LAS REDUCCIONES Y LAS MISIONES JESUÍTICAS (1548)

Desde que llegaron a América, los españoles, puestos a evangelizar a los nativos de estas tierras, comprendieron que si los aborígenes mantenían su ancestral costumbre de vivir dispersos en bosques, sabanas y montañas, no habría modo de poder mantenerlos bajo control para su adoctrinamiento.

Además de los sistemas de “repartimientos”(1) y “encomiendas” (2), ya en funcionamiento, la corona española, aplicó entonces en sus posesiones en América, el de las “reducciones”(3) y los “corregimientos” (4).

Tomando con pinzas algunas opiniones, diciendo que el término “reducciones”, se usaba en la época, como “comunidad”, adjudicándole el sentido de  “reunir o congregar en asentamientos de misión” (según dice Carmen Labrador Herráiz en “Las reducciones en el Paraguay, una experiencia educativa singular), la verdad es que las “reducciones” fue un eufemismo que enmascaraba la verdadera condición de “ghetos” que tenían estos “poblados”, donde se reunía a los aborígenes, manteniéndolos sujetos a una férrea disciplina, que en muchos casos lindaba con la crueldad.

La encomienda: la explotación de los indios

Fueron creadas en la primera mitad del siglo XVI, a partir de la Real Cédula de 1548, y eran pueblos habitados exclusivamente por aborígenes que funcionaban como “cabeceras de doctrina” durante la evangelización española de América.

Los aborígenes no “encomendados” (2), estaban obligados a vivir agrupados en núcleos de población, alejados de los españoles. Estos poblados, tenían cierta autonomía administrativa y fueron denominados “reducciones”. Independientes en un principio, pasaron luego a depender de un “corregidor”, funcionario que ejercía una misión tutelar, y pasaron a ser llamados “corregimientos”.

El “corregimiento” () de aborígenes disfrutaba en propiedad, de los resguardos o tierras que rodeaban el poblado donde habitaban los españoles y su explotación se adjudicaba anualmente a las familias o a grupos de familias o tribus.

La aplicación del sistema de trabajo rotatorio no remunerado, la práctica de la solidaridad por el bien común y la asistencia que se practicaba entre los distintos grupos así formados, dio nacimiento a una auténtica economía de tipo comunitario.

Las Primeras reducciones de indígenas en el Paraguay (1578)
En 1537, con los fundadores de Asunción llegaron los primeros franciscanos y comenzaron a organizar a los nativos en asentamientos y fue uno de ellos, el padre Francisco Bolaños quien escribió la primera Gramática, el primer Diccionario y un libro de oraciones en guaraní.

En 1580 se estableció en «Los Altos», territorio hoy ocupado por la República de Paraguay, la “reducción” “San Lorenzo de los Altos”, a unos 40 kilómetros de Asunción, que fue la primera en estos territorios.

En 1585 llegaron los primeros jesuitas al Tucumán y en 1587, a petición del Obispo de Asunción, fray ALONSO GUERRA, también llegaron al actual territorio paraguayo y a partir de 1587 se instalaron en territorios que actualmente ocupan Bolivia y Brasil.

El sistema de “reducciones” subsistió así para bien y para mal hasta el siglo XVII. Fue cuando la Compañía de Jesús comenzó a enviar a sus sacerdotes a América para evangelizar a los nativos, dando inicio a lo que se llaman “las Misiones Jesuíticas” y en 1609 los jesuitas llegaron al Río de la Plata para evangelizar a los “guaycurúes” y los “guaraníes”, en una gesta conocida como “las Misiones Guaraníticas”.

A lo largo de todo el siglo XVI, la corona española dictó numerosas ordenanzas justificando y dando directivas para reglamentar este procedimiento que fue general en América.

En 1537 decía Francisco Marroquín, obispo de Guatemala, que los indios, “puesto que son hombres, justo es que vivan juntos y en compañía”. Ese mismo año los dominicos, bajo la dirección del padre Bartolomé de Las Casas, desarrollaron en la difícil provincia guatemalteca de Tuzulutlán un notable esfuerzo de reducción de indios en pueblos (“Un ejemplo de penetración pacífica”, La Verapaz. Mendiguren).

Y ya en 1681 la “Recopilación de leyes de los reinos de Indias”, reiterando muchas ordenanzas anteriores, disponía concretamente “para que los indios aprovechen más en cristiandad y policía ,se debe ordenar que vivan juntos y concertadamente”.

Las Misiones Jesuíticas (1609/1767)
En 1605, el Superior General de la Compañía de Jesús, CLAUDIO ACQUAVIVA (19/02/1581- 31/01/1615), dispuso la creación de la Provincia del Paraguay de la orden, nombrando a DIEGO DE TORRES como primer provincial. Éste obtuvo con confirmación real, la prohibición del servicio personal en los pueblos que se convirtieran y fue luego, en 1609, el responsable de poner en ejecución el sistema de las “reducciones” guaraníes, creadas en cumplimiento de las disposiciones establecidas en las Leyes de Indias.

Misiones jesuíticas en América - Wikipedia, la enciclopedia libre

Las primeras actividades de los jesuitas, destinados a la evangelización de los pueblos aborígenes, fue la instalación de las Misiones, reemplazando a las «reducciones» instaladas por los españoles. Allí debían darle forma escrita a la lengua guaraní, tarea fundamental para facilitar su gestión y trabajar para integrar comunidades autosuficientes, incentivando la participación de todos los miembros de la colectividad, en un complejo sistema de actividades económicas, sociales y culturales.

