PLANES PARA DERROCAR AL PRESIDENTE JUÁREZ CELMAN (00/02/1890)

Tres planes fueron los que tuvieron en estudio los complotados para derrocar al Presidente JUÁREZ CELMAN en 1890.

Durante la presidencia de MIGUEL JUÁREZ CELMAN, se registraron numerosos movimientos, que disconformes con la situación a la que había llevado a la República, lo que se consideraba su mal manejo de la economía y de la cuestión social, intentaron derrocarlo sin éxito, hasta que en 1890, asumió esa responsabilidad una llamada “Junta Revolucionaria”, que si bien no tuvo éxito, fue el detonante para que poco después JUAREZ CELMAN presentara su renuncia a la presidencia.

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Esta “Junta Revolucionaria”, formada luego de que se creara la Unión Cívica, inició una serie de contactos con  los dirigentes políticos opositores y sectores de las fuerzas armadas descontentos con el roquismo, mientras que un grupo de oficiales jóvenes de las fuerzas amadas, simpatizantes de la Unión Cívica y conocidos como la “Logia de los 33 oficiales”, decidían dar su apoyo.

Eran sus líderes el capitán JOSÉ M. CASTRO SUMBLAD, capitán DIEGO LAMAS, el teniente TOMÁS VALLÉE y el subteniente JOSÉ FÉLIX URIBURU (este último 40 años más tarde encabezaría el golpe de estado que derrocó al Presidente  Hipólito Yrigoyen.

La “Logia de los 33 oficiales” le aseguró a ALEM el apoyo del 1º de Infantería, el 1º de Artillería, el 5º de Infantería, el batallón de ingenieros, una compañía del 4º de infantería y un grupo de cadetes del Colegio Militar. Simultáneamente ALEM se puso en contacto con los oficiales de la marina de guerra, encabezados por los tenientes de navío RAMÓN LIRA y EDUARDO O’CONNOR, y poco después contaba con el apoyo de toda la flota.

Siguió sus gestiones y a los pocos días, obtuvo para la revolución el apoyo del general de brigada DOMINGO VIEJOBUENO, jefe del Parque de Artillería, ubicado en la Plaza Lavalle, a poco menos de mil metros de la Casa Rosada.

El 29 de mayo de 1890, EL Senador  ARISTÓBULO DEL VALLE, denunció en el Congreso que el gobierno estaba realizando emisiones de moneda clandestinas, señalando que era la causa principal de la gravedad que había alcanzado la crisis (ver “Falsificaciones y falsificadores” en Crónicas).

La denuncia de del Valle tuvo un gran impacto en la opinión pública y se mantendría durante los meses siguientes profundizando el desprestigio del gobierno.

En junio de 1890, mientras el gobierno entraba en cesación de pagos de la deuda contraída con la casa  Baring Brothers, la Junta Revolucionaria quedó integrada por LEANDRO N. ALEM, ARISTÓBULO DEL VALLE, MARIANO DEMARÍA, JUAN JOSÉ ROMERO, MANUEL OCAMPO, MIGUEL GOYENA, LUCIO V. LÓPEZ, JOSÉ MARÍA CANTILO, HIPÓLITO YRIGOYEN, los generales MANUEL J. CAMPOS, DOMINGO VIEJO BUENO, los coroneles JULIO FUGUEROA y MARTÍN YRIGOYEN y el comandante JOAQUÍN MONTAÑA

Esta llamada “Junta Revolucionaria”, debió  cambiar  tres veces sus planes para llevar a cabo su cometido y a raíz  del criterio, no compartido por todos, de que no debería haber derramamiento de sangre durante el golpe, se vieron obligados  a idear  un plan que impidiera toda forma de resistencia, obviando el empleo de las armas. Decidieron entonces apelar al factor sorpresa y realizar una operación relámpago que bloqueara rápidamente, la acción de los altos mandos, leales al gobierno.

Primer plan.
La Junta, por mayoría, optó porque el golpe se dé a la luz del día, apresándose al presidente, vicepresidente, y a los generales ROCA y LEVALLE. Una ruidosa interpelación de ARISTÓBULO DEL VALLE en el Senado, que provocaría la segura presencia de Pellegrini y de Roca en el recinto y la del presidente en la Casa de Gobierno, fijaría en un lugar determinado,  a los principales personajes que se debería detener. Mientras tanto, civiles involucrados en el movimiento, deberían ocupar discretamente las galerías del Congreso y la Plaza de Mayo.

