EL ABORIGEN Y SU PROBLEMÁTICA (1493)

Una confrontación secular entre el aborigen y el hombre que llega.
En todos los lugares del mundo, el avance del hombre hacia lugares deshabitados o habitados por comunidades originarias; por pueblos que veían en él una amenaza y que rechazaban el avance de “la civilización”, temiendo la pérdida de la tierra que consideraba  suya por dominio ancestral, generó una violencia que lamentablemente solamente terminó con la desaparición del más débil y el escarnio y la vergüenza para el vencedor.

Y América no fue una excepción. Ya desde principios del siglo  XVI, desde el descubrimiento y desembarco español en el Río de la Plata y posteriormente con la fundación de la  ciudad de Buenos Aires en 1536, se produjeron las primeras confrontaciones entre los conquistadores españoles y los aborígenes (ver Confrontación con los aborígenes en la Argentina).

Indios
Los mal llamados “indios” fueron los naturales de América, sin mezcla de sangre europea. El término tuvo un origen equívoco, porque estuvo originado en la creencia europea de que el continente descubierto por CRISTÓBAL COLÓN, que luego denominaron América, era en realidad la India y comenzaron a llamar “indios” a los aborígenes de estas tierras.

El término no pudo ser desterrado ya nunca más y en la República Argentina, todavía  suele utilizarse el término «indio» para referirse genérica e indiferenciadamente a los pueblos amerindios, sin mezcla de sangre europea. Diversos estudios e instituciones señalan como discriminatoria la tendencia a denominar a los pueblos originarios de América, con el término «indio», por lo que será aceptable, referirse a ellos como “indígena» o “aborigen”.

Huinca
Procede de “wingka”, la palabra mapuche usada para nombrar a los españoles que llegaron a su territorio en el siglo XVI. Por extensión se aplica a los chilenos y argentinos, no indígenas y no negros, a veces con sentido despectivo. En un significado similar se han utilizado en castellano las palabras «cristianos» o «blancos». Para autoidentificarse las personas aludidas con la palabra huinca, utilizan la denominación de su nacionalidad u otra adscripción geográfica o étnica.

Condición social del indio en el Río de la Plata
De acuerdo con el “derecho castellano” los aborígenes eran considerados como hombres libres, pero en el orden de su adoctrinamiento, estaban equiparados a personas que necesitaban de protección legal. Para facilitar la obra colonizadora, la Corona española implantó el trabajo obligatorio de los naturales por medio del sistema de las encomiendas, de la mita y del yanaconazgo, procedimiento que se desvirtuó en la práctica y dio origen a muchos excesos por parte de los españoles.

Las sabias “Leyes de Indias” constituían una legislación protectora del indígena, pues los monarcas españoles no vacilaron en reunir Juntas de teólogos y juristas para dictar normas sobre el trato humanitario que debía aplicarse con los naturales y el 9 de junio de 1537, el Sumo Pontífice PAULO III, que anteriormente había declarado en una bula que los indígenas del Nuevo Mundo “eran realmente hombres”, expidió otra Bula por la cual, considerados como tales seres humanos, los declaraba en estado de abrazar la fe de Jesucristo, no debiendo continuar en condición de esclavos.

A pesar de ello, en América se cometieron numerosos excesos por parte de aventureros españoles que actuaron amparados por la enorme distancia que los separaba de la metrópoli y también por funcionarios venales, reacios a cumplir las humanas disposiciones de la Corona y como hemos dicho, cuatro fueron los sistemas de los que se valieron los españoles, para imponer el régimen administrativo que convenía a sus intereses:

Las “reducciones” (1571). Era éste un régimen especial al que se sometía a los pueblos aborígenes durante la colonización de América, de acuerdo con lo que establecían las Leyes de Indias españolas. Consistía en el confinamiento de los aborígenes en lugares aptos para ello. Se asignaba un jefe de la reducción y contaban con Cabildo, alcaldes y regidores indígenas.

Los españoles sólo podían ejercer en ellas, el cargo de “cura doctrinero”, encargado de la educación, o  de “corregidor”, que era el encargado de recaudar los tributos a los que estaban obligados a pagarlos los aborígenes “reducidos allí”.

A españoles, mulatos y mestizos les estaba vedado vivir en las reducciones y sólo en casos especiales, se autorizaban residencias temporarias a españoles transeúntes y mercaderes.

La finalidad del establecimiento de las reducciones, fue conseguir la evangelización del indio, aislándolo para impedir posibles abusos. Se disponía que debían establecerse en lugares con agua y buenas tierras, o preferentemente cerca de yacimientos mineros. Se garantizaba la propiedad de las tierras a los indios y en el caso de que las que se repartían, hubiesen pertenecido a un español, se lo compensaba a éste y los pleitos que de ello se originaban eran apelables ante el Consejo de Indias.

Las “encomiendas”. En el sistema de la “encomienda”, un español o encomendero se hacía cargo de un grupo de indios para civilizarlos —al menos teóricamente— y, a la vez, para beneficiarse con el trabajo personal de sus sometidos.

La “mita”. La “mita” (o turno) fue un sistema de vasallaje que se aplicó a las regiones con yacimientos mineros; allí los naturales trabajaban por turno y percibían un mísero salario.

El “yanaconazgo”. Fue una perversa forma de esclavitud a la que se sometió a los aborígenes de América, mediante el cual se los sometía por la fuerza para ocuparlos en 1a labranza de las tierras, en condiciones muchas veces infrahumanas. Incluídas en este sistema que vinculaba a los aborígenes con las estructuras que buscaban su incorporación al mundo occidental y cristiano, no debemos olvidar a “las misiones”. Organizadas y administradas por los jesuitas, fueron el sistema más humanitario y que mejores éxitos obtuvo durante los casi 200 años que ejerció su influencia en el Río de la Plata (ver “Los jesuitas en Crónicas”).

La convivencia entre gauchos, estancieros criollos y caciques
A pesar de la lógica y comprensiblemente mala relación de los aborígenes con los españoles derivada de diferencias sustanciales (religión, costumbres y derechos de posesión), en gran parte del territorio de la hoy República Argentina (especialmente en las regiones del noroeste y el centro del país), al no existir problemas que justificaran graves enfrentamientos, entre los aborígenes y esa naciente comunidad integrada por gauchos, finqueros o estancieros criollos y pobladores de aldea o pequeñas ciudades, que comenzaban a surgir en esas vastedades, la convivencia fue posible y solamente se registraron aislados hechos de violencia entre las partes.

Ingresaron a la vida de la sociedad rioplatense fusionándose étnicamente en un alto porcentaje con los españoles, dando lugar a un tipo humano clasificado como “criollo argentino”.

En el resto de nuestra extensa área geográfica, al no existir problemas de enfrentamientos, la comunidad integrada por gauchos, finqueros o estancieros criollos y pobladores de aldea o pequeñas ciudades, se encontraba unificada por las características del trabajo que realizaban y la ausencia de grandes y significativas riquezas que eliminaba las posibilidades de la existencia de una oligarquía explotadora.

Sólo un pequeño grupo minoritario en Salta y Tucumán adquirirá con el tiempo una ideología explotadora y capitalista, que causa con el correr de los años graves problemas, no sólo en esas provincias, sino en el resto del país.

Pero no fue así en una vasta área de la región pampeana y la Patagonia de este todavía “virreinato del Perú”, habitada por los “pampas” (o “hetoquerandíes”, llamados luego “ranqueles”, después de que se incorporaran a la cultura “mapuche” en el siglo XVIII), los “tehuelches” y los “patagones”.

No está de más recordar que si bien en general los contemporáneos y la bibliografía hablan de indios “pampeanos” no es una denominación que correspondía a su pertenencia étnica sino a su lugar de asentamiento ya que había entre ellos, tehuelches, pehuenches, huiliches, aucas  o araucanos, entre muchos otros.

En la pampa húmeda y en la semiárida, existían enfrentamientos de grupos aborígenes con españoles, pero llega el momento que las relaciones se estabilizan y los indios que viven más cerca del cristiano, tratan de vivir en paz con él, salvo cuando guerreros invasores provenientes de zonas muy alejadas o de Chile, malonean cerca de Buenos Aires, en el sur de Córdoba, San Luis y Mendoza.

Muchas veces los pampas e incluso los ranqueles, son obligados a invadir, por razones de solidaridad étnica, cooperación o simplemente por miedo de recibir el castigo de los invasores, sobre sus bienes y familias, si se negaran a participar en el asalto y el pillaje.

Cuando el español sale a reprimir o castigar los malones, suelen pagar las consecuencias las tribus más cercanas y pacíficas, al confundirlas con los invasores. Eso sucede muchas veces y ya después de la Revolución de Mayo, los criollos argentinos castigan a pacíficos pampas y boroganos, creyéndolos comprometidos en robos o asesinatos y esta situación de injusticia y errores muy justificables, sucederán siempre a lo largo de la lucha contra el indio.

Promediando la segunda mitad del siglo XVIII, los asaltos y depredaciones son fruto en varias ocasiones, de insidias y venganzas de hombres blancos que viven con caciques maloqueros.

Son estos hombres prófugos de la justicia, ladrones, aventureros, los que, buscando su propio beneficio, incitan a los indígenas para invadir campos y poblaciones del “huinca”. También existieron caciques araucanos que promovidos por comerciantes chilenos, invadían nuestras tierras para llevar en sus malones miles de vacas, caballos, ovejas y pertenencias, que luego se vendían en Chile con muy buenas ganancias.

Ésta era la política de los toldos sobre los cristianos y de éstos que devolvían cada malón con una violenta réplica, para quitarles a los indios, en lo posible, lo que se habían llevado. Pero tengamos presente que muchas parcialidades aborígenes, no deseaban el malón ni la guerra, sino trabajar en paz, criar vacas y caballos e incluso sembrar primitivamente alguna sementera de maíz, zapallo y avena.

Entre los años de 1800 a 1852 vivían en una extensa zona de Buenos Aires, comprendida desde Tandil, Azul, Tapalqué, Olavarría, Las Flores y otras áreas de la costa atlántica, hasta las márgenes del Río Salado, dos ó tres docenas de caciques indios con sus respectivas tribus que alcanzaban a sumar aproximadamente unas 6.000 almas.

Estos indígenas convivían con los gauchos y los estancieros criollos sin causarles ningún tipo de problemas. Trabajaban en las estancias o criaban hacienda en sus campos, dedicándose muchos de ellos a la fabricación de ponchos, matras (mantas), fajas, pellones, caronas, lazos y todo tipo de sogas que cambiaban por elementos que les eran necesarios. Todas estas tribus tenían permiso del gobierno y de los propios estancieros, para potrear y cazar en toda esa amplia zona y jamás hubo quejas ni enfrentamientos por ambos lados.

Ya años antes, los caciques pampas PASCUAL CUYUPULQUI y LORENZO CALPISQUI que vivían en las proximidades de Bahía Blanca, entraban a los campos de Chascomús, Ranchos, Guardia del Monte, Corrales del Vecino, Tuyú, Luján y Cañada de Morón, por detrás de la línea defensiva de fortines, a potrear y cazar sin producir ningún problema con los pobladores de esos pagos.

Muchos otros caciques pampas e incluso araucanos, convivían fraternalmente con los gauchos y los estancieros criollos en el sur y sudeste de la pampa húmeda, como CURUNAHUEL, CALFUGÁN, FRACAMÁN, SUÁN, HULETÍN, JUAN CATRIEL, JUSTO COLIQUEO, IGNACIO COLIQUEO, COLUMAGÚN y otros más que sería largo enumerar.

Del mismo modo, en otras regiones del país, sea en la Pampa central, el sur de Córdoba o el extremo sudoeste de Buenos Aires, vivían en paz y trabajo, grandes jefes indios como PANGHITRUZ-GUOR, más conocido con su nombre cristiano de MARIANO ROZAS o el recto y digno cacique CHUILALEO.

Si los indígenas hubieran sido educados en la paz y el respeto, enseñándoles a trabajar en diversas actividades, sin mezclarlos en las luchas políticas, sin engañarlos, explotarlos o despojarlos de sus tierras con el uso de la fuerza, hubieran estado desde el principio, incorporados a la vida nacional y asimilados totalmente a la gran estirpe criolla argentina.

Si entre los años 1800 y 1852, tantas tribus vivieron en paz, dentro de las propias tierras del cristiano, por qué no se aprovechó esa política inteligente dándoles instrucción, semillas, herramientas, buenos sementales, el aprendizaje de oficios, buen trato, atención sanitaria, sin necesidad de matarlos o explotarlos, como fue la determinación de la ambición capitalista inhumana que se apoderó de muchos hombres públicos argentinos.

Para ROSAS, RAMOS MEJÍA y los cientos de estancieros criollos y de gauchos afincados en las tierras del sur, los hermanos indios no eran ningún problema, pues todos ellos vivían con la misma austeridad igualitaria y democrática de los caciques y capitanejos indígenas. La codicia y el dinero no significaban fines determinantes para sus vidas. La tierra sobraba y sus dueños reales o ilusorios no tenían depósitos en bancos extranjeros, ni divisas, ni hacían negociados.

La vieja sociedad criolla argentina era tan aborigen y popular como los mismos Príncipes del Desierto. Los viajeros, los naturalistas, los comerciantes, los políticos, conocían las llanuras del interior y la fama de esas ubérrimas pampas sin dueño y con millones de vacas, ovejas y caballos, sin marca ni señal.

Esta riqueza conmueve al extranjero y a los hombres públicos que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, manejan el país. Desde ese momento la suerte de los indios, de los gauchos y de los viejos estancieros criollos está echada.

Todos ellos molestan; ya no puede existir una comunidad sin fines de explotación capitalista, porque una nueva clase social reclama para sí, no el dominio proindiviso de la tierra argentina, sino la parcelación de esos campos en grandes tajadas, para crear imperios agropecuarios que den prestigio, fortuna, viajes y poder. Indios, gauchos y estancieros criollos tienen los días contados y la sentencia de muerte decretada, desde las oscuras trastiendas de la ciudad portuaria.

“Todos son ladrones, asesinos, anarquistas, libertarios que no aceptan sumisión ni vasallaje y luchan atrás de caudillos analfabetos que desdeñan la civilización y el progreso.

Vagos que no saben trabajar, atrasados que sólo matean a la sombra de las plantas y enlazan vacas ajenas para carnearlas”. La sabandija criolla no puede tener cabida en esas tierras que le pertenecen y donde ha vivido en paz y fraternal comunidad humana. Sólo sirven para los cantones, la guerra, los fortines; para defender los campos y las vacas de estos nuevos ricos que se apropian de todo. No quedan más posibilidades que la cárcel o el exterminio. Indios, gauchos y estancieros criollos tienen, al fin de cuentas, idéntico y fatal destino.

Primeros enfrentamientos
En un principio, los enfrentamientos fueron el resultado de la lógica y comprensible actitud de los “dueños de la tierra” ante quienes violaban sus derechos de posesión y atentaban contra sus modos de vida, costumbres y tradiciones.

