó   «El Barbero de Sevilla» de Rossini en el Teatro Coliseo, causando una gran conmoción en el público y en la prensa porteños.

EDMOND TEMPLE, un viajero inglés que asistió a esta representación dijo: «He visto la Barbiere di Siviglia en Buenos Aires, en una representación verdadera­mente encomiable, y sus intérpretes habrían recibido aplausos en cualquier escenario de Europa».

En 1826, cuando se estrenó «La Cenicienta», también de Rossini, FLORENCIO VARELA escribió una nota encomiástica dedicada a ÁNGELA TANN y en la noche del 11 de junio de este mismo año, día de la gloriosa batalla de Los Pozos, se presentó en el palco del presidente de la República, el almirante BROWN, a quien la concurrencia aclamó de pie.

ROSQUELLAS y los demás miembros de la compañía entonaron el Himno Nacional mientras la bandera ondeaba entre atronadores vítores a la amada patria, ante la emocionada mirada del Presidente BERNARDINO RIVADAVIA, asiduo concurrente a estas funciones líricas que se daban en el Coliseo, siempre acompañado por su esposa CARMEN QUINTANILLA, ocupando el palco presidencial, adornado con cenefas y el escudo nacional, provisto de sillones tapizados y cojines.

El miércoles 22 de agosto de 1827 se estrenó el «Otello» de Rossini y a fines de 1827, ROSQUELLAS  estrenó el «Don Juan» de Mozart, fecha memorable en los anales de la cultura rioplatense.

En esa oportunidad, pudo advertirse que desde uno de los palcos asistía también a la representación el general CARLOS MARÍA DE ALVEAR -vencedor de Ituzaingó, en febrero de ese año- en compañía de su esposa, CARMEN QUINTANILLA.

El anónimo autor del libro «Cinco años en Buenos Aires», un inglés enamorado de la lírica, sin duda, escribió: «El interior del teatro de Buenos Aires no es tan malo como podría esperarse».

«La platea es espaciosa y los asientos tienen respaldo y brazos y se los llama lunetas, los palcos tienen capacidad para ocho personas y están separados por una cortina de seda azul, cuestan tres pesos por noche; la cazuela o galería está reservada a las mujeres solas».

«La orquesta está integrada por 28 músicos y las sinfonías interpretadas en los intervalos son de Haydn, Mozart y otros grandes músicos, como en los teatros ingleses. Noche tras noche un público entusiasmado oye a Rossini y el dúo «All» idea di quel metallo» de la ópera «El Barbero de Sevilla», gusta tanto aquí como en Europa. En las noches de estreno se ven a la entrada del teatro hermosos carruajes con los faroles encendidos y lacayos uniformados, pertenecientes a los ricos comerciantes ingleses y a otras familias del país».

ROSQUELLAS también fue compositor y escribió «Variaciones para violín y orquesta» y «Sonatas para violín» (1823); «El Califa de Bagdad (ópera en 1825); la obertura «El Pampero» (1828); la sinfonía «La Batalla de Ayacucho», para orquesta y banda militar (1832) y varias canciones que fueron muy populares en la época, entre ellas «La Tirana» (1837), incluida en el Cancionero argentino, de Wilde.

La obertura «El Pampero», compuesta en 1828, estaba inspirada en uno de esos terribles temporales que azotan el Río de la Plata y que Rosquellas debió sufrir en más de una oportunidad con motivo de sus frecuentes viajes a Montevideo.

La sinfonía «Batalla de Ayacucho», para orquesta y banda militar, fue estrenada en el Coliseo en mayo de 1832. La ejecución de la pieza duraba cerca de una hora y ROSQUELLAS había reforzado la orquesta con una numerosa banda militar, con tambores y bronces que al estilo de la época, reproducía todos los movimientos de la ba­talla: avance de la caballería, descargas de infantería y artillería (se disparaban fusiles y un cañón apostado al efecto).

Al final, ROSQUELLAS hacía ejecutar el Himno Nacional que el público que coreaba de pie, terminando la ejecución con un pasodoble, cuyo ritmo expresaba la victoria, según lo expresa el Britísh Packet, periódico inglés editado en Buenos Aires.

ROSQUELLAS compuso varias obras en Buenos Aires y en «El Diario de la Tarde» del 6 de agosto de 1833 apareció este anuncio: «En la mercería del As de Bastos, en la calle de la Victoria, se halla a la venta, la obra para piano «La Gran Batalla de Ayacucho» y las dos oberturas de «El Pampero» y «El Califa de Bagdad», todas composiciones del profesor PABLO ROSQUELLAS».

Las actuaciones de ROSQUELLAS dejaron imborrable recuerdo entre los porteños de esa época. SANTIAGO CALZADILLA, en su libro «Las beldades de mi tiempo» expresa: ‘»Nunca he olvidado la emoción que me produjo la primera audición de «El Barbero de Sevilla» del inmortal Rossini en Buenos Aires».

El 29 de diciembre de 1829, con motivo de la representación de «Otello», se pudo leer en el periódico «El Lucero», editado por PEDRO DE ANGELIS:

«ROSQUELLAS, en el papel del moro de Venecia representa al vivo los tormentos, los transportes, los furores todos, los infernales celos que agitan un alma altanera y soberbia. El temblor de Rosquellas, su mirar torvo, su sonrisa sardónica y espantosa, todo, agita vivamente al espectador».

«El que esto escribe jamás se siente más conmovido que cuando ve representar a Pablo Rosquellas el papel de Otello. Al hacer su entrada en escena, luciendo algunos brillantes en su turbante, el actor fue muy aplaudido y le fueron arrojadas flores desde la cazuela…»

La compañía encabezada por ROSQUELLAS, también actuó en Montevideo y sus representaciones en Córdoba, Tucumán y Salta, en 1833, tuvieron el efecto de despertar la afición por el teatro y la música en el interior. El gobernador de Tucumán, HEREDIA, construyó un Teatro provisional, especialmente para sus actuaciones.

En 1833, la situación política obligó a espaciar sus actuaciones, por lo que, en abril de 1833 decidió viajar con su compañía a Bolivia,ofreciendo en el trayecto, numerosas funciones en Montevideo, Córdoba, Tucumán y Salta.

Se radicó en Sucre y en Bolivia, Chile y Perú, donde también actuó, le llamaban el «Paganini de América» por su destreza con el violín. El 12 de agosto de 1859, murió cuando tenía 69 años. Su hijo Juan Pablo, que había nacido en Brasil durante una gira, fue también un reconocido cantante de ópera y compuso muchos himnos patrióticos (ver El Teatro en la Argentina. Sus orígenes).

 

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