LA CULTURA ARGENTINA. MANIFESTACIONES FUNDACIONALES

La cultura argentina es la resultante de la fusión de la hispánica con la indígena. Dos mil años de una riquísima historia forjada con el aporte de diversas y heterogéneas culturas, recibe nuevos y potentes elementos de una naturaleza virgen y se adapta progresivamente a una realidad aborigen, emergiendo con características y contenidos que la erigen en una nueva y autóctona cultura.

Este proceso alcanza su mayor plenitud en México y en Perú, donde los conquistadores se topan con culturas  preexistentes, relativamente desarrolladas, y si bien la influencia de esta última, se deja sentir intensamente en nuestras provincias norteñas, irá decreciendo a medida que se va acercando a la cuenca del Plata, planicie inmensa, pero pobre en materiales de construcción, habitada solo por indios misérrimos y errantes.

Un poco de Historia
Llamamos período prerrevolucionario, o más comúnmente hispánico o colonial, a las tres centurias de historia comprendidas entre el descubrimiento, exploración y colonizaciones subsiguientes del antiguo virreinato del Río de la Plata, que incluía los actuales territorios de la República Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Río Grande do Sul (Brasil), hasta el año de la Independencia, o sea 1810.

Durante este largo período de formación, la influencia cultural se irradió desde tres centros o núcleos principales, estrechamente relacionados con las corrientes colonizadoras: la “del norte”, que penetró a través de las antiguas rutas indígenas y se diseminó por las provincias norteñas, se nucleó en Tucumán; la “del sur”, proveniente del Río de la Plata, con asiento en Buenos Aires y que cobró mayor intensidad a partir del siglo XVIII con el establecimiento del Virreinato y, finalmente, la “de Córdoba”, meridiano geográfico donde convergieron y se unieron, las dos corrientes culturales: la del norte y la del sur.

Las formas artísticas españolas del norte llegaron a Tucumán, no directamente, sino a través de Perú y Bolivia, a las que estaba ligado por razones geográficas, históricas, sociales y económicas, de modo que el arte que fluye no es lo puramente español, sino el altoperuano; esta influencia es única hasta la llegada de los jesuítas hacia 1609 y pierde intensidad conforme va descendiendo hacia el sur.

La influencia del sur se acrecienta al adquirir Buenos Aires la categoría de capital virreinal, que la transforma en asiento de las autoridades políticas, eclesiásticas y militares. A su puerto llega la influencia de muchas partes de Europa, a través de los arquitectos jesuitas y civiles y en el crecimiento prodigioso de la urbe, se entremezclan el neoclásico con el barroco español y el rococó francés y portugués, si bien la influencia de este último se hace sentir más en el campo de la talla en madera y en el de la platería que en lo específicamente arquitectónico.

Córdoba, zona de frontera de ambas corrientes artísticas, llegó a ser el centro más importante de la arquitectura colonial, y bastaría su imponente catedral para justificarle esta categoría.

Al margen de estos tres núcleos culturales emergen otros grupos artísticos de no menor importancia. El primero está formado por las “Misiones jesuíticas”, que abarcan gran parte de nuestro territorio y cuyos alarifes y arquitectos pusieron su habilidad edilicia, no sólo en la construcción de templos y conventos, sino también en la construcción de edificios civiles públicos y privados.

El incremento de este núcleo, de sello peculiar, se detiene bruscamente con la expulsión de la Compañía de Jesús de estas regiones, en 1767, si bien, por ley de la inercia, su influencia cultural fue perdurando a través de los años, aún después de producida la emancipación nacional.

Finalmente, otras dos zonas artísticas, de menos importancia que las anteriores, pero con características definidas, fueron: “la fluvial, con centro en Santa Fe, y la “de Cuyo”, cuyas obras, fueron prácticamente desaparecidas, por obra de terremotos y cataclismos.

Las reformas políticas y económicas emprendidas por Carlos III, dieron un nuevo empuje a la cultura rioplatense con la creación del Virreinato del Río de la Plata, sustrayendo con ello la intendencia de Cuyo de la influencia de Chile y la zona alto-peruana de Lima, y Buenos Aires, sede de las nuevas autoridades, desplaza a Córdoba como principal núcleo cultural del país. En efecto: con la expulsión de los jesuitas se pretende trasladar a la capital virreinal los principales instrumentos de civilización: la Universidad, la Biblioteca, el Archivo y la Imprenta.

El trasplante de la vieja Universidad cordobesa no se consumó debido a que por esta época se fundó en Buenos Aires el “Real Convictorio de San Carlos, colegio de enseñanza media y superior. En cambio, el material de la Biblioteca y los códices del archivo fueron dispersos entre los bibliófilos, y la imprenta, después de haber quedado arrumbada por varias décadas en los sótanos de la Universidad, el virrey Vértiz la puso a disposición de “Casa de Niños Expósitos de Buenos Aires”, aprovechándose de ella para imprimir, además de algunas obras religiosas, sueltos y periódicos de orden civil, temas económicos y más tarde, en la época de la Revolución, además de los bandos, proclamas y manifiestos de nuestros proceres, las marciales estrofas de Vicente López y Planes (“Origen de la Cultura Colonial y Moderna Argentina-Características”, publicado por Historia y Biografías.com).

Las Bellas Artes en los tiempos de la Colonia
Literatura
A mediados del siglo XVI el fraile español Luis de Miranda (1501-1560), espadachín y aventurero que vino con la expedición de Pedro de Mendoza en 1536, escribió un “Romance Elegíaco” en ciento cincuenta versos, comentando la trágica aventura de la fundación del Real Buenos Ayres” y ésta la primera obra que se conoce escrita en estas tierras del nuevo mundo, descubiertas en 1492 por Cristóbal Colón.

En los albores del siglo XVII otro poeta, el arcediano Martín del Barco Centenera (1536-1605) escribió el poema “La Argentina”. Publicado en Lisboa en 1602, puede ser considerado interesante, sólo por su valor documental y por haber utilizado el nombre con que en Adelante, se conoció el país Argentina.

En 1621, Ruy Díaz de Guzmán (1550-1629), fue el autor de la crónica conocida como “Argentina Manuscrita”, una obra así llamada, por no habérsela impreso durante más de dos siglos. Díaz de Guzmán era nieto de Martínez de Irala, el conquistador que nació y murió en el Río de la Plata. Matizó su desolada historia con algunas leyendas, como la de “Lucía Miranda” y de “la Maldonada”, relatadas novelísticamente por cronistas posteriores.

El canónigo de la Catedral de Tucumán, Bernardo de la Vega, nacido en Madrid (1570-1625, fue poeta y autor de la obra “La Bella Cotalda” y cerco de París”, publicada en México en 160l.

