ORO EN SAN JUAN?

No sin razón se ha dicho que la mitología es lo que da vida, contenido y colorido a la creación imaginativa popular. Las leyendas o mitos representan la juventud eterna de los pueblos a través del tiempo; revelan la fuerza fecunda de su inspiración y constituyen veneros permanentes de sabiduría y moral. Por eso, los griegos y los romanos consideraron a la mitología como el “summum” de lo divino y lo humano.

Obras del Museo Ed.366 / El barequeo - Periódico Vivir en El Poblado

Para los pueblos jóvenes como el nuestro, de escasa tradición histórica, todo esfuerzo que se haga tendiente a estimular el estudio de nuestros motivos legendarios, importará, sin duda, como obra cultural de trascendencia que debe perdurar en el tiempo.

Como sus hermanas, las provincias argentinas, San Juan no pudo sustraerse a ese género de especulación intelectual y así, desde su primera hora, concibió sabrosas leyendas que descubren el innato idealismo de su pueblo, la belleza y el misterio de sus paisajes, ambos ornados con contrastes desconcertantes.

El ansia de oro y la sed de aventuras que caracterizaron a los conquistadores españoles durante el siglo XVI, guiaron apasionadamente la conquista y la colonización de Hispanoamérica. Bajo la sugestión de noticias fantásticas y derroteros imaginarios, los aguerridos ibéricos se abrieron camino y fundaron ciudades impulsados por el afán insuperable de lograr la ambicionada fortuna.

Es opinión generalizada que su nombre, fue lo que más influyó en la conquista del Río de la Plata. Fue esa mágica palabra lo que atraía a los hombres y mujeres que se embarcaban para estas tierras. Ni el trágico fin de SOLIS, ni los relatos que llegaban acerca de la ferocidad de los indígenas, ni las privaciones y el hambre que los esperaban, fueron argumentos suficientes para hacerlos desistir de marchar hacia esas tierras que les prometía la seductora promesa de grandes riquezas. El Dorado, la ciudad del Césares, fueron los nombres que le nublaban la racionalidad y las metas que por inalcanzables, fueron poco a poco matando las ilusiones e hicieron más doloroso su peregrinar.

San Juan, fundada en 1552 por JUAN JUFRÉ, que cruzó la Cordillera cumpliendo una misión encomendada por FRANCISCO DE VILLAGRA, Gobernador de Chile, lo hizo como respuesta a atrapantes versiones de aborígenes que exaltaban las riquezas en oro y plata de las regiones de Hualilán y Famaillá y se comprometió en una aventura descabellada, tratando de llegar a Conlara, un país de ensueño que se suponía lleno de riquezas.

Tres siglos después, a cinco leguas de su ubicación original y a dos de la actual Villa de Caucete, renacen en San Juan estas viejas leyendas y comienza a circular la versión de la existencia de un fabuloso tesoro misteriosamente oculto en esas tierras.

Se cuenta que los aborígenes de esas comarcas, corridos de sus tierras ancestrales por los conquistadores españoles, cargando sus bienes y gran cantidad de metales preciosos fruto de su actividad en las minas, se dirigieron al Valle de Angaco y allí se defendieron durante mucho tiempo de las incursiones de los españoles. Ante la inminencia de la derrota, enterraron profundamente su tesoro en ignotas cuevas, junto con numerosos voluntarios que decidieron morir en custodia de esas riquezas y se perdieron en las selvas, escapando de la furia del invasor decepcionado por no encontrar lo que había ido a buscar.

Asi transcurrieron muchos años, conservándose tan solo noticias y referencias muy vagas sobre este asunto, guardadas celosamente por descendientes de aquellos antiguos aborígenes, junto con otras entelequias, como el llamado “derrotero de Osorio” o la leyenda de “las tres puntas negras”.

Pero en 1801, el indio lagunero PABLO ZELAN, conocido como JUAN VIRGEN, enfermo de viruela y sintiéndose próximo a morir, solicitó de fray REMIGIO ALBARRACÍN los auxilios espirituales. Tranquila ya su conciencia, en prueba de gratitud, suplicó humildemente al religioso que escribiese a su dictado, el derrotero y la ubicación del mineral que sabía enterrado en “Pie de Palo”. El confesor, así lo hizo, pero guardó silencio sobre esta confesión.

La guerra de la Independencia y luego los enfrentamientos que se produjeron durante los años de anarquía y dolor en la patria naciente, distrajo a los hombres que debieron atender otras preocupaciones y así el asunto cayó en el olvido. Pero 75 años después, habiendo el padre ALBARRACÍN, anotado oportunamente los términos de esta confesión en el Archivo Histórico de la Provincia de San Juan, un paciente investigador, recorriendo viejos documentos, encontró una detallada relación del “lavadero de Pie de Palo” autenticada por el mismo padre ALBARRACÍN.

JUAN VIRGEN comienza dando una detallada descripción del camino que hay que tomar para llegar a ese famoso lavaderos de oro que se hallaba en Pie de Palo. “Llegado así (dice JUAN) a un valle con piso blando y mucho pasto y puesto en él, se camina al naciente hasta dar con un cerro alto donde se ve una aguada con agua dulce que emana de una piedra. Allí está el oro en grano en gran cantidad. A un lado del agua hay un cuerno de vaca que yo mismo dejé”.

Finalmente, diremos a este respecto, que el 18 de noviembre de 1876 en el diario “La Voz de Cuyo” se dio cuenta del creciente interés que por esa época había despertado en “los espíritus emprendedores” la exploración de las zonas mineras de San Juan, especialmente en aquellos parajes conocidos como “Pie de Palo” y referidos en los relatos de JUAN VIRGEN como el antiguo lugar donde los aborígenes lavaban el oro que extraían de las minas auríferas de la zona.

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