LA CRUELDAD NO TENÍA BANDO (siglo XIX)

Hubo un período de la Historia Argentina que las divisiones existentes entre grupos antagónicos de poder, dejó grabadas infinidad de confrontaciones épicas tras ideales nobles muchas de ellas, pero también, execrables como contrapartida, por la crueldad y las atrocidades cometidas por algunos de sus actores, ya sean de uno u otro bando, que mancharon con sangre y dolor infinitos su lucha fratricida (ver Finales amargos para hombres y mujeres públicos)

Las llamadas “Guerras Civiles Argentinas”, mal etiquetadas como “civilización o barbarie” por SARMIENTO, comenzaron quizás, (porque estaban ya  en la esencia del movimiento de Mayo de 1810), cuando  JOSÉ GERVASIO DE ARTIGAS en 1814 se retiró del Sitio de Montevideo y se enfrentó con el Director Supremo GERVASIO ANTONIO DE POSADAS, dando inicio a la puja entre “unitarios” y “federales”, cuyo pico máximo se registró en 1820. Una disputa  que no terminó cuando los federales comandados por FELIPE VARELA, el 10 de abril de 1869, perdieron su última batalla a manos de ANTONINO TABOADA , en el “Pozo de Vargas”

Siguió luego con los alzamientos de LÓPEZ JORDÁN en 1870, con el “mitrismo” que levantando las banderas de los unitarios, continuó con su lucha por la hegemonía de sus ideas políticas,  hasta que por fin, terminaron con la rebelión del gobernador de Buenos Aires, CARLOS TEJEDOR, seguramente, el último caudillo que cayó vencido, terminando con él,  las guerras civiles, por lo menos, como medio violento para dirimir ideas.

Los motivos
Si bien es cierto, como lo mencionan muchos autores, que las guerras civiles, en sus comienzos,  fueron habitualmente producto de la ambición de los caudillos provinciales, ya que es posible que algunos de ellos hayan tenido la habilidad de enrolar a hombres y estados enteros a favor de sus intereses personales, es cierto también,  que ese apoyo debe haber sido logrado porque  los intereses de ese líder coincidía con el de todos.

Ya más tarde, casi todas las controversias surgidas entre los bandos en pugna, lo fueron por el rechazo a la preponderancia hegemónica en lo político y en lo económico de Buenos Aires por sobre las demás provincias. Luego fue la lucha para establecer el «liberalismo» o el «conservadorismo» como forma de gobierno, más tarde la adopción de un sistema que apoyara la apertura del comercio o el «proteccionismo» y finalmente las diferencias surgidas para definir los contenidos de la organización constitucional que debía encauzar nuestro futuro.

La crueldad
Pero haya sido el que fuera, el motivo que las suscitara,  la crueldad, el desprecio por las leyes de la justicia y la vida humana, fueron constantes en muchos de los escenarios donde se desarrolló esta pugna.. Decapitaciones, exposición de cabezas cortadas, saqueos a poblaciones indefensas, cadáveres sin enterrar, degüello de prisioneros, torturas, fusilamientos  sin juicio previo, ahorcamientos, muertes por medio del  “garrote” y muchas veces, hábiles dialécticas que mataron más muertos que todas aquellas (1), fueron las infinitas formas que algunos de aquellos “caudillos” tenían para mostrarse fuertes y poderosos.

Ninguno de los bandos quedó exento de esos excesos. Tanto «saavedristas» como «morenistas», «federales» como «unitarios», .”federalistas” o “liberales”, «nacionalistas”  o “autonomistas”, “ conservadores”  o “radicales”, todos ellos tienen, como se dice hoy “sus muertos guardados  en el ropero”.

Felizmente, para que nos sirva de enseñanza para el futuro, ha quedado debida y necesariamente bien documentado, lo que se refiere a las atrocidades cometidas por los jefes realistas luego de sofocar la Rebelión de Chuquisaca (25/05/1809), donde fueron degollados sus once cabecillas; las muertes ordenadas por JUAN MANUEL DE ROSAS y su nefasta “mazorca”; la crueldad que se le atribuye al fraile domínico y general JOSÉ FÉLIX ALDAO; las atrocidades de FACUNDO QUIROGA, despiadadamente expuestas por DOMINGO SARMIENTO en su libro “Civilización y barbarie. La vida de Juan Facundo Quiroga”;   las del  gobierno de Buenos Aires  con los soldados reclutados en Santa Fe y Entre Ríos, que se negaron a combatir contra sus “hermanos orientales”; o para reprimir el motin de Fontezuelas; las matanzas de oficiales prisioneros ordenadas por DEHEZA y ALDAO; la campaña punitiva de JOSÉ MARÍA PAZ en la sierra cordobesa;  el terror desplegado por MANUEL ORIBE en el interior luego de la campaña 1841; la «matanza de Villamayor», ocurrida durante la confrontación entre Buenos Aires y la Confederación, cuando el 31 de enero de 1856, el  Coronel ESTEBAN GARCÍA (alias el Gato), después de vencer al general JERÓNIMO COSTA en batalla, ordena fusilar sin juicio previo a 140 de los 160 efectivos que defendían la causa porteña  y las crueldades cometidas durante la guerra con Paraguay (2).