Mateo Rosas de Oquendo (1559-1620), sevillano, vino al Tucumán en 1586 con el gobernador Ramírez de Velasco, asistió a la fundación de La Rioja en 1591 y escribió varias obras, entre ellas “Sátira a las cosas que pasan en Perú” y “Romance en lengua de indio”.

Luis de Tejada (1604-1680), nacido en la ciudad de Córdoba, es considerado el primer poeta argentino. En 1666, luego de una vida disipada, profesó en el convento de Santo Domingo de su ciudad natal y se volcó a la escritura, respetando los procedimientos estilísticos de los siglos XV y XVI y dejando fluir sentimientos propios. Dejó en una, que fue su obra magna, notas muy vivas del ambiente y varios Tratados y noticias de la época.

Finalizando el siglo XVIII, en Literatura, se destaca Manuel José de Labardén (1754-1811), quizás el escritor más notable de la colonia. Autor de la tragedia Siripo, estrenada en 1789, con él se inicia el teatro porteño. . Considerada la primera obra de teatro no religiosa estrenada en el Virreinato del Río de la Plata, específicamente en Buenos Aires, su manuscrito se perdió el 16 de agosto de ese mismo año, en el incendio del Teatro de la Ranchería. Más tarde, ya en 1804 publicó una notable “Oda al Paraná”, que se destaca por la nobleza de su acento.

Juan Baltasar Maciel (1727-1788), jurisconsulto, educador y canonista, cantó los triunfos del virrey Ceballos en las campañas contra los portugueses en el Río de la Plata.

Antonio de León Pinelo (1591-1660), considerado como el padre de la bibliografía americana por el “Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental”, (Madrid, 1629) era hijo de judíos portugueses trasladados al Río de la Plata, residió en Córdoba, y fue procurador del Cabildo de Buenos Aires (1621). En España publicó una recopilación de las “Leyes de Indias” (1658).

Arquitectura
Uno de los más importantes monumentos religiosos del Virreinato del Río de la Plata fue la Catedral de Córdoba, comenzada en 1677 por el arquitecto José González Merguelete, y completada por los arquitectos italianos Andrés Bianchi (o Blanqui) y Juan Bautista Prímoli en 1783, ambos jesuitas. La cúpula es obra del franciscano Vicente Muñoz (1699-1784)).

Otras obras notables realizadas por los jesuitas en Córdoba, son la Iglesia de la Compañía de Jesús, diseñada y construida por el belga Felipe Lemer (1608-1671 que completó la obra entre los años 1646 y 1647 y para construir la bóveda utilizó madera de cedro del Paraguay; la Capilla Doméstica, el Colegio Nacional de Monserrat y la Casa de Trejo. A los jesuitas Prímoli y Bianchi se les deben gran número de obas de ese tiempo en Buenos Aires, Córdoba y las misiones jesuíticas.

El jesuita alemán Juan Krauss (1653-1714) es el autor del templo de San Ignacio de Buenos Aires, iniciado en 1712 y considerado el mejor monumento barroco del virreinato. La catedral de Buenos Aires, es obra del italiano Antonio Masella (1700-1774 a la que, en 1821-27, el francés Próspero Catelín le agregó el amplio portal neoclásico.

Recordemos finalmente, que, en el período colonial se distinguieron con numerosas obras civiles y religiosas, los siguientes arquitectos: el portugués José Custodio de Saa y Faría (1733-92) a quien, además de su participación en la fortificación de Buenos Aires, también se le atribuye la creación de planos y diseños para la ciudad, incluyendo la Plaza de Mayo y sus alrededores; los españoles Martín Borneo (1750-1805); Juan de Herrera; Juan de Campos (1728-/…); Tomás Tiribio (1756-1810), que anticipó el neoclásico en Buenos Aires con el trazado del templo de San Francisco (1804-80).

Pintura

La pintura durante el período colonial, se caracterizó por su enfoque religioso, utilizando el arte como una herramienta para trasmitir y estimular valores católicos.

Entre los primeros artistas que actuaron en nuestro suelo debemos señalar a Fray Diego de Ocaña (1570-1608), religioso español que recorrió gran parte del territorio americano a pie y de a caballo, difundiendo la veneración de la Virgen de Guadalupe. Arribó a Buenos Aires a principios del 1600, procedente de Chile; atravesó los Andes y las inmensas llanuras de nuestras pampas y en todos los lugares por los que pasaba, pintaba cuadros de la virgen; además. Llevaba un diario de viaje que ilustró con sus dibujos, una obra que se conserva en la Universidad de Oviedo. En ese manuscrito hay interesantes dibujos de los indios calchaquíes y guaraníes, apuntes que tomó en su viaje al alto Perú.

El jesuita español Bernardo Rodríguez (1574-1650), arribó desde el Perú para evangelizar a los indios de Tucumán y hacia 1616 pintó la imagen de La Conquistadora en la Iglesia de la compañía de Santa Fe, donde aún se conserva.

Luis Berger (1558-1639) jesuita francés, arribó a Buenos Aires en 1617, y en Santa Fe pintó la imagen de la Inmaculada, que aún se conserva; Rodrigo de Sas, flamenco, trabajaba en Buenos Aires hacia 1599 y en 1601, lo hacía en Córdoba, donde gozaba de gran fama como artista. En 1612 se trasladó a Potosí.

A partir de 1606, un danés, llamado Juan Bautista Daniel (1580-1660) pintó en Buenos Aires y Córdoba, dejando varias obras, entre ellas: “Cristo crucificado”, firmado y fechado en 1613.

El primer pintor argentino conocido es Tomás Cabrera, nacido en Salta hacia 1740, quien también fue escultor. De su autoría, conocemos el primer cuadro histórico pintado en el país: Se trata de una entrevista entre el Gobernador del Tucumán y el cacique Paykin (1774).

Miguel Aucell, valenciano (1727-87) se estableció en Buenos Aires en 1754, y dejó entre sus obras: “La resurrección” (1760); José de Salas, madrileño (1735-1817) había estudiado en la academia de San Fernando, de Madrid, hallándose en Buenos Aires hacia el año 1772, donde realizó un san Vicente Ferrer para el convento de Santo Domingo. Todavía trabajaba en la ciudad en el año 1816.

Los romanos Martín de Petris o de Pietris (activo en 1792-1799) y Ángel María Camponeschi (1770-1830), que trabajaron en Buenos Aires a fines del siglo XVIII y principios del XIX, realizando obras de verdadero mérito. En 1794, de Petris pintó los retratos de los reyes de España, para colocarlos en los salones del Fuerte y en 1795, demostrando ser un fino miniaturista, realizó el retrato de Juana Larrazábal, marquesa de Sobremonte, en la tapa de un pastillero de marfil conservado en el museo histórico nacional. Camponeschi por su parte, en 1803, pintó un “San Vicente Ferrer”, que fue la admiración de todo Buenos Aires (… el cuadro anda de casa en casa porque todos lo desean ver…”, decía un contemporáneo). En 1804, Camponeschi pintó el retrato de fray José de Zemborain, que se conserva en el Convento de Santo Domingo, en la ciudad de Buenos Aires.

Música
Con los soldados y colonizadores llegaron a estas tierras los misioneros que difundieron la doctrina cristiana entre los indios por medio de la música. Así lo hicieron Alonso Barzana (1528-1598 en el Tucumán, y San Francisco Solano (1549-1610) en el Alto Paraná.

La Capilla de la primera Catedral de Buenos Aires tuvo un músico importante en el criollo Juan Bizcaíno de Agüero, nacido en Talavera de Madrid (Tucumán) en 1606. Desde 1628 hasta 1640 fue organista y “chantre” del citado templo, pasando después a Asunción, donde murió en 1675.

Los jesuitas Juan Vaisseau (1584-1623); Luis Beerger (1588-1639), Pedro Comental (1595-1664), Antonio Sepp (1655-1733), Florián Paucke (1719-1780), Martín Schmid (1694-1773) y Doménico Zípoli (1688-1725) difundieron la enseñanza de la música entre los indios que poblaban las misiones jesuíticas, dejando un buen número de instrumentistas, lo que hizo decir al padre Antonio Ripari en 1637: “los indios cantan en música, misas enteras, motetes y canciones con sus instrumentos, y con tanta perfección que podrían ser escuchados en cualquier iglesia de Europa”.

El más importante de estos maestros fue Zípoli, alumno de Doménico Scarlatti en Nápoles y de Bernardo Pasquini en Roma, protegido del gran duque de Toscana, y organista de la iglesia de la Compañía de Jesús, en Roma. Autor de varios oratorios y misas. Murió en la estancia de Santa Catalina, en Córdoba.

Otro gran músico italiano, que actuó en nuestra tierra en el siglo XVIII, fue Bartolomé Massa o Mazza (1721-1796). Arribó a Buenos Aires en 1752, y permaneció en la ciudad hasta fines de 1761. Entre el 4 y 21 de noviembre de 1760, cuando se celebraron fiestas en honor de Carlos III, Massa estrenó una ópera suya titulada “Las variedades de Proteo” en un teatro de madera construido al efecto, en la Plaza Mayor frente al Cabildo. A fines de 1761 pasó el Perú, donde fue actor y empresario.

Músicos nacidos en Buenos Aires, y que actuaron a fines del período colonial, fueron: Teodoro Hipólito Guzmán (1750-1820), Ambrosio Belarde (1760-1815) y Tiburcio Ortega (1759-1839), quienes tocaban en la Catedral y en otros templos, y animaban los saraos de la época, en la residencia del virrey y en los domicilios de las familias más encumbradas de la ciudad.

Escultura
Entre los primeros escultores que actuaron en nuestro medio figura el jesuita italiano José Brasanelli (1659-1728), un milanés que desarrolló una vasta labor en las reducciones jesuíticas entre 1690 y 1728. Era escultor, arquitecto, pintor y médico. Realizó esculturas para las reducciones de Itapúa, la Concepción, San Francisco de Borja, San Ignacio Miní, Loreto, etc. Algunas de sus tallas se conservan todavía en Brasil.

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Entre los escultores coloniales se destacó también el portugués Manuel Couto o Coyto, autor del “Cristo” que aún se venera en la Catedral de Buenos Aires y data de 167l (imagen). El español Juan Antonio Gaspar Hernández (1750-1821), que fue el primer director de la “Academia de Dibujo del Consulado” y realizó varias tallas para diversos templos de la ciudad.

Esteban Sampson, filipino, en 1800, realizó un “Santo Domingo” de muy buen modelado y posiblemente el “Cristo de la Humildad y la Paciencia”, que se venera en el templo de la Merced, atribuido también a un místico llamado José el Indio.

José de Sosa Cavadas, portugués. Realizó la talla de numerosos retablos porteños, entre ellos, el magnífico de “San Roque” (1761). El salteño Tomás Cabrera, autor del “San José”, existente en la iglesia del Pilar, de Buenos Aires, firmado en 1785. El español Juan Gaspar Hernández (1750-1821), residió largos años en Buenos Aires como escultor y tallista. Una muestra de su talento es el hermoso ángel que se conserva todavía en el convento de San Francisco, en Buenos Aires.

Siglo XIX
En abril de 1801 aparece en Buenos Aires el primer periódico, llamado: “Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo del Río de la Plata”, donde se publicaron notables estudios sobre las provincias, valiosas notas del naturalista Tadeo Hanke, la “Guía de Forasteros” que, a cargo de José Joaquín Araujo, se ocupó de temas históricos. Entre los colaboradores contaba a Manuel Belgrano, Gregorio Funes y Juan José Castelli.

Otro órgano, cuyo programa era alentar la producción e impulsar la economía mediante la apertura del puerto, apareció en septiembre de 1802, con el título de “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”, fundado por Hipólito Vieytes. Poco después, en febrero de 1810, aparece el “Correo del Comercio de Buenos Aires”, que cuenta entre sus redactores a Manuel Belgrano.

El 7 de junio de 1810 se inició la publicación de la “Gazeta de Buenos Ayres”, creada por el primer gobierno patrio a inspiración de Mariano Moreno. El periódico asienta dos principios: es necesario que el público esté informado acerca de la conducta de sus representantes; no deben oponerse trabas a la libertad de expresión.

Al mismo tiempo, Moreno, desde las páginas de la “Gazeta”, muestra su preocupación por la cultura política, con la publicación del “Contrato Social” de Jean Jacob Rousseau. Otra de las obras culturales de Moreno fue la creación de la Biblioteca Pública.

En 1813 se inicia, con la creación del “Instituto Médico”, la fundación de una serie de establecimientos superiores, que comprende a la “Escuela de Dibujo”, la “Academia de Jurisprudencia”, la “Academia de Matemáticas”, y culmina con la fundación del “Colegio de la Unión del Sur”, en cuyas aulas, Juan Crisóstomo Lafinur, Fernández de Agüero y Diego Alcorta dictaron sus cursos de filosofía, con una orientación moderna.

