EL MAZAMORRERO (1810)
EL MAZAMORRERO. ¡Espesa para la mesa, la mazamorra cocida!» o bien «¡Mazamorra cocida para la mesa tendida!». Sin apearse de su caballo, desde algo antes del mediodía hasta las 2 o las 3 de la tarde, andaba por nuestras calles el mazamorrero vendiendo este producto que fabricaba en su casa, con leche recién ordeñada de sus vacas. La mazamorra, plato eminentemente porteño, jamás podía hacerse en las casas particulares, tan sabrosa como la que traía el mazamorrero: probablemente por no ser tan pura la leche que se empleaba en la ciudad, o porque le faltaba el sacudimiento continuado que experimentaba al ser transportada durante tantas horas en sus tarros. La vendían en unos jarritos de lata que llamaban medida. Como una ironía, la mazamorra blanca era vendida casi exclusivamente por los hombres negros. A veces, las mujeres de color también salían a venderla llevándola en unos recipientes de lata sobre la cabeza. Los granos se preparaban en morteros de madera y mientras se cocinaba revolvían la mezcla pacientemente con ramas de higuera para darle un sabor más agradable. Las criadas salían a la puerta de la calle y a veces, hasta la doña en persona, con una fuente, y allí volcaba el mazamorrero un número de medidas arreglado a la familia. Ya casi ni se conoce este postre nativo. Y sin embargo, su consumo era entonces, tan generalizado como el dulce de leche, el arroz con leche o el chuño, que salvo este último, sí han atravesado la barrera del tiempo y hoy su consumo es común en los hogares argentinos.