LAS “QUEMAS” EN BUENOS AIRES

En Buenos Aires hasta fines del siglo XVIII el problema de la basura y su disposición, fue una cuestión que tuvo diversas soluciones, ninguna de ellas realmente efectiva y que con el correr de los años, se fue agravando de tal manera, que la ciudad, era una “ciudad sucia” y las autoridades se vieron obligadas a encontrar una solución al problema.

Primer servicio de recolección de basura (1803)
Así fue, que a fines de 1803, organizado por el Cabildo porteño, dio comienzo el primer servicio de limpieza a cargo de pequeños carros que llevaba las basuras hacia sectores marginales, generalmente las barrancas de sur, pero cincuenta años después, el servicio dejó de ser eficiente.

El incremento poblacional de la ciudad y la llegada de los primeros comercios, artesanos, vendedores de frutas y alimentos, y también algunas pequeñas factorías, producía un incremento tal del volumen de la basura a recoger y depositar, que el servicio colapsó y tuvo que ser suspendido

Nuevamente, comenzaron a llenarse de inmundicias las calles y los muchos terrenos baldíos existentes en aquellos tiempos, pues en todos ellos, no encontrando mejor solución, los vecinos las volcaban desaprensivamente, en esos sitios que eran conocidos como “los huecos”, para sacarse el problema de encima (ver Huecos y baldíos en Buenos Aires).

En 1856 se creó la que fue la primera Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires (ver Primera Municipalidad de Buenos Aires) y una de las primeras medidas que tomó, fue que luego de cotejar distintos modos de eliminar tales basurales, decidió que lo mejor y más rápido era valerse del fuego, por lo que trató de encontrar en la actividad privada al que propusiera algún modo práctico y se hiciera cargo de llevarlo adelante.

Y fue DOMINGO CABELLO, un funcionario de esa Municipalidad quien, en 1858, ideó un sencillo y rudimentario aparato de hierro que podía ser transportado a cada uno de los numerosos depósitos de basuras al aire libre que se habían formado a lo largo y lo ancho del municipio, y el sistema resultó todo un éxito. Pronto se logró eliminar dichos muladares con una rapidez asombrosa.

Sin que se sepa porqué, el servicio fue suspendido y los baldíos volvieron a colmarse con desperdicios de toda clase para festín de perros callejeros, roedores y otras alimañas, provocando que el problema de la basura vuelva, pero ahora con mayor intensidad, debido al gran incremento poblacional y comercial que había tenido la ciudad.

La crítica situación que volvió a presentarse en la ciudad, no admitía más indecisiones. Fue así que la Comisión de Higiene firmó, el 1º de julio de 1861, un convenio con FRANCISCO BELVILLE, para que se hiciera cargo de las basuras que recogían los carros de limpieza.

Este concesionario, el primero de una larga serie, que le sucederán, pagaría 2.500 pesos mensuales por todo aquello que podía recuperar a su beneficio y se obligaba a quemar diariamente el resto de las basuras. El gobierno municipal, por su parte, se reservaba las cenizas resultantes a los fines que más le conviniera. Este primer contrato fue por seis años, aunque luego se extendió por más tiempo y así dio comienzo lo que con el correr del tiempo se convirtió en un gran negocio.

En un principio, estos “empresarios” hicieron el trabajo en lugares muy próximos a las edificaciones urbanas, sobre terrenos baldíos que ocupaban para esos menesteres. Pero lo hacían mal, pues su afán estaba en la separación de los elementos y materiales que podían darle ganancias y no en la incineración de lo demás. De allí que los muladares no desaparecieran y continuaran amenazando la salud de la población.

Nuevo vaciadero y sitio para la quema de las basuras
Los sucesivos contratistas que tuvieron a su cargo la incineración de las basuras -como ha quedado dicho- realizaban muy deficientemente su trabajo. La forma irregular y primitiva en que, hasta fines de la década de 1860, los distintos concesionarios intentaron destruir las basuras del municipio, jamás logró eliminar el gran volumen que se fue amontonando en aquellos “huecos” y descampados de la ciudad.

Y como con el desarrollo y extensión de la ciudad, esos “huecos” y vaciaderos, quedaron incluídos en el éjido de la ciudad, incluso en sus barrios más centrales, se hizo necesario buscar otros lugares para depositar la basura y los propietarios de baldíos fueron obligados a tapiarlos o edificar en ellos.

Otros “huecos” fueron urbanizados y devinieron en bellos paseos públicos que han llegado hasta nuestros días. Tales los casos del «hueco de los sauces» y el «de las cabecitas», por sólo nombrar dos, convertidos en las plazas Garay y Vicente López, respectivamente.