Según algunos historiadores, esta confrontación comenzó en diciembre de 1493, con la destrucción del “Fuerte Natividad, sigue con 1516, cuando en las costas del río Uruguay, los guaraníes dan muerte a JUAN DÍAZ DE SOLÍS (febrero de 1516) y continúa con el ataque y asesinato de los integrantes de la expedición de SEBASTIÁN GABOTO cuando éste exploraba el río Paraná (marzo de 1528);

En noviembre de 1529, los indios “timbúes” destruyen el Fuerte Sancti Spiritus, en represalia por las crueldades a las que los someten los españoles.

En 1531, el navegante portugués PEDRO LÓPEZ DE SOUZA, mientras explora el río Uruguay, es hostigado por los charrúas y obligado a retirarse.

El 15 de julio de 1536, un grupo de 400 españoles es exterminado por los “querandíes” en la acción de “Luján” y el 21 de diciembre del mismo año, Buenos Aires es incendiada y sus pobladores obligados a abandonarla, por los mismos indígenas; el 21 de diciembre de 1536, debido al mal trato que sufrían por parte de los españoles, los querandíes atacaron y destruyeron la primera ciudad de Buenos Aires que fundara PEDRO DE MENDOZA;

En 1553, PEDRO DE VALDIVIA es muerto por los “mapuches” en Neuquén. En 1581, JUAN DE GARAY incursiona 70 leguas al sur después de refundar Buenos Aires y llega a los territorios donde hoy se encuentra la ciudad de Mar del Plata y es permanentemente hostilizado por los “querandíes” (pampas), con quienes libra varios enfrentamientos.

En 1583 el sargento mayor JUAN RUÍZ DE OCAÑA, perteneciente a la expedición de GARAY se bate con el cacique guaraní TELEMONIÁN CONDIÉ, que se resiste a la presencia de los españoles “en su tierra” y marchando hacia Santa Fe, el mismo GARAY es lanceado y muerto durante un entrevero con los indígenas del lugar (ver “Resistencia aborigen ante el avance de los conquistadores españoles” en Crónicas).

Pero después, a partir del principio del siglo XVIII, un nuevo motivo de discordia se sumó al rechazo que enfrentaba a estos dos “mundos”: los siete caballos y las cinco yeguas que quedaron vivos luego de que DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA ordenara el despoblamiento de Buenos Aires, se dispersaron y ya en libertad, con buenos pastos y sin predadores a la vista, se multiplicaron enormemente y no solo los caballos se habían reproducido prodigiosamente.

Inmensas manadas de ganado vacuno poblaban ya nuestras praderas que los españoles cazaban realizando lo que llamaban “las vaquerías”.

Esa gran riqueza atrajo la codicia de los habitantes originarios y hasta de los araucanos y mapuches del otro lado de la Cordillera, que se decidieron a atravesarla y comenzaron a enfrentarse con los españoles y entre sí, por la posesión de ese ganado dando comienzo a las primeras correrías que se registran en nuestra historia, contra personas y bienes instalados en las fronteras con el indio.

Porque por resultarle más fácil y seguro quitárselo a los blancos que cazarlos, los aborígenes comenzaron a atacar las posiciones españolas mediante un sistema de ataques en masa, denominados malones o malocas, utilizando con gran habilidad los caballos y sus largas lanzas y boleadoras, iniciando así se inició una confrontación que destruyó a los pueblos originarios y no honra a sus vencedores.

Un proyecto que no prosperó.
El problema de los indios y de su penetración violenta en los territorios colonizados por los españoles, había preocupado seriamente a las autoridades, durante toda  la época colonial. El clamor de los hacendados había sido escuchado por los virreyes, quienes dictaron medidas para garantizar sus bienes.

El virrey Melo de Portugal comisionó a Félix de Azara para que efectuara un estudio sobre las fronteras, a objeto de contener las repetidas hostilidades de los indios bárbaros. Consideraba Azara que no era necesario aumentar el número de fuertes y fortines de la frontera y estimaba que el único medio eficaz para asegurar la tranquilidad de las poblaciones era el de “repartir las propiedades”. Para completar esta información recordaremos que el censo de 1778 arrojaba una población rural de 12.925 habitantes.

La situación en las fronteras con el indio antes de la Revolución de Mayo
En la Frontera Sur. Los “pampas” fueron los primeros habitantes de la región que se conoce como “la Pampa” o “Patagonia”, esa extensa región llamada la “Frontera indígena Sur” ya desde antes de establecerse en virreinato del Rió de la Plata. Hacia el siglo XVII arribaron a la llanura pampeana los “tehuelches septentrionales”, primeros en ser llamados “pampas”.

La «frontera indígena sur del Virreinato del Río de la Plata» era el límite austral hasta donde el Virreinato del Río de la Plata lograba ejercer su dominio real y efectivo, pues más allá del mismo, estaban los territorios que en los hechos,  eran controlados por los distintos pueblos aborígenes que habitaban la región, por lo que a las autoridades españoles se les hizo necesario realizar diversas campañas militares y acuerdos de paz con los indígenas con el objeto de contener sus ataques o de avanzar sobre estas tierras, para incorporarlas a la corona española.

Hacia principios del siglo XVII, los “pampas” y los “serranos” comenzaron a comercializar  vacas y caballos salvajes con los mapuches de Chile (ver El camino de los chilenos), lo que estimuló la codicia de éstos y los impulsó a trasladarse hacia el actual territorio argentino,  para explotar ellos mismos el ganado. Desde ese momento comenzó el proceso de “araucanización” de la pampa, cuyos primitivos pobladores fueron quedando bajo el dominio y la cultura mapuche.

Este proceso,, cuyos orígenes se remontan a los fines del siglo XVII, para concluir a principios del siglo XX, tuvo dos tiempos y fue durante el siglo XVIII, cuando se produjeron los hechos más violentos como producto de esta migración.

La expansión araucana en la pampa argentinas comenzó con la migración de importantes contingentes de araucanos desde Chile: una migración lenta y pacífica de las tribus nativas de la Araucanía histórica hacia los territorios de tras la Cordillera  (Limay, Neuquén y Río Negro), cuyo objetivo era instalarse en tierras nuevas, que garantizaran mejores pastos para su ganado y mejores condiciones de vida para su gente, bienes que no podían encontrar en la tierra de sus ancestros, inhóspita y pobre  de recursos.

La llegada de los aucas chilenos
Otra etapa de esta migración, tuvo su comienzo con la llegada de los “aucas” chilenos. Este autodenominado “pueblo libre” de guerreros,  más violentos que sus hermanos, protagonizó, más que una migración,  un expansionismo violento e irregular, que cruzó la cordillera  y bajo el mando de sus  “lonkos” o jefes, realizaban grandes batidas para hacerse del ganado cimarrón y cuando éste comenzó a escasear, protagonizaron feroces ataques contra los establecimientos instalados en la Pampa argentina, buscando un rápido botín y la riqueza fácil que podían obtener en sus ataques contra las localidades fronterizas de los hispano-criollos.

Simultáneamente con estos hechos, en  la Capitanía General de Chile, en 1769  se libraba una guerra sistemática entre los españoles y los mapuches o araucanos y los pehuenches, pinchúes, huilliches y puelches, que fue llamada “la guerra de Arauco”, durante la que, al mismo tiempo que los diversos pueblos indios guerreaban contra los españoles, también lo hacían entre ellos.

Triunfantes en esas confrontaciones, los mapuches extendieron su dominio  y pasando la Cordillera de los Andes, impusieron su cultura a la mayor parte de los pueblos indígenas que habitaban la Pampa y el norte de la Patagonia oriental.

