NUESTRAS MONEDAS (SIGLO XIX)

Como Prólogo de nuestro comentario trasncribiremos un tramo del trabajo realizado por Natalia J. Dergam Dylon y Daniel A. Rey que fuera publicado con el nombre de “Historia de la moneda argentina”, a cuya totalidad puede accederse entrando en la página web que lo reproduce:

“El descubrimiento, conquista y colonización del territorio americano por parte de los europeos trajo como consecuencia la implantación del sistema monetario que paulatinamente se impuso al trueque de bienes que realizaban los diferentes pueblos aborígenes, antes del siglo XVI.  La corona española instaló muy tempranamente “Casas de Moneda” o “Cecas” en las principales áreas de poblamiento, comenzando por México y Perú . En 1573 se fundó la Casa de Moneda de Potosí, ciudad ubicada actualmente en la  República de Bolivia, en la ladera del cerro que durante varios siglos produjo toneladas de metal precioso con las que se realizaron las primeras monedas que circularon en el Río de la Plata.

Las primeras acuñaciones hispanoamericanas fueron confeccionadas de una manera rudimentaria, con técnicas metalúrgicas muy antiguas que demandaban un acabado manual y daban como resultado piezas morfológicamente imperfectas. La terminación de estas monedas denominadas “macuquinas” (imagen a la izquierda) se realizaba a martillazos y las percusiones dejaban una silueta entrecortada que en la mayoría de los casos estaba muy lejos de un perímetro circular perfecto (imagen).  Con el tiempo el borde irregular de las macuquinas fue peligroso para el valor de las monedas: se podían depreciar las piezas recortando el metal y disminuyendo su peso.

El arte de hacer dinero: Desde el comienzo, las leyes españolas eran muy rigurosas en cuanto a la elaboración de las monedas, tomando en cuenta que en esa época estamos hablando de un circulante confeccionado con metales preciosos que tenían valor en sí mismo. Las reales cédulas disponían que en cada moneda acuñada en una ceca de la metrópolis ibérica o de una colonia hispanoamericana,  estuviera identificado el funcionario real que había controlado la acuñación, mediante el grabado de la letra inicial del nombre del ensayador, acompañado del monograma que identificaba  a la casa de moneda donde se había labrado la pieza monetaria.

A mediados del siglo XVIII, la tecnología para fabricar monedas permitió el reemplazo de la macuquina irregular por una pieza redonda más perfecta, que tenía en el canto un grabado que servía como medida de seguridad adicional, también llamada moneda de cordoncillo, imposibilitando la devaluación de la moneda y evitando su cercenamiento perimetral.  Las nuevas máquinas acuñadoras incorporadas a la ceca potosina permitieron la inclusión de novedosos diseños iconográficos de mejor definición que incluían el perfil del monarca español en las monedas.

Las modificaciones morfológicas de las monedas hispanoamericanas fueron tan eficaces para preservar su valor que durante el siglo XVIII fueron piezas muy utilizadas para el comercio internacional.  Prueba de ello, son las contramarcas chinas que pueden verse grabadas en el circulante monetario español, que con diversos ideogramas identificaban los nombres de comerciantes del Lejano Oriente que habían usado ese metal precioso en sus transacciones.  Con el inicio del siglo XIX, el panorama político de Occidente cambió como consecuencia de las guerras napoleónicas que produjo el paulatino decaimiento de la monarquía española, por la pérdida de sus colonias americanas independizadas, y por la hegemonía en los mares y en el comercio internacional que controlaba el Reino Unido de Gran Bretaña.

La Revolución de Mayo de 1810 comenzó el proceso emancipador del Río de la Plata y la propagación de las ideas y medidas libertarias trajeron aparejadas la acuñación de las primeras monedas patrias, realizadas en 1813 en la ceca altoperuana. La pérdida de la Casa de Moneda de Potosí en 1815 obligó a la apertura de nuevos establecimientos emisores monetarios en el país que ya no poseía la centralización política del Virreinato, encontrándose fraccionado el poder bajo el imperio de las autonomías provinciales.