El 12 de agosto de 1821, durante el gobierno del coronel Martín Rodríguez y su ministro Bernardino Rivadavia, se crea la Universidad de Buenos Aires, cuya organización incluía todos los ciclos de la educación, desde la superior (ciencias: exactas, medicina, jurisprudencia, ciencias sagradas) hasta las primeras letras, donde se hizo sentir peculiar -mente la influencia del presbítero y doctor Antonio Sáenz, primer rector de la universidad.

Hacia 1822 adquiere gran florecimiento el salón de María Sánchez de Mendeville (nombrada Mariquita Sánches de Thompson). Allí se reúnen las personalidades intelectuales y políticas; Rivadavia, con la colaboración de aquella dama, funda en 1823 la “Sociedad de Beneficencia”, institución de carácter asistencial.

Las letras argentinas tuvieron un precedente clasicista en la obra del culto Juan Cruz Varela, traductor de Ovidio, Horacio y Virgilio, en quien se inspiró para su tragedia “Didó”.

La aparición de Esteba Echeverría en el panorama cultural, representa la aurora del movimiento romántico argentino. En “La cautiva” y en “El Matadero”, introduce temas populares y recorta figuras que han de alcanzar su plenitud en la poesía gauchesca.

Con la inspiración de Echeverría y el auspicio del bibliófilo Marcos Sastre, que cede un local de su librería, se funda en 18.35 el “Salón Literario”, núcleo inicial de la “Asociación de Mayo” o “Asociación Joven Argentina”, constituida a la manera de análogas sociedades secretas europeas. Justamente, el manifieste de la entidad lo redacta Echeverría: es el «Dogma Socialista de la Asociación de Mayo».

Juan María Gutiérrez es otra figura destacada de ese grupo, y descuella en la poesía (“Canto de Mayo”), la crítica y la historia. Integraba también la Asociación Juan Bautista Alberdi, redactor del periódico “La Moda”, ilustrativo del movimiento cultural de la época, compositor musical de méritos y que, más tarde proporcionaría con sus «Bases» los antecedentes más directos de la Constitución Argentina sancionada en 1853.

Otros de sus miembros eran el historiador Vicente Fidel López y Miguel Cané (padre). Dos grandes figuras aparecen luego en la escena cultural argentina; Sarmiento y Mitre. Hombre de lucha el primero, escribe con pasión su “Facundo” y realiza estudios sociológicos, a la vez que impulsa con fuerza la cultura argentina desde el llano y la presidencia. Mitre no sólo es el militar y político destacado; es el fino traductor de la “Divina Comedia” y el autor da la “Historia de Belgrano” y la “Historia de San Martín”, funda además en 1870 el diario “La Nación”, que, con “La Prensa”, establecida per José C. Paz en 1869, marcan la época del gran periodismo.

Hacia mediados del siglo, descuella la figura de fray Mamerto Esquiú, virtuoso prelado que exaltó en sus sermones los ideales de paz y de orden. También se distingue el gran jurista Dalmacio Vélez Sarsfield, profundo conocedor de la sociedad argentina, que es el autor del Código Civil Argentino. Es menester destacar también la presencia en la vida cultural argentina de Francisco Javier Muñiz, médico, naturalista y paleontólogo, que trabajó en los mismos yacimientos fosilíferos que luego investigaría Florentino Ameghino.

Entre los precursores de la poesía gauchesca, debe anotarse a Bartolomé Hidalgo, hombre cultísimo, que crea, sin embargo, un género popular: el gauchesco. Por él florece esta nueva rama en la poesía del Río de la Plata. Luego vendrían cultores famosos de este género, como Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y osé Hernández.

A este último le estaría reservado el escribir la obra maestra del género: el “Martín Fierro” y “La vuelta de Martín Fierro”, en la que se refleja magníficamente la figura del personaje típico de la pampa: el gaucho. Surge esta obra, como genuina expresión de literatura nacional.

Poetas logrados fueron Olegario V. Andrade, autor de El nido de cóndores; Carlos Guido Spano, y Ricardo Gutiérrez. Se destaca también en esta época, aunque su lenguaje no fuera el gauchesco, por sus temas y raigambre nacionales, Rafael Obligado, y Pedro B. Palacios (“Almafuerte”), de original personalidad y de muy definido carácter.

En años decisivos para la Argentina, de crecimiento y vértigo constructivo, vemos delinearse intelectualmente una nueva generación, que se ha llamado del 80, porque su obra documenta la vida argentina de esa época. A ella pertenece Lucio V. López con su novela “La gran aldea”; Julián Martel, con “La bolsa”; Carlos María Ocantos, con “Quilito”, nombres a los que debemos agregar los de Eugenio Cambaceres, José Luis Cantilo y el español Francisco Grandmontagne, a quien se deben dos novelas esencialmente argentinas: “La Maldonada” y “Teodoro Foronda”.

Otros dos arquetipos de la generación del 80 fueron Miguel Cané y Lucio V. Mansilla, quienes, con “Juvenilia” el primero de ellos, refleja toda una época de la cultura argentina, y con “Una excursión a los indios ranqueles”, el segundo, expone la cruda realidad de la vida en campaña de las tropas que participaron en la gesta del desierto, siendo además, Eduardo Wilde, José Manuel Estrada y Pedro Goyena, figuras destacadas de la política y las letras.

Al crecimiento económico de la Argentina, correspondió, en 1893, una expresión de su pujante vida intelectual, con la inauguración del “Ateneo”, cuyo discurso inaugural estuvo a cargo de Calixto Oyuela, uno de sus fundadores y verdadero maestro de letras españolas, cuya honrosa tradición defendió. Es la época en que aparecen en Buenos Aires figuras de poderoso relieve literario, como Leopoldo Lugones, Paul Groussac y Roberto J. Payró. Surge también en estos días una figura representativa del espíritu nacional: Joaquín V. González, autor de “Mis montañas”, que al dedicarse a la política continúa la tradición del estadista hombre de letras, a la manera de Mitre y Sarmiento.

A la formación de aquel cenáculo se anticiparon los hombres de ciencia con la fundación, por un grupo de estudiantes capitaneados por Estanislao S. Zeballos, de la “Sociedad Científica Argentina”, en 1872. Uno de sus actos iniciales fue el de patrocinar la expedición de Francisco Pascacio (o Pancracio) Moreno a la Patagonia, en la que comienza a destacarse la figura de este hombre eminente, que pasa a la historia argentina con el nombre de “El Perito Moreno”, por su brillante actuación en la cuestión de límites con Chile, y que fue el creador del “Museo de Historia Natural de la ciudad de La Plata”, dos expresiones culturales —tanto la sociedad científica, como el citado museo— que honran al país.