La época de los grandes malones se inició hacia principios del siglo XVIII como resultado de la competencia cada vez más agresiva por el control de la tierra y el ganado.

Debemos aceptar también, que estos asaltos y depredaciones fueron instigados, no siempre, pero si a menudo, por  insidias, ambiciones  y venganzas de hombres blancos que vivían y compartían el odio a su raza y sed de riquezas con caciques maloqueros.

Son estos hombres prófugos de la justicia, ladrones, aventureros, los que, buscando su propio beneficio, incitaban a los indígenas para invadir campos y poblaciones del “huinca”. No olvidemos que también existieron caciques araucanos que promovidos por comerciantes chilenos, invadieron la Patagonia para llevar en sus malones miles de vacas, caballos, ovejas y pertenencias, que luego se vendían en Chile con muy buenas ganancias.

Ésta era la política de los toldos sobre los cristianos y de éstos que devolvían cada malón con una violenta réplica, para quitarles a los indios, en lo posible, lo que se habían llevado. Pero tengamos presente que muchas parcialidades aborígenes, no deseaban el malón ni la guerra, sino trabajar en paz, criar vacas y caballos e incluso sembrar primitivamente alguna sementera de maíz, zapallo y avena.

Pero la disminución del ganado cimarrón, la creciente demanda del mismo desde el mercado chileno y el avance de la línea de fronteras que iba privando a los indígenas de ricos campos de pastoreo, empujándolos a conseguir el ganado a través del robo en las estancias de los cristianos, fueron realmente las que provocaron esta creciente tensión en la frontera.

Debemos destacar sin embargo, que muchas de esas tribus fueron obligadas a sostener esa guerra, sin que por ello, dejaran de buscar la posibilidad de convivir con el blanco, mediante múltiples tratados de paz (en 1717, con los caciques  serranos MAYUPILQUIYA y YAHATTI, en 1732, con los “minoanes” de la Banda Oriental; en 1741, con CANGAPOL, el cacique serrano de los territorios de Neuquén: en 1770, con el cacique “pampa” LINCÓN de la provincia de Buenos Aires y en 1790, con el cacique CALPISQUI de la zona de las sierras de la provincia de Buenos Aires).

Muchas veces los pampas e incluso los ranqueles, eran obligados a invadir, por razones de solidaridad étnica, cooperación o simplemente por miedo de recibir el castigo de los invasores, sobre sus bienes y familias, si se negaran a participar en el asalto y el pillaje.

Cuando el español sale a reprimir o castigar los malones, suelen pagar las consecuencias las tribus más cercanas y pacíficas, al confundirlas con los invasores. Eso sucede muchas veces y ya después de la Revolución de Mayo, los criollos argentinos castigan a pacíficos pampas y boroganos, creyéndolos comprometidos en robos o asesinatos y esta situación de injusticia y errores muy justificables, sucederán siempre a lo largo de la lucha contra el indio.

En la Frontera Norte. La entrada de las columnas expedicionarias al Chaco Austral se demoraron varios años; primero por los acontecimientos políticos que se desarrollaron en la nueva República del Plata, luego por la desdichada guerra con el Paraguay y más tarde,  por las Campañas que se desarrollaron en los desiertos del sur.

Sin embargo, en medio de grandes vicisitudes, la integración del Chaco Austral comenzó a realizarse de manera activa a partir de 1870 con sucesivas expediciones que hicieron inoperante la antigua línea de fortines de Santa Fe hasta las cercanías de Orán en Salta, pues la constante movilidad de las fuerzas nacionales la tornó estratégicamente innecesaria.

Desde 1731 en la localidad de “El Tío” (al norte de la provincia de Córdoba), se levantaba un pequeño Fortín al que le llamaban de “Nuestra Señora del Rosario”.

En las orillas de Río Segundo, cerca de la actual localidad de  Mar Chiquita, existió en 1753 otro Fortín que se llamaba “Fuerte del Rey” y que en el año 1785 pasó a llamarse “Fuerte o Presidio de El Tío”. También por esa época y bastante cerca del “Fuerte del Rey”, existió otro destacamento de vigilancia y protección, llamado “Fuerte de San Francisco” que al realizarse las operaciones de conquista del Chaco Austral, fueron abandonados, por tratarse de una vieja línea de defensa interior, ya superada por los acontecimientos que allí se vivieron..

En el nordeste del territorio de Córdoba, existieron también varios fortines para contener, dentro de esa provincia, los malones de tobas, abipones y mocobíes, que causaban serios estragos en los pueblos y estancias de esa dilatada región cordobesa, comprendida desde la actual ciudad de San Francisco y la Villa de la Concepción, hasta el sur de Santiago del Estero.

La línea de Fortines instalados a lo largo de la Frontera Norte en el Chaco Austral, que vigilaban y preservaban entre los años 1810 y 1820, todo el norte argentino, de las incursiones de los aborígenes del Chaco Austral, comenzaba en las cercanías de la actual ciudad d Santa Fe, en la margen norte del Río Salado y de allí seguía con pequeños destacamentos, ubicados en la banda sur de dicho río, hasta las proximidades de la ciudad de Santiago del Estero.

Luego remontaba casi en línea recta, por el Río Salado, hasta unos 200 kilómetros antes de la población salteña de Orán. Esta larga frontera estaba protegida  e integrada por sólo 15 fortines, que unían prácticamente las poblaciones de Santa Fe y Orán, manteniéndose con muy ligeras modificaciones, hasta las últimas décadas del siglo XIX.

Los nuevos destacamentos se distribuyeron de acuerdo con el avance de las columnas expedicionarias y con la incorporación de vastas regiones a la civilización del hombre blanco; con sus caminos, telégrafos, nuevos pueblos, vías ferroviarias y el incremento de las actividades agropecuarias y fabriles que decretaron el fin milenario de los valientes hijos de esas tierras.

En las primeras décadas de nuestro siglo, la Nación Argentina ubicó sus fuerzas en las zonas limítrofes a Paraguay, desmantelando definitivamente los viejos fortines en toda el área del Chaco Austral  (“Caciques y Capitanejos en la Historia Argentina”, Guillermo Alfredo Terrera, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1986).

Actitud de los primeros gobiernos patrios.
Producidos los movimientos emancipadores, las naciones americanas —acordes con el progreso de la civilización— no tardaron en dictar leyes justicieras con respecto al indio y al negro. En nuestro país, triunfante el movimiento de mayo de 1810, el primer gobierno patrio, no obstante las numerosas y urgentes cuestiones que debía resolver, planteó con toda inteligencia este arduo problema.

Desde la Primera Junta hasta el Directorio, se dictaron resoluciones que trataban de encausar la problemática aborigen, mejorar sus condiciones de vida y tratar de establecer un equilibrio justo entre quienes defendían lo que había sido hasta ese momento sus tierras y la necesidad de integrar a la nueva nación, todos los territorios que las comprendían.

En el Archivo General de la Nación existe un Decreto, firmado de puño y letra por MARIANO MORENO en 1811, encargando al coronel Pedro Andrés García, se pusiera al frente de una expedición con destino a la frontera sur.

Se consigna en el documento que el objeto de esta comisión no era puramente militar, sino también económico y político, debiéndose proponer los medios conducentes a una justa distribución de las tierras y a la realización de un colonización en paz.

Luego fue la Junta Grande, el primer gobierno oficialmente que dio a conocer disposiciones humanitarias, al declarar extinguida toda forma de servicio personal de los indios, en setiembre de 1811.

Luego, la Asamblea de 1813 ratificó esta última disposición y desde ese momento los naturales debían ser considerados «hombres perfectamente libres y en igualdad de derechos a todos los demás ciudadanos» y la Constitución de 1853 (Art. 67, inc. 15) dispone «promover la conversión de los indios al catolicismo».

