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SAAVEDRA, CORNELIO de (1759-1829)
Brigadier general. Presidente de la Primera Junta Patria y primer Comandante del Regimiento “Patricios”. Un patriota para el que hubo ingratitud por parte de sus contemporáneos. “Sus disidencias con Moreno —dice uno de sus biógrafos—, producto del choque de partidos en formación, más que de hombres aisladamente considerados, han dado ancho campo a sus enemigos para pretender empañar su gloriosa carrera” (ver Un brindis desafortunado).
Cornelio Judas Tadeo de Saavedra, nació el 15 de setiembre de 1759 en la hacienda o estancia “La Fombera”, sobre el río Matacá, en la Villa Imperial, distante algunas leguas de Potosí, en el entonces Alto Perú y lo que hoy son los Andes Bolivianos.
Hijo de Santiago de Saavedra, un destacado empresario porteño y de Teresa Rodríguez, una mujer potosina que provenían de una ilustre familia cuyos orígenes hispanos se remontaban al siglo XV, contándose entre algunos de sus miembros residentes en América al afamado Hernandarias, que, en 1591 fue el primer Gobernador criollo del Río de la Plata.
En 1767 las difíciles condiciones climáticas de aquella región impulsaron a la familia Saavedra a regresar a Buenos Aires, de donde era oriundo el padre y aquí cursó la segunda enseñanza en el Colegio de San Carlos, distinguiéndose por su inclinación a la filosofía.
Siguió luego el camino de sus mayores y se dedicó al trabajo de la tierra y entró al mundo de los negocios acompañando a su padre y en 1788 se casó con su prima hermana Francisca de Cabrera y Saavedra.
En 1797 ingresó a la función pública como Regidor. Dos años después, en 1801 fue nombrado Procurador, a fines de ese año Alcalde de segundo voto y en 1805 Administrador del Depósito público de trigo. De 1799 data un documento suyo poco conocido: un alegato en pro de la libertad de comercio y la libertad de trabajo.
A pesar de no haber nacido en estas tierras, se consideró siempre ciudadano netamente argentino, tanto por haber nacido en un territorio que poco después fue el virreinato del Río de la Plata, al que perteneció la ciudad de Potosí, cuanto por sus antecedentes familiares y por eso, fue un activo participante en los sucesos que se produjeron a partir de 1806.
Durante la primera invasión de los ingleses, llegada ese año, sirvió con entusiasmo y valor junto a sus pares SANTIAGO DE LINIERS, MARTÍN DE ÁLZAGA y JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN, como Jefe del Cuerpo de Patricios, elegido por el pueblo y esta circunstancia, estimuló en Saavedra una inesperada vocación por las armas.
A propósito de esta iniciación castrense, en 1819, escribió en sus memorias su propia explicación: “Este fue el origen de mi carrera militar: el inminente peligro de la patria; el riesgo que amenazaba a nuestras vidas y propiedades y la honrosa distinción que habían hecho los hijos de Buenos Aires prefiriéndome a otros muchos paisanos suyos para jefe y comandante, me hicieron entrar en ella”.
En efecto, durante las invasiones inglesas, el cuerpo de “Patricios”, integrado por tres batallones y 23 compañías, lo eligió como su Comandante y cuando marchando hacia Barracas a enfrentarse con el enemigo, entre el pueblo que lo despedía, esperanzado en su éxito, estaba orgullosa y emocionada Saturnina Bárbara de Otárola y del Ribero, su segunda esposa (la primera había fallecido en 1798).
Después de haber participado en la Reconquista de la ciudad de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1806, el virrey del Río de la Plata, marqués Rafael de Sobremonte, le extendió los despachos de Teniente Coronel y lo confirmó como Jefe de la “Legión de Patricios Voluntarios Urbanos de Buenos Aires”, cuerpo en cuya creación tuvo decisiva participación.
