VAYA FORMA DE HACER MANTECA (1810)

La manteca no era un producto común en Buenos Aires y sus habitantes se limitaban a utilizar en su lugar, para la cocina, la gordura de la carne derretida.

La única manteca que se podía hallar en la ciudad era fabricada por residentes ingleses, los cuales comerciaban el excedente de su consumo familiar.

Un viajero, de paso por Buenos Aires, relata: «no era raro encontrar, en la leche que vendían los lecheritos, pequeñas partículas de manteca, producida por las agitaciones del galope de los caballos que la transportaban y este extraño fenómeno, era aprovechado por algunos paisanos que la fabricaban atando vejigas llenas de nata a la cola de sus caballos, mientras realizaban un viaje…», logrando así que el batido de esa nata, la transformara en manteca.

Alrededor de 1802 en el «Semanario de Agricultura, Industria y Comercio» se pudo leer un artículo escrito por HIPÓLITO VIEYTES referido al modo científico de preparar manteca y alrededor de 1804, una empresa norteamericana, interesada en difundir en el Río de la Plata, el gusto por ella, comisionó a TOMÁS O’GORMAN para que presentara ante el Cabildo de Buenos Aires, unas máquinas de esa procedencia, que garantizaban la fabricación de un producto de «primera calidad y líbre de gérmenes e impurezas».

Pero parece ser que ese proyecto no pudo desarrollarse, porque la provisión de manteca en Buenos Aires, siguió dependiendo de los lecheros y su particular sistema que aprovechaba el andar de sus caballos.

Recién llegado el año 1825, según constancias que legitiman la noticia, en la Colonia Santa Catalina”, un establecimiento de los hermanos John y William Parish Robertson, fundado por iniciativa de Bernardino Rivadavia, en jurisdicción del actual partido de Lomas de Zamora e integrada por agricultores, tamberos y artesanos provenientes de Escocia, produjo la primera manteca que se vendía dividida en panes de una libra en Buenos Aires. (“La lechería Argentina” de Raúl S. Carman)

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