Pero si bien las nuevas legislaciones liberaron al indígena del estado de esclavitud en que se hallaba, la dualidad de “intereses”, que enfrentaba al aborigen con el progreso, nunca pudo lograr un equilibrio que satisfaciera a ambas partes. Por un lado, los blancos, que amparados en su derecho a ejercer la soberanía nacional en “todo” el territorio de la República, iban avanzando en el desierto e instalándose en más y más poblados  y por el otro, sus primitivos habitantes, que amparados en su derecho a defender los lugares que habían sido suyos desde siempre, se resistían a ello y sometían a un permanente y devastador hostigamiento a las poblaciones que se iban instalando.

Pero como siempre ha sucedido, de nada valieron las experiencias ajenas para solucionar los problemas que se le presentan al hombre (y a los gobiernos). Recordemos a este especto que este problema de los indios y de su penetración violenta en los territorios colonizados por los españoles, ya había sido una seria preocupación de las autoridades, durante toda  la época colonial.

El clamor de los hacendados había sido escuchado por los virreyes, quienes dictaron diversas medidas para garantizar sus bienes y fue el virrey PEDRO JOSÉ ANTONIO MELO DE PORTUGAL quien en 1797 comisionó a Félix de Azara para que efectuara un estudio sobre las fronteras, a objeto de contener las repetidas hostilidades de los “indios bárbaros”.

En el informe que luego presentó AZARA, expresó que consideraba innecesario aumentar el número de fuertes y fortines de la frontera o incrementar las fuerzas de represión y que estimaba que el único medio eficaz para asegurar la tranquilidad de las poblaciones era el de “repartir las propiedades” entre sus pobladores nativos. Recordemos que el censo de 1778 determinó que en los territorios rurales, hoy ocupados por la provincia de Buenos Aires, había 12.925 habitantes.

Inseguridad en las fronteras con el indio.
El indio no encontraba en la pérdida de sus agrestes soledades ninguna utilidad, permanecía en la misma condición, y se le forzaba a emigrar, empujándolo siempre y empujándole violentamente fuera de los sitios en los cuales había nacido, vivido y gozado de la libertad salvaje de la vida vagabunda y ociosa. El instinto le aconsejaba hostilizar a los cristianos que iban avanzando, poblando y apropiándose de aquellas tierras incultas y feraces.

La hostilidad inicial, pronto se transformó en una despiadada guerra. Y el indio, aprovechándose de la anarquía que dominaba al país en esa época y de que el gobierno no podía volcar en la frontera todos sus recursos, apremiado por otras necesidades, impunemente repitió sus depredaciones.

Organizados en “malones”, amparados en su “derecho a defender su tierra, muchas veces instigados o acompañados por ajenos o delincuentes blancos, asaltaban los poblados, incendiaban las viviendas, mataban a los hombres, llevaban cautivos a las mujeres y a los niños y robaban el ganado, sembrando así el terror y la desesperanza entre los colonos que se atrevían a “hacer patria”, poblando esas regiones.

Esta situación se presentó tanto en la llamada “Frontera Sur” que abarcaba un vasto territorio que se extendía desde la Cordillera de los Andes hasta el Atlántico, desde el sur de la provincia de Buenos, como en la llamada “Frontera del Chaco”, que abarcaba el territorio comprendido por las hoy provincias de Córdoba, Chaco y Formosa.

Pero fue en la Frontera Sur”, donde el problema se hizo muy grave, cuando los “araucanos”, nativos de allende la Cordillera de los Andes, originarios de Chile, muy belicoso y dados a “guerrear”, en busca de los mejores pastos que crecían en nuestras llanura y del caballo que en grandes manadas las poblaban, cruzaron las montañas,  se adueñaron  de estos territorios, sojuzgando a los pampas e incorporándolos a sus correrías, haciendo así  que fuera muy difícil, sangrienta y larga la conquista y pacificación de estos territorios.

En 1811, a su regreso a Buenos Aires, después de realizar la expedición a Salinas Grandes que en junio del año anterior, le fuera encomendada por la Primera Junta, el coronel PEDRO ANDRÉS GARCÍA, produjo un informe, manifestando que los fuertes no desempeñaban función alguna,  puesto que las poblaciones se habían extendido ya desde veinte y hasta sesenta leguas más al sud.

Y tras de señalar los problemas y dificultades que afectaban a la población de la campaña, para evitar la situación indefensa en que se encontraban tantos pobladores, propone llevar a cabo el trazado de una nueva línea de frontera, trasladando la frontera sur hasta la línea del río Negro, mediante una serie de operaciones ofensivas contra las tribus indígenas.

En ese mismo año numerosos caciques habían sido recibidos en Buenos Aires por el Triunvirato, como demostración de que el nuevo gobierno, se disponía a mantener relaciones pacíficas con los indios.

El  plan del coronel GARCÍA, analizado en profundidad, recién en marzo de 1811, no fue, empero, llevado a la práctica. En esos momentos, las autoridades patriotas se encontraban totalmente empeñadas en la guerra contra los realistas y no podían distraer fuerzas para atender el problema de la lucha contra el indio.

La línea de fronteras permaneció así, estacionaria sobre las márgenes del río Salado, con la localidad de Chascomús como punto más avanzado hacia el sur. Los otros puestos de vanguardia de la frontera bonaerense eran, de este a oeste, las localidades de Ranchos, Guardia del Monte, Lobos, Carmen de Areco y Rojas.

La custodia de esa línea estaba a cargo del regimiento de milicias denominado “Voluntarios de Caballería”, pero por sus escasos efectivos y armamento deficiente, no se encontraba en condiciones de cumplir adecuadamente con su misión. Los indios, por lo tanto, prosiguieron desarrollando sin tregua sus incursiones.

En 1813, el coronel GARCÍA presentó al Director GERVASIO ANTONIO POSADAS un nuevo memorial, donde aconsejaba realizar un avance general de la frontera hasta la línea del río Colorado o Negro. Esa operación se concretaría mediante el establecimiento de cuatro fuertes en las Sierras del Volcán, Tandil, Arroyo del Sauce y el mismo río Colorado.

Posadas dio su aprobación al proyecto, pero, nuevamente, las exigencias de la guerra contra los españoles, impidieron poner en marcha la empresa. En 1814 arreciaron los ataques de los indios, y la campaña sufrió las depredaciones del malón, con su secuela de destrucción de estancias, asesinatos, robos de hacienda y raptos de mujeres y niños.

Ante esta situación, el general Alvear –que ocupaba en ese momento el cargo de jefe de la guarnición de Buenos Aires– propuso al gobierno la reorganización completa del regimiento de “Voluntarios de Caballería”.

Para lograr ese cometido debía ser designado un nuevo jefe que, además de probadas aptitudes militares, tuviese un conocimiento adecuado de la campaña y sus habitantes. El nombramiento recayó en el coronel JUAN RAMÓN BALCARCE, quien trabajó activamente para mejorar la eficacia combativa de las tropas de la frontera, cuyos efectivos sólo ascendían a un total de 1.287 hombres.

En 1815, al asumir Alvear como nuevo Director Supremo, se reanudaron las tareas de organización de la expedición propuesta por GARCÍA, comenzándose con el transporte de los materiales destinados a construir el primer fuerte que permitiría trasladar la línea de fronteras hasta el río Colorado.

Sin embargo, tampoco esta vez se pudo concretar la empresa. Alvear fue derrocado en abril de 1815 y las nuevas autoridades arrestaron al coronel, quien permaneció recluido en prisión hasta marzo de 1816, quedando así postergado nuevamente, el proyecto del coronel García.

