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GAUCHO, UN NOMBRE CON VARIOS ORÍGENES
Hay varias teorías acerca de por qué se los llama gaucho a los trabajadores rurales del Río de la Plata, tal como hoy la conocemos para nombrar con ella a los hombres de campo, cuyas actividades, vestimenta y costumbres vienen desde el siglo XVII, según referencias extensamente documentadas.
Muchas de estas teorías nacen de historias tejidas a partir de la presencia de los españoles en el Continente Americano y otras tantas se refieren a influencias que definieron nuestro idioma desde tierras y lenguas tan exóticas como Arabia, la España visigoda y hasta el calé gitano. Veamos algunas de estas versiones.
El probable origen araucano de la palabra gaucho
Hay quienes dicen que deriva de la voz araucana «gachu», que quiere decir «amigo». Quienes así lo afirman , explican que la costumbre de llamarlo así, nació en territorio argentino y fue tomada de los «aucas», aborígenes de la etnia de los araucanos que habitaban en territorio chileno, en la zona fronteriza con las provincias del Cuyo andino.
Estas tribus, anteriores habitantes de la Cordillera de los Andes, cruzaron a territorio argentino en busca de mejores condiciones de vida y se alojaron en la falda oriental del coloso andino, siguiendo las inmensas manadas de ganado vacuno que medraban por estas praderas.
La palabra «gachu» que empleaban para referirse a sus amigos, los pampas, transformada y desfigurada pasó al español vulgar, formándose así «gaucho», tal como hoy lo conocemos. «Gachu» era como también llamaban esos aborígenes a los blancos que consideraban confiables y amigos.
Ellos fueron los que recogieron la palabra «gachu» y la incorporaron a su vocabulario, pero transformándola en «gaucho»., ya sea porque así la entendieron sus oídos (los indígenas pronunciaban las palabras imprimiéndoles al comienzo un tono bajo muy grave, terminando las últimas sílabas mucho más agudas y prolongadas, una o dos octavas más alto, a modo de canto), o por simple degeneración o metátesis producida por el paso del vocablo de una lengua a otra.
Teoría uruguaya
Otra teoría, que goza del apoyo del catedrático uruguayo Alberto Zum Felde (“El proceso histórico del Uruguay), a la que nos adherimos, asegura que proviene de “huachu”, expresión quechua (1) que quiere decir “huérfano” o “vagabundo”. Los españoles de la conquista se apropiaron de la palabra y llamaban “guachos” a los huérfanos y “gauchos” a los vagabundos y ociosos (2).
La palabra se habrá originado en las Islas Canarias?
Otras dicen que deriva del gentilicio “guanches”, como se los llamaba a los aborígenes que habitaban las islas Canarias antes de la conquista castellana, algunos de cuyos descendientes trajeron la expresión, cuando en 1724, enviados por la corona española, llegaron a América para refundar Montevideo (2).
Influencia gitana, árabe o portuguesa?
Algunos lingüistas sostienen que “gaucho” deriva de “gacho”, que es como se llamaba en lengua gitana caló, a los campesinos (“Informes Capitulares a la corona española”, Diego de Góngora) y hasta hay quien asegura que “gaucho” es una palabra que impusieron los “mercachifles” árabes que recorrían el Plata vendiendo su mercadería y que llamaban “chaucho”, palabra de origen árabe para designar a un látigo que se utilizaba para arrear ganado, y que luego se aplicó a quienes lo usaban.
Mientras hay otros que defienden la teoría de que deriva de garrrucho”, palabra portuguesa con la que se nombraba a una larga pértiga con una afilada cuchilla curva, que servía para ”desjarretar” a las reses en las “vaquerías”
Gauchos o gauderios)?
En idioma español, “gauderio” significa desocupado; en portugués, ocioso, vagabundo, tunante, vago (ver Los gauderios). Quizás en estas definiciones esté la respuesta a las preguntas Quiénes, eran los gauchos?, Porqué se llamaban así (aunque aún se los conoce como tales), a los primitivos hombres de nuestra campaña?.
Son los “gauderios” los antiguos gauchos?. Los gauchos nacieron en Argentina o en Uruguay?. Si nos remitimos a viejos relatos de viajeros que recorrieron las tierras del antigüo virreinato del Río de la Plata durante los siglos XVIII y XIX, podremos comenzar a comprender quienes eran los gauderios, quienes son los gauchos y porqué se los llama así.
Para los ingleses, franceses y europeos en general que recorrieron estas tierras, nunca les fue posible comprender la forma de vida de los antiguos criollos.
Sorprendidos por la extraordinaria cantidad de ganado vacuno que veían hacia donde miraran, impresionados por la sencilla vida que sus escasas necesidades, le permitían vivir una vida de holganza a nuestra gente de campo y quizás incapacitados para comprender una forma de vida, totalmente alejada de la que les imponía en sus patrias, la modernidad, la puja por el poder, la necesidad de progreso económico personal, las imposiciones de una sociedad en vertiginoso desarrollo, etc., etc., recogieron esa palabra común a los idiomas español y portugués, para designar a los primitivos pobladores criollos de estas tierras.
“Verlo moverse solo si era necesario. Verlo marchar a caballo leguas y leguas, llevando por todo equipaje, solamente su cuchillo, un lazo y quizás unas boleadoras y hasta sus avíos para “matear”. Oírlo cantar debajo de un árbol, sin más urgencias que la de contemplar la inmensa pampa que le daba albergue, dormir bajo las estrellas acomodando su cabeza sobre el recado y abrigándose solo con su “poncho”, eran todas experiencias que lo llevaron a pensar, que esos hombres eran unos vagos.
Unos lamentables sujetos que no cumplían con los parámetros de los que ellos consideraban “gente civilizada” (“El lazarillo de ciegos caminantes”, Alonso Carrió de la Vandera (Concolocorbo), Guijón, España, 1773).
De ahí, a llamarlos “gauderios” no faltó nada. Porque llamándolos así lo ubicaban en la categoría de vagabundos, sin detenerse a pensar que eran simplemente hombres y mujeres que tenían otro modo de vida. Más sencilla, sin pretensiones, sin afanes de riqueza.
Que podían satisfacer sus necesidades de alimento, solamente montando a caballo y desgarretando una res, para hacerse de un rico y sustancioso “asado”. Que tenían a su disposición, sin tener que ir a comprarlo, liebres, ñandúes, vizcachas, nutrias, guanacos e infinidad de otras especies que le brindaban su carne para alimentarse, su cuero y sus pieles para abrigarse y su sebo para iluminarse en las noches. Tunas y frutales silvestres que les ofrecían sus dulzuras, agua de los arroyos y manantiales y nada más, porque nada más precisaban.
Quizás si en vez de juzgarlos desde el confortable refugio de una calesa o una galera y hasta montados a caballo, pero sin convivir largamente con estos personajes, su opinión habría sido distinta.
Porque solamente compartiendo sus jornadas, hubieran podido descubrir su verdadera idiosincrasia. Habrían descubierto que eran hombres y mujeres aferrados a su tierra y que vivían de ella, adecuándose a sus posibilidades. Hombres y mujeres de costumbres sencillas, austeros, endurecidos por la vida a campo raso, frugales y diestros jinetes.
Altivos como lo son los hombres liebres, ejerciendo ya desde aquellos lejanos tiempos, una libertad, que con coraje, supieron conquistar luego para todos sus compatriotas (ver Los Gauderios).
Sea cual fuere el origen de la palabra “gaucho”, quizás no sea justo decir que el gaucho, como personaje típico y primigenio de la campaña rioplatense, nació en tal o cual país.
Desde la mestización que produjo el “criollo”, existieron los gauchos en todo este territorio y si lo llamaron gauderio primero y gaucho después; si es un término derivado de quechua, del canario o del árabe, si es la figura romántica que cantaron los poetas o la criatura cuya despiadada descripción nos dejara Félix de Azara (3), no menoscaba un ápice la trascendencia de su figura ni aporta nada a su jerarquización como estirpe de hombre que enorgullece tanto a orientales como a argentinos, .
(1). Nación andina de gran desarrollo e influencia en el noroeste argentino
(2). “Estos son unos mozos nacidos en Montevideo y en los vecinos pagos del Plata. Mala camisa y peor vestido, procuran encubrir con uno o dos ponchos de que hacen cama con los sudaderos del caballo, sirviéndoles de almohada la silla.
Se hacen de una guitarrita que aprenden a tocar muy mal y a cantar desentonadamente varias coplas, que estropean, y muchas que sacan de su cabeza, que regularmente ruedan sobre amores. Se pasean a su albedrío por toda la campaña y con notable complacencia de aquellos semibárbaros colonos, comen a su costa y pasan las semanas enteras tendidos sobre un cuero, cantando y tocando su guitarrita.
Si pierden el caballo o se lo roban, le dan otro o lo toman de la campaña enlazándolo con un cabestro muy largo que llaman “rosario”. También cargan otro, con dos bolas en los extremes, del tamaño de las regulares con que se juega a los trucos, que muchas veces son de piedra que forran de cuero, para que el caballo se enrede en ellas, como así mismo en otras que llaman ramales, porque se componen de tres bolas.
Muchas veces se juntan de éstos cuatro o cinco y a veces más, con pretexto de ir al campo a divertirse, no llevando más prevención para su mantenimiento que el lazo, las bolas y un cuchillo. Se convienen un día para comer la picana de una vaca o novillo: le enlazan, derriban, y bien trincado de pies y manos le sacan, casi vivo, toda la rabadilla con su cuero y haciéndole unas picaduras por el lado de la carne, la asan mal, y medio cruda se la comen, sin más aderezo que un poco de sal, si la llevan por contingencia.
Otras veces matan sólo una vaca o novillo por comer el matambre, que es la carne que tiene la res entre las costillas y el pellejo. Otras veces matan solamente por comer una lengua, que asan en el rescoldo.
Otras se les antojan caracuces, que son los huesos que tienen tuétano, que revuelven con un palillo, y se alimentan de aquella admirable sustancia;
Pero lo más prodigioso es verlos matar una vaca; sacarle el mondongo y todo el sebo que juntan en el vientre y con solo una brasa de fuego o un trozo de estiércol seco de las vacas, prenden fuego a aquel sebo y luego que empieza a arder y comunicarse a la carne gorda y huesos, forma una extraordinaria iluminación y así vuelven a unir el vientre de la vaca, dejando que respire el fuego por la boca y orificio, dejándola toda una noche o una considerable parte del día, para que se ase bien.
A la mañana o tarde, la rodean los gauderios y con cuchillos va sacando cada uno el trozo que le conviene, sin pan ni otro aderezo alguno, y luego que satisfacen su apetito abandoan el resto, a excepción de uno u otro, que lleva un trozo a su campestre cortejo” (“El lazarillo de ciegos caminantes”, Alonso Carrió de la Vandera (Concolocorbo), Guijón, España, 1773).
(3). «Los que son acomodados (se refiere el cronista a los habitantes de la campaña en el Litoral), usan chupa o chamarra, chaleco, calzones, calzoncillos, sombrero, calzado y un poncho y los peones o jornaleros y gente pobre, no gastan zapatos».
«Los más no tienen chaleco, chupa, ni camisa y calzones, ciñéndose a los ríñones una jerga que llaman chiripá; y si tienen algo de lo dicho, es sin remuda, andrajoso y puerco, pero nunca les faltan los calzoncillos blancos, sombrero, poncho para taparse, y unas botas de medio pie sacadas de las piernas de los caballos y vacas.
«Se reducen sus habitaciones a ranchos o chozas, cubiertas de paja, con las paredes de palos verticales hincados en tierra y embarradas las coyunturas sin blanquear, las más sin puertas ni ventanas, sino cuando mucho de cuero. Los muebles se reducen, por lo general, a un barril para traer agua, a un cuerno para beberla, y un asador de palo».
«Cuando mucho agregan una olla, una marmita y un banquillo, sin manteles ni nada más; pareciendo imposible que pueda vivir el hombre con tan pocos utensilios y comodidades, pues aun faltan las camas , no obstante la abundancia de lana».
«Por supuesto que las mujeres van descalzas, puercas y andrajosas, asemejándose en todo a sus padres y maridos, sin coser ni hilar nada. Lo común es dormir toda la familia en el propio cuarto y los hijos que no oyen un reloj, ni ven regla en nada, sino lagos, ríos, desiertos y pocos hombres vagos y desnudos corriendo tras las fieras y toros, se acostumbran a lo mismo y a la independencia; no conocen medida para nada».
No hacen alto en el pudor, ni en las comodidades y decencia, criándose sin instrucción ni sujección, y son tan soeces y bárbaros, que se matan entre sí algunas veces con frialdad que si degollasen una vaca.
La religión corresponde a su estado y sus vicios capitales son una inclinación natural a matar animales y vacas con enorme desperdicio, repugnar toda ocupación que no se haga corriendo y maltratando caballos, jugar a los naipes, la embriaguez y el robo». Félix de Azara, 1745 (texto incluído en “Memoria sobre el estado rural del Río de la Plata”, Buenos Aires 1943)