También a fines del siglo XIX comienza a destacarse el antropólogo Florentino Ameghino, con la publicación de la “Antigüedad del hombre en el Plata”, donde esboza la teoría que había de desarrollar plenamente en su obra capital, “Filogenia”.

Los estudios sociológicos tuvieron como destacados cultores a Juan Agustín García, autor de “La ciudad indiana”; Agustín Álvarez, que escribió el “Manual de patología política”; José María Ramos Mejía, autor de “Rosas y su tiempo” y “Las multitudes argentinas”; José Ingenieros, de marcada orientación positivista, que es autor, entre otras obras, de una “Sociología argentina”.

La crítica de la orientación positivista y la renovación de las ideas filosóficas en general fueron obra de Alejandro Korn, cuya influencia fue importante en la nueva generación. Entre sus obras se destacan “Influencias filosóficas en la evolución nacional, La libertad creadora y Axiología”.

También hacia fines del siglo XIX la inquietud artística se manifiesta en la creación de una literatura dramática de carácter propiamente nacional, fluctuando al principio entre la pista y la escena, pues fue la compañía circense de la familia Podestá, la que representó los primeros dramas criollos, compuestos sobre adaptaciones de las novelas de Eduardo Gutiérrez sobre “Juan Moreira”, “Juan Cuello” y otros héroes populares.

Pero inmediatamente se produce una firme consolidación de la escena criolla con el estreno de obras como: “Calandria”, de Martiniano Leguizamón, y “La piedra de escándalo”, de Martín Coronado.

Así, pues, la Argentina entra en el siglo XX en un franco progreso en el terreno cultural que procura acompasarse con su progreso material, y en ella la vida científica, literaria y artística, va adquiriendo cada día un mayor esplendor.

En el teatro surge una figura de excepción con Florencio Sánchez, de origen uruguayo, que muestra en su producción un reflejo colorido y real de la vida. Cultivó el teatro de tesis. Escribió tres dramas: “La gringa”, “Barranca abajo” y “Los muertos”. Entre sus comedias se destacan “M’ hijo, el dotor” y “En familia” y produjo otras obras menores.

Otros autores de primordial importancia en los comienzos del teatro argentino son: Enrique García Velloso y Gregorio de Laferrére; Alberto Ghiraldo con su “Alma gaucha” y Julio Sánchez Gardel con “Los mirasoles” y “La montaña de las brujas”.

Dentro de este siglo se desarrolla ampliamente la personalidad literaria de Leopoldo Lugones, figura prócer de las letras argentinas, como prosista y como poeta, pudiendo considerarse como clásicos sus libros “La guerra gaucha” y “Odas seculares” y de Roberto J. Payró, destacado costumbrista de vena irónica y observación profunda, autor de “Pago chico” y de la novela “Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira”  y “El triunfo de los otros”.

Tres novelistas se inician también con el siglo, realizando los tres una labor considerable: Martínez Zuviría, que populariza su seudónimo de Hugo Wast; Manuel Gálvez, que, además de la novela, cultiva la biografía, y Benito Lynch, fiel retratista de las costumbres campestres.

A éstos hemos de agregar a Ricardo Rojas, de polifacético talento literario, que cultiva el verso; el teatro y el ensayo, distinguiéndose especialmente como historiador de las letras argentinas; a Enrique Larreta autor de “La gloria de don Ramiro”,y al poeta y escritor Arturo Capdevilla.

En 1907, dos críticos de valía: Alfredo A. Bianchi y Roberto P. Giusti, fundan la revista “Nosotros”, que habrá de ser durante muchos años, un claro exponente de la intelectualidad argentina.

Con posterioridad aparece la revista “Sur”, fundada y dirigida por la escritora Victoria Ocampo y en cuyas páginas refleja las más modernas corrientes literarias y filosóficas de América y Europa.

Hacia 1910 surge una nueva generación, con carácter entre bohemio y revolucionario, que tiene su portaestandarte en el poeta Evaristo Carriego, autor de “Misas herejes” y “La canción del barrio”.

Posteriormente tienen eco en Buenos Aires, en una pléyade de escritores, todas las corrientes literarias nacidas en Europa, es decir, las mismas que allí florecieron entre las dos últimas guerras, si bien el poeta que con mayores motivos puede ostentar este título es Fernández Moreno, que siendo muy argentino, se mantiene dentro de la más pura y clásica tradición española.

Aparece luego el escritor que vivió intensamente el alma de la pampa y de sus nombres, Ricardo Güiraldes, cuya obra cumbre es Don Segundo Sombra, novela recia y profunda, cargada de nostalgia.

En cuanto a las modernas generaciones argentinas, tres nombres se destacan entre ellas a través de obres en las que su personalidad se va afirmando y definiendo con vigorosos trazos: los de Ezequiel Martínez Estrada, Eduardo Mallea y Jorge Luis Borges. Además, el panorama literario argentino se ha ampliado posteriormente a las provincias, en algunas de las cuales, como Tucumán, Córdoba, Mendoza y Santa Fe, existen núcleos locales de escritores que van creando un ambiente intelectual en todo el país, propicio a la integración de un arte nacional (Desde el subtítulo “Siglo XIX” hasta aquí, extraído de “Origen de la Cultura Colonial y Moderna Argentina-Caracteristicas”, publicado por Historia y Biografías.com.

El ambiente social y cultural durante la época de Juan Manuel de Rosas (1829)
En 1829, la sociedad todavía conservaba las características del período hispánico. A los jefes militares y a los altos funcionarios rosistas, así como también a los hacendados, comerciantes, sacerdotes, profesionales y las demás personas sometidas con mayor o menor sinceridad al régimen se los llamaba «clase decente».

Se mantuvieron los tradicionales bailes, tertulias (imagen) y saraos, en los cuales descollaba Manuelita, la hija de Rosas, que con su gentileza y generosidad atenuó más de una vez la severidad de su padre. La casa particular de Rosas estaba ubicada en las actuales calles Bolívar y Moreno; el caudillo pasaba largas temporadas en su vasta residencia de Palermo de San Benito, a orillas del río y entre la arboleda.

Atendía los negocios públicos tanto en el Fuerte como en su casa particular y en Palermo. En Santos Lugares, partido de San Martín, cerca de la actual Villa Devoto, existía un campamento militar permanente, con grandes depósitos de armas, municiones y pertrechos; allí eran encerrados los presos políticos y solían efectuarse todas las ejecu­ciones.

La muerte de la esposa de Rosas, doña Encarnación, en octubre de 1838, motivó largas manifestaciones de pesar; la mazorca llevó luto durante dos años, el mismo lapso que el gobernador.

