LA MUERTE DE MARIANO MORENO (04/03/1811)

El 4 de marzo de 1811, el doctor MARIANO MORENO embarcado rumbo a una misión diplomática en Europa, muere en circunstancias rodeadas de sospechas.

El 24 de enero de 1811, un hombre, oculto, a pesar del calor, entre los pliegues de un obscuro capote y entre las sombras de la noche, se dirigía hacia al puerto de Buenos Aires.

Lo esperaba una pequeña embarcación inglesa, la «Misteloe», que lo condujo a la Ensenada de Barragán. Allí fue transbordado a la fragata «La Fama» de la misma bandeara. Dos jóvenes lo esperaban a bordo. «Doctor Mariano Moreno, le dijo el capitán de «La Fama» al caballero misterioso, estáis en vuestra casa». Gracias, capitán. Zarpemos en seguida.

Así se embarcó esa noche el doctor Mariano Moreno que marchaba en misión diplomática hacia Europa, enviado por la Junta Provisional de Gobierno establecida después de la Revolución de Mayo de 1810. La nave partió hacia Inglaterra con viento favorable.

El doctor Moreno con sus dos Secretarios: su hermano Manuel y el señor Tomás Guido, despidieron con emoción las luces de la patria. Los ojos inquietos de Moreno exploraban las tinieblas, como buscando un enemigo.

Al día siguiente, sobrevino un feroz huracán. Las olas sacudían la fragata, alzándola y hundiéndola de tal forma que se temió un naufragio. Los pasajeros y la tripulación temblaban de espanto.

Desde un ángulo del salón, el doctor Moreno espiaba la estela por el ojo de buey. De pronto, el hermano le dijo:: «Estamos en peligro». «Peligro de qué?. ¿Nos persigue algún buque? Vienen a matarme acaso?»

Esa noche se acostó con fiebre. Deliraba y sufría dolores internos. A bordo no había médico. Faltaban medicinas. TOMÁS GUIDO le imploró al capitán de la fragata que hiciera escala en Río de Janeiro. ¡Imposible! Le contestó éste.

De repente, el 4 de marzo, después de diez días de navegación, el doctor MORENO experimentó una mejoría y sus amigos aprovecharon el instante para subir a cubierta para respirar el aire fresco del mar. Al volver lo encontraron agonizando.

A su lado estaba el capitán del buque. ¿Qué ha pasado?, gritó TOMÁGUIDO al capitán, mientras MANUEL MORENO abrazaba a su hermano. «Nada, señor. Le he dado un vomitivo», contesto el capitán.

Resultado de imagen para la muerte de mariano moreno

Todo era ya inútil. Hasta las sospechas de un envenenamiento sonaban a vacío. Me muero, hermanos… ¡Viva mi patria, aunque yo perezca!. Murió una muerte tranquila.

Era el 4 de marzo de 1811. Durante todo el día el ca­dáver de Mariano Moreno «alma de la Revolución» se veló en la cubierta, amortajado en la bandera inglesa. A las cinco de la tarde, al llegar a los 28 grados, 27 minutos del hemisferio sur, la fragata detuvo su marcha en medio del océano.

Sonaron las descargas de fusilería. Vibró un tambor enlutado y el cadáver de MORENO, atado a un pesado madero se deslizó en silencio, hundiéndose en las olas. Dicen que hubo un chirrido y Saavedra diría después, «Era necesaria tanta agua, para apagar tanto fuego» (ver Moreno o Saavedra).

MANUEL MORENO su hermano, publicó en Londres, en 1812, la obra «Vida y memorias del doctor Mariano Moreno». De esta obra, transcribimos algunos pasajes referentes a la muerte del doctor MARIANO MORENO:

«Desde antes de embarcarse, la salud del doctor Moreno se hallaba grandemente injuriada por la incesante fatiga en los asuntos políticos. Los últimos disgustos abatieron considerablemente su espíritu y la idea de la ingratitud se presentaba de continuo a su imaginación, con una fuerza que no podía menos de perjudicar su constitución física.

En vano era que la reflexión ocurría a aliviar las fuertes impresiones causadas en su honor por el ataque injusto de las pasiones vergonzosas de sus contrarios. Su extrema sensibilidad le hacía insoportable la más pequeña sombra de la irregularidad absurda que se atribuía oscuramente a sus operaciones»

«El doctor Moreno vio venir su muerte con la serenidad de Sócrates. Ya a los principios de la navegación, el corazón le pronosticó este terrible lance»: «No sé qué cosa funesta se me anuncia en mi viaje», nos decía con una seguridad que nos consternaba.

No pudiendo proporcionarse a sus padecimientos ninguno de los remedios del arte, ya no nos quedaba otra esperanza de conservar sus preciosos días, que en la prontitud de la navegación; pero por desgracia, tuvimos ésta extraordinariamente morosa y todas las instancias hechas al capitán para que arribase al Janeiro o al Cabo de Buena Esperanza, no fueron escuchadas.

Después de esto, el doctor Moreno se entregó tranquilamente a su duro destino. A las cuidadosas atenciones que le pagaba nuestra amistad y respeto, correspondía con una suavidad admirable, pero con el triste desengaño de que serían sin efecto».

«En el momento en que escribo estas líneas, todavía las lágrimas que corren de mis ojos, vienen a perturbar mi razón. Igual tributo pagarán a la memoria de este recomendable ciudadano, todos aquellos que están animados de los deseos de la libertad de América.

Su último accidente fue precipitado por la administración de un remedio que el capitán de la embarcación le suministró imprudentemente y sin nuestro conocimiento. A esto siguió una terrible convulsión, que apenas le dio tiempo para despedirse de su patria, de su familia y de sus amigos,

Aunque quisimos estorbarlo, desamparó su cama ya en este estado y con visos de mucha agitación, acostado sobre el piso de la cámara, se esforzó en hacernos una exhortación admirable de nuestros deberes en el país en que íbamos a entrar y nos dio instrucciones del modo que debíamos cumplir los encargos de la comisión, en su falta.

Pidió perdón a sus amigos y enemigos de todas sus faltas; llamó al capitán y le recomendó nuestras personas. A mí en particular, me recomendó, con el más vivo encarecimiento, el cuidado de su esposa inocente y con este dictado la llamó muchas veces».

«El último concepto que pudo producir, fueron las siguientes palabras: ¡Viva mi patria aunque yo perezca! Ya no pudo articular más. Tres días estuvo en esta situación lamentable: murió el 4 de marzo de 1811, al amanecer, a los veinte y ocho grados y siete minutos sur de la línea, a los 32 años, 6 meses y un día de su edad.

Su cuerpo fue puesto en el mar, a las cinco de aquella misma tarde, después de habérsele tributado las demostraciones compatibles con nuestra situación. La bandera inglesa, a media asta y las descargas de fusilería anunciaron a las otras fragatas del convoy la desgracia sucedida en la nuestra. El cadáver estuvo expuesto todo aquel día sobre la cubierta, envuelto también en la bandera inglesa».

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *