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TESTAMENTOS INCUMPLIDOS
BERNARDINO RIVADAVIA y LEOPOLDO LUGONES coincidieron, cien años mediante, en manifestar concretas prohibiciones testamentarias.
Así, RVADAVIAl, en 1845 y en Cádiz donde residía, encomendó a Nicolás de Achaval, que testase según los deseos de su voluntad que le había hecho conocer: Uno fue, precisamente, «que su cuerpo no volviese jamás a Buenos Aires y menos a Montevideo».
Tan dura decisión no fue tenida en cuenta por la Legislatura porteña al disponer la repatriación de los restos del fundador de la Sociedad de Beneficencia, institución que mucho pujó en favor del regreso de don Bernardino. Cuando su cadáver llego en agosto de 1857, traído por el buque «Italia», lo aguardaban en el muelle, entre otros, Mariquita Sánchez, fundadora supérstite de la sociedad y los hermanos de Rivadavia y sus hijos, otrora defensores de la causa federal.
LEOPOLDO LUGONES por su parte, que se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un recreo del Paraná de las Palmas, dejó una carta, escrita de su puño y letra, con cuatro frases. Una decía: «Prohibo que se de mi nombre a ningún sitio público».
Sin embargo, no fue necesario que corrieran muchos años para que la rígida norma fuera respetuosamente violada, a pesar de las protestas hechas por el hijo del gran poeta. La Municipalidad porteña decidió, en 1946, denominar Leopoldo Lugones a una importante avenida que corre junto al Rio de la Plata.
JOSÉ DE SAN MARTÍN y LISANDRO DE LA TORRE, separados también por casi una centuria, expresaron deseos con relación a sus restos. El Libertador asentó en su testamento esta clausula: «. . desearía que mi corazón fuera depositado en el cementerio de Buenos Aires».
Empero, la posteridad quiso que su cadáver, llegado a la ciudad porteña el 28 de mayo de 1880, se conservara en el mausoleo erigido en la Catedral por el arte de Carrier-Belleuse.
El 5 de enero de 1939, LISANDRO DE LA TORRE, les hizo llegar a sus amigos una carta, escrita poco antes de quitarse la vida, donde decía: «Si ustedes no lo desaprueban, desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido».
El gran político santafesino se suicidó pocas horas después en su departamento de la calle Esmeralda 22 de la ciudad de Buenos Aires y contrariando sus deseos, sus restos, se condujeron a la Chacarita, donde se los cremó al día siguiente. Las cenizas, conservadas en una urna, se llevaron a Rosario para depositarlas en el panteón familiar del cementerio del Salvador y el 7 de febrero de 1978. los restos de don Lisandro fueron trasladados a un mausoleo erigido también en esa necrópolis
¿Y ROSAS? En 1876, por testamento, dispuso que de traerse sus restos a Buenos Aires se los sepultase junto con los de sus padres y su esposa. Lo primero quedo cumplido en 1992, luego de la repatriación de sus restos dispuesta por el gobierno del Presidente Carlos Saúl Menem. En cuanto a lo segundo, no conocemos opinión en contrario de doña Encarnación (extraído de un texto de Enrique Mario Mayochi).
PETRONILA RODRÍGEZ, en su Testamento, donó a la Municipalidad de Buenos Aires, unas tierras heredadas de su padre, para que se construyera allí un Colegio para «700 niñas», pero tampoco le hicieron caso. En las tierras que donó, se construyó el edificio que hoy ocupa el Consejo Nacional de Educación (Palacio Sarmiento), aunque es justo recordar que quizás para tranquilizar alguna conciencia, se le puso el nombre de Petronila a otro Colegio de la ciudad de Buenos Aires (ver Escuela Petronila Rodríguez)