En enero de 1807, los condujo a Montevideo para ayudar a evitar que los ingleses capturaran esa ciudad, pero llegó demasiado tarde y no pudo evitar la toma de esa Plaza. En 1807, los dirigió en los combates librados durante la segunda invasión inglesa y, luego el 10 de enero de 1809 defendió con éxito, al virrey Santiago de Liniers amenazado por la revolución organizada por Martín de Alzaga. Saavedra fue quien en esas circunstancias, se dirigió al Fuerte y se encaró con éste, levantándole el ánimo e instándolo a no dejarse vences, logrando luego desarticular la conjura realista.
En 1810, en su carácter de representante de las fuerzas armadas, figuró entre los propulsores de la Revolución de Mayo y fue uno de los protagonistas decisivos de los hechos que culminaron con la revolución triunfante del 25 de Mayo de 1810. El 20 de mayo, durante la reunión con los comandantes militares, convocada por el virrey Cisneros para saber cómo procederían en caso de tener que reprimir la revolución en marcha, Saavedra le negó su apoyo y el de sus hombres.
Fue uno de los más decididos promotores de la convocatoria del Cabildo abierto del 22 de mayo, su punto de vista, expresado públicamente y al virrey, fue compartido por la mayoría de los presentes: “la autoridad del virrey debía caducar pues ya había llegado el momento de que Buenos Aires asumiera la responsabilidad de su propio destino y de su gobierno”.
El 24 de mayo de 1810, nominado para integrar la junta que presidiría Cisneros, no vaciló en renunciar, advertido que esa no era la solución que el pueblo esperaba como respuesta a sus reclamos. Finalmente, al votarse por la destitución del virrey, el si obtuvo la adhesión de 86 cabildantes, entre quienes figuraban Castelli, Belgrano, French, el mismo Saavedra y otros.
Triunfante la Revolución, tanto por sus condiciones como por la popularidad que ya gozaba, fue electo Presidente de la Junta Provisional Gubernativa del Río de la Plata, cargo que atendió hasta 1811.
Durante su gobierno, tuvo que enfrentar las alternativas de un clima al cual no estaba acostumbrado: Un clima político lleno de sutilezas y argucias, de fervor revolucionario con todos los posibles excesos y deformaciones inevitables en un movimiento de esa naturaleza y que produjeron ciertas desavenencias entre los integrantes de esa Junta, suscitadas, más que por rivalidades políticas, por diferencias metodológicas: los jóvenes y más radicales seguidores del Secretario de la Junta, Mariano Moreno, que deseaban profundizar de inmediato una revolución institucional dirigida y controlada por Buenos Aires se enfrentaron con los partidarios más conservadores de Saavedra, que preferían un cambio más gradual, con poderes compartidos por los representantes de todas las provincias.
La lucha entre los “morenistas” y los “saavedristas”, producidas en el seno de la Junta que presidía, hizo crisis el 5/6 de abril de 1811, a consecuencia del movimiento producido en esa fecha (ver Moreno o Saavedra).
Los partidarios de Saavedra se enfrentan con los “morenistas”, en apoyo de su líder, exigiendo se respete y se afiance su autoridad. Y como consecuencia del triunfo del motín organizado por los partidarios del coronel SAAVEDRA, éste, se creyó fortalecido y se apresuró a separar a los elementos morenistas y el 7 de ese mes fueron depuestos y desterrados los miembros de la Junta, NICOLÁS RODRÍGUEZ PEÑA, HIPÓLITO VIEYTES, JUAN LARREA y MIGUEL DE AZCUÉNAGA.
Tal como se había reclamado y así acordado, ese Domingo de Ramos, mientras en los templos se bendecía la palma y la oliva, los cuatro miembros de la Junta depuestos por el pueblo, salían en un coche, escoltados por un escuadrón de caballería, hacia la villa de Luján, donde se les debía señalar el lugar de su destierro.
