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MONTEVIDEO, LA NUEVA TROYA (1850)
MELCHOR PACHECO Y OBES consiguió que ALEJANDRO DUMAS pusiera su pluma —algunas versiones aseguran que sólo su firma— al servicio de la causa defendida por los unitarios y el gobierno de Montevideo, durante el sitio que sufrió la ciudad entre 1843 y 1851. Su obra se tituló “Montevideo ou une nouvelle Troie” y fue editada en París en BARTILOMÉ MITRE la consideró como «un pequeño libro», indigno del «maravilloso talento» de su autor, aunque señaló que su título «será inmortal». Y así fue.
Recordemos que durante el episodio que la Historia recuerda como “La Guerra Grande”, entre la República Oriental del Uruguay y la Confederación de las Provincias Argentinas (10/03/1839 al 08/10/1851), MANUEL ORIBE al mando del ejército federal puesto a sus órdenes por JUAN MANUEL DE ROSAS, puso sitio a la ciudad de Montevideo, bastión de los unitarios opositores al gobierno e Buenos Aires y que había caído en poder de FRUCTUOSO RIVERA, un también decidido enemigo del ROSAS que se aliará con los unitarios para derrocarlo.
He aquí un fragmento de dicha obra, destinado a poner de relieve el valor de estos modernos héroes del Plata: «Los desastres del general Rivera produjeron un gran cambio en el gobierno, o más bien dicho una reacción contra su sistema. El ministerio se organizó definitivamente como lo está hoy. Los hombres que lo componen, partidarios de las ideas de reforma del general Pacheco y Obes, han administrado con probidad los asuntos públicos; y, es preciso decirlo, es sobre ellos que ha caído el más pesado fardo de la la defensa, ya que todos los elementos de la vida de la República están agotados y ya que ellos están en una completa dependencia del gobierno francés, debiendo resignarse a esperar el efecto de las promesas de Francia, que ofrece sin cesar y no cumple nunca.
Así, después de siete años de resistencia, se comprende cuál debe ser la miseria de esta desdichada población. No hay una sola familia que no esté arruinada. Las que eran ricas, han vendido a ruin precio todo lo que poseían y se han convertido en pobres; de suerte que hoy son los almacenes públicos los que alimentan a todos los habitantes. El viejo presidente SUÁREZ ha entregado todo lo que tenía. Sus dos ministros viven, como el último montevideano, de la ración del soldado. Y ellos están allí, en medio de todas esas miserias, entristecidos por la imposibilidad en que están de aliviarlas.
Están allí, sintiendo que cada día disminuyen los elementos de la defensa, mientras aumenta una probabilidad más de triunfo del enemigo. Están allí sin poder hacer otra cosa más que sufrir como todo el mundo y sin poder dar otro ejemplo de coraje que su propio ejemplo; están allí no teniendo, en fin, más que un solo consuelo: el de que el día en que caerá Montevideo, la terrible responsabilidad que ellos asumieron a los ojos de ROSAS, salvará quizás la de sus conciudadanos».
Apenas 24.000
«(…) Antes del sitio, Montevideo contenia 60.000 habitantes; hoy apenas contiene 24.000. La mayor parte de la población extranjera, exceptuados los franceses, ha abandonado la desdichada ciudad, y lo que ha quedado de población ha debido sufrir hambre, peste y miseria, tres azotes que, unidos a los combates diarios, explican suficientemente la disminución de los habitantes. Pero jamás tanta constancia, jamás tanta virtud han sido demostradas por ningún otro pueblo. No hay una sola clase social que no haya sufrido por la continuación de la defensa. Desde hace largo tiempo su comercio no existe. Los propietarios han visto desaparecer de sus manos las propiedades más importantes. Los proletarios buscan inútilmente trabajo desde hace tiempo. Todo el mundo es soldado u oficial. Pero, bien entendido que el oficial no tiene distinciones ni el soldado tiene sueldo. Las mujeres velan a los heridos y cuidan los trajes de las tropas; los viejos realizan la policía de la ciudad y durante los días de combate los niños abandonan sus escuelas para ayudar a los combatientes, llevándoles cartuchos”.