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JUEGOS Y JUGUETES DE ANTES EN EL RIO DE LA PLATA
Eran muy pocos los juguetes que despuntando el siglo XIX llegaban a las manos de los niños de nuestro país y a falta de ellos, agudizaban el ingenio para fabricárselos o entretenerse en sus horas de ocio.
Aunque algunos había como el trompo, las bolitas, el balero, y los caballitos de madera, eran más los de fabricación casera o el resultado de la imaginación y el ingenio, los que se veían en Buenos Aires.
El visteo
Uno de los juegos preferidos por nuestros “gauchitos”. La llamada esgrima criolla, que derivaba en el clásico duelo a cuchillo del gaucho, implicaba una técnica que no era definida en una escuela formal, como en el caso de la esgrima europea, sino que respondía a un criterio instintivo, desarrollado con el juego del «visteo» y una rara habilidad para dirigir los lances, desviar los golpes contrarios con quites o sacando el cuerpo para evitar un corte o la herida mortal.
El visteo era un juego de niños que se practicaba, incluso, cuando se llegaba a la adultez. Era una preparación para la pelea con cuchillo, en la que se adquirían la velocidad de la vista y la habilidad para adivinar el destino del golpe contrario, y cómo evitarlo. Moviendo velozmente el cuerpo o efectuando un quite con rapidez.
Se practicaba con palitos, con vainas vacías o, simplemente, «a dedo tiznao», pasando el dedo por el fondo de una olla, con el objeto de «marcar» al contrario, preferiblemente en el rostro, como, cuando ya mayores, quizás lograrían hacer con un cuchillo “de verdad”, en caso necesario.
La mancha. Jugado preferentemente por las niñas, que trataban de tocar a una de ellas, que nominada como “mancha” intentaba por todos los medios, piruetas, escapes y corridas eludir a las que la perseguían para tocarla. No debemos olvidar, al recordar este juego, la alternativa que mediante un salvador “pido”, le permitía a “la mancha”, suspender la persecución por breves momentos para descansar.
La rayuela
Juego presuntivamente originado en Francia, donde era el entretenimiento preferido de los varones mayores, vino a estas tierras y fue el preferido por nuestras niñas.
Es quizás el único juego de aquellos tiempos que ha sobrevivido hasta nuestros días. En el suelo, se pintaba o se trazaban en la tierra, los límites de seis “campos” que debían ser sorteados, saltando en un solo pie, hasta llegar al “cielo”, último “campo” al que debía llegarse sin tocar el piso con las manos y sin apoyar los dos pies en ningún momento del recorrido, bajo pena de tener que volver a empezar desde el principio..
Las escondidas
Como su nombre lo indica, en este juego, un niño, al que le estaba prohibido mirar (o espiar) a sus compañeros, debía contar hasta diez, mientras sus compañeros buscaban esconderse en los lugares más inverosímiles, tratando de no ser hallados, por quien, terminado su conteo, saldrá a buscarlos.
Si alguno de los participantes era encontrado, se lo tocaba y ambos debían correr hasta un determinado lugar para confirmar el encuentro, si el que llegaba primero era el perseguidor o para destituírlo, si el que llegaba primero era el perseguido.
El salto a la soga
Un juego simple y barato que demandaba solamente la disponibilidad de una soga de unos dos metros de largo, con la que saltaban y hacían cabriolas, haciéndola girar por sobre sus cabezas. Un alternativa de este juego era jugarlo con la participación de tres niños. Dos de ellos, tomando cada uno una punta de la soga, la hacían girar sobre su eje, mientras el tercero, saltaba, tratando de hacer coincidir sus saltos, con el espacio que dejaba libre la soga en sus giros.
Los barriletes
Son así llamados los que en España se llaman “cometas” palabra de origen griego que significa “cabellera”, en referencia a las largas colas que arrastran los modelos clásicos.
También se los llama en otras partes del mundo: , papalote, kuatiaveve, piscucha, pandorga, cachirul, volantín, chichigua, culebrina, chiringa, cometa de viento, etc., etc., etc. . Se dice que cuando llegaron a estas tierras, debido a que tenían la forma de un “barrilito”, quizás algún un inmigrante ingenioso, no muy práctico con el idioma, los llamó “barrilete”, posible deformación de “barrilito
Originariamente se los fabricaba con papel de arroz y cañas de bambú y eran tan frágiles que muchos de ellos volaban una única vez, luego de haber trabajado durante meses para hacerlo.
En el Río de la Plata, se adoptaron los que tenían una simple estructura de forma plana triangular o romboidal y más tarde otras más complicadas como “la bomba”, “la estrella”, “el hexágono”, “el octógono”” y se hacían con “papel barrilete” de diversos colores, que se pegaba con engrudo (harina y agua) a una estructura hecha con finas y largas tiras sacadas de una caña seca y unidas con hilo, a la que se agregaba una larga cola hecha con tiras de trapos viejos.