Los batallones de línea comprometidos en la revuelta,  debían marchar  hacia ella, donde se reunirían con la Junta y el general Campos, jefe militar que las comandará. A continuación, grupos de civiles debían asaltar al mismo tiempo la Casa de Gobierno y el Congreso, apresando a los miembros del Ejecutivo y del Legislativo, mientras las campanas del Cabildo convocan al pueblo.

 Para el cumplimiento de este proyecto fueron  alquiladas viviendas y edificios en puntos clave, cercanos a la Plaza de Mayo. Los grupos armados iban a ser conducidos por el coronel MORALES, el comandante MONTAÑA y el mayor VÁZQUEZ.

La Casa Rosada iba a ser atacada por grupos de civiles, al mando de MIGUEL GOYENA y el ataque al Congreso,  sería dirigido por MARIANO DEMARÍA. En este plan la participación castrense era meramente pasiva; debía cuidar que el pueblo se haga justicia por sí, sin comprometer, en lo posible, a las fuerzas armadas en actos de violencia. Finalmente, este proyecto fue desechado por oponérsele los militares,  que consideraban muy difícil que las unidades pudieran ser sublevadas en pleno día.

Segundo plan
El segundo plan revolucionario  no fue aceptado en principio, nuevamente por los oficiales involucrados, argumentando que sería muy dificultoso sacar a los regimientos de los cuarteles a hora tan temprana. Consistía en apoderarse de todo el sector representativo del régimen gobernante durante una función de gala, que se iba a realizar con motivo de las fiestas julias.

A las 21 horas del día del estallido revolucionario,  serían asaltados por partidas de civiles, los dos Teatros donde se iban a realizar esos festejos,  mientras que simultáneamente, las tropas adictas rodearían esos edificios como acto intimidatorio. Se alquilaron casas cercanas a los teatros de la Opera y Politeama y según el líder del movimiento, LEANDRO N. ALEM, la acción se desarrollaría “aunque se desmayen las señoras…». Pero este plan, tampoco se puso en práctica, debido a su rechazo por parte de los militares implicados..

Tercer plan.
Que será el definitivo.  Habiendo considerado unánimemente los revolucionarios, que este tercer plan era de ejecución posible, se señala como fecha del estallido el 26 de julio a partir y a partir  del 17 de julio, se abocaron de inmediato a su preparación, decidiendo finalmente que el 26 de julio a las 4 de la mañana, las unidades comprometidas en el golpe debían salir de sus cuarteles para dirigirse hacia el Parque de Artillería (cuyo jefe, el general DOMINGO VIEJOBUENO se había sumado al movimiento) y allí se reunirían con los grupos de civiles complotados y con la Junta Revolucionaria, que se instalará en ese lugar para dirigir las acciones.

El batallón 1º de Línea, a las órdenes del comandante MONTAÑA, debía salir de su cuartel de Retiro y en su marcha deberá ocupar la Comisaría situada en la calle Suipacha, entre Santa Fe y Arenales. El batallón Nº 5, apoyado por civiles, se encaminará directamente a su punto de destino;  el batallón  Nº 9,  entrará en Palermo por la avenida Sarmiento, y allí habiéndosele incorporado los efectivos del Colegio Militar y del 1º de Artillería, marcharán todos hacia el Parque de Artillería. Después de la concentración de todas las fuerzas en ese lugar, se organizarán dos columnas: una,  para atacar al Cuartel Central de Policía y otra para batir a los cuerpos que se mantuvieran leales al gobierno.

Simultáneamente, con estos movimientos, la flota  deberá entrar en acción a una señal que se le dará desde el Parque de Artillería, por medio de globos y su misión será bombardear la Casa de Gobierno y el cuartel de Retiro, con el fin de evitar que las tropas del gobierno pudieran reunirse, y obligarlas a rendirse mediante un ataque combinado por tierra y agua.

Al mismo tiempo, grupos de milicianos debían tomar prisioneros al presidente JUÁREZ CELMAN, al vicepresidente CARLOS PELLEGRINI, al ministro de Guerra general LEVALLE, y al presidente del senado JULIO A. ROCA, y cortar las vías de ferrocarril y telegráficas. El papel marginal asignado a los milicianos fue resistido por ALEM, quien pretendía imprimirle a la revolución un fuerte carácter civil, pero finalmente se impuso la opinión de los jefes militares.

Posesionados de la Capital de la República, inmediatamente se enviarán efectivos a  Córdoba y a Rosario, para apoyar los movimientos revolucionarios que sin duda, ante lo sucedido en la Capital, se repetirán en esas provincias.

En esa misma reunión el general CAMPOS informó que el Regimiento 11º de Caballería, conducido por el teniente coronel  PALMA, se sumaba a la revolución. La comunicación tuvo un enorme efecto entre los revolucionarios, pues esta unidad era una de las más leales al gobierno.

Sin embargo, como se vio después, se trataba de una trampa. Al día siguiente el viernes, 18 de julio, el jefe militar de la revolución, general MANUEL J. CAMPOS, y otros jefes militares como FIGUEROA, CASARIEGO y GARAITA, fueron detenidos por el gobierno acusados de conspiración y de ese modo,  la revolución parecía haber abortada.

En los días posteriores a la detención del General CAMPOS, sucedieron dos hechos que han sido muy discutidos, y que desde un comienzo han estado relacionados con lo que ha dado en llamarse «el secreto de la Revolución del 90».

En primer lugar, el sumario para investigar la conspiración fue asignado a un militar simpatizante de la Unión Cívica, razón por la cual los detalles esenciales nunca fueron bien conocidos por el gobierno. En segundo lugar, el general JULIO A. ROCA, mantuvo una reunión secreta con el general CAMPOS en su lugar de detención, sobre cuyo contenido no hay testimonios directos. Adicionalmente, durante su detención, el general CAMPOS convenció a los jefes del 10º Batallón de Infantería, donde estaba detenido, de pasarse a la revolución.

Todos los historiadores han destacado estos aspectos misteriosos de la Revolución del 90, y han mencionado la posibilidad de un acuerdo entre los generales CAMPOS y ROCA, así como un plan secreto de este último para utilizar la revolución en su propio provecho.

El miércoles 23 de julio el general CAMPOS le hace llegar a  ALEM un mensaje, diciéndole que había que continuar con la insurrección y  que él se encontraba en condiciones de salir el día que se eligiera para el levantamiento. En vista de esta nueva situación, el 25 de julio, la Junta Revolucionaria resolvió relanzar el movimiento el día siguiente, a las 4:00. En esa reunión se decidió también que LEANDRO ALEM asumiría como presidente provisional y se estableció quienes serían los ministros y el jefe de policía.

Finalmente se aprobó el “Manifiesto Revolucionario” que se difundiría y que fue redactado por LUCIO V. LÓPEZ y ARISTÓBULO DEL VALLE.

Estalla la revolución.
El 26 de julio, alentados  por el apoyo que se vislumbraba que obtendrían con la incorporación de efectivos de la guarnición de Buenos Aires que se habían mostrado indecisos, se lanzaron hacia la Plaza de Mayo. Por razones no muy claras, los revolucionarios permitieron que el gobierno los obligara a estar a la defensiva.

Después de dos días de lucha, sin municiones y viendo que la mayoría de las tropas se mantenían fieles al gobierno, pidieron un armisticio y se los recibió, con la promesa de una completa amnistía. La revolución había fracasado(1), pero el presidente Juárez Celman tuvo que renunciar unos días después. El  6 de agosto, asumió el cargo el doctor CARLOS PELLEGRINI, su vicepresidente hasta ese momento (ver «La revolución de 1890»)..

(1)  Aunque sofocada la revolución desde el punto de vista militar, el ambiente de intranquilidad presagiaba nuevos sucesos. El Congre­so —que respondía al jefe de Estado— no celebró el triunfo, y en el recinto de sesiones, el senador Manuel Pizarro pronunció esta frase elocuente: «La revolución ha sido vencida, pero el gobierno está muerto».

 

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