Este movimiento, origen de la serie de escándalos y sublevaciones que tantos días de luto dieron a la patria, fue luego repudiado hasta por sus autores. Pero a pesar del desenlace que tuvo este movimiento, donde triunfaron los “conservadores”, Saavedra, lejos de verse fortalecido, quedó en un trance difícil, situación ésta, dramáticamente agravada por los hechos que motivaron la renuncia del doctor MARIANO MORENO, entre los que se destacaba, el rechazo de éste a la formación de la “Junta Grande”, con la participación de representantes de todas las provincias.
El 26 de agosto de 1811, después de la derrota militar de Huaqui, Saavedra se sintió obligado a trasladarse al frente de guerra del Alto Perú en un intento de reorganizar el Ejército del Norte, vencido en esa batalla y su ausencia fue aprovechada por sus adversarios para asestarle varios golpes y gravemente reducido su poder, en lo que influyó la desastrosa derrota producida en Huaqui, la Junta Grande cayó y el 23 de septiembre de 1811, fue reemplazada por el Primer Triunvirato.
Ocho días después de su llegada a Salta, recibió la noticia de que los sucesos políticos acaecidos en la capital en septiembre habían provocado su destitución e instaurado un nuevo gobierno. Se le ordenó delegar el mando de las tropas en Juan Martín de Pueyrredón y durante los años siguientes, Saavedra fue víctima de difamaciones, acusaciones, procesos y hasta fue exiliado por los “morenistas” que habían recuperado el poder.
Separado del gobierno y del ejército, se intentó confinarlo en San Juan, pero, alertado a tiempo. Saavedra cruzó la cordillera de los Andes por ignotos caminos, arribando a tierra chilena en compañía de su hijo Agustín, de 10 años de edad.
En 1814, sabiéndose inocente, responde al llamado del Director Supremo, Posadas que quería someterlo al tradicional “juicio de residencia” (revisión judicial de un funcionario llevada a cabo por las autoridades españolas al término de su mandato) y decide volver a la patria, para no caer en manos de los españoles, pues los ejércitos reales amenazaban por entonces a Coquimbo.
Y mientras vuelve a cruzar la cordillera, su esposa tramita en San Juan el ingreso de su esposo, que le es negado por el teniente de gobernador. Doña Saturnina, sin arredrarse apela al general San Martín, entonces gobernador-intendente de Cuyo. San Martín no titubeó en acceder al pedido y por oficio de noviembre de 1814 le fijó residencia en San Juan. Saavedra regresó al país y allí se refugió.
Finalmente, Saavedra es enviado a Buenos Aires con escolta para hacer acto de presencia en el juicio que se le había iniciado. Acusado de haber estado involucrado en el movimiento producido entre el 5 y el 6 de abril de 1811, fue sometido a juicio y sin que sus protestas de inocencia fueran escuchadas, se lo condenó y desterró en virtud de una sentencia que “deploraba una actitud que por obedecer a venganzas de carácter personal y político, ofrece el aspecto de una iniquidad social”.
Perseguido por los que le sucedieron en el poder y aun por los realistas. Habiendo soportado grandes penurias, desengaños y traiciones, finalmente, después de haberse visto desterrado y perseguido con verdadera saña, mediante Decreto del 1º de julio de 1818, el Director Supremo JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN lo declaró inocente de todas las acusaciones diciendo que “de los autos que se tenían presentes, resultaba: que no había el menor fundamento para el extrañamiento que se le impuso y que debía ser repuesto en el grado de que fue separado, con reintegro y abono por las cajas fiscales de todos los haberes que dejó de percibir”.
A raíz de esta sentencia reivindicatoria, el 24 de octubre de 1818, se le extendieron los despachos de Brigadier General con anterioridad al 14 de enero de 1811 y por fin pudo regresar a Buenos Aires, permaneciendo largas temporadas en una pequeña estancia que poseía su esposa, doña Saturnina OTÁROLA, en el Rincón de Cabrera.
Allí, en medio del reposo, rodeado de una serena naturaleza, pudo el primer coronel de los Patricios olvidar los sinsabores sufridos, sin apartarse por esto del servicio público, pues fue nombrado Jefe del Estado Mayor General del Ejército (funciones que desempeñó hasta 1820) y sucesivamente designado para hacer la Declaratoria de Capitulares para el año 1819 y Delegado del Directorio en la provincia de Santa Fe.