Los adictos de Rosas eran reclutados entre la clase humilde, cuyas quejas y pedidos atendía con diligencia, ya fuera en persona o por intermedio de sus parientes. Casi todos los plateros, “lomilleros” y herreros tenían sus talleres en el barrio de la Concepción. La «clase decente» organizaba por turno fiestas parroquiales en honor de Rosas, y el retrato de éste, era paseado por las calles con gran escolta de honor.

Los negros, admiradores fanáticos de Rosas, ocupaban en su mayor parte la parroquia de Montserrat conocida como «barrio del tambor, del mondongo y de la fidelidad». Éstos, según fuera su lugar de origen, estaban divididos en sociedades llamadas «naciones», tales como las «de los congos», «minas» o «benguelas». Cada «nación» tenía su rey, su reina y una comisión encargada de la celebración de ruidosas fiestas, donde se bailaba el candombe y acompañado por su hija, Rosas asistía a estas fiestas.

Los indios eran objeto de atenciones cuando concurrían a la ciudad para trocar cueros, piedras, plumas de avestruz y otros elementos por aguardiente, tabaco, adornos y telas de vistosos colores; el gobierno les hacía llegar, por intermedio de los pulperos de la campaña, ropa, azúcar, sal y reses, para lo cual invertía anualmente la apreciable suma de dos millones de pesos, aproximadamente.

En 1830 fue clausurado el Colegio de Ciencias Morales, «por no corresponder sus ventajas a las erogaciones causadas». En su lugar durante años funcionó más tarde el Colegio Republicano Federal, de carácter privado, cuyo Director fue el padre jesuíta Majesté.

En 1838 se suprimió del presupuesto la partida destinada a la Universidad, la cual en adelante, tuvo que sostenerse con recursos propios. También se suprimieron, en el mismo año, los sueldos de los maestros de la ciudad y de la campaña, aduciendo como causa, la grave situación de las finanzas, afectadas por el bloqueo francés.

La Casa de Expósitos y el Asilo de Huérfanos quedaron a cargo de la beneficencia privada. Tanto la entrada de libros como su publicación fueron so­metidos a la censura. Sin embargo, el Colegio de Montserrat y la Universidad de Córdoba siguieron funcionando como instituciones provinciales, y en esa época el doctor Francisco Javier Muñíz realizó trabajos importantes sobre fósiles y enfermedades infecciosas. Además, el escritor italiano Pedro de Ángelis, traído a nuestro país por Bernardino Rivadavia, ordenó y publicó diversos documentos históricos.

El número de periódicos, que en 1833 alcanzaba a cuarenta y tres, en 1842, bajó a solamente tres: “La Gaceta Mercantil”, diario de la tarde y “British Packet”, este último escrito en inglés.

En las letras, floreció solamente la poesía tendenciosa, anónima en gran parte, escrita para ensalzar a Rosas, a su esposa Encarnación y su hija Manuelita, así como a los principales jefes y a la Federación.

Los jóvenes románticos (1833)
La llamada generación romántica que surgió en esos días, estaba integrada por jóvenes educados en otra concepción de lo tradicional y lo clásico, robustecidos espiritual y científicamente por la enseñanza universitaria, o superior, influenciados por ideas liberales e imbuidos del concepto de “Progreso Ascendente”, muy propio del siglo XVIII europeo.

Esos contenidos nuevos, impregnaron sus personalidades y se unieron a todo cuanto era en ellas, tradición hispanoamericana y latinocristiana, cambiándola en muchos aspectos. Pero lo que más gravitó en sus espíritus, fue el romanticismo; que sirvió para vincularlos al pasado como forjador del presente.

El romanticismo les hizo ver también, que las instituciones y los logros políticos, sociales y económicos, eran siempre graduales, producto, más de la evolución y educación constante, espontánea y dirigida, como de la revolución. Les inculcó además, el concepto de nacionalidades, con las naturales semejanzas entre todos los hombres, por ser todos, obra de un mismo Creador.

Asimismo, como novedad exclusiva de Buenos Aires, estos jóvenes aunaron otros contenidos al romanticismo. Echeverría, Sarmiento, Alberdi, Juan María Gutiérrez, Miguel Cané (padre), Marco Avellaneda, Vicente Fidel López, Pío Tedín, Aberastain y muchos otros, si bien eran románticos, también eran liberales y progresistas, por lo que endiosaron al pasado que iba de Mayo de 1810 hasta sus tiempos cercanos.

Fueron sobre todo, afectos a la lectura, la historia, la filosofía y las ciencias morales. Quisieron que toda la realidad, a la que conocían mejor que los viejos “unitarios”, aunque menos que los “federales” prácticos, se ajustase a esquemas rígidos y preconcebidos. Entre 1833 y 1835 los unitarios llegaron a formar, primero, una Sociedad de Historia; luego, gracias a la Biblioteca y Librería de Marcos Sastre, ampliaron sus conocimientos y se dieron a las discusiones públicas así como también a la redacción de ensayos.

Aquellos jóvenes románticos consideraban a Rosas, por su misma acción fuerte y experimentada, un producto de la evolución nuestra o americana, algo propio del nuevo medio en formación, una etapa ineludible y necesaria hasta alcanzar realidades mejores.

El Salón Literario (1837)
Sus reuniones tomaron estado público en 1837 en el nuevo y amplio negocio del ilustrado librero Marcos Sastre. Fue entonces cuando Esteban Echeverría fundó el “Salón Literario” (junio de 1837), ensalzando Sastre durante el acto inaugural, a la juventud, a la misión de ésta y al libro como vehículo de una cultura universal y formativa.

En ese mismo acto Alberdi disertó sobre la Revolución de Mayo, expresando que consistió, no sólo en derribar a un virrey ineficaz, sino que fue además signo fatal de la evolución americana. Juan María Gutiérrez, por su parte, efectuó un análisis crítico del reconocimiento y aparecieron también durante breve lapso, los periódicos Semanario de Buenos Aires y La Moda.

Echeverría, que además de romántico, era evolucionista y crítico, se convirtió en el orientador de esos jóvenes. En sus disertaciones les hizo comprender el sentido que a su criterio tenía nuestra historia. Para él existieron un momento de la espada, de 1810 a 1816, y un momento posterior, que debió ser de organización pero no lo fue por egoísmos, incomprensión, ineficacia, luchas, mezquindades, carencia de hombres de Estado e improvisaciones. También les habló del absolutismo español, considerándolo perjudicial y en igual carácter les presentó luego a Rosas.