Durante la primera mitad del siglo XIX, existieron tres casas de moneda que tuvieron protagonismo regional de manera diferente: en el noroeste del país, la provincia de La Rioja fue la única que continuó acuñando moneda de oro y de plata; en el centro, la provincia de Córdoba  labró  monedas de plata, y  en el litoral ribereño, la provincia de Buenos Aires innovó la circulación de monedas de cobre, emitidas por el flamante banco porteño. La Casa de Moneda de la Nación, fundada en 1880 en la ciudad de Buenos Aires, fue la encargada de importar una tecnología moderna de acuñación de origen francés que permitió un año después de su instalación las primeras labraciones en oro, plata y cobre en la línea monetaria “Pesos Moneda Nacional”, que había unificado el circulante monetario argentino.  Desde entonces la Casa de Moneda Nacional se ocupó de la fabricación de la moneda metálica argentina (fin)

Monedas de La Rioja
La Casa de Moneda de La Rioja, que comenzó sus acuñaciones en 1824 copiando el modelo de grabado empleado en las primeras amonedaciones patrias realizadas en  Potosí, decidió por ley del 7 de julio de 1836 variar el tipo de numerario colocando ahora, en las nuevas piezas el busto del gobernador de Buenos Aires, general JUAN MANUEL DE ROSAS.

Acuñadas las primeras piezas, dos meses después, esperando ser congratulados por tal gesto, se le envió un ejemplar a ROSAS por intermedio del teniente coronel JUAN A. MAURÍN, comunicándole la decisión que motivara el homenaje. La moneda acuñada era de oro del valor de 8 escudos (una onza) y llevaba en el anverso el busto del gobernador de perfil derecho, con uniforme militar y leyenda circular: “Repúb. Argent. Confederada – Rosas”. En el reverso llevaba estampado el famoso cerro de Famatina (símbolo riojano) y debajo trofeos militares, grabándose en el perímetro la leyenda: “Por la Liga Litoral será feliz”.

Lejos de aceptar esta demostración, el gobernador porteño envió a las autoridades riojanas un extenso oficio donde les expresaba que “la inexplicable sorpresa que ha producido en el ánimo del infrascripto un anuncio de tanta magnitud, ha sido tanto más singular y extraordinaria cuanto que jamás podía imaginarse que la benemérita provincia de La Rloja, por muy grande que fuese el aprecio que hiciese de sus servicios, llegase ni remotamente a darles un valor correspondiente a tan alta e in­estimable demostración, pues el infrascripto en todos los que ha rendido a la república en general y a La Rioja en particular, no ha hecho más que llenar fielmente los deberes de su posición conforme a los votos de todo buen argentino».

No encontrando otro medio de manifestar el profundo sentimiento de gratitud que le embargaba, a pesar de tener que sentirse obligado a rechazar el homenaje, rogó encarecidamente restablecer el tipo anterior de la moneda, agregando “cuanto más en las respectivas inscripciones y los objetos que se han, propuesto en la variación sancionada”.

La Rioja insiste. Recibida la nota por la Legislatura riojana, fue desechada por los señores diputados, ratificando con fecha 19 de enero de 1837 la ley sancionada anteriormente. Comunicada esta decisión a Rosas, ella motivó otro oficio del gobernador porteño que, al agradecer nuevamente la distinción, les comunicaba “no haber variado su juicio al respecto” y al declinarla manifestaba a los representantes y al pueblo riojano “la intensa gratitud del infrascripto a la muy particular benevolencia con que altamente le han honrado con la sanción enunciada”.

Finalmente los riojanos se dieron por satisfechos  y abolieron la ley cuestionada en sesión del 19 de junio de 1837, pero dispusieron entonces la acuñación de una moneda que, sin llevar el busto, expresara su gratitud con una leyenda: “Eterno loor al Restaurador Rosas” (imagen de arriba). Esta moneda se acuñó desde 1838 hasta 1840, año en que adherida La Rioja a la liga unitaria, se acuñaron monedas sin leyendas laudatorias. Luego se interrumpieron las labraciones hasta que en 1842, durante el gobierno del coronel HIPÓLITO TELLO, volvieron los riojanos a imponer en la moneda circulante el busto de Rosas. Esta vez sin consultarlo previamente, acuñaron las piezas en relativa abundancia. Eran monedas de plata de 2 reales y ejemplares de oro de 8 y 2 escudos. Ante el hecho consumado no vaciló ROSAS en reaccionar en forma desfavorable «firme e irrevocablemente resuelto a no admitir ese tipo de homenaje, cumple con el deber que le imponen su razón y su con­ciencia, de renunciar firme  y esta vez terminantemente a tan alta y honrosa demostración”.

