TUCUMÁN ES UN INMENSO NARANJAL (1856)

“Hay en esta buena ciudad serenos, perros y gallos que hacer, una baraúnda inferna I; únicamente la furia del sol puede obligarlos al silencio; pero el sol se ha puesto. Un carnero se pasea alrededor de mi cama; más lejos hay dos gallos, luego los naranjos, las estrellas, también una gallina con sus pollitos, una muchacha y un chico que pasan… y el sueño que pronto lo vela todo.

Me levanto con las primeras luces del día. La atmósfera es de una completa dulzura y me encamino, bajo los naranjos hacia el pozo, con mi toalla bajo el brazo para hacerme la toilette” matinal. Tomo mis cartones y me voy a dibujar la Catedral y el Cabildo. Toda la ciudad es de una blancura extrema; las casas son de un solo piso y están como incrustadas en un inmenso bosque de naranjos.

Donde la edificación ha dejado libre un poco de terreno, se ve aparecer la copa de un naranjo, curvada por el eso de sus frutas, y a medida que uno se aleja hacia el centro de la ciudad,  las casas disminuyen en cada cuadra y aumenta el verde follaje con frutas de oro (ver Recuerdos, Usos y Costumbres de antaño).

Fuente. “Diario de viaje» del pintor francés León Pallière).

 

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