Las “reducciones” estaban destinadas a ser poblaciones de indígenas organizadas y gobernadas por sacerdotes de la Compañía de Jesús. Existieron en Canadá, California, México, Ecuador, Brasil, el Río de la Plata y Paraguay.

En estas últimas regiones, se caracterizaron como un régimen especial que durante la colonización de Hispanoamérica, se aplicó también, con los pueblos guaraníes, guaycurúes y afines, con la intención de evangelizarlos y aunque si bien, ésta fue la idea para su establecimiento, los jesuitas se aprovecharon de ella, para aislarlos de su medio natural, de sus privaciones y vulnerabilidad, con el objeto de impedir posibles abusos contra ellos, como lo eran las “encomiendas”, “la mita” y “el yanaconazgo”.

Este primer grupo de misioneros, a partir de 1609 fundó cerca de 30 misiones en territorios que hoy pertenecen al Paraguay, Brasil, Argentina y Bolivia y entonces, las “reducciones” que comenzaron llamándose “Misiones Jesuíticas”, empezaron a ser identificadas como las “Misiones Guaraníticas” o “Misiones Guaraníes”, porque las “reducciones” que se intentaron instalar con los pampas y chaqueños, fracasaron por lo indómito de los pampas, cooptados por los araucanos y la ferocidad de los segundos. No ocurrió lo mismo con los guaraníes y los tapes, pese a su carácter bravío y fue con ellos, precisamente, que los jesuitas cumplieron eficazmente con su cometido y alzaron numerosas reducciones y administraron antiguas misiones franciscanas.

Muchas de estas misiones fueron reconstruidas y conservadas y hoy, sus ruinas, guardan con orgullo, en su silenciosa majestuosidad, el recuerdo de una época de esplendor y prosperidad para el pueblo guaraní.

Fundadas como “reducciones”, fueron administradas por los jesuitas desde 1609 hasta que la Compañía de Jesús fue expulsada en 1776 de los territorios de América. En ellas se garantizaba la propiedad de las tierras a los indios y disponía que en el caso de que las tierras que se hubieren repartído, perteneciesen a un español, se lo compensara a éste y que los pleitos que de ello se originara, eran apelables ante el Consejo de Indias.

En la práctica, el sistema consistía en el asentamiento de los aborígenes en lugares aptos y previamente acondicionados para que vivieran, se educaran y desarrollaran allí sus actividades. Les estaba prohibido a los españoles vivir en las misiones para evitar los abusos, la corrupción y el lógico recelo del nativo. También les estaba prohibido alojarse allí a los mulatos y mestizos y sólo en casos especiales, se autorizaban residencias temporarias a españoles transeúntes y mercaderes.

Se asignaba un Jefe de la “reducción”, que era siempre el padre superior, dependiente del provincial de la orden y se disponía luego la instalación de un Cabildo y el nombramiento de indígenas para que ocuparan cargos como Alcaldes y Regidores, por lo que el gobierno civil del pueblo, estaba en manos de los indígenas, con funciones y sistemas de elección análogos a los Cabildos españoles, aunque la justicia estaba casi siempre, administrada por los sacerdotes.

Los españoles sólo podían ejercer en ellas, el cargo de “cura doctrinero”, encargado de la educación, o de “corregidor”, que era el encargado de recaudar los tributos.

La tierra se dividía en parcelas, que se adjudicaban al indio en propiedad, pero además se debía trabajar una tierra común. Los productos se guardaban en depósitos y se iban entregando en la medida de las necesidades de cada uno, quedando una parte para socorrer a los indios en circunstancias especiales.

Los excedentes comerciales, que por lo general estaban ligados a la venta de yerba mate y -en menor medida- al algodón y tabaco, estaban controlados por los misioneros, quienes eran intermediarios entre la sociedad hispano-criolla y las reducciones.

Aunque las “reducciones”, en cuanto a su organización, funcionamiento y administración, debían atenerse a lo establecido en las Leyes de Indias impuestas por España, tuvieron luego que adaptarse continuamente a las circunstancias que se les presentaban, por lo que finalmente, se fueron transformando en “Repúblicas de aborígenes”, muchas veces ejemplares, debido a que los jesuitas tomaban del espíritu de su fundador, IGNACIO DE LOYOLA, el ideario al que consagrara su vida.

Y fue por eso que el grado de desarrollo alcanzado en el orden artístico y cultural, fue muy grande y las ruinas existentes en Paraguay y en la provincia argentina de Misiones, son un elocuente testimonio de ello.

Se enseñó a los indios pintura, platería, decoración, grabado, carpintería, tejeduría, fundición, y hasta se fabricó una prensa tipográfica con la que fue posible publicar en 1700 un “Martirologio Romano”.

A mediados del siglo XVII, cuando arreciaron los ataques paulistas, se proveyó a las misiones de armas de fuego, y los indios fueron instruidos por los militares españoles. Los nativos, rápidamente adquirieran habilidad en el manejo de las armas. lo que les resultó muy conveniente a los españoles, cuando muchos de los nativos de las misiones, prestaron valiosos servicios a la corona de España durante la larga guerra que mantuvo con Portugal por la posesión de la Colonia de Sacramento.