La ley de reforma militar de 1822, lo colocó dentro de sus prescripciones, junto con sus compañeros de glorias y fatigas, Azcuénaga y Pueyrredón. Logró la paz con los indios ranqueles y pasó el período de anarquía (1820) en Montevideo pero regresó a Buenos Aires durante el gobierno de Martín Rodríguez. Al estallar la guerra del Brasil, Saavedra ofreció sus servicios que le fueron agradecidos pero no aceptados en consideración a su edad y al estado de su salud.
En 1829, ya anciano y sintiéndose enfermo hizo su testamento en el Rincón de Cabrera. Preparado para el último trance, en paz con Dios y con los hombres, el Presidente de la Junta de 1810, murió en la ciudad de Zárate, provincia de Buenos Aires, el 29 de marzo de 1829, después de una agonía de breves horas.
Cerró sus ojos cuando asomaba la anarquía que sumió a los argentinos en la negra noche del despotismo. Pocas horas antes de su muerte fue hallada una carta dirigida al general PUEYRREDÓN, en la cual le expresaba sus deseos de que no se le rindieran honras fúnebres y “que se le enterrara en una sepultura de última clase, sin cruz, tablilla ni lápida que la distinguiera de las demás”.
Y de acuerdo a sus deseos permaneció así, en el anonimato que había pedido, hasta que el 16 de diciembre de 1832, por gestión del general Tomás Guido, Ministro de Juan Manuel de Rosas, el gobierno de la provincia de Buenos Aires emitió un Decreto ordenando levantar en el Cementerio de la Recoleta, un monumento para depositar sus restos y ordenando guardar en la Biblioteca Pública su Memoria autógrafa.
El Decreto comenzaba diciendo: “El primer Comandante de Patricios, el primer Presidente de un Gobierno patrio, pudo sólo quedar olvidado en su fallecimiento por las circunstancias calamitosas en que el país se hallaba. Después que ellas han terminado, se-ría una ingratitud negar a ciudadano tan eminente el tributo de honor debido a su mérito y a una vida ilustrada con tantas virtudes que supo consagrar entera al servicio de su patria.
Dos días después de su muerte, el diario “El Tiempo” se hizo eco del fallecimiento en escuetas líneas: “A las 8 de la noche del domingo murió repentinamente el brigadier general Cornelio de Saavedra. Los buenos patriotas deben sentir su pérdida, por los servicios que aquel ciudadano ha prestado al país”.
Más tarde, en 1910, la ciudad de Buenos Aires, con motivo del Primer Centenario de la Revolución de Mayo, le ha levantado una estatua. Las “Memorias”, de Cornelio Saavedra, publicadas póstumamente, en 1910 ofrecen una información muy valiosa sobre los acontecimientos de Mayo de 1810.
“Sus disidencias con Moreno —dice uno de sus biógrafos—, producto del choque de partidos en formación, más que de hombres, aisladamente considerados, han dado ancho campo a sus enemigos para pretender empañar su gloriosa carrera.”.
Protagonista principal de la historia argentina, Nicolás de Vedia dijo de él, que era «un patriota distinguido, digno de nuestro reconocimiento y del de la posteridad». En 1857, Vélez Sársfield, lo proclamó «el autor de la gran Revolución de Mayo”, título que hoy nadie le disputa, y Juan B. Alberdi, en su «Crónica de la Revolución de Mayo», lo llamaba, por boca de Larrea, «el primero, el más fuerte, el que preside el único cuerpo capaz de realizar el movimiento revolucionario». Véase “El presidente Saavedra y el pueblo soberano de 1810”, Enrique Ruiz Guiñazú, Buenos Aires, 1910, “Cornelio de Saavedra: el padre de la patria”, Guillermo Furlong, S.J., Buenos Aires, 1960.