Un nuevos esfuerzo de las provincias amenazadas por los malones, se desvanece en diciembre de 1817.
Los gobiernos de las provincias de Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero, contando con el apoyo del Director Supremo PUEYRREDÓN, planearon realizar una expedición conjunta contra los belicosos aborígenes del Chaco y a tal efecto acordaron reunirse en un punto de la frontera norte, pero poco antes de llegar a destino, los milicianos se dispersaron y los pocos que arribaron carecían de armas y de caballada.

Esta nueva frustración hizo que la situación de las poblaciones  fronterizas resultase desesperante. “Víctima de reiterados malones, la provincia de Santa Fe se ha quedado sin ganados y en la propia capital los abastecedores de leña no se animan a ir más allá de los montes vecinos, tan grande es el temor a los indios alzados.

En Córdoba tampoco hay tranquilidad; las autoridades han reconocido que carecen de fondos para rescatar a los numerosos cautivos cristianos y han encargado esa caritativa tarea a los padres mercedarios que recaban limosna a ese efecto.

Pero los rescates constituyen  un arma de doble filo: cuanto más importantes son, más despiertan la codicia de los caciques. Por su parte los correntinos deben rechazar como pueden las audaces excursiones de los guaycurúes y defenderse lo mismo que los demás pueblos, de los vagos, asesinos y desertores que pululan en las campañas.

“En Santa Fe, no queda ni uno de los indios que habían sido reducidos. Tan lamentable hecho es consecuencia de la mala práctica de dar participación a los aborígenes en las guerras intestinas. La mayoría de los partidos han incurrido en ese error, pero el  principal responsable de dar alas a los salvajes,  es Artigas que tiene entre sus auxiliares a varias tribus autóctonas”.

”El acrecentamiento de la población y la necesidad de brindar protección a quienes se adentraban en lejanos y peligrosos territorios de la patria para vivir y progresar, hizo indispensable la adopción de medios de defensa adecuados.

En 1822 el doctor López calculaba en 74.000 almas las que habían tomado ese camino y mientras los cristianos mostraban un creciente desarrollo, en sentido contrario se encontraban las tribus errantes y belicosas que no estaban dispuestas a ceder esas tierras que les garantizaban una existencia con abundancia de pastos y alimentos, vivida a su libre albedrío.

Así nació el proyecto que afianzaría la presencia soberana de las autoridades constituídas en esos territorios, dominados por la barbarie”. Finalmente, las acciones que se realizaron para recuperar esas tierras ocupadas por los aborígenes, que no aceptaban la presencia del blanco ni su “modus vivendi”, se concretaron a partir de 1823, mediante la “Campaña al Desierto” en la frontera Sur y la “Campaña al Gran Chaco”, en la frontera Norte (ver “Campaña al Desierto” y “Campaña al Gran Chaco” en Crónicas).

Principales tribus de aborígenes involucradas en la lucha por la posesión de sus tierras
En la frontera Sur: los Pampas, los Boroganos (o boroanos), los Huilliches, los Mapuches, los Pehuenches, los Puelches, los Picunches, los Puelches, los Ranqueles y los Tehuelches.
En la frontera Norte (Campaña al Gran Chaco): Los Abipones, los Mocovíes, los Matacos, los Sanavirones y  los Tobas

Principales acciones desarrolladas en el marco de la lucha contra los aborígenes por la posesión de esas tierras (hasta 1810)
En 1606 los siete caballos y las cinco yeguas que quedaron vivos luego de que DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA ordenara el despoblamiento de Buenos Aires, se dispersaron.

Y ya en libertad, con buenos pastos y sin predadores a la vista, se multiplicaron enormemente y esas grandes manadas, atrajeron la codicia de los habitantes originarios y hasta de los araucanos y mapuches, que se decidieron a atravesar la cordillera, donde además de caballos, tenían a la mano, fabulosas praderas e ingentes manadas de vacunos cimarrones, dando comienzo a las primeras correrías que se registran al sur de Cuyo

En 1609 comienza la caza salvaje del ganado cimarrón y en busca de ellos, los indios “pampa” saquean la zona sur de la provincia de Córdoba, hasta que son echados por una partida al mando del teniente LUIS DEL PESO

En 1627, como represalia  por los malones que efectuaban los “pehuenches” al sur de Chile, el capitán español JUAN FERNÁNDEZ los batió al norte del río Neuquén.

En 1649, el capitán español LUIS PONCE DE LEÓN bate a una partida de aborígenes belicosos en cercanías del lago Huechulafquen y cuando el jesuita español DIEGO ROSALES, rescatando al cacique vencido, junto con 40 de sus hombres que habían quedado cautivos de ROSALES, los lleva devuelta a su toldería, es obligado a retirarse en medio de la hostilidad de toda la tribu.

En 1657 el corregidor de Cuyo, maestre de campo MELCHOR DE CARVAJAL Y SARAVIA rechaza un ataque de los pehuenches  y los persigue luego hasta el río Atuel.

En 1659. Puelches y pehuenches, pertenecientes a la tribu del cacique TANAQUEUPÚ, de reconocida crueldad, asuelan la región sur de las provincias de Córdoba y San Luis y unidos luego con los “boroganos”, venidos desde Chile, incursionan por los llanos de la provincia de Buenos Aires. En 1664, los “puelches”, aliados con los “araucanos”  llevan un gran ataque  que llega hasta las inmediaciones de donde hoy está la provincia de Mendoza

En 1666. GASPAR DE VILLARROEL  regidor de la provincia de Valdivia (Chile), cruza la cordillera y sale en persecución de indios que cometían desmanes al sur de Neuquén.

En 1672 comienzan los malones de indios en el sur bonaerense : los “pampas”  atacan establecimientos ganaderos cercanos al arroyo de Tandil  y la sierra de Volcán.

En 1700 los padres jesuitas VAN DER MEEN, JUAN JOSÉ GUGLIELMI y FRANCISCO ELGUEA son muertos por los aborígenes mientras éstos predicaban en los faldeos de la cordillera neuquina.

En 1704, durante el gobierno del corregidor PABLO GIRALDEZ DE ROCAMORA, los “pehuenches”, del centrosur de Chile, someten a los pacíficos huarpes”, cruzan la cordillera y se unen a las tribus de esa etnia que habitaban en Mendoza. En 1713, los «pehuenches» incendian San Luis.

En 1735 aparecen los primeros “malones” en lo que era el “centro” de la Provincia del Río de la Plata, realizando atrevidas “entradas” en diversos poblados y estancias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.

El 5 de enero de 1735, los indígenas invadieron el valle de Salta, incendiaron los precarios asentamientos de los españoles y cometiendo toda clase de atrocidades, se llevaron numerosas “cautivas”, alimentos y armas.

En agosto de 1737 los “pampas”, ya araucanizados,  atacaron a las poblaciones de la zona del Salado y Arrecifes y robaron gran cantidad de animales. El Gobernador SALCEDO envió una expedición “punitiva” que habiendo encontrado un poblado indígena, mató a su cacique “TOLMICHIYÁ” y a todos los hombres de su toldería.

En represalia, el cacique “CACAPOL” con unos 2.000 indígenas entró al territorio que hoy ocupa “Magdalena”, arrasando con todo lo que encontraba, llegando hasta unas seis leguas de Buenos Aires. Simultáneamente, su hijo “CANGAPOL”, con 4.000 indígenas destruyó todo lo que encontró en la zona de Luján, arreó el ganado, mató a los hombres y se llevó cautivas a todas las mujeres.