La fecunda actividad de los misioneros se manifiesta en el hecho de que para 1652, ya se habían fundado 48 pueblos, por obra de 100 sacerdotes aproximadamente. y a mediados del siglo XVIII, la población de las misiones pasaba de 100.000 indios, a los que se logró hacer vivir en armonía y prosperidad, éxito que finalmente provocó la expulsión de los jesuitas en 1767, cuando la presencia de las misiones, afectó los intereses de muchos poderosos que lograron hacerlos echar de América, para eliminar esa molesta competencia para sus negocios.

En 1767, al ser expulsados los jesuitas, las misiones fueron divididas en dos jurisdicciones: una oriental y otra occidental. Paulatinamente, con la nueva administración civil y religiosa, decreció la importancia y la población de ellas.

«Es imposible comprender la originalidad y la envergadura de la obra a la que se comprometieron DIEGO DE TORRES y los jesuitas, sin tener en cuenta el contexto político, económico y social que debieron enfrentar» durante toda la existencia de las “reducciones”.

«En el plano político, la firma del Tratado de Tordesillas o Tratado de las Fronteras, que establecía los límites de las posesiones de las coronas de Madrid y Lisboa, le creaba grandes dificultades por ser éstos poco claros e imprecisos».

Desde el punto de vista económico, la oposición cerrada a su implantación por parte de los “encomenderos” españoles, seriamente afectados en sus intereses por este proyecto y desde el punto de vista social, por la permanente lucha que se debió librar para obtener el reconocimiento del derecho a la libertad de los aborígenes, por parte de la corona española.

«Y es en ese contexto, que para medir la visión de IGNACIO DE TORRES al encarar este proyecto, para valorar su audacia y su prudencia, su genio, inventiva y su sentido de la organización, deben leerse las «Instrucciones» que les dio a todos los jesuitas destinados a las Misiones guaraníes.

Además de las disposiciones relativas a la vida espiritual de los mismos misioneros y a su acción apostólica, la carta contiene directivas para la elección del terreno donde fundar una Reducción, “que debía ser en lugares con agua y buenas tierras, o preferentemente cerca de yacimientos mineros”, el plano para la construcción del poblado y de sus distintas dependencias; directivas para su administración, para la educación de los niños y muchos otros temas más, siendo la defensa de la libertad de los aborígenes, el tema que ocupaba la mayor parte de su contenido.

Los pueblos que los jesuitas enviados al Paraná, al Guayrá y a la tierra de los Guaycurúes (región del Gran Chaco en la Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil), fundaron a partir del siglo XVII, organizados como “reducciones”, fueron en total treinta, distribuidos estratégicamente, edificadas con esfuerzo y también fecundadas con sangre (6).

Es interesante destacar aquí, que, a pesar de contar con esas “Instrucciones” a las que nos hemos referido, ninguna de esas 30 “reducciones”, fue construida igual a otra. Cada una tuvo el sello particular de la comunidad que la constituyó con su esfuerzo y con los materiales propios de cada lugar».

Comenzando en 1610, con la fundación de la Reducción de Loreto, quince de ellas se ubicaron en territorios ocupados hoy por la República Argentina: Cuatro en el la provincia de Corrientes (Yapeyú (1627), La Cruz (o Nuestra Señora de Asunción de Acaraguá o Mbororé 1630), San Carlos de Borromeo (1631) y Santo Tomé (1632)

Once en la provincia de Misiones (Apóstoles San Pedro y San Pablo (¿?), Nuestra Señora Inmaculada Concepción de Ibitiracuá (¿?), Santa María la Mayor (1626), San Francisco Javier (1629), Santos Mártires de Japón (1639), San José de Itacuá (1633), Nuestra Señora Candelaria (¿?), Nuestra Señora Santa Ana (1633), Nuestra Señora de Loreto /1610), San Ignacio Miní (1611) y Corpus Christi (?)).

Ocho en el Paraguay (Jesús de Tavarangué (1685), Santísima Trinidad del Paraná (1706), Nuestra Señora Encarnación de Itapuá (1615), San Cosme y Damián (1632), Santiago Apóstol (1669), Santa Rosa de Lima (1698), Santa María de Fe (1647) y San Ignacio Guazú (1609).

Y siete que fueron conocidas como las “Misiones Orientales” ubicadas al suroeste de Brasil (San Francisco de Borja (1682), San Nicolás (¿?), San Luis Gonzaga (1687), San Lorenzo Mártir (1690), San Miguel de las Misiones (1632), San Juan Bautista (¿?) y Santo Ángel Guardián de las Misiones (¿?), es decir, todas, en ese vasto territorio que ocupaba el virreinato del Perú, y que hoy ocupan la Argentina, Paraguay, Uruguay y partes de Bolivia, Brasil y Chile (1633).

Las misiones fundadas por la Compañía de Jesús además de su misión fundamentalmente evangelizadora, desempeñaron un importante papel en la definición de los límites del imperio español en Sudamérica, funcionando como fuerza de contención ante la expansión portuguesa en la región del río de la plata y el río Amazonas.

En un comienzo y a partir de 1609, fueron cuarenta poblaciones de guaraníes las que se hallaban bajo control de los jesuitas (treinta en las riberas de los ríos Paraná y Uruguay, siete en el área del Río de la Plata y tres ubicadas en el Tucumán), a las que se agregaron luego la misión de “San Ignacio Guazú” que ya había sido fundada a principios de 1609 por MARCELO LORENZANA y otras, que ante los reiterados ataques de los “bandeirantes”, pronto se vieron obligadas a trasladarse hacia el sur y el oeste por razones de seguridad (5).

