UN ACTO DE MISERICORDIA DEL CONGRESO DE TUCUMÁN (1816)

En el interesante libro de CARLOS IBARGUREN: «En la penumbra de la Historia Argentina», se recuerda un episodio que muestra hasta qué punto, el Congreso de Tucumán se forzaba para dar una imagen que satisfaciera las expectativas de un pueblo, que ya comenzaba a dar muestras de cansancio ante tantas muertes y violencia (ver La crueldad no tenía bando).

Dice allí el autor: «El Congreso, a los pocos días de su instalación, quiso realizar un acto magnánimo que conmoviera al público, le atrajera la simpatía general y tuviera el significado simbólico de humanidad generosa. Once desertores del ejército habían sido condenados a muerte y para la ejecución se había preparado un acto espectacular que tendría lugar a las ocho de la mañana».

«El Congreso, sensible, como lo consigna el acta de la sesión, a la desgracia de esos miserables, y mucho más a la profunda herida que iba a inferir a. la patria la pérdida de once de sus  hijos que quizás algún día derramarían su sangre en su defensa, determinó salvarlos, por uno de aquellos rasgos de generosidad y magnificencia con que acostumbraban sellar los soberanos los primeros ensayos de su gobierno».

Cuando los reos estaban en el patíbulo, frente al cuadro formado por la tropa, apareció una Comisión de Diputados encabezada por JUAN MARTÍN DE PUETRREDÓN, quien, en momentos en que los condenados iban a oír por última vez el fallo de su condena a muerte, gritó con voz emocionada:

«El Soberano Congreso, en honor de su instalación gloriosa, perdona a estos miserables. ¡Perdón, perdón y viva la patria!». «Jamás podrán ponderarse dignamente, agrega el acta, las tiernas emociones que causaron en el corazón de todos los circunstantes estas consolantes impresiones.»

«Un repetido: «¡Viva la patria, viva el Soberano Congreso!», fue el testimonio auténtico de su voz. Las lágrimas que se agolparon a los ojos de todos previnieron las que después de la primera sorpresa inundaron el macilento rostro de los ya felices delincuentes. Se arrojaron éstos a los pies de sus libertadores, y bendijeron a gritos la mano liberal que se había tendido para salvarlos».

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