LAS CARRERAS CAMPERAS

Las carreras camperas, fueron una de las mayores diversiones populares en el campo argentino. Concertadas entre dos orgullosos propietarios de caballos especialmente preparados para correr, participaban solamente dos competidores, es decir una pareja (de ahí el término “parejeros” con el que se conocía a estos caballos).

Se establecía, día, hora y lugar del enfrentamiento. Se estipulaba: peso, tiro (o sea la distancia a recorrer), señal de largada (que podía ser “a convite”, que era una mutua y simultánea invitación:¿Vamos?. Vamos contestaba el otro;  o “con bandera”), a salir de adentro, a salir de “ajuera”, a salir como se vaya, libre de pata.

O bien se hacía una carrera a costilla (es decir, que se corrían sobre una misma huella, con los caballos apareados, recostados uno junto al otro, con libertad para que los jinete sutilicen todas las mañas y argucias para desacomodar y aún derribar al contrincante (pecharlo, empujarlo, desacomodarlo, golpear las verijas del animal con el rebenque, y otras “lindezas” del anti “fair play”), es decir, todo, menos tomar las riendas del adversario y echar el cuerpo sobre él.

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Las carreras de caballos, venían a ser, para los gauchos de la campaña argentina, como una reunión de sociedad en nuestros tiempos, donde se juntaban hombres de todos lados, en un radio de 15 ó 20 leguas a la redonda y a veces más, según y conforme la fama que tuvieran los dueños o los caballos que intervenían en la carrera. Allí se conversaba, se discutía, se opinaba sobre los cambios de la luna, sobre la sequía o las inundaciones, de mujeres y de caballos, pues siempre alguno conocía un parejero «así y asao» que era más veloz o más guapo que todos los otros.

La ceremonis se iniciaba con el “remate”, es decir  la toma de apuestas. Corría entonces mucho dinero de fervorosos admiradores de uno u otro competidor, de confiados propietarios en el éxito de su pupilo, de astutos y avispados tomadores de apuestas.

Más de un gaucho quedó en la ruina y algunos también hicieron fortuna en esas trenzadas. Hechas las apuestas, ante testigos hábiles y confiables, se depositaba  en manos de un tercero, el dinero puesto en juego. Entonces comenzaba un espectáculo que conmocionaba a todo el poblado y vecinos, que desde muy lejos, algunos, llegaban para jugarse unos pesos “al del comisario”, vivir las emociones de una carrera o simplemente, tomarse unas ginebras y arrimarse a una “china”.

El bullicioso desorden de los apostadores gritando sus ofertas, el nervioso caracoleo de los animales que olfateaban la cercanía de la lucha, los gritos de aliento que partían de una multitud enfervorizada, cesan de pronto. Una campana llama a los contendientes para que se acerquen a la meta.

Ubicados a no menos de 1,50 uno de otro esperaban  relojeando a su rival. Ante ellos se extiendía la pista que deberán recorrer. Es una franja de tierra apisonada, de tiro recto, con andariveles de alambre o bordes de tierra en toda su extensióndesprovista de pasto, matorrales, piedras o cualquier otro elemento que pudiera poner en peligro la vida de los jinetes.

En sus comienzos, las carreras camperas tenían un “tiro” (extensión) de 400/500 metros, aunque hubo también, en ciertas ocasiones, competencias de hasta 10.000 metros de distancia a campo traviesa y sin nungún tipo de regla. Cuando se afianzaron las carreras de tiro corto, comenzaron a llamarse “cuadreras” porque los competidores debían recorrer una distancia medida en “cuadras”, una unidad de medida que se utilizaba en tiempos de la Colonia y que equivalía a 129 metros.

Las carreras comenzaban después de las doce del mediodía y por lo general, las primeras partidas se hacían a la una de la tarde. Pero se hacían las tres y las cuatro y las cinco y los jinetes seguían haciendo amages de partida, para desgastar y poner nervioso al adversario y cansar a su montado.

A la puesta del sol se suspendían hasta nueva fecha. Astucias de los gauchos, ladinos y mañeros como ellos solos, que no tenían en qué perder tiempo, las partidas se sucedían dos y tres días, convocando siempre gran cantidad de paisanos

Luego de cientos de partidas anuladas, un estentóreo grito de ¡Largaron!, apaga todos los demás sonidos. Ambos jinetes, por fin, se deciden a correr y lanzan sus montados a toda la velocidad posible de sus patas. . Antiguamente, si el animal rodaba, viniendo de atrás, la carrera se anulaba y el dueño del caballo perdía las apuestas. Si la rodada era del que venía adelante, o apareado, se volvía a correr.

Se presume  que el primer Reglamento de carreras camperas, fue redactado para las “cuadreras”, por los correntinos allá por el año 1856. En 1870, siendo Gobernador de Buenos Aires, el Doctor EMILIO CASTRO, la provincia tuvo su Reglamento de Carreras Cuadreras, que aún rige para las carreras, que con fines benéficos hoy se corren y la policía tolera.

Por aquella época también, se promulgó la Ley de carreras “por andarivel”. La cancha donde éstas se corrían, tenían ahora, generalmente,  dos huellas de unos 0,50 m. de ancho, ubicadas a 2 metros una de la otra. El andarivel marcaba la ruta a los caballos que corrían y estaba definido por un simple hilo estirado, sostenido por  débiles estaquillas de unos 0,60 m. de alto, ubicadas a lo largo de todo el recorrido.

Más acá en el tiempo, el 27 de agosto de 1953, el Senado de la provincia de Córdoba, sancionó la Ley Nº 4400  reglamentando el juego de carreras cuadreras o de lonja para caballos parejeros en el territorio de la provincia de Córdoba (ver Juegos para criollos de a caballo).

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