En 1617, la corona dispuso reasignar la jurisdicción de las “misiones”, y estableció que las ubicadas en los territorios del norte, pasaban a depender de Asunción y que quedaban bajo el control de Buenos Aires, las instaladas al sur.

Verdaderas “reducciones” al fin, pero con una organización más justa y humana que éstas, pronto se convirtieron en prósperos poblados modelo y efectivos baluartes en la defensa de nuestras provincias contra los conquistadores portugueses y en poco tiempo formaron una hermosa nación que, en menos de cien años ya contaba con 33 pueblos, habitados por 150.000 indios.

Ferozmente combatidas por los “bandeirantes” y los mamelucos, que las atacaban para hacer esclavos y saquear sus existencias, en 1631, trece, de esas primeras “reducciones” que se habían instalado, fueron destruidas totalmente y llevados por la fuerza sus moradores, aborígenes ya convertidos, que fueron vendidos como esclavos en Río de Janeiro y no obstante los esfuerzos que se realizaban para su defensa, muchos pueblos florecientes eran reiteradamente saqueados por los “bandeirantes”, hasta que en 1632, la situación se hizo insostenible.

Obligados a emigrar, con el padre ANTONIO RUÍZ DE MONTOYA a la cabeza, 12.000 aborígenes transportados en 300 canoas, bajaron por el río Paraná hasta el territorio de la actual provincia de Misiones. Aquí se instalaron y se expandieron rápidamente, a pesar de que era muy reducido el número de los religiosos misioneros afectados a tales tareas.

Unidas a las 10 reducciones ya establecidas, se extendieron luego hacia otras regiones, en especial al Paraguay y al Uruguay y a partir de 1639, los jesuitas se abocaron a la tarea de convertir y reducir a los indios guaraníes que habitaban ambas orillas del Paraná. Poco tiempo después ya se contaban por miles y miles los guaraníes que voluntariamente se sometían a las autoridades establecidas en las numerosas reducciones gobernadas por los jesuitas.

(1). El “repartimiento” forzado, que funcionaba en forma paralela con las “encomienda”, era un sistema que imponía el trabajo rotativo y obligatorio de los indígenas en proyectos de obras públicas o trabajos agrícolas considerados vitales para el bienestar de la comunidad. Esta modalidad de trabajo era similar a los reclutamientos laborales precolombinos, tales como el “coatequitl” mexicano y la “mita” peruana, que los españoles aplicaron con un sentido diferente al que tenía en las sociedades nativas.

(2). Las “encomiendas” fueron una de las primeras instituciones que implantó la corona española en sus colonias de América. Mediante la misma, se encomendaba a la autoridad de un colonizador o “encomendero” las familias de aborígenes, que con sus propios caciques, quedaban “encomendadas” a la autoridad de éste, con el objeto de percibir los tributos que los aborígenes debían pagarle a la corona (en trabajo o en especies y, posteriormente, en dinero), en consideración a su calidad de súbditos de ésta. A cambio, el encomendero debía cuidar del bienestar de los “encomendados” en lo espiritual y en lo terrenal, asegurando su mantenimiento y su protección, así como su adoctrinamiento cristiano o evangelización.

(3). Las “reducciones”, eufemismo que enmascaraba la verdadera condición de “ghetos” que tenían estos “poblados”, donde se reunía a los aborígenes, manteniéndolos sujetos a una férrea disciplina, que en muchos casos lindaba con la crueldad, fueron creadas en la primera mitad del siglo XVI, a partir de la Real Cédula de 1548, y eran pueblos habitados exclusivamente por aborígenes que funcionaban como “cabeceras de doctrina” durante la evangelización española de América.

(4). “Corregimientos” eran zonas cuyos territorios tenían menos importancia para la corona por lo que no eran ciudades capitales de un distrito, tales como áreas ocupadas por pueblos aborígenes.

(5). Los frecuentes ataques que los paulistas hacían a la región de Guayrá, obligaron al traslado de las misiones hacia el Sur, en las proximidades de los guaraníes; de ahí la división de los indios de esta región en tapes y guaraníes, desde mediados del siglo XVI, quedando los primeros bajo el gobierno de Asunción y los segundos en la jurisdicción de Buenos Aires.

(6). Puestas en orden cronológico: San Ignacio Guazú (1609), Nuestra Señora de Loreto (1610), San Ignacio Miní (1611). Nuestra Señora de la Encarnación de Itapuá (1615), Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción del Ibitiracu (1619), Corpus Christi (1622), Santa María la Mayor (1626), Nuestra Señora de la Candelaria (1627), Santa María de Fe  (1627, Yapeyú (04/02/1627), San  Francisco Javier (1629), Nuestra Señora de la Asunción de Acaraguá y Mbororé o La Cruz (1630), San Carlos Borromeo (1631), San Cosme y Damián (1632), Santo Tomé Apóstol (1632), Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo (1632), Nuestra Señora de Santa Ana (1633), San José de Itacuá (1638) o 1633, Santos Mártires de Japón (1639), Santiago Apóstol (1660), Jesús de Tavarangué (1685), Santa Rosa de Lima (1698), Santísima Trinidad del Paraná (1700).