La “Quema de Parque Patricios (1860)
El gobierno municipal se abocó entonces a la búsqueda de un terreno que fuera apto para incinerar la basura. Debía estar en algún lugar despoblado y apartado de la ciudad para depositar los desechos que producía el municipio, por lo que se decidió habilitar un lugar en los suburbios, hacia el suroeste y así nació la “Quema de Parque Patricios”, la primera “Quema” que existió en Buenos Aires (ver Las «Quemas en Buenos Aires).

La tierras elegidas eran de muy bajas cotas de nivel y escaso valor comercial, razones fundamentales que decidieron su elección. Ocupaban una extensa zona, en esos años propiedad de José Gregorio Lezama y de los herederos de Simón Pereira, que podríamos delimitar entre el antiguo camino conocido sucesivamente como «de las cina-cinas», «al Paso de Burgos» y «al Puente Alsina» (hoy Amancio Alcorta), las estribaciones de los «Altos de la Convalecencia» (inmediaciones de la Av. Vélez Sarsfield), el Riachuelo y el límite del municipio en aquellos años (actual Av. Sáenz), aproximadamente.

Estas tierras hoy están en jurisdicción de los barrios de Parque de los Patricios y Nueva Pompeya. Con el tiempo, en un sector de este campo se establecieron numerosas familias e individuos que hallaron en el basural el modo de ganarse la vida y así nació el “Barrio Las Latas”, también conocido como “Pueblo de las ranas” (ver Barrio Las Latas).

Dice al respecto el arquitecto Luis J. Martín “el antiguo “Pueblo de las Ranas”, que algunos llaman –entendemos que inadecuadamente- “Barrio de las Ranas”, pues no llegó a conformar un barrio, sino una aglomeración de habitaciones precarias, que también se conoció como el “Barrio de las latas”, porque las casas se hacían con latas de kerosene enteras, abandonadas, vacías y luego rellenadas con barro, lo que, al secarse, les daba consistencia de grandes bloques, apreciablemente pesados, los que, superpuestos sin cemento, al uso incaico, llegaban a conformar anchos muros” y así hacías sus vivindas.

Era éste, un Pueblo habitado por un numeroso grupo de marginados establecidos en las parroquias de Santa Lucía y San Cristóbal, en la ciudad de Buenos Aires, durante los últimos veinticinco años del siglo XIX y los primeros veinte del siglo siguiente (…).

La designación de “Pueblo de las Ranas”, si bien es un eufemismo, resulta acertada. Era un pueblo dentro del ejido de la ciudad, separado de la misma por formas de vida; carente de nomenclatura; con “autoridades” propias ignoradas por las oficiales y despreocupación del gobierno municipal”.

Viajeros que en la época recorrieron Buenos Aires dejaron constancia de barrios que identificaban como “La Quema”, ubicados al sur del actual Parque Patricios, habitados por pobladores que deambulaban por los basurales en busca de alimentos. Allí, donde la ciudad se volvía baldío y comenzaban los bañados del Riachuelo.

Al quedar habilitada la Quema de “Parque Patricios”, en el sudoeste de la ciudad, la incineración de residuos fue trasladada a ese lugar. La enorme riqueza de la basura porteña, constituida por principalmente por metales, botellas, vidrios, huesos, trapos, cartón, papel, etc., cuya venta o industrialización era factible, rindió enormes ganancias a los concesionarios que se sucedieron en el tiempo.

Ellos también obtuvieron importantes beneficios con las materias grasas que extraían hirviendo huesos, carnes y animales muertos en grandes tachos.

A un costado del Riachuelo se alzaron rápidamente enormes montículos de basuras hurgados por un enjambre de hombres, mujeres y niños que diariamente esperaban las chatas municipales o las zorras ferroviarias para recuperar todo aquello que pudieran usar, vender… o comer.

Hacia 1871, unos pocos trabajadores trataban de cubrir dichos montículos con tierra para evitar que las fermentaciones contaminaran el aire. Ante tal circunstancia, la autoridad municipal terminó por convencerse de que la calcinación era el mejor modo de eliminar la basura allí acumulada y así lo comenzaron a hacer los concesionarios que tenían a su cargo destruirlas por contrato.

Pero la dimensión del servicio de limpieza pública que se cumplía en aquellos años era tan grande que nuevamente fue necesario encontrar una solución. Y fue Ángel Borches, Inspector General de Limpieza nombrado en octubre de 1871, quien la trajo.

Comenzó su tarea a mediados de septiembre del año siguiente utilizando hornallas «a cielo abierto» y el trabajo de sus hombres fue tan eficaz que, en poco más de tres meses, fueron consumidas por el fuego todas las existencias y diariamente lo eran, las que volcaban los carros recolectores.

Al 31 de diciembre de 1872 se calcinaron alrededor de 108 mil toneladas acumuladas durante los últimos dos años. Al año siguiente pudieron aprovecharse las cenizas resultantes de esta operación para la nivelación de caminos y terrenos bajos. Con ellas fueron cegados algunos pantanos de La Boca y Barracas y treinta carradas se volcaron en el paseo de Palermo.

Todo el perímetro de aquel campo -unas 85 varas de frente por 150 de fondo- fue alambrado y posteriormente arado con el propósito de hacer un plantío con árboles frutales y algunos eucaliptos.

Primer impuesto a la limpieza (1872)
En 1872, la Municipalidad debió encontrar una forma de procurarse los medios económicos para aplicarlos a la solución del “problema de la basura” y estableció un impuesto conocido como “Impuesto a la limpieza pública”

El tren de la basura (30/05/1873)
El 30 de mayo de 1873 se inauguró en Buenos Aires, un servicio de trenes que fue conocido como el “tren de la basura”. Servido por 124 máquinas por mes, que arrastraban un total de 1.300 vagones, podía transportar casi 15.000 toneladas de residuos por mes, que llevaban la basura que se había depositado en un vaciadero ubicado en Loria Y Rivadavia, hasta La Quema de Parque Patricios (ver El tren de la basura en Buenos Aires).

Horno Provisorio de Nueva Pompeya (1910)
Hacia 1910 la “quema” de basura en Parque Patricios no daba abasto y para complementar su trabajo, se construyó el “Horno Provisorio de Nueva Pompeya”, que se fue inaugurado a fines de 1910.

La “Quema” del Bajo Flores” (1920)
Pero, como el sistema de quema a cielo abierto había traído diversos inconvenientes, y el principal de ellos, era que resultaba altamente contaminante y no lograba deshacerse totalmente de los residuos, luego de un exhaustivo análisis, se decidió implantar el sistema de incineración a partir de usinas.

La primera de ellas se construyó donde antes había estado la Quema de Pompeya que para 1911 se la había suprimido7. Fue la llamada “Quema del Bajo Flores”, inaugurada en 1920 y que estaba ubicada en el Bañado del Bajo Flores, entre las calles Cobo y Curapaligüe hasta Avenida del Trabajo y Lacarra, en inmediaciones del actual Cementerio de Flores.

Una zona baja e inundable que comenzó a utilizarse para descargar y depositar residuos, en la cual el cirujeo se extendió durante más de treinta años. Antes de su utilización como depósito de residuos, el lugar era un ecosistema impoluto, donde abundaban las nutrias, bagres, ranas, flores silvestres y todo tipo de pájaros autóctonos.

Al tiempo que se implementaban cada vez más vaciaderos, a partir de fines de la década del cuarenta se fomentó el uso de incineradores domésticos. El sistema de desecho de residuos se completó con tres usinas incineradoras municipales ubicadas en los barrios de Chacarita, Flores y Nueva Pompeya.

Este sistema se mantuvo hasta 1976 cuando tanto el uso de incineradores como las usinas fueron prohibidos por distintas ordenanzas y en 1977, la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires dispone la clausura de los vaciaderos y de los hornos crematorios al aire libre de basura y crea un ente autárquico que con el nombre de “Coordinación Ecológica del Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE), se ocupará del tratamiento “total” de los residuos por medio del sistema de “relleno sanitario” y prohibió taxativamente el “cirujeo (ver La basura, un problema más para el Buenos Aires de antaño).

Fuentes: «Aproximación histórica a la recolección formal e informal en la ciudad de Buenos Aires»: La quema” de Parque Patricios (1860-1917) y la del Bajo Flores (1920-1977)». Verónica Paiva y Mariano Perelman, Ed. Revista Theomai (en PDF); «Historia de los Barrios de Buenos Aires». Vicente Cútolo, Ed. Elche, Buenos Aires, 1998; «Breve historia de la gestión de residuos sólidos en la ciudad de Buenos Aires». Francisco M. Suárez, La Plata, 1997; «Las basuras de los porteños». Luqui Lagleyze, Ed. Revista Gerencia Ambiental, Buenos Ares, 1994; «La Arqueología Urbana en la Argentina». Daniel Schavelzon, Ed. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1992; «Tratamiento y Eliminación de la Basura». Municipalidad de Buenos Aires 1904; Buenos Aires. Historia de Cuatro Siglos». José Luis Romero y Luis Alberto Romero, Buenos Aires, 1983; «El CEAMSE». Sergio Federovisky, Ed. Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo de América Latina, Buenos Aires, 1990; El Barrio de Parque de los Patricios. Ricardo Llanes, Ed. Municipalidad de Buenos Aires, 1974; «El Pueblo de las ranas y el Barrio».  Luis Martín, Ed. Ateneo de Estudios Históricos, Buenos Aires,1973

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