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PASAPORTES INTERNOS EN BUENOS AIRES
Entre los malos recuerdos que la época colonial le dejó a los argentinos, no podemos dejar de comentar, la ignominia de los “pasaportes internos” que estuvieron en vigencia hasta la caída de JUAN MANUEL DE ROSAS en 1852.
Esta desgraciada norma que existió en otros países y aún hasta en fechas más recientes (Estados Unidos 1815, Francia (1870), Canadá (1885), Unión Soviética (1932), Sudáfrica (1952), República Popular China (1980), Bielorusia (1991, Rusia (1992) fue y parece ser, que seguirá siendo, un sistema que se adopta a desmedro de las libertades individuales que todos los gobiernos del mundo dicen respetar, sin hacerlo realmente (en 2002, por muy poco no prosperó un proyecto para instalarlo en el Reino Unido).
Por muchos años, ningún residente en las colonias hispanoamericanas primero, y hasta mucho después de proclamada nuestra Independencia, los ciudadanos argentinos, aun cuando no lo fuesen sino transitoriamente, podían salir de su Patria, sin estar munido de su correspondiente pasaporte. Y no solo para viajar al extranjero, también estaba restringigo el traslado de un Departamento o Partido a otro.
El infeliz habitante de la campaña no podía salir de su Partido tan siquiera por un día, si no llevaba un pase de su Comandante o del Juez de Paz. Lo gracioso es que si ese pobre paisano, vivía por ejemplo, en los confines de su partido, tenía que galopar 5, 6 o más leguas, a procurar la autoridad que debía darle el pase para poder penetrar tal vez unas cuantas cuadras en el partido lindante; y no tan malo cuando daba con él, pues que muchísimas veces sucedía estar ausente u ocupado y tener el solicitante que volver a su casa, habiendo galopado 10 ó 12 leguas inútilmente, o que quedarse un día o más en el pueblito, perdiendo su tiempo y gastando, como es de suponer.
El ciudadano tenía, pues, que someterse a todas estas molestias y cumplir con lo ordenado, porque si lo tomaba sin pase una partida, en un distrito que no fuese el suyo, aun cuando no distase sino pocas cuadras de su casa, no le valía decir que no había podido dar con la autoridad que debía concedérselo y recibía el castigo que la ley imponía.
Quien deseaba ausentarse del pnís. debía solicitar de la Policía su pasaporte. Dejaba en la Oficina de pasaportes, que en tiempo de Rosas la servía el Comisario llamado RAMÓN TORRES, su nombre y el destino a que iba, y tenia que esperar que se hiciese su publicación por tres días seguidos en el Diario de la Tarde u otro medio de circulación nacional (ver Gobiernos de Juan Manuel de Rosas).