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HOSTILIDAD DE BUENOS AIRES HACIA URQUIZA (29/02/1852)
Todavía no se había cumplido un mes del triunfo de Urquiza en Caseros, y ya Buenos Aires desconfía de sus proyectos y se muestra hostil y rebelde.
Desde el momento en que URQUIZA hizo su entrada triunfal en Buenos Aires, los porteños observaron con desconfianza la línea política propuesta por el vencedor de Caseros. Penetró en la ciudad vistiendo uniforme de gala, pero cubierto con poncho blanco y galera de felpa, extraño indumentaria que causó desagrado entre el culto elemento porteño (ver Urquiza entra en Buenos Aires, después de Caseros).
Aunque URQUIZA proclamó el generoso principio de «ni vencedores ni vencidos», en los días que siguieron a la batalla de Caseros, las matanzas de militares derrotados fueron muy numerosas y festejadas salvajemente por sus adictos.
Los unitarios expatriados habían regresado al país con ánimo de imponer sus teorías de gobierno, aun le guardaban rencor a URQUIZA, quien había servido a las órdenes de ROSAS durante 16 años. Tampoco apoyaban al vencedor, los federales porteños, quienes lo acusaban de traidor a la causa.
De tal manera, la política de fusión que pretendía aplicar URQUIZA para restablecer la paz y la confianza, no tardaría en fracasar. Agravando estos hechos, la divisa punzó que era un distintivo político impuesto por ROSAS y no un símbolo patriótico, fue rescatada por el general entrerríano, quien «de acuerdo con sus ideas federales», decretó nuevamente su uso, siendo contrariado por su ministro ALSINA, quien se atrevió a desobedecerlo y la declaró «de uso optativo».
Muy enojado, URQUIZA publicó una violenta proclama contra sus opositores, en la que acusaba a «los salvajes unitarios» de reclamar «la herencia de una revolución que no les pertenece».
Los porteños censuraron luego las atribuciones concedidas a URQUIZA por el «Protocolo de Palermo» y el descontento se incrementó al trascender las cláusulas del «Acuerdo de San Nicolás», que quitaba a Buenos Aires privilegios económicos, políticos y militares, heredados a través de los años, por lo cual, los porteños los consideraban ya un derecho no negociable (ver La revolución del 11 de setiembre contra Urquiza).