En 1740, los “malones” devastan Fontezuelas, Luján y Matanza, llegando hasta siete leguas de Buenos Aires y el pago de Magdalena sufre un feroz ataque que causa más de 100 muertos entre sus pobladores, muchos cautivos y grandes daños materiales.

En 1741, el Gobernador del Tucumán JUAN DE SANTISO Y MOSCOSO acuerda la paz con el cacique “BRAVO”, líder de los “pampas”, quien se compromete a detener las incursiones de los “aucas”.

En 1742, las matanzas llevadas a cabo en 1740 por los indígenas en Luján, San Antonio de Areco y Magdalena, deciden al gobernador de Buenos Aires, ORTÍZ DE ROZAS a buscar un acuerdo con las tribus hostiles, para que cesen en sus ataques, garantizándoles que no serán hostilizados y que se les atenderá en sus necesidades de alimento, pero fracasa en la intentona.

En 1743, JUAN ALONSO ESPINOSA de los MONTEROS, es nombrado Gobernador del Tucumán (1743-1749) por FERNANDO VI. Durante su gobierno, en 1747, se produjo una gran invasión de indígenas “abipones” a quienes detuvo luego de una extenuante campaña. También en Salta y Jujuy debió luchar contra los “tobas” y “mocovíes” que lanzaban contínuos “malones” contra los poblados.

En 1744, El  Gobernador de Buenos Aires, DOMINGO ORTIZ DE ROZAS derrotó a los indígenas que atacaban las poblaciones de la frontera con Luján. Toma numerosos prisioneros y los envía a trabajar en las obras de Montevideo. En 1745, el Gobierno de Buenos Aires dispone la instalación de fortines para defender sus fronteras, pero el plan fracasa debido a las numerosas deserciones que se producen por la hostilidad de los aborígenes y por la precariedad de medios de subsistencia para sus guarniciones.

En 1747, JUAN ALONSO ESPINOSA de los MONTEROS, Gobernador del Tucumán, dispone una importante operación ofensiva para detener una gran invasión de indígenas “abipones” que comandados por el caudillo BENAVÍDEZ”, habían invadido la Provincia, asolando las campañas de Santiago del Estero y Córdoba y asaltando las tropas de carretas que viajaban entre Buenos

El 29 de enero de 1750, luego de una serie de combates en que fueron vencidos por las tropas santafecinas, al mando del Teniente de Gobernador de Santa Fe, FRANCISCO ANTONIO DE VERA Y MUJICA y del sargento mayor JUAN ESTEBAN FRUTOS, las últimas tribus “charrúas” que quedaban en el territorio de Entre Ríos, se rindieron a discreción a los españoles, poniéndose así fin a una de las luchas más encarnizadas que hayan sostenido los santafecinos contra los antiguos pobladores de estas tierras, entre los cuales se destacaron por su ferocidad y pujanza los célebres e indómitos “charrúas”.

El 8 de mayo de 1751, un malón asalta, incendia y saquea el pueblo de Pergamino. En 1752, las constantes luchas contra los indígenas en las que se empeñaba el Gobernador del Tucumán, JUAN VICTORINO MARTÍNEZ DE TINEO, causaron la sublevación de las milicias de Catamarca y La Rioja. Los hombres reclutados y ya listos para marchar hacia la frontera de Santiago del Estero con el Chaco, se amotinaron y se dispersaron por toda la Provincia, acompañados por los campesinos en protesta contra el arbitrario servicio militar que los españoles les imponían.

A causa de esto, MARTÍNEZ DE TINEO renunció. En 1773, comienza a vislumbrarse la poca efectividad de la presencia de los Fortines instalados en 1752 en “Zanjón”, “Luján” y “Salto” y dos “baqueanos”, llamados  EGUÍA y RUÍZ aconsejan trasladarlos a sitios estratégicos más avanzados. Comienza así entonces a estudiarse la posibilidad de realizar una vasta campaña contra lo indígenas y un plan de expansión colonizadora.

El 30 de julio de 1774, el  Gobernador del Tucumán, JERÓNIMO MATORRAS, se reúne con los caciques de las tribus “mocobíes” y “tobas” que actuaban bajo el comando en jefe del famoso cacique LACHIQUIRÍN (también llamado PAIKÍN) y el 30 de julio de 1774 firmaron una paz y sometimiento al Rey de España. Poco después el cacique PAIKÍN fue muerto por su rival, el cacique BENAVIDES que desde 1747 asolaba la zona de campañas de Córdoba y que luego de matar a su rival, incrementó sus correrías, ignorando la paz que había firmado Paikín.

Se sabe que esta expedición habría encontrado tres leguas más adelante de Caugayé unos torreones y murallas, vestigios ruinosos de un antiguo pueblo de cristianos fundado por ANGELO PAREDO, en 1670.

En abril de 1778, son descartados por impracticables los ambiciosos planes de expansión que se estaban estudiando desde el año anterior y es aceptada la propuesta de MANUEL DEL PINAZO, que sugiere avanzar las fronteras, después de haber efectuado un detenido reconocimiento de los territorios a ocupar.

En julio de 1778, aprobados los planes para terminar con la belicosidad de los indígenas y expandir la presencia colonizadora, el Maestre de Campo MANUEL DEL PINAZO, parte al frente de una imponente caravana de 580 carretas escoltadas por 400 soldados al mando del Capitán JUAN DE SARDÉNS, con la misión de explorar el territorio afectado por los malones y proponer las medidas a tomar.

En 1779, el Teniente Coronel FRANCISCO BETBEZÉ inspecciona las fronteras de Buenos Aires y en consonancia con sus informes, se instalan seis nuevos fuertes que se ponen a cargo de los “blandengues” y cinco fortines que serán guarnecidos con milicianos de cada lugar, que no tendrán sueldo, pero sí alimentos. Son ellos los fuertes de “Juan Bautista de Chascomús”, Nuestra Señora del Pilar de los Ranchos”, “San Miguel del Monte”, “San Antonio del Salto”, “Luján” y San Francisco de Rojas y los fortines “Los Lobos”, “Navarro”, “Claudio de Areco” (hoy Carmen de Areco), “Mercedes” y “Melincué”.

El 13 de diciembre de 1783, un malón asaltó la estancia “El Rincón de López”. En las llanuras desiertas del sur, sobre el río Salado. Los indígenas cometieron toda clase de atrocidades, cayendo inmolados el dueño de la misma, CLEMENTE LÓPEZ DE OSORNIO y su hijo mayor Andrés, de veintiséis años de edad. Clemente López de Osornio encarnó, en la segunda mitad del siglo XVIII, “el tipo rudo del estanciero militar que pasó su vida lidiando con el indígena para conquistar palmo a palmo la pampa y dominar a los salvajes infieles”.

Fue Sargento Mayor de milicias, caudillo de los paisanos y cabeza del gremio de hacendados, “de quienes tuvo durante muchos años la representación con el cargo de apoderado ante las autoridades del Virreinato”. Su famoso establecimiento “El Rincón” era el eje de la ganadería en el sur y el centro del abasto para la ciudad. Tan importante personaje y colonizador fue el abuelo materno de Juan Manuel de Rosas.

En 1785, con efectivos aportados por Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, se lanza una importante campaña contra los indígenas que llega hasta 240 leguas más allá de la frontera sur. En 1792, el comandante DOMINGO DE AMINGORENA llega hasta las 200 leguas al sur de Mendoza y logra batir a una poderosa fuerza de indígenas al mando del cacique NUYEGALEY.

