CAMPAÑA AL DESIERTO DE JUAN MANUEL DE ROSAS (03/02/1833)

JUAN MANUEL DE ROSAS marcha hacia el Desierto al mando de la «división izquierda de las fuerzas que comandadas por FACUNDO QUIROGA debían llevar la paz y afianzar la soberanía en los territorios de la frontera sur de Buenos Aires.

El grupo estaba formado por 2.000 hombres, 6.000 caballos, bueyes, carretas y hasta naves que se transportaban desarmadas para navegar el río Colorado.

El sueño de Rosas era pacificar a los indios que ocupaban los territorios al sur de Buenos Aires. Para eso desarrolló una estrategia que preveía efectuar sorpresivos movimientos de su tropa, rastrillando esos territorios desde la cordillera de los Andes hasta el Atlántico (en 1879 Roca usó la misma estrategia).

Había  preparado todo cuidadosamente: desde la elección de los hombres hasta las armas, pasando por el color de las telas que debía ser indefectiblemente «encarnado». También llevó consigo un equipo encargado de las comunicaciones que lo mantuvo en contacto con lo que sucedía en Buenos Aires durante su ausencia y con los jefes indios.

Su relación con ellos tenía distintos matices y según le conviniera, se mostraba amistoso y dispuesto a “parlamentar” y a hacer concesiones, o amenazante, mostrando sus efectivos dispuestos para el combate, para disuadir intentos de rebeldía.

Durante un año sus tropas avanzaron mientras sus aliados que debían acompañarlo desde Chile y el centro del país, fracasaron en el intento. Rosas quedó solo en la campaña y a pesar de eso, logró poner fuera de combate a 6.000 indios, recuperó 2.000 cautivos y dejó instaladas guarniciones y fortines en distintas parte de las tierras que recorrió durante esta campaña y su mayor logro fue la conquista de un inmenso territorio hasta entonces en manos de los indígena que se oponían a la presencia del blanco y a la pérdida de las tierras, que consideraban suyas para su libre albedrío.

Según Ricardo Güiraldes: “El malón indio fue destruido por el malón criollo”. Las tribus de indígenas chilenos (araucanos y mapuches), volvieron a cruzar la cordillera y se perdieron en las quebradas andinas.

Los ranqueles, tehuelches, pampas y otras etnias locales, durante veinte años, aceptaron la presencia del blanco y compartieron pacíficamente sus vidas, hasta que pasado un tiempo, volvieron las andanzas, disconformes con el incumplimiento por parte del blanco, de los compromisos contraídos e instigados en muchos casos por delincuentes y renegados  que los utilizaban para cometer sus fechorías (ver Las Campañas al Desierto).

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