Alberdi, en su “Fragmento preliminar al estudio del Derecho” (1837), en un capítulo en el cual se refiere a los límites del derecho y a la soberanía del pueblo, presentó el caso nuestro como muy especial. Más tarde los jóvenes románticos y del Salón Literario cambiaron de posición, en parte por la prédica pero también por sus ideas liberales, que contrastaron cada vez más con las situaciones y hechos violentos que veían y que no toleraban.

Así fue como, apartándose de un romanticismo total, seleccionaron momentos del pasado, dividiéndolos en aceptables y no aceptables; Mayo fue aceptable, y descubrieron aquello que, por no cumplido hasta entonces, apuntaba como promesa y programa de acción. Consideraron pasado no aceptable al absolutismo español, y juzgaron que se estaba proyectando en Rosas, prolongado en odios, luchas, descuido del pueblo y de los intereses de la patria. Esto los hizo apartarse del unitarismo, pero más aún del federalismo.

La Joven Argentina
El 8 de julio de 1838 Esteba Echeverría celebró con un discurso la creación de una sociedad secreta, de carácter netamente político, llamada “La Joven Argentina” y conocida tradicionalmente como “Asociación de Mayo”. Formaban parte de ella, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y Vicente Fidel López.

En su discurso de lanzamiento, Echeverría planteó los fines y propósitos de la entidad y una Comisión integrada por éste, Alberdi y Gutiérrez, redactó después la doctrina de la Asociación. De este trabajo surgió más tarde el “Dogma Socialista” de Echeverría.

La vigilancia de Rosas, impidió actuar a la Asociación, debiendo emigrar la mayoría de sus integrantes. Alberdi lo hizo en 1838, llevando las “Palabras simbólicas”, obra que unida a su “Dogma Socialista”, fue publicada en Montevideo en 1839. Otros, que se quedaron en Buenos Aires, fundaron el “Club de los cinco”, otros se ocultaron de las iras de la “mazorca” y algunos de estos últimos, participaron en la conspiración de Maza.

La “Asociación de Mayo” creó filiales en el interior, especialmente en Tucumán, que tuvo decididas acciones en contra de Rosas. Los que no estaban de acuerdo con la política oficial empezaron a abandonar el país.

Al principio Rosas no se oponía a esta emigración, pero cuando vio que los exiliados organizaban en el exterior grupos de resistencia ordenó a la policía y a los mazorqueros la vigilancia estricta de los bajos del río, lugar donde los fugitivos solían embarcar en forma clandestina. Entonces, los federales disidentes, (los llamados “lomos negros”), los unitarios directoriales, presidenciales y congresistas y los jóvenes de la “Asociación de Mayo” y sus simpatizantes también emigraron.

Echeverría, Rivera Indarte, Juan Cruz, Rufino y Florencio Varela, Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre, Gutiérrez, Alberdi, Sarmiento y otros fijaron su residencia en el Uruguay y en Chile, y algunos, en menor número, en Brasil y en Bolivia.

En Montevideo funcionó la llamada Comisión Argentina, que recolectó fondos para organizar tropas y negociar el apoyo de Francia, Inglaterra y Brasil. En Montevideo, el “Comercio del Plata”, periódico dirigido por Florencio Varela, polemizaba con la “Gazeta Mercantil” de Buenos Aires, que dirigía De Ágelis y en Chile, el periódico “El Progreso”, mantenía controversias con “La Gazeta” por cuestiones de límites y en el mismo diario chileno, Sarmiento, que había conquistado gran prestigio, publicó su obra “Facundo”, biografía literaria de Facundo Quiroga y estudio del ambiente social y político de la época.

Entre 1838 y 1841 se extendieron cuatro años de crisis, de medidas extremas en ambos bandos y de incertidumbre en el destino de los partidos y de la nación toda. Después de ataques interiores y exteriores, del terror y de toda clase de luchas y combates, triunfó nuevamente la causa federal, aunque a costa de una nueva y sangrienta división entre los argentinos y también, paulatinamente, pero inexorablemente, la suma del poder pasó a las manos de Juan Manuel de Rosas (ver Qué pasó en la educación argentina.)

La vida intelectual en las provincias de la confederación (1861)
Equivocados estarían los que supusieran que en la capital provisoria de la Confederación argentina no había cultores de las bellas letras. Población relativamente pequeña, compuesta de empleados en su gran mayoría, y de comerciantes, pero residencia oficial del gobierno, Buenos Aires atrajo como huéspedes, por más o menos tiempo, celebridades literarias extranjeras, como M. Martín de Motissy, el barón du Graty, M. de Viel Castel, M. Bravard, don Francisco Bilbao, señor Burmeister, M. Lelong y M. Brougnes. Estos últimos, entusiastas empresarios de la colonización.

Entre los senadores y diputados había muchos aficionados a los estudios históricos y literarios, de manera que en los centros políticos se vivía con modestia el cultivo literario…”.(1). En 1860 el ministro Juan Pujol hizo la tentativa de crear un “Instituto Histórico Geográfico de la Confederación”. Luego, en 1861 el doctor Vicente G. Quesada fundó la “Revista del Paraná”, que duró ocho meses, interrumpiéndose por causa de la guerra civil, habiéndose hecho presente con su pluma en las columnas de esta publicación, las mejores firmas de la época: Juan Pujol, Benjamín Victorica, Francisco Bilbao, Vicente Quesada, Carlos Guido y Spano, Juan M. Gutiérrez, Juana Manuela Gorriti, Juan B. Alberdi.

Eran también importantes centros intelectuales de la Confederación, la Universidad de Córdoba, el Colegio de Monserrat y el Colegio de Concepción del Uruguay, dirigido por Alberto Larroque.

(1) Ver “La vida intelectual en las provincias argentinas”. G. Quesada, Revista Atlántida, marzo de 1911.