A partir de entonces no insistirían los riojanos en su propósito, pero acuñaron, eso sí, monedas con leyendas laudatorias modificando más tarde el nombre del cerro de Famatina, estampado en todas las piezas, por el de «Cerro del General Rosas». De más está decir que la primer moneda acuñada en La Rioja después de Caseros lleva nuevamente bien visible,  la leyenda Famatina debajo del mentado cerro.

El 24 de setiembre de 1840 los representantes de las provincias de La Rioja, Salta, Catamarca y Tucumán, formalizaron la creación de la Coalición del Norte, desonociendo la autoridad del gobernador de Buenos Aires JUAN MANUEL DE ROSAS para ejercer la titularidad de las Relaciones Exteriores en nombre de todas y proclaman al gobernador riojano TOMÁS BRIZUELA, general en jefe de los ejércitos coligados. BRIZUELA era el mismo jefe federal que en 1836 había Impuesto el busto de Rosas en las monedas riojanas (ver Botones, monedas y medallas).  Esta vez, decide retirar de las piezas que se acuñaban en la Casa de Moneda provincial, las leyendas laudatorias adoptadas en 1838. Se acuñan así, en ese turbulento año de 1840, dos tipos de monedas, federales las primeras, unitarias las últimas.

No era la primera vez que La Rioja caía en poder de los unitarios. En 1829, el general ARÁOZ DE LAMADRID, a consecuencia de su triunfo sobre FACUNDO QUIROGA, había ocupado la ciudad. Pero en aquella oportunidad no se pudo acu­ñar monedas porque los riojanos habían desmantelado la ceca y escondido las ma­quinarias, cuños e implementos necesarios para ello. Restablecida con gran trabajo la casa, las labraciones continuaron sin variar de tipo, que imitaba el de las monedas patrias de 1813 acuñadas en Potosí.

Pero en 1840, la situación era diferente. Los riojanos habían colocado en sus mone­das frases como “Eterno loor al restaurador Rosas”, mostrando una franca adhesión al gobernador porteño, e incluso, habían  grabado su busto en monedas que emitieron en 1836. Por ello, los unitarios, no cambiaron  el tipo de las labraciones, que continuaban  llevando el escudo nacional con sol en el anverso y el cerro de Famatina con trofeos militares en el reverso, pero suprimieron el sentido político ina­ceptable de sus leyendas, retornando a la frase anterior, En Unión y Libertad”, de las primeras amonedaciones independientes. Estas últimas emisiones riojanas terminaron en los primeros meses de 1841 cuando el jefe de los ejércitos federales, general JOSÉ FÉLIX ALDAO, desde Mendoza invade la provincia de La Rioja y ocupa la ciudad capital.

Monedas de Córdoba
Los cordobeses intentaron sus primeras labraciones autónomas de moneda en 1815, cuando el gobernador JAVIER DÍAZ se incautó de los cuños de las monedas patrias en tránsito hacia Potosf. Habiendo montado ese año un establecimiento para que se ocupara de tal tarea, sólo se alcanzaron a labrar unos raros ensayos de moneda en plomo (peltre), siendo abandonado completamente el proyecto en 1818. Desde entonces y hasta 1833 no hubo labración de moneda en Córdoba, habiéndose agudi­zado en consecuencia, la escasez de numerario circulante.

No contando el gobierno provincial con medios idóneos para establecer una Casa de Moneda, y decidido a solucionar el problema, puso en remate el derecho de acuñar monedas por particulares. Las primeras piezas fabricadas por este nuevo sistema eran de plata, muy pequeñas, del valor de ¼ de real y se denominaban vulgarmente “cuartillos”.