En cuanto a los hilos con los que se los remonta, generalmente de algodón trenzado, pueden ser uno, cuando se trata de remontar un barrilete plano, para mantenerlo en un plácido vuelo, a entre 100 y 400 metros de altura, observando desde allí la mirada embelezada del niño que lo remontó. Los de dos, tres y cuatros hilos, son los llamados “barriletes acrobáticos”, con los que los expertos “barrileteros” pueden realizar maniobras que incluyen increíbles remontadas, caídas, giros y estacionamientos inmóviles (ver Los Barriletes).
El rango
Juego para niños varones. Uno de ellos comenzaba el juego poniéndose de espaldas al resto de los jugadores, en posición de semi agachado, tomándose las rodillas con las manos. Los jugadores tomaban carrera y apoyándose en el torso del que era “el rango”, lo pasaban por arriba.
Un metro después, se ponía en la misma posición de éste y a continuación, los otros jugadores realizaban su salto, esta vez, por sobre ambos “rangos” y así sucesivamente hasta que el último participante, debía sortear a la totalidad de sus compañeros. Eran voces corrientes en este juego “el rango y mida”, “la primera sin tocar” y otras que iban marcando los sucesivos saltos que se efectuaban.
Correr la rueda. Juego debido exclusivamente al ingenio y a la habilidad de nuestros niños, que con un simple alambre y un viejo aro de rueda de bicicleta, supieron hacerse un juego que hasta les permitía hacer un sano ejercicio y competir alegremente con sus compañeros.
El alambre era doblado en una de sus puntas para que formara un cuadrado abierto y en la otra un precario asidero o “mango”. El juego se iniciaba poniendo a rodar la rueda, a la que previamente se le había acomodado el cuadrado de una de sus puntas. La rueda comenzaba su desplazamiento y el niño, empuñando su alambre guía, corría detrás de ella, guiando con el alambre el recorrido de la rueda y así corrían carreras llanas o con obstáculos y paseaban por las calles de la ciudad mostrando su maestría para el manejo de la rueda.
Los caballitos de madera
Los había importados que traían la cabeza de un simpático caballito fabricado con madera y hasta con cartapesta (mezcla de pulpa de papeles mezclado con engrudo de agua y harina), hermosamente pintada y unida a un palo de aproximadamente un metro de largo.
El niño, montado a horcajadas del palo y tomando entre sus manos las riendas que partían desde la boca de “su caballito”, recorría raudo los amplios salones de su vivienda, sus patios y aún las calles de su barrio.
Eran estos “caballitos” muy lindos pero como resultaban ser muy caros para la mayoría de los habitantes, los niños aprendieron a hacerse su “caballito”, montando simplemente un palo de escoba al que se le había atado a modo de riendas y con él, disfrutaban tanto como con los otros.
La lotería
O “la lota” como la llamaban en algunas provincias). Hoy se llama “Bingo” y era el juego preferido por las familias, que se reunían en sus casas para jugarlo, mientras intercambiaban informaciones y “chismes” y se tomaban alguna “grapita” para entonarse y quizás, mientras escuchaban a “la nena” tocando “para elisa” en el piano..
La farolera
Otra forma de ronda infantil que llegó al virreinato, arrastrando una historia de varios siglos. Jugada por nuestros niños (especialmente niñas) en las calles, frente a sus casas o en las quintas que se levantaban más allá de la ciudad.
La payanca
Un juego sencillo y barato que hacía las delicias de los niños, que sentados en los «zaguanes» de las casas, trataban de hacer malabares con cinco carozos de durazno, ciruela o cualquier otra cosa que tuviera parecido con ellos. Cada jugador, por turno, tiraba sus carozos para que cayeran en el suelo en posición ventajosa para el siguiente lance.
Debía luego tomar uno de esos carozos y con la misma mano, debía ir tomando los cuatro carozos que estaban en el suelo, según un orden preestablecido (primero uno a uno, luego dos y dos, luego tres y uno y finalmente los cuatro) y tirándolos hacia arriba, debía tratar de que cayeran sobre el dorso de la misma mano. Ganaba el que completaba esa serie de lanzamientos, sin que se le cayera carozo alguno.
Las bochas
Este juego fue traído por los inmigrantes españoles. Se juega por parejas que por turno tratan de arrimar sus bochas (cuatro por cada pareja, lisas para una y rayadas para la otra) a un “bochín” que ha sido lanzado previamente a una distancia determinada, logrando en cada roda, tantos puntos como bochas de su equipo hayan quedado más cercanas al “bochín”.
El arroz con leche
Es una ronda infantil cuya práctica se remonta a los siglos XVI y XVII que fue furor entre las niñas de la Colonia, cuyos versos eran rematados con un volar de cabelleras y polleras en medio de risas: Arroz con leche, me quiero casar, Con una señorita que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar era cantado a coro, mientras remedaban con sus manitos la acción que describía la letra.