La gestión de los jesuitas en los poblados guaraníes
Durante el siglo y medio que duró su existencia, los padres de la Compañía de Jesús gobernaron sabiamente a los pueblos indígenas, habiendo alcanzado éstos, un grado tal de organización que ha llenado de admiración al mundo entero. Sus “misiones” pobladas con guaraníes eran unas muy bien planeadas comunidades, donde existía un sistema de trabajo y producción comunitario, y donde cada morador era dueño de su propia parcela.

Eran, en su aspecto general, una aldea de campo que tenía como todo pueblo, una plaza central rodeada por la iglesia (la Casa de Dios), el cementerio, la escuela, los talleres, los almacenes y las residencias del clero y más alejadas, las casas de los pobladores blanqueadas y muy aseadas, con corrales para animales y aves domésticas y telares para las labores femeninas.

Después estaban los corrales para caballos, bueyes y mulas, propiedad común de todos los habitantes y más alejado, las tierras para labranza.

Todas dependían del padre Superior que residía en la Candelaria (Posadas) y en cada uno de sus pueblos funcionaba un Cabildo. similar al de las poblaciones españolas, con cabildantes indios y vecinos aborígenes, que participaban en el gobierno como alcaldes o regidores.

La “misiones” probaron ser un avanzado y exitoso experimento de convivencia comunitaria religiosa, así como centro de intercambio cultural y social, lo que resultó en más de un siglo de paz y prosperidad sin precedentes. Sus vidas, así como sus viviendas, se concentraban alrededor de la Iglesia, bajo el control del gobierno real.

Cada población estaba organizada según el modelo español de una sociedad paternalista. Contaba con un Cabildo indiano y funcionarios municipales, elegidos por los habitantes de la “misión”, aunque de hecho, el poder de decisión se concentraba en dos sacerdotes jesuitas: uno a cargo de los aspectos religiosos y el otro e los asuntos vinculados con la administración, la política y la economía.

Las “misiones” fueron edificadas y organizadas siguiendo un mismo plan, de tal modo que al ver una reducción podía asegurarse haberlas visto todas. Las imponentes ruinas hoy perdidas entre las enmarañadas lianas, nos dicen que la edificación era de piedra y barro y que detrás de la iglesia estaban los galpones y los naranjales. Todas las calles desembocaban en la plaza y las reducciones se comunicaban entre sí por medio de caminos perfectamente trazados.

Todo estaba organizado de un modo singular; cada “misión” contaba con entre 3.500 y 4.000 indios, con un jefe o gobernador denominado padre rector y un ayudante del rector, un cura, un maestro de escuela y un encargado de las cosechas y despensero. Todos ellos debían aprender las lenguas indígenas.

La cultura y la educación
Los jesuitas resultaron ser excelentes administradores. El orden era debidamente mantenido; en las escuelas se enseñaba a los niños a leer y a escribir, preparándolos para que pudieran seguir sus diversas vocaciones, tales como la alfarería, la agricultura, las artesanías, la música y hasta la tipografía, ya que en las “misiones”, se habían instalado rústicas imprentas para cubrir sus requerimientos (y eso fue antes de que Buenos Aires y Córdoba las tuvieran).

as reducciones de Yapeyú, La Cruz y Santo Tomé, fueron centros de irradiación cultural de gran importancia para el futuro de esos pueblos y fueron célebres, por su desarrollo e importancia, las misiones de la Provincia Jesuítica del Paraguay, fundada en 1607, cuando, por disposición real, los jesuitas se encargaron de la evangelización de las provincias de los guaicurúes. Ubicadas en torno de Asunción, fueron pobladas con aborígenes tapes, al nordeste de la misma ciudad, y con los guaraníes al sur.

En las “misiones”, los aborígenes mostraron, su sensibilidad como actores y decoradores, de escultores de imágenes bellísimas, de pintores inspirados, y una sorprendente disposición para la música.

Sus esculturas y pinturas, generalmente de imágenes religiosas bellísimas, pese a la influencia europea, impusieron el espíritu indígena, dando origen al arte llamado «jesuítico-guaraní», por lo que muchos productos de su arte prodigioso, enriquecen hoy los museos del mundo.

Los nativos aprendieron a tocar distintos instrumentos y en las Misiones, se pudo encontrar una curiosa colección, fabricada por ellos mismos, que hubiera podido competir con algunas de Europa: trompetas, arpas, clavicordios, salterios, fagotes, chirimías, violines, flautas, cítaras, etc.

El padre ANTONIO SEPP, entre muchos otros, enseñó a los indígenas a copiar encajes neerlandeses, a hacer estatuas, sillerías de coros, púlpitos y confesionarios. Aprendieron además a tejer alfombras de lana semejantes a las turcas, a fundir campanas de bronce, a hacer fuentes y platos de estaño y a construir relojes realmente maravillosos de perfecto funcionamiento, logrando un real progreso para sus comunidades, a pesar de que fueron permanentemente hostigados por las «malocas» —ataques sorpresivos, realizados por los “bandeirantes” del Brasil, y finalmente detenido por la expulsión de los jesuitas en 1767 (Los textos encomillados pertenecen al padre Hugo Salaberry SJ.)