Y seguramente hubo más casos.  Las buscaremos y las iremos agregando a esta nota para que comprendamos que la violencia, a los argentinos nos viene de lejos y que es necesario que nos sacudamos esa rémora de nuestra personalidad.  Que frente  a una inmensa mayoría de seres humanos inspirados  por el respeto hacia sus semejantes, a sus ideas, costumbres y opiniones, coexisten y han coexistido desde nuestros orígenes, algunos personajes que carentes de escrúpulos, cimentan en la violencia su pretendido autoadjudicado derecho de supremacía. Dialogando con estudiosos de la Historia, amigos de Chile, Uruguay y Paraguay, resulta inquietante que todos coincidan en lo sorprendente que les resulta la  violencia que ejercieron muchos de los argentinos que participaron en acciones donde los tuvieron como adversarios.

(1)..También Sarmiento, cuya condición de vocero implacable del porteñismo le ganaría el apodo de “profeta de la Pampa” —a pesar de que había nacido en los Andes sanjuaninos—, confirmaría en 1866, en un discurso ante el Senado, el clivaje social de las guerras civiles: “Cuando decimos ‘pueblo’ entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues no ha de verse en nuestra Cámara ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota”. Eran los unitarios de siempre que por entonces se habían rebautizado “liberales”, aunque su similitud con los liberales europeos se agotaba en el plano económico, por cuanto en el terreno político fueron violentos y tiránicos (“Caudillos federales”, Mario O’Donell, Buenos Aires, 2008).

(2). Y aunque escapa al ámbito de la Historia Argentina, que es el tema de nuestra página, pero para graficar que la crueldad no fue solo patrimonio nefasto de algunos de nuestros protagonistas de esa historia, transcribimos a continuación, algunos datos conmovedores que exponen la triste realidad de la crueldad del ser humano: Atila hiso degollar once mil vírgenes y murió de una abundante hemorragia na­sal; El tirano Ecolino hizo castrar a los niños, corromper las vírgenes, cortar los senos a las matronas y abrir los vientres de las embarazadas. Herido por soldados de Martin Turiano, se desgarró la herida hasta morir bramando de ira y dolor; El siciliano Procopio se hizo emperador en Constantinopla y traicionó a sus mismos capitanes. Estos lo entregaron a Valente, quien hizo doblar dos árboles hasta el suelo, ató en uno de ellos una pierna de Procopio y la otra en el otro árbol y al soltarlos, consiguió que Procopio muriera despedazado; El emperador romano Tiberio envenenó a Calígula, su sobrino. Otros dicen que lo mató ahogándolo con una almohada; Agripina, madre de Nerón, envenenó a Claudio Drusio; Heliogábalo, hijo de Caracalla, perseguído por sus soldados pretorianos, se ocultó en un retrete. Pero sus soldados lo sacaron de allí, arrastrándolo, lo echaron en un conducto hediondo, lo volvieron a sacar y lo arrastraron como un perro por las calles de Roma. Después, ataron grandes piedras a su cuerpo y lo arrojaron al rio Tiber, para que nunca tuviera sepultura; El cruel Sila murió comido por los piojos; Aníbal hizo hacer un puente con los cadáveres de sus enemigos, para que cobre él pasase su ejército. Desterrado y perseguido, se envenenó; Herodes, que hizo derramar tanta sangre de inocentes, viéndose con el cuerpo lleno de heridas, y comido por los gusanos, se degolló; Poncio Pilotos, abandonado y execrado por sus pares, después de permitir la muerte de Jesucristo, se suicidó; Valeriano, emperador de Roma, después de ser vencido y apresado por Sapot, rey de Persia, ya de viejo, era obligado a poner el cuello debajo del pie de su vencedor, cada vez que éste debía subir a caballo. Por fin, Sapor le hizo sacar los ojos y después lo hizo desollar vivo; Alboino, rey de los Longobardos, tomó preso al rey Cunimundo, lo hizo matar y convirtió a la calavera de éste en un tazón para beber;

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