El billar
Precursor el moderno “pool”, se jugaba en la misma mesa con paño verde que éste, pero las bolas eran solamente tres: dos rojas y una blanca que debían jugarse para que las tres tocaran, utilizando diversas modalidades que definían cada variante: a tres bandas, carambola libre, al cuadro, etc.
El trompo
Se llamaba sí a un juego que los niños jugaban sin preferencias en los patios de las casas, o en las calles de tierra de la ciudad, donde trazaban un círculo de aproximadamente dos metros de diámetro, hacia donde lanzaban con fuerza y la muy necesaria habilidad, el “trompo”, propiamente dicho: un trozo de madera torneada, con forma de pera, en cuyo vértice llevaba la punta de un clavo.
Los competidores se ubicaban alrededor del círculo marcado en la tierra y una vez bien enrollada la parte gruesa del “trompo” con un cordel, cuyo extremo libre sostenían firmemente entre sus dedos, lo lanzaban con fuerza al centro de círculo, tratando que el envión dado, generara un loco giro del trompo, cuya duración, determinará al ganador del juego. Otros jugadores, preferían otro tipo de juego y preparaban sus “trompos” para una competencia más “violenta”, pues cuando lo lanzaban, trataban de impactar en el de otro contrincante, para sacarlo del círculo.
Las barajas
Este es un juego para mayores. Se jugaba y aún se juegan, diversos juegos con “baraja española”, un mazo de cuarenta cartas con números y símbolos a menudo de raíz criolla. El truco, auténticamente rioplatense, aunque sus reglas y desarrollo difieren notablemente entre el que se juega en el Uruguay y en la Argentina. El chinchón, la escoba de quince y a partir del incremento inmigratorio, el mus y el tute, han sido desde siempre los juegos que han atrapado el interés de los argentinos. La «malilla», también llamado «truquiflor», un antepasado del juego del truco que fue una de las grandes distracciones en la época colonial. Desde la casa de gobierno hasta en las más humildes pulperías, todo el mundo en el Virreinato, se dedicaba a despuntar el vicio de la baraja y jugar a la «malilla».
Los carritos con rulemanes
Un simple cajón de madera y hasta un sólido entablado de 50×80 cm. a los que se le agregaban cuatro rulemanes viejos que algún mecánico amigo les regalaba, servían a los niños como si fuera un último modelo, para correr endiabladas carreras por calles empinadas de la ciudad, que muchas veces terminaban con espectaculares vuelcos y algún que otro chichón o raspadura.
El diábolo
Éste era un juego de los niños que también ha desaparecido, reemplazado por los “comics” y las “tablets”. Era una pequeña pieza de madera torneada con la forma de dos conos enfrentados por su vértice, que se hacía deslizar sobre un cordel, que manejado con ambas manos, imprimía veloces revoluciones al “diábolo”, que al impulso de hábiles movimientos, subía, bajaba o se mantenía loco en su lugar, haciendo las delicias de los niños.
Las bolitas
Las había de distintos colores y casi siempre eran de vidrio, aunque había algunas que eran de cerámica y aún de barro. Su diámetro, bastante variable, definía sus clasificaciones: las más chicas se llamaban piojos o pininas; las más grandes, bolones (inútiles éstos últimos para jugar pero muy preciadas como objetos por su alto valor de canje: se podían cambiar hasta por diez de las comunes).
Las medianas, las más numerosas en cualquier colección, tenían distintos nombres según fueran semi opacas (las llamadas lecheritas, usualmente blancas y azules) o translúcidas (las chinas o japonesas). Y la más querida era la punterita: era la personal, la que nunca entraba en el circuito de bienes en disputa; aquel que arriesgaba la puntera tenía la certeza de ganar o la desesperación de haber perdido sin parar.
La bolita es un pedazo de la niñez de los porteños adultos. Primero el televisor y luego la computadora y sus capacidades interactivas le quitaron terreno al juego más popular de la vieja ciudad. Bastaba un pedazo de vereda y un amigo para poner en juego la destreza y la suerte.
Tanto ha menguado el interés por la bolita que sólo queda una fábrica en el país: se llama Tinka, está ubicada en la localidad santafecina de San Jorge y pertenece a las familias Chiarlo y Reinero, que transmiten el oficio sólo a sus descendientes. Pero basta con una para que no se pierda un entretenimiento infantil que marcó a generaciones, aunque hoy tenga la dura competencia de los combates virtuales.
El balero
Se llamaba así a una bocha de madera dura de aproximadamente 7 a 8 centímetros de diámetro que tenía un agujero de unos dos centímetros de diámetro y que estaba unida por medio de un hilo de unos 25 centímetros de largo, a una espiga de madera con un extremo romo de espesor algo menor que el diámetro del agujero del balero.
El juego consistía en tomar la espiga con la mano y balanceando el balero, dar un golpe de muñeca para que el balero gire en el aire y caiga sobre la espiga, de manera tal, que si el golpe fue bien dado, se introducirá limpiamente en el agujero. Si no había balero se usaba una lata de conserva atada con un hilo (ver Recerdos, usos y costumbres de antaño).