En 1700, cuando en Buenos Aires aún no se conocían estos trabajos, en las misiones guaraníticas imprimían libros grabados en madera y tuvieron la primera imprenta que funcionó en el Río de la Plata con prensas, tipos y tintas hechos por ellos mismos. y en el Museo Histórico Nacional se puede ver una de las cinco máquinas-imprentas que había en las misiones. El primer libro que salió de esas prensas fue un “Martirologio Romano” y en sus imprentas se hicieron los libros mejor editados de América, muchos de ellos, publicados en lengua guaraní.

Tuvieron las misiones también, una intensa actividad cultural. En ellas se desarrolló la arquitectura, la pintura, la escultura y la música a un nivel desconocido en otras partes de la colonia. Los misioneros les enseñaban a los indios la religión cristiana, pero también la lectura y el canto; el guaraní era obligatorio, aunque también se enseñaba el castellano. Los iniciaron en ganadería y agricultura y hasta en el teatro, actividad que fue rápidamente adoptada con gran entusiasmo por quienes resultaron ser “actores” intuitivos.

Los nativos aprendieron a tocar distintos instrumentos musicales y en las Misiones se disponía de una curiosa colección fabricada por ellos mismos que hubiera podido competir con las europeas: trompetas, aspas, clavicordios, salterios, fagotes, chirimías, violines, flautas, cítaras, etc.

El régimen comunitario en las misiones jesuíticas (1758)
Refiriéndose al sistema de acopio para el uso comunitario de los productos necesarios para el mantenimiento y sostén de las Misiones Jesuíticas, hablando específicamente del maíz que cosechaban los aborígenes de las Misiones, decía el sacerdote de la Compañía de Jesús, JOSÉ CARDIEL: “Si esto, lo tiene en su casa, desperdicia mucho y lo gasta luego, ya comiéndolo sin regla, ya dándolo de balde, ya vendiéndolo por una bagatela, por esto se lo obliga a traerlo a los graneros comunes, cada saco con su nombre, y se le deja uno solo en su casa, y se le va dando conforme se le vaya acabando.

Todas las propiedades, a excepción de las personales, eran comunes a todos. Se cultivaba yerba mate y algodón y se criaba ganado para cubrir las necesidades propias y para vender los excedentes, con cuyo producido se sufragaban los gastos de la “misión”. Muchos aborígenes de las “misiones” participaban de las excursiones de exploración que realizaban los españoles y no pocas veces los acompañaron en combates y tareas riesgosas.

Cada día, al toque de campana, comenzaba y terminaba el trabajo. Todos iban al campo de labranza en procesión al son de la música. Por la noche les estaba prohibido salir de sus casas. Mientras los varones cultivaban los campos, las mujeres cuidaban el hogar e hilaban y tejían el algodón.

Las cosechas eran de yerba mate, algodón, maderas, tabaco, azúcar y cueros y en Corrientes criaban además, mucho ganado. Una vez abastecida la comunidad, el excedente era enviado en colosales “jangadas” por el río Paraná a Buenos Aires, donde cambiaban sus mercancías por herramientas, sal y otros artículos que les eran necesarios.

El sistema de posesión y producción de la tierra era colectivista y los beneficios del trabajo pertenecían a la comunidad. El indio no era dueño de nada: en días determinados se le daba lo que le fuera menester para su manutención.

Las diversiones conque contaban consistían en bailes y representaciones, ambos de carácter religioso. En ellas había completa separación de sexos.

Para defender a las misiones contra los indios bravos y los desalmados mamelucos, el rey Felipe III autorizó la organización militar y el uso de armas. Los jesuitas formaron «milicias» organizando cuerpos de infantería y de caballería, de infantería y les enseñaron el manejo de las armas y los ejercicios militares. Las armas y la pólvora se fabricaban en la misma misión y se dice, que en caso de necesidad, los jesuitas podían poner en pie de guerra, no menos de 50.000 efectivos bien entrenados y amados.

Y como estimamos que nada es mejor, que la palabra de un actor de esa época, para comprender la realidad de “las misiones jesuíticas” y su influencia en el desarrollo y la economía de la comunidad aborigen, transcribimos a continuación, en formal textual, fragmentos de un relato del padre jesuita JOSÉ CARDIEL, un sacerdote fundador de pueblos y templos, que durante doce años compartió su vida con los misioneros y los aborígenes:

“.. .Ni basta el hacerle coger al indio toda su cosecha. Lo que más cogerá un indio ordinario es tres o cuatro fanegas de maíz. Bien pudiera coger veinte si quisiera. Si esto lo tiene en su casa, desperdicia mucho y lo gasta luego, ya comiendo sin regla, va dándolo de balde, ya vendiéndolo por una bagatela, lo que vale diez por lo que vale uno. Por esto se le obliga a traerlo a los graneros comunes, cada saco con su nombre: y se le deja uno solo en su casa, y se le va dando conforme se le va acabando. Toda esta diligencia es necesaria para su desidia”.

“Para remediar tan grande desidia, están entabladas sementeras comunes de maíz, legumbres v algodón y estancias de ganado mayor y menor. A las sementeras van en los seis meses de su tiempo los lunes y sábados, excepto los tejedores, herreros y demás oficiales mecánicos, que no van a las faenas de comunidad en todo el año y se remudan para la labor de sus tierras, una semana a ella, otra a su oficio.”.

“Todos sus oficios los ejercen, no afuera, sino en sus casas, que nada harían de provecho, sino en los patios que para ello hay en casa de los Padres; y es tanta su sinceridad, que todos estos oficios los hacen sin paga, aunque de los bienes comunes se remunera más a estos por trabajar más, que a los demás”.