TRANSCRIBIMOS A CONTINUACIÓN UN TEXTO QUE NOS FUERA ENVIADO CON PEDIDO DE PUBLICACIÓN. COMPARTIMOS TOTALMENTE SU CONTENIDO, PERO LUEGO DE ANALIZARLO Y MEDITAR PROFUNDAMENTE, TENIENDO A LA VISTA SUCESOS QUE CON LA PARTICIPACIÓN DEL HOMBRE, ESTUVIERAN INFLUENCIADOS POR APETENCIAS INNATAS DEL SER HUMANO (CIVILIZADO O SALVAJE), ME PREGUNTO: HABRÍA SIDO ESTO POSIBLE?.

Entre los años de 1800 a 1852 vivían en una extensa zona de Buenos Aires, comprendida desde Tandil, Azul, Tapalqué, Olavarría, Las Flores y otras áreas de la costa atlántica, hasta las márgenes del Río Salado, dos ó tres docenas de caciques indios con sus respectivas tribus que alcanzaban a sumar aproximadamente unas 6.000 almas. Estos indígenas convivían con los gauchos y los estancieros criollos sin causarles ningún tipo de problemas.

Trabajaban en las estancias o criaban hacienda en sus campos, dedicándose muchos de ellos a la fabricación de ponchos, matras (mantas), fajas, pellones, caronas, lazos y todo tipo de sogas que cambiaban por elementos que les eran necesarios. Todas estas tribus tenían permiso del gobierno y de los propios estancieros, para potrear y cazar en toda esa amplia zona y jamás hubo quejas ni enfrentamientos por ambos lados.

Ya años antes, los caciques pampas PASCUAL CUYUPULQUI y LORENZO CALPISQUI que vivían en las proximidades de Bahía Blanca, entraban a los campos de Chascomús, Ranchos, Guardia del Monte, Corrales del Vecino, Tuyú, Luján y Cañada de Morón, por detrás de la línea defensiva de fortines, a potrear y cazar sin producir ningún problema con los pobladores de esos pagos.

Muchos otros caciques pampas e incluso araucanos, convivían fraternalmente con los gauchos y los estancieros criollos en el sur y sudeste de la pampa húmeda, como CURUNAHUEL, CALFUGÁN, FRACAMÁN, SUÁN, HULETÍN, JUAN CATRIEL, JUSTO COLIQUEO, IGNACIO COLIQUEO, COLUMAGÚN y otros más que sería largo enumerar.

Del mismo modo, en otras regiones del país, sea en la Pampa central, el sur de Córdoba o el extremo sudoeste de Buenos Aires, vivían en paz y trabajo, grandes jefes indios como PANGHITRUZ-GUOR, más conocido con su nombre cristiano de MARIANO ROZAS o el recto y digno cacique CHUILALEO.

Si los indígenas hubieran sido educados en la paz y el respeto, enseñándoles a trabajar en diversas actividades, sin mezclarlos en las luchas políticas, sin engañarlos, explotarlos o despojarlos de sus tierras con el uso de la fuerza. Si hubieran estado desde el principio, incorporados a la vida nacional y asimilados totalmente a la gran estirpe criolla argentina, hubiera sido necesario eliminarlos de la faz de la tierra?..

Si entre los años 1800 y 1852, tantas tribus vivieron en paz, dentro de las propias tierras del cristiano, por qué no se aprovechó esa política inteligente dándoles instrucción, semillas, herramientas, buenos sementales, el aprendizaje de oficios, buen trato, atención sanitaria, sin necesidad de explotarlos, como fue la determinación de la ambición inhumana que se apoderó de muchos hombres públicos argentinos.

Para ROSAS, RAMOS MEJÍA y los cientos de estancieros criollos y de gauchos afincados en las tierras del sur, los hermanos indios no eran ningún problema, pues todos ellos vivían con la misma austeridad igualitaria y democrática de los caciques y capitanejos indígenas. La codicia y el dinero no significaban fines determinantes para sus vidas. La tierra sobraba y sus dueños reales o ilusorios no tenían depósitos en bancos extranjeros, ni divisas, ni hacían negociados.

La vieja sociedad criolla argentina era tan aborigen y popular como los mismos Príncipes del Desierto. Los viajeros, los naturalistas, los comerciantes, los políticos, conocían las llanuras del interior y la fama de esas ubérrimas pampas sin dueño y con millones de vacas, ovejas y caballos, sin marca ni señal. Esta riqueza conmueve al extranjero y a los hombres públicos que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, manejan el país. Desde ese momento la suerte de los indios, de los gauchos y de los viejos estancieros criollos está echada.

Todos ellos molestan; ya no puede existir una comunidad sin fines de explotación capitalista, porque una nueva clase social reclama para sí, no el dominio proindiviso de la tierra argentina, sino la parcelación de esos campos en grandes tajadas, para crear imperios agropecuarios que den prestigio, fortuna, viajes y poder. Indios, gauchos y estancieros criollos tienen los días contados y la sentencia de muerte decretada, desde las oscuras trastiendas de la ciudad portuaria.

“Todos son ladrones, asesinos, anarquistas, libertarios que no aceptan sumisión ni vasallaje y luchan atrás de caudillos analfabetos que desdeñan la civilización y el progreso. Vagos que no saben trabajar, atrasados que sólo matean a la sombra de las plantas y enlazan vacas ajenas para carnearlas”.

La sabandija criolla no puede tener cabida en esas tierras que le pertenecen y donde ha vivido en paz y fraternal comunidad humana. Sólo sirven para los cantones, la guerra, los fortines; para defender los campos y las vacas de estos nuevos ricos que se apropian de todo. No quedan más posibilidades que la cárcel o el exterminio. Indios, gauchos y estancieros criollos tienen, al fin de cuentas, idéntico y fatal destino”, era lo que se decía para aquietar las conciencias.

Fuentes. “Los Indios de Argentina”, Fernández Juan Marchena, España 1992; “Los indios en la Argentina (1536-1845)”. Bonifacio del Carril, Ed. EMECÉ, Buenos Aires, 1992; “Del paganismo a la santidad”. Juan Carlos Estenssoro Fuchs, Ed. Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2003; “De indio a campesino”. K. Spalding, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1974; “Estampas del pasado”. Busaniche J. L. Solar, Ed. Hachette, Buenos Aires, 1971; Historia Argentina”. Ediciones Océano, Barcelona, España, 1982; “Historia de la Argentina”, Víctor Barrionuevo Imposti, Cultural S.A., España, 2001, “Los chichas como mitimaes del Inca, Carlos Zanoli, 2003, “Caciques y capitanejos en la Historia Argentina”, Guillermo Alfredo Terrera, Buenos Aires, Revista Todo es Historia, Tomo 6, pág. 36, INDEC (Base de datos de pueblos indígenas u originarios, “Historia general y natural de las Indias, islas y tierra-firme del Mar Océano”, pág. 192, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, editado por la Real Academia de la Historia, “Problemas indígenas americanos”, pág. 48, de Enrique de Gandía. Ed. Emecé Editores, Buenos Aires, 1943; Revista Todo es Historia Nº261; “Los pueblos indígenas en América Latina, Ed. CEPAL, 2014; “Diccionario Histórico Argentino”. Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom. Emecé Editores, Brasil 1994; “La Historia en mis documentos”. Graciela Meroni, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1969; Historia Argentina”. José María Rosa, Editorial Oriente S.A., Buenos Aires, 1981; La raza pampeana y la raza guaraní. Los indios del Río de la Plata en el siglo XVI”. Samuel Quevedo Lafont, Ed. Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1900; “El mundo de los charrúas”. Daniel Vidart, Ediciones de la Banda oriental, Montevideo, 1996.

1 Comentario

  1. Cin

    Muy buena información me sirvió de mucho, Gracias!!!

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