Hitos en el ámbito de la Cultura y la Educación (ver La educación en la Argentina. Sus orígenes)

1609
Hernando Arias de Saavedra establece las primeras Escuelas en el Río de la Plata
08/08/1621
Se habilita en el Colegio Jesuita de Córdoba, la Universidad Mayor de San Carlos, origen de la futura Universidad de Córdoba, primer establecimiento de educación terciaria que funcionará en el territorio argentino.
01/04/1801
Aparece el “Telégrafo Mercantil, Rural, Económico e Historiográfico”, primer periódico editado en el actual territorio argentino.
19/08/1810
Concretando una iniciativa del doctor Manuel Belgrano, la Primera Junta de Gobierno, resuelve fundar la Escuela de Matemáticas» para la enseñanza de Aritmética, Álgebra, Geometría plana y práctica y Trigonometría,
1816
Por iniciativa de Manuel Belgrano, se funda la «Academia para la Enseñanza de las Matemáticas y las Artes Militares», que estaba destinada a la preparación de oficiales del ejército y de jóvenes que desearan seguir la carrera de las armas.
1822
A partir de 1822 comenzaron a establecerse en Buenos Aires las primeras entidades culturales con estructuras bien organizadas. Las primeras en funcionar como tales fueron la “Sociedad Literaria” con 13 socios y 7 corresponsales; la “Sociedad de Ciencias Físicas y Matemáticas”, con 12 socios (de los cuales 3 eran honorarios) y 6 corresponsales; la “Sociedad de Jurisprudencia”, con 10 socios; la “Academia de Medicina”, con 15 socios y 6 corresponsales; la “Academia de Música y Canto”, sin datos porque hacían socios por suscripción. Antes de esa época, ya se habían hecho varias tentativas para crear entidades culturales, pero todas tuvieron poco resultado o tuvieron vida efímera.
En diferentes épocas, se ensayó la creación de cuerpos literarios, con la idea de iluminar a nuestros mayores y así nacieron “El Club de 1810”, La “Sociedad Literaria” de 1812, la “Liga Patriótica” en 1816 y “El buen gusto del Teatro”, fundado por Juan Martín de Pueyrredón en 1817, pero todas desaparecieron muy muy rápidamente.
23/06/1837
Con la presencia de Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutierrez, Vicente López y Planes, Vicente Fidel López y los más brillantes intelectuales de la argentina de entonces, Marcos Sastre, funda en su librería el “Salón Literario”.

Hitos en el ámbito de las Ciencias
1878
Florentino Ameghino viaja a Europa para relatar sus hallazgos y presenta sus Memorias en el Congreso de Antropólogos de París. Regresó a la Argentina en 1881, ya consagrado como antropólogo y geólogo. Fue Director del Museo de Historia Natural (1902) y dictó Cátedras en Córdoba, Buenos Aires y La Plata. Algunas de sus obras más destacadas son “Los mamíferos fósiles de la América Meridional”, “La formación Pampeana (1880); Filogenia” (1884) y “Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la Argentina” (1889).
Ángel Gallardo desarrolló una obra de alto nivel teórico en el ámbito de las ciencias naturales, ocupándose de los problemas de la herencia biológica y de la división celular. En 1902 se doctoró en Ciencias Naturales, con su trabajo «Interpretación dinámica de la división celular». En 1912, publicó una Tesis sobre la división celular por una acción bipolar, comparable a la electricidad o el magnetismo. Fue presentada en la Sorbona (París) en 1912 y se transformó en la explicación científica considerada más probable durante muchos años.
Otros notables naturalistas como Carlos Spegazzini y Cristóbal Hicken, se radicaron en el país y aportaron importantes trabajos sobre su especialidad, mientras que el médico Luis Agote descubre el método que permitió las transfusiones de sangre y el doctor Pedro Chutro, racionaliza la cirugía de urgencia. En 1925, Albert Einstein visita el país y dicta una serie de Conferencias.

Hitos en el ámbito de la Literatura
12/01/1873
José Hernández publica su obra “Martín Fierro”, considerada como como la obra cumbre y fundacional del “género gauchesco”.

Hitos en el ámbito de la Música
1877
Francisco Hargraves estrena la primera ópera escrita por un argentino y se destacan entre otros, los músicos Arturo Berutti, Felipe Boero, Julián Aguirre y Carlos López Buchardo.

Hitos en el ámbito del Teatro
17/09/1783
Abre sus puertas del teatro de la Ranchería, el primer Teatro estable con que contó Buenos Aires.
00/11/1879
Se manifiesta la “corriente gauchesca” y en Buenos Aires, José Podestá representa la obra “Juan Moreira” y “Calandria” de Martiniano Leguizamón. En el “teatro menor” se destaca “Sabino, el mayoral” de Enrique García Velloso y en el “teatro de aliento”, surge “La piedra del escándalo”, de Martín Coronado y “La Chacra de don Lorenzo”, de Nicolás Granada, “Al campo”, de David Peña, “Locos de verano” y Jettatore” de Gregorio de Laferrere, “Barranca abajo” y “M’ hijo, el dotor” de Florencio Sánchez, sin olvidar la presencia en los escenarios nacionales de autores tales como Julio Sánchez Gardel, José León Pagano, Arturo Giménez Pastor, Pedro Pico, Vicente Martínez Cuitiño, entre otros.

Hitos en el ámbito del Folclore (1840)
Se inicia el romanticismo literario con Esteban Echeverría, que termina su obra “El matadero” (se publicará recién en 1871), con el costumbrismo de los litógrafos César Hipólito Bacle y Gregorio Ibarra y con la literatura de los viajeros que nos visitan y recorren el país.
En 1859, el poeta uruguayo Samuel Alejandro Lafone y Quevedo se instala en Catamarca y formó notables colecciones de material arqueológico de la cultura calchaquí y escribe su obra “Londres y Catamarca” donde asentó los resultados de sus investigaciones. Juan B. Ambroseti viaja al Chaco, investigó en la Quebrada de Humahuaca y publicó “Los monumentos megalíticos del Valle de Tafí”, “El bronce de la región calchaquí” y “Leyendas y supersticiones”.

Fuentes consultadas. Para escribir este artículo, ofreciendo un todo armónico, coherente en tiempo y contenidos, hemos debido a apelar a diversos textos, algunos anónimos y otros concretamente atribuídos a sus verdaderos autores, entremezclándolos con los de mi autoría; me ha sido imposible por lo tanto, dejar perfectamente establecido a quien se debe tal o cual frase, definición, conclusión y/o teoría. Sólo puedo dejar consignadas aquí las fuentes en las que he nutrido mi trabajo, ofreciendo así, un pálido remedo de lo que debería ser un honesto y absoluto reconocimiento de los derechos de autor que les corresponde a los autores a los que he apelado.Historia de la Cultura Argentina”. Francisco Arriola, Editorial Stella; “Origen de la Cultura Colonial y Moderna Argentina-Características”, publicado por Historia y Biografías.com.; “La Cultura Argentina”. Enciclopedia Ilustrada. Ed. Cumbre S.A.; “Pioneros culturales de la Argentina. Biografías de una época, 1860-1910”. Paula Bruno, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 2011; “Historia de la Cultura Argentina”. Universidad Nacional de La Matanza; “Sobre la Historia de la cultura argentina”. Ana Clarisa Agüero, Ed. Manuel Suárez Editor, Buenos Aires, 2022.

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