“Los visita el Padre con frecuencia para que hagan bien su oficio. Pónese en cada oficio el que al Cura le parece más a propósito para él y no repugnan a ello pues, hasta muchos lo pretenden, porque, como ya se dijo, se tiene por nobleza el tener algún oficio. Sólo el ser tamborilero o flautero no se dan. Se mete a ello el que tiene afición y hay pueblos que tienen diez, doce o veinte indios musiqueros”.

“Estos bienes comunes que hemos dicho, sirven para dar que sembrar al que no tiene, por habérselo comido en demasía o perdido, para el sustento de la casa de las recogidas, para avío y provisión de los viajes en pro del pueblo, para dar de comer a los muchachos y muchachas cuando van a las sementeras comunes, u otras faenas; para agasajar a los caminantes y a los huéspedes, que a todos, sea español, mulatos, mestizo, negro o indio, esclavo o libre, se les hospeda y da de comer y aún se los pasa en embarcaciones por los ríos grandes que no tienen puente”.

“Los algodonales comunes sirven para vestir a todos los muchachos de uno u otro sexo, que si el Padre no los viste, los más, andarían del todo desnudos por la incuria de sus padres naturales. Y son tantos en pueblos tan numerosos, que cuidando yo del pueblo e Yapeyú, que es el mayor, el año de 55, serían tres mil. El pueblo tenía entonces mil seiscientos y tantas familias. Dase también el lienzo que del algodón se hace, a los que van a hacer yerba del Paraguay, a las viudas y recogidas, viejos e impedidos y por premio en las fiestas y funciones militares y políticas, a los que mejor se portan”.

“Y se guarda una gruesa porción para enviar a vender a Buenos Aires y a Santa Fe del Paraná y comprar con ello lo necesario de fierro, paños, herramientas, etc., para el pueblo y sedas y adornos para las iglesias. Hácese también lienzo blanco de varias calidades: delgado, grueso, de cordoncillo, torcido y de varios colores listados”.

“Los otros bienes comunes y más principales son el ganado mayor y el menor. Los indios no tienen en particular, vacas, ni bueyes, ni caballos, ni ovejas ni mulas: sino gallinas, porque no son capaces de más. Hemos hecho en todos tiempos muchas pruebas para ver si les podemos hacer tener y guardar algo de ganado mayor y menor y alguna cabalgadura v no lo hemos podido conseguir”.

“En teniendo un caballo, luego lo llena de mataduras: no le da de comer ni aun le deja ir a buscar y luego se le muere. El burro es más propio para su genio; pero lo suele tener tres y cuatro días atado al pilar del corredor de su casa, sin comer ni beber, sin echarlo al campo, por no tener el trabajo de ir a cogerlo allá. Les damos un par de vacas lecheras para que las ordeñen y tengan leche y por el corto trabajo de ordeñarlas, no las ordeñan o matan las terneras y se las comen”.

“Lo mismo sucede con los bueyes, que los pierden o matan o comen. Sólo en tal cual de los más principales y capaces, podemos lograr que tengan alguna mula o bueyes y que los conserven. Todo esto está de común. Además de los bienes comunes de vacas, algodón, etc., hay otro muy particular y cuantioso que es el de la yerba del Paraguay, que comúnmente llaman yerba”, sin más ádito”.

“Siémbrase también en todos los pueblos, tabaco para el común. De éste, algunos pueblos envían también a las ciudades, que allí se usa mucho para fumar y mascar. Es muy común en estos dos usos, entre la gente baja y no pocos de distinción. Los indios no usan sino para mascar, que dicen les da así mucha fortaleza para el trabajo, especialmente en tiempo de frío. No se usa en polvo por las prohibiciones reales. El de polvo viene de España y vale, lo más barato, a cuatro pesos la libra”.

“De todos los bienes de comunidad dichos, sólo salen de los pueblos el lienzo y algo de hilo para pabilos, la yerba y el tabaco, dejando lo necesario para el consumo de los vecinos. Los demás bienes quedan para el gasto, y para contratar unos con otros: porque en unos, abunda el algodón, en otros escasea, de manera que con dificultad se coge lo necesario para el pueblo: y lo mismo sucede con el maíz y legumbres y con los ganados: y acuden, a tiempo, varias plagas de gusano, langosta, etc., en algunas partes, dejando otras; por lo que hay mucha comunicación de unos con otros en compras y ventas. No corre dinero en esto. Todo se hace por trueques”.

“Los indios no disponen las faenas, viajes por tierra y agua y demás menesteres del común ni su avío y matalotaje; que el indio no tiene talento para prevenir sustento más que para cuatro o seis días, aunque tenga con qué prevenirlo y aunque sepa que el viaje ha de durar meses enteros».

«No se da sueldo porque lo hacen para el común, tanto para ellos como para los demás y mientras éstos están en el viaje, los demás les están componiendo y haciendo su casa, labrando los maizales y demás sementeras comunes para ellos y para todos y haciendo todo lo demás que sirve para ellos y para los que quedan».

