LOS GAUDERIOS (1773)

En idioma español, “gauderio” significa desocupado; en portugués, ocioso, vagabundo, tunante, vago y así se los llamaba a los criollos que habitaban tierras de Río Grande do Sud (Brasil), y el virreinato del Río de la Plata en el siglo XVIII.

Eran hombres increíblemente hábiles en el manejo del caballo y la hacienda y su forma de vida y costumbres, hizo que su nombre apareciera por primera vez en letras de molde, en una nota que en agosto de 1785, el gobernador intendente de Buenos Aires, Francisco de Paula Sanz, le envió al virrey Loreto,.

En ella le informaba sobre los problemas sociales que se desataban en la campaña oriental, proponiéndole además una serie de medidas para “limpiarla de vagos, facinerosos, contrabandistas y desertores” refiriéndose a los “gauderios”, posiblemente el antecesor directo del “gaucho rioplatense”, por fonética y por características humana (ver gauderios o gauchos?).

Un libro de Jorge Emilio Gallardo (“Contextos criollos del Río de la Plata”  editado por “Idea viva”), al ir describiendo los rasgos peyorativos que lo definieron al gauderio en el siglo XVIII, los fue fundamentando,  exponiendo las durísimas pruebas de supervivencia a que fue sometido, las razones de su rebeldía ante la ley y su vida errante.

Nuestro hombre de la campaña, el “gauderio” primero y el “gaucho” más tarde, ha elegido vivir en  libertad al precio de quedar fuera de la estructura  social de la colonia, muchas veces decidido a vivir entre los indígenas, que no serán sus aliados sino que serán sus ocasional asociados,  protectores, y proveedores  de bienes de trueque».

Su descripción tiene tono didáctico. «El gaucho nace sobre el doble espinazo del caballo y de la frontera, y es tan específico de un lado de éste como del otro. Por ello su lenguaje está vivamente teñido de español entre los lusohablantes y viceversa. Es el agente de comercio de cueros, matarife de vacas y arriero de yeguadas, vacunos y mulares, arrimado a veces a alguna estancia, pero reacio a la voluntad de amos y capataces hasta que finalmente, ya bien entrado el siglo XIX, se integra a la vida social en estancias y pueblos.

El cronista de tiempos ya hace mucho idos, Calixto Bustamente Carlos (alias Concolocorvo), nos acerca con sus palabras algo más sobre este extraordinario personaje que fue uno de los forjadores fundamentales de nuestra idiosincracia

“Son éstos, los gauderios, unos mozos nacidos en Montevideo y en los vecinos pagos del Plata. Mala camisa y peor vestidos, procuran encubrir con uno o dos ponchos, con el que hacen cama con las sudaderas del caballo, sirviéndoles de almohada la silla. Se hacen de una guitarrita que aprenden a tocar muy mal y a cantar desentonadamente varias coplas, que estropean, y muchas que sacan de su cabeza, que regularmente tratan sobre amores.

Se pasean a su albedrío por toda la campaña y con notable complacencia de aquellos semibárbaros colonos, comen a su costa y pasan las semanas enteras tendidos sobre un cuero cantando y tocando. Si pierden el caballo o se lo roban, les dan otro o lo toman de la campaña enlazándolo con un cabestro muy largo que llaman rosario”.

También cargan otro, con dos bolas en los extremos, del tamaño de las regulares con que se juega a los trucos, que muchas veces son de piedra que forran de cuero, para que el caballo se enrede en ellas, como asimismo en otras que llaman “ramales”, porque se componen de tres bolas, con que muchas veces lastiman los caballos, que no quedan de servicio, estimando este servicio en nada, así ellos como los dueños.

Muchas veces se juntan de éstos, cuatro o cinco, y a veces más, con pretexto de ir al campo a divertirse, no llevando más prevención para su mantenimiento que el lazo, las bolas y un cuchillo.

Se convienen un día para comer la picana de una vaca o novillo; le enlazan, derriban y bien trincado de pies y manos, le sacan, casi vivo, toda la rabadilla con su cuero, v haciéndole unas picaduras por el lado de la carne la asan mal, y medio cruda se la comen, sin más aderezo que un poco de sal, si la llevan por contingencia.

Otras veces matan sólo una vaca o novillo por comer el matambre, que es la carne que tiene la res entre las costillas y el pellejo. Otras veces matan solamente por comer una lengua que asan en el rescoldo.

Otras se les antojan caracuces, que son los huesos que tienen tuétano, que revuelven con un palito, y se alimentan de aquella admirable sustancia; pero lo más prodigioso es verlos matar una vaca, sacarles el mondongo y todo el sebo que juntan en el vientre y con sólo una brasa de fuego o un trozo de estiércol seco de las vacas, prenden fuego a este sebo, que luego de que comienza a arder y mezclarse con la carne gorda y los huesos, ayuda a una inmejorable cocción.

Luego vuelven a unir el vientre de la vaca, dejando que respire el fuego por la boca y orificios de la nariz, dejándola toda la noche y hasta una considerable parte del día siguiente, para que se ase bien. Cuando consideran que ya está a punto, los gauderios la rodean y con sus cuchillos van sacando cada uno el trozo que le gusta y luego de haber satisfecho su apetito, abandonan el resto, a excepción de uno u otro, que se lleva un trozo para compartir con su mujer (ver El gaucho rioplatense).

3 Comentarios

  1. vvvv

    que rico

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  2. Anónimo

    messirve

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  3. Raquel Morales

    Que interesante, cuántas cosas de nuestra historia reciente desconocemos!! Gracias por compartirlo

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