En 1838 gana la concesión PEDRO NOLASCO PIZARRO, quien percibe una comisión sobre cada moneda acuñada. PIZARRO era platero y sargento mayor del batallón Defensores de la Federación”. Las labraciones, marcadas con sus iniciales PP o PNP, se prolongan desde 1839 hasta 1841 (imagen de arriba). Ese año aparece un nuevo concesionario, JOSÉ POLICARPO PATIÑO, quien estampa sus iniciales JPP en todas las monedas cordobesas hasta 1844. PATIÑO era coronel del regimiento “Decididos por la Federación” y como no era ducho en el ramo de platería, conchabó a varios plateros de Córdoba, quienes se pusieron en la tarea de acuñar una enorme cantidad de piezas que hoy, transcurridos más de cien años, constituyen un verdadero rompecabezas para los coleccionistas.

Todas estas monedas eran fabricadas a golpes de maza. Grabados los cuños de anverso y reverso se colocaba entre ambos el cospel de plata y con dos o tres golpes se acuñaban las piezas. Por ello, muchas muestran imperfecciones, siendo frecuente la doble acuñación. El cuño que recibía los golpes se rompía a menudo, siendo sustituido por uno nuevo. Fabricadas así en 1843,  se han podido clasificar  más de 70 cuños de anverso y 25 de reverso diferentes, que se combinan entre sí en las monedas dándonos una enorme cantidad de variantes.

Las piezas acuñadas tienen un valor de ¼, ½ y un real. Los cuartillos llevan en el anverso un castillo y en el reverso un sol anepígrafe. Los medios, de reducida labración y los reales,  muestran el escudo nacional o el castillo de Córdoba. Las leyendas variaban notablemente; en la mayoría de las piezas se consigna “Córdova” en lugar  de “Córdoba”. Otras veces, al grabador  no le alcanzó el espacio y estampaba simplemente “Cordov” o simplemente “Cordo”. Los reversos con un sol radiante llevan  generalmente la palabra “Confederada”, siendo raros los que muestran la frase “En unión y libertad” o “Libre e independiente”.

La moneda como medio de propaganda. Pero hay algo más que da a estas piezas, un sabor autóctono inconfundible. Estos plateros nos dejaron  en sus piezas, el testimonio de su adhesión al sistema federal de la época. Es en  la Córdoba de 1841,  donde  comenzó por suprimirse el  azur heráldico de las monedas por ser el color preferido por los unitarios, colocándose en su reemplazo, dos rosetas y más tarde, puntos, cruces, estrellas y moharras. Luego, progresivamente se fue sustituyendo el gorro frigio por el federal. El famoso “gorro de manga”, con borla o sin ella caída ya a la derecha, ya a la izquierda, en 1843 se verá en gran cantidad de monedas. Al año siguiente, un Decreto del Gobernador MANUEL LÓPEZ creando la Casa de Moneda oficial de Córdoba, suprimió drásticamente estas labraciones particulares. Después de Caseros, ante la renuncia del gobernador LÓPEZ, su hijo VICTORIO se hizo cargo del gobierno de la provincia y la época de los concesionarios terminó por desaparecer.

El último de estos labradores particulares, JOSÉ POLICARPO PATIÑO, murió en su ley, fiel al sistema federal al que adhería. En abril de 1852, cuando se produjo una insurrección del Regimiento Patricios, PATIÑO que era Coronel en dicha unidad, se hallaba desempeñando la guardia frente al despacho del Gobernador. Ante el avance de un grupo de insurrectos que intentaban penetrar violentamente en ese recinto, desenvainó su espada e intentó detenerlos, pero fue muerto con varios disparos de la turba. Había muerto PATIÑO pero su mensaje federal quedó grabado para siempre en los “realitos”, esas curiosas monedas que él y sus ayudantes utilizaron para transmitir su amor por la divisa punzó

Monedas de Buenos Aires
El 30 de mayo de 1836 se dispone por decreto la liquidación del Banco Nacional, último refugio del derrotado partido unitario. El extinguido Banco es reemplazado por una nueva institución que se denomina oficialmente “Junta de Administración de la Moneda” y a la que el público, por funcionar en el edificio de la antigua ceca del Banco Nacional, denomina vulgarmente “Casa de Moneda”, aunque no lo fuera..

Se trataba, en realidad, de una nueva institución bancaria que reemplazaba a la anterior en la emisión de billetes y moneda metálica, la admisión de depósitos judiciales y de particulares, el descuento de letras y pagarés, etc. Estaba presidida por BERNABÉ DE ESCALADA, cuya acertada administración en el cargo, motivará su reelección a lo largo de los años, siendo confirmado después de Caseros.

En 1840, con motivo de la gran escasez de moneda metálica que se siente en toda la provincia, esta Casa de Moneda apócrifa, dispone una nueva emisión de piezas del valor de 2, 1 y ½ real. Estas monedas de cobre, impresas en delgadas láminas de metal, llevan en el anverso el valor en letras dentro de una guirnalda de laurel y la leyenda perimetral: «Casa de Moneda – Buenos Aires y en el reverso, «Viva la Federación» y el valor en números rodeado de dos palmas (imagen de arriba).

En cuanto a la emisión de billetes, los primeros realizados en su nombre datan de 1841, y son impresos en Londres por la firma “Perkins, Bacon & Perch. Nuevas emisiones se realizarán en los años 1844, 1845, 1847, 1848, 1849 y 1851. Como todos los de la época, están impresos de un solo lado, variando según las emisiones el papel y la tinta. La de 1841 es impresa sobre papel naranja, otras sobre papel violeta o simplemente blanco, utilizándose tinta roja, amarilla o negra. La numeración, las firmas y a veces parte de la fecha se colocaban  a mano, una tarea que era era tan pesada que ROSAS resolvió, favorablemente, un aumento de sueldo para los empleados encargados de realizarla.

No obstante el cuidado con que eran impresos estos billetes, las falsificaciones, que habían empezado tan pronto como se lanzaron a la circulación los primeros ejemplares, fueron bastante frecuentes. En épocas del extinguido Banco Nacional, este delito había motivado el  destierro de tres ciudadanos franceses y en marzo de 1831 el fusilamiento  del ciudadano Enrique Fleury. No obstante ello, las falsificaciones continuaron; el papel empleado era de mala calidad y una vez lanzado a la circulación, su propio desgaste hacía factible la confusión de los contrahechos. Si bien no hubo falsificación de monedas de cobre, estas piezas desaparecieron muy pronto de la circulación. Su destino fue Montevideo, donde se paga un sobreprecio a los especuladores.

En 1844 es tal la escasez de metálico, que la Casa de Moneda de Buenos Aires, dispone una nueva acuñación de piezas iguales a las de 1840, pero sólo del valor de 2 reales. A partir de este año, recrudecida la guerra contra los unitarios, se consigna en las nuevas emisiones de billetes las leyendas: «Viva la Confederación Argentina – Mueran los salvages unitarios». El papel moneda emitido en esta época abarcaba  los valores de 1, 5, 10; 20, 50, 100, 200, 500 y 1.000 pesos.

En cuanto a los diseños, se destaca en las emisiones de 100 pesos de 1841 y 1845, la hermosa imagen del Cabildo de Buenos Aires y en los billetes de 200 pesos de 1845 y 1848,  una vista panorámica de la ciudad desde el río. Ambos diseños son grabados en Londres. Otras viñetas representan avestruces, ovejas, caballos y figuras alegóricas. Estos billetes federales continuaron circulando aún después de Caseros, pero los “vivas y mueras” fueron cuidadosamente tapados con una banda de tinta negra.

Fuentes: “La moneda circulante en el territorio argentino”, Héctor Carlos Janson, Buenos Aires, 2016; «Monedas de la República Argentina». Arnaldo J. Cunietti-Ferrando, Editado por el Centro Numismático Buenos Aires, 1971; Investigación personal ante comercios especializados; «Crónica Argentina», Editorial Códex, Buenos Ares, 1979;  «La moneda argentina”. Emilio Hansen, Ed. Sopena, Barcelona, 1916.

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