«Sólo en caso de ser mayor trabajo el de los viajantes que el de los que quedan en el pueblo, o de haber hecho su viaje con especial cuidado y utilidad, se les remunera a la vuelta y el premio suele ser: rosarios, lienzo de listado (de que gustan mucho), cuchillos, espuelas, frenos, hachas y cuñas” (Extraído de “Breve relación de las Misiones del Paraguay”, José Cardiel, citado en “Organización social de las doctrinas guaraníes de la Compañía de Jesús”, del sacerdote Pablo Hernández.

Expulsión de los jesuitas y fin de las misiones
Lamentablemente, esta exitosa experiencia, si bien contaba con el apoyo de los aborígenes, que rápidamente habían comprendido las bondades del sistema (ver Las misiones jesuíticas), pronto comenzó a despertar envidias y críticas por parte de los españoles, sobre todo porque esas fundaciones, llegaron a constituir un verdadero organismo administrativo que ejercía su autoridad sobre vastos territorios de América del Sur, en abierta competencia con los intereses de la corona, de los encomenderos y de los comerciantes en general, que veían en ellas, un indeseado competidor.

Por motivos que Carlos III tuvo buen cuidado de “guardar en su real pecho”, el 27 de marzo de 1767 decretó la expulsión de la Compañía de Jesús de todos sus dominios. La voluntad de este despótico monarca fue cumplida según minuciosas y secretas instrucciones que le fueron dadas al conde de Aranda.

Muchas versiones circularon luego, tratando de explicar esta medida. Se dijo que el rey veía en las misiones, el origen de un estado dentro de su mismo estado y que eso menoscababa su autoridad; se dijo que la envidia de otras congregaciones religiosas ante el avance de la popularidad y el éxito que obtenían los jesuitas administrando las misiones, había influido para que las autoridades eclesiásticas intercedieran ante el rey para ponerle fin a esta situación.

Se dijo también, que el rey había sido influenciado por el poderoso gremio de los comerciantes españoles, que veían afectados sus intereses por la competencia de un sistema que permitía bajar costos e incrementar calidad y finalmente, que los encomenderos habían forzado al rey, haciéndole ver que sus “sistema”, le garantizaba mayores ganancias a la corona.

En días y horas sigilosamente señalados, los religiosos fueron sorprendidos en sus casas, misiones, colegios, residencias, etc., por el ejército real. Acinados en inmundos calabozos y luego embarcados a tropel rumbo a Italia, no se les permitió llevar consigo más que su breviario y su modestísimo ajuar.

“Atendidas sus condiciones y sus formas, dice un autor, “apenas registrará la historia acto más brutal y escandaloso de tiranía”. En las colonias americanas la opinión pública recibió el tiránico decreto con indignación y la autoridad civil tuvo que reprimir motines en Guanajato, La Paz, Potosí, etc., a pesar de haber publicado agresivos bandos en que declaraba que los vasallos “deben saber que nacieron para callar y obedecer, y no para discutir ni opinar en los altos asuntos del gobierno”.

Pero todo fue inútil. Se confiscaron los bienes a la Compañía y de acuerdo con la autoridad eclesiástica, se distribuyeron sus propiedades, bienes y beneficios entre otras órdenes religiosas, instituciones educativas y sociedades de beneficencia, aunque, claro está, que los encargados de esta operación supieron sacar para sí gran provecho, como ocurre casi siempre en estos tristes casos.

Las consecuencias de estas medidas fueron funestísimas para las “misiones” y para el futuro de la región. El indio volvió a la selva huyendo del encomendero y varias regiones de la América volvieron al salvajismo; se rompieron los fuertes lazos que hasta ese momento unía a la Iglesia americana con la corona española; las ideas de respeto y obediencia a las autoridades se relajaron en extremo y el espíritu de rebelión brotó en todas las almas.

Los pueblos americanos vieron con horror el opresivo regalismo de Carlos III y sus ministros y “comprendieron que había llegado el momento de ser libres”. Quizás no sea descabellado entonces, pensar que fue a partir de este momento que los pueblos originarios comenzaron a comprender la necesidad de librarse de ese despótico yugo al que lo sometía la corona española, y comenzara a germinar la idea de libertad que los llevó luego a los acontecimientos de mayo de 1810.

Aunque, como todas las Misiones fundadas por los jesuitas en Hispanoamérica, las de Paraguay, durante siglos también generaron controversias y un apasionado debate ideológico que enfrentó a quienes las reivindicaban como una exitosa realización de la “utopía cristiana” y quienes las calificaron como la expresión de una teocracia intolerable y coercitiva.

Al ser expulsados los jesuitas por orden del rey Carlos III mediante orden impartida el 27 de febrero de 1767, franciscanos, domínicos y mercedarios se hicieron cargo de esos “pueblos misioneros”, constituyéndose con todos ellos, “la gobernación de las Misiones Guaraníticas”

Fuentes. «Relación de los viajes de Acarrete du Biscay al Río de la Plata”. Acarrete du Buscay, en la Revista de Buenos Aires, Nº 50; «“Catálogo cronológico de Reales Cédulas, Órdenes, Decretos, Provisiones, etc. referentes a América, desde 1508 a 1810”. Biblioteca Nacional, Sección Manuscritos, Buenos Aires); “Reducciones. La concentración forzada de las poblaciones indígenas en el Virreinato del Perú». Soledad González Díaz, Ed. Universidad Bernardo O’Higgins, Chile, 2018; «Un ejemplo de penetración pacífica: Las reducciones en el Paraguay”. Carmen Labrador Herráiz, Universidad Complutense de Madrid, España, 2006;

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *