LAS ASTUCIAS DE SAN MARTÍN

El general SAN MARTÍN además de ser un brillante estratega y combatiente de temer, puso en evidencia otras dotes de su personalidad y capacidad castrense, que lo erigieron en un temible adversario para quienes en sus largas campañas destinadas a la liberación de Chile y Perú del yugo español, tuvieron que enfrentarlo.

Expondremos dos de esos episodios que ponen en evidencia la astucia que supo emplear para lograr sus objetivos.

La guerra de zapa
La guerra de zapa es un término castrense que identifica a una táctica empleada para desorientar y desinformar al enemigo, acerca de cuáles son las verdaderas intenciones y objetivos de su rival.

Con informaciones falsas y operaciones encubiertas de espionaje, SAN MARTÍN preparó el mejor escenario para lograr el éxito de su travesía.

Hizo creer que el paso se efectuaría por donde jamás pensó hacerlo, supo engañar a los realistas acerca de la verdadera envergadura de sus tropas, mantuvo permanentemente hostilizados a las guardias y destacamentos que instalaban y confundió a sus “ojeadores” con movimientos y maniobras simuladas.

Pero la jugada genial que le permitió el éxito la realizó el 2 de diciembre de 1816, enviando al mayor JOSÉ ANTONIO ÁLVAREZ CONDARCO -que dibujaba muy bien y tenía una memoria notable- por el Paso de los Patos, que se suponía, era el más corto, con una copia de la declaración de Independencia de las Provincias Unidas para el gobernador español de Santiago, MARCÓ DEL PONT.

El jefe realista, furioso, hizo quemar el Acta y mandó a CONDARCO por el camino más corto posible, que resultó ser el Paso de Uspallata. El espía de San Martín regresó sano y salvo y pudo diseñar los mapas para el ejército libertador (ver La mano negra de San Martín).

Un desfile especial para el virrey del Perú.
Cuando el Ejército Libertador desembarcó en Huaura (Perú), el virrey de Lima estaba ansioso por saber los efectivos con que contaba San Martín.

Cierto día, mandó de parlamentario al general BACARO quien se presentó a las avanzadas argentinas preguntando por el general. Avisado éste, lo hizo demorar con cualquier pretexto y al fin fue traído a la casa del gobernador de la plaza que era el coronel MANUEL ROJAS.

Durante esa demora se hizo salir a todo el ejército a un llano que había entre ese edificio y el ocupado por el cuartel general. En ese terreno, que tenía cerca de una legua, formaron los cuerpos en compañías y escuadrones que maniobraban, haciendo unos ejercicio de armas, otros de tiradores y guerrillas, pero todos muy desparramados, abarcando un campo inmenso en forma tal que, aun los que conocían la verdad, se figuraban que había una fuerza mayor.

Preparado esto, el general San Martín, con su gran Estado Mayor y todos sus generales –menos JUAN ANTONIO ÁLVAREZ DE ARENALES que se encontraba con una división en la Sierra lo que, desde luego, contribuyó más al engaño- entró en la gobernación donde se encontraba el general realista a quien conocía de mucho tiempo atrás: -«¡Oh, mi amigo Bacaro», le dijo,  «cuanto gusto tengo en volver a ver a Ud.!. Siento no haber sabido antes su venida, pero yo había salido desde temprano a dar una vuelta y no he vuelto aun al cuartel general y aun aquí he venido por casualidad».

Después de las presentaciones y saludos de práctica con el resto de su oficialidad, el Gran Capitán le invitó a visitar el cuartel general, a lo que accedió gustoso el español, pues eso facilitaba su misión de espionaje.

Para ir allá, tenían que pasar por el terreno que en ese momento servía de campo de instrucción y al coronar una loma, Bacaro se encontró de golpe con aquel estupendo despliegue de fuerzas. San Martín simuló sorpresa y disgusto al ver cómo se «descubría» su fuerza y deteniendo la marcha, dijo al realista: «Volvamos a desandar» y despachó varios ayudantes en todas direcciones a ordenar el regreso de la tropa a sus acantonamientos.

Cuando le informaron que se había cumplido su orden volvió a continuar la marcha y al volver a pasar la loma el campo estaba totalmente desierto. Al regresar Bacaro a Lima aseguró al Virrey que todos los datos recibidos hasta el momento eran incompletos y que, a su criterio, San Martín ocultaba todavía su juego (ver San Martín y Matorras, José de).

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