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LAS CALLES DE BUENOS AIRES
No hay libro de texto o de historia que hable del tiempo de la colonia que no mencione el espantoso estado de las calles porteñas. Los cronistas y viajeros de la época insistieron hasta el cansancio en la gran cantidad de pozos y montones de basura que empeoraban notablemente los días de lluvia, cuando las calles se convertían en verdaderos pantanos.
A principios del siglo XVII, la ciudad de Buenos Aires tenía una planta con forma de un vasto paralelogramo, dividido en cuadras, cada una de 150 varas. Las calles eran de tierra y permanecieron así durante muchos años, sin ningún tipo de mejora o tratamiento (ver Buenos Aires Colonial).
Sus calles jamás se barrían, salvo el barrido impuesto en cierto radio a los tenderos, que lo efectuaban los sábados, por medio de sus dependientes, y sólo se limpiaban de tiempo en tiempo, obligados por los copiosos aguaceros que convertían las calles en vastos mares, que rebalsaban las aguas de los pozos ciegos, que se volcaba luego a las calles formando un incontenible torrente hacia el río de la Plata, arrastrando con él, cuanto hallaba en su curso.
Por mucho tiempo la ciudad (confiados, sin duda, sus habitantes en la buena salud que en ella reinaba), era sucia: en invierno, por el barro que quedaba después de las lluvias y en verano, por el polvo que se levantaba, haciendo irrespirable el aire y entrando por puertas y ventanas.
Entre otras cosas, se acusaba a los españoles de haber mantenido, ya sea por ignorancia o por una economía mal entendida, las calles de un pueblo de tanta importancia comercial, en tan pésimo estado.
Con algunas de ellas completamente intransitables y constantemente regadas o bacheadas y otras, para que ofrecieran alguna seguridad a los transeúntes, a pesar de haber tenido bien a mano el mejor material para mejorarlas: la piedra y los medios de transporte a poco costo. Pero diversas excusas y argumentaciones ridículas, fueron demorando unas obras que se hacían cada vez más necesarias.
Pero a pesar de estas realidades, lo cierto es también, que casi desde el arranque de su existencia, en la ciudad de Garay no faltaron las buenas intenciones para su limpieza y mantenimiento, como se desprende de las primeras actas y propuestas de los cabildantes, pero las normas adecuadas y las buenas intenciones no fueron suficientes. En su Historia de la República Argentina, Vicente Fidel López sostiene que las calles de Buenos Aires eran impracticables la mayor parte del año y es cierto que el virrey Vértiz fue el más dispuesto en acicalar la ciudad.
En los años del siglo XVII, las calles estaban transitadas durante el día por gente a pie, a caballo y en carruajes, que circulaban por la mano izquierda, costumbre que recién se cambió en el país a fines del siglo XIX. Esto se debía a que los cocheros de los carruajes tirados por caballos, se sentaban en el centro del pescante, manejando el coche con las dos manos o tomando las riendas con la izquierda y el largo látigo con que impulsaban a los animales con la mano derecha. De esta forma, era fácil, que, si circulaban por la derecha, descuidadamente golpearan a los transeúntes que caminaban por las veredas. En muchas ocasiones se vio volar por los aires sombreros de señoras muy encumbradas, debido a la maniobra de un conductor poco cuidadoso.
El pavimento no existía. El marqués de Loreto, virrey de fines del siglo XVIII, se preocupó de empedrarlas en el centro, pues se corría el riesgo que, algunas de las casas del lugar, construidas de barro y paja, se derrumbaran en los días de grandes lluvias, que era cuando las calles se convertían en verdaderos arroyos que hacían intransitable la ciudad y socavaban los cimientos de las casas.
Pero no obstante las buenas intenciones, nunca fueron acompañadas por el éxito y las calles de Buenos Aires, durante toda la época colonial eran un depósito de suciedad e intransitables, situación, que solamente vino a cambiar, con la llegada del virrey Vértiz y luego de la gesta del 25 de Mayo de 1810, con la preocupada acción de nuestros primeros gobernantes
Primeras medidas para paliar la situación
El 31 de octubre de 1605 se dispusieron medidas para el aseo de las calles y que cada vecino limpiara la parte correspondiente a su propiedad, bajo pena de una multa de “dos pesos para gastos del Cabildo y denunciador por mitades». Dos años después, el 22 de octubre de 1607, los mismos cabildantes, y a pedido del Procurador General, decidieron que se nivelaran y arreglasen las calles.
La primera “ordenanza” específicamente dictada para promover la limpieza de Buenos Aires data de 1609. Obligaba a los vecinos a limpiar y desmalezar las calles de cardones y yerbas, refugio de mosquitos.
Algo más tarde, alrededor del año 1770, cuando era Gobernador del Río de la Plata, Juan José de Vértiz y Salcedo, un personaje cuya actuación fue una excepción honrosa que lo destaca entre sus pares, fue la primera autoridad colonial que supo encarar el problema de las calles de Buenos Aires con energía.
Por esa época, como consecuencia de una copiosa lluvia, que continuó por muchos días, las calles de la ciudad, se transformaron en tan profundos pantanos, que se hizo necesario colocar centinelas en las cuadras de la calle de las Torres (hoy Rivadavia) y en las cercanías de la plaza principal, para evitar que se hundieran y se ahogaran los transeúntes, particularmente los de a caballo.
Y cómo habrá sido de la grave la situación, que por medio del intendente Francisco de Paula Sáenz, se le propuso al Gobernador Vértiz “limpiar esta ciudad de las inmundicias e incomodidades en que la había tenido hasta entonces constituida el abandono y ninguna policía en sus calles, para que se respire un aire más puro y se remuevan de un todo, las causas que casi anualmente hacen padecer varias epidemias que destruyen y aniquilan parte de su vecindario”
Para apreciar exactamente el estado de las calles en esa época, véase el siguiente dato: la calle que pasa por detrás de la Merced y cae sobre la barranca (hoy calle 25 de Mayo), dice un documentó del 5 de enero de 1780, “era tan mala, que sólo con cuidado y a la desfilada, pueden pasar personas, por una parte de ella, a causa de las aguas llovedizas que corren por allí, llevándose el terraplén y amenazando hasta los mismos edificios”.
En 1783 el Cabildo limitó el tránsito de las carretas al radio que comprendía de Este a Oeste la parroquia de Montserrat, limitado de Norte a Sur por dos zanjas llamadas de Viera y de Matorras, exceptuándose de esta medida, los terrenos del bajo por el mucho tráfico del Riachuelo.
Pero las cosas no mejoraron después de Mayo de 1810 y en 1813 se dictó un Reglamento que disponía la obligatoriedad de regar y limpiar los empedrados de las calles, cada jueves de 6 a 10 de la mañana, mientras que los presos aseaban las demás calles.
Para 1887 alarmó la suciedad aumentada por la abundancia de perros vagabundos y un funcionario de entonces, propuso medidas para que «esta ciudad no se convierta en una segunda Constantinopla».
El empedrado de las calles de Buenos Aires (1784)
Para aproximarnos al origen del empedrado de nuestras calles, deberemos ubicarnos en la época colonial, más precisamente en el 22 de agosto de 1769, fecha en la que el Cabildo de Buenos Aires lanzó una de las primeras iniciativas para empedrar las calles de la ciudad.
Un alcalde, cuyo nombre no registró la historia, declaró que para arreglar ese desastre que eran las calles de Buenos Aires, no había otra solución que el empedrado y propuso traer piedras de la isla Martín García y lajas de Montevideo para realizar la obra. El primer paso debía ser nivelar las calles para terminar con los pozos donde se acumulaba el agua de lluvia. Pero nada era sencillo en la aldea donde la mayoría de sus habitantes eran muy pobres.
Como una forma de asegurarse la participación popular, se proponía que los vecinos nombrasen dos representantes por cada calle que fueran los encargados de llevar las cuentas de los gastos. Cada propietario debía pagar de acuerdo a la extensión del frente de su casa y si alguno se negaba, se le podría embargar la propiedad u otros bienes. Aunque el gobernador aprobó la idea del alcalde, las obras no se realizaron y Buenos Aires, siguió con sus calles de tierra por muchos años más.
En 1783, cuando ya era el virrey del Río de la Plata, hacía más de ochenta años que las autoridades coloniales trataban de mejorar el estado sanitario de este pueblo y el Cabildo, considerando que el aumento de la población había incrementado notablemente sus recursos, y que éstos permitirían realizar las obras con más facilidad, resolvió, en acuerdo de 18 de agosto 1783, pasar la nota del virrey Vértiz a informe del Procurador General, Francisco Bruno de Rivarola.
Éste se expidió, diciendo que “el empedrado de las calles sólo podría realizarse si se sacaba a remate y completó su informe manifestando que “entre todas las cosas necesarias para el bienestar público, apenas encontraba otra de tan urgente necesidad como el aseo de las calles, porque el mal había llegado a su grado máximo y proponía lo siguiente:
1º. Se prohíba la entrada de las pesadas carretas de bueyes, notando que hasta el “Paseo de la Alameda” estaba inmundo y su ambiente corrompido e infestado.
2º. Que se formasen dos o tres mercados en extramuros para que parasen las carretas, creándose allí, las aduanillas que fueren necesarias.
3º. Dar el correspondiente curso a las aguas por las calles que corren de Sur a Norte, porque se encuentran, dice, «con hoyos y muchos barrancos, unas con demasiada profundidad y otras con sobrada altura, cuyo desorden es causa de los pantanos y de la detención de las aguas.
4º. Se proceda al arreglo de las veredas a costa de los propietarios, no sólo por lo más poblado, sino por los barrios y parroquias menos pobladas.
5º. Para cuidar del uso permanente de la ciudad, solicitaba algunos presos y diez o doce carretillas de mano, rastras o “machos con árganas” (sic), para limpiar las basuras, animales muertos y otras inmundicias, imponiendo penas a los que arrojasen basuras en las calles.
6º. Se estableciese un regidor en turno, para cuidar de la limpieza y aseo de la ciudad y sus arrabales.
7º. Que se ordenase a las panaderías y tahonas, salir de la ciudad, porque de otro modo todo será ineficaz, mandándolas establecer en extramuros.
8º. Que los dos comisionados para la compostura de las entradas a esta ciudad y apertura de quintas, Manuel Uriarte y Alfonso Rodríguez, fuesen sostenidos en su comisión con eficacia y asidua asistencia.
Por documentos como este, se ve que ya en 1783 las autoridades locales se empeñaban en modificar el mal estado de las calles de la ciudad, pero, las medidas aconsejadas no fueron aplicadas enseguida, por lo que los vecinos, molestos por la situación, decían que en vez de vivir en Buenos Aires, vivían en “malos aires”.
El virrey Vértiz, seguía empeñado en su lucha que había iniciado cuando se desempeñaba como Gobernador de Buenos Aires (1770-1776) por mejorar las calles de la ciudad y después de que se le demandara en un memorial elevado por los vecinos y funcionarios de diversa jerarquía «limpiar esta ciudad de las inmundicias e incomodidades que la sumían en epidemias casi anuales; que destruyen y aniquilan a parte de su vecindario», volvió a insistir ante el Cabildo para llevar a la práctica, el informe del Procurador General.
Pero el Cabildo repetía una y otra vez su respuesta, declarando que no era practicable el empedrado por su mucho costo, razón por la cual, se decidió comenzar por los trabajos que permitieran un mejor drenaje y circulación de las aguas, para evitar que su estancamiento, siguiera convirtiendo las calles en lodazales intransitables.
Como último recurso, el 6 de septiembre del mismo año 1783, Vértiz dio vista de la opinión del Cabildo al fiscal, quien, desoyendo esta opinión, aprobó lo propuesto por el virrey, haciendo algunas observaciones sobre el tráfico de la ciudad, recomendando como punto capital, que se pusiera especial atención en la realización del empedrado, pues esta tarea podría llegar a ser más factible, si se lograba el éxito deseado, en el tratamiento que se iba a aplicar a las calles.
Después de la resolución definitiva dictada por el virrey, el 5 de diciembre de 1783, aprobando las medidas propuestas, se nombró como ingeniero de estas obras a Joaquina de Mosquera, quien dándose cuenta de su responsabilidad y de la importancia de la obra que se le había encomendado, escribió en un largo y pormenorizado informe, fechado el 22 de enero de 1784, la manera cómo iba a efectuar dichos trabajos.
Señalaba hasta el modo en que debían ser construidas las aceras para darles solidez y uniformidad, y declaraba que la aceptación de su cometido estaba condicionada a que las medidas que él tomase en el arreglo de las calles, “no habrían de ser suspendidas ni por el Ayuntamiento, o sus miembros, ni por los juzgados subalternos, ni que éstos conociesen ni decidiesen de las emergencias que pudieran suscitarse, pidiendo que sólo se apelase directamente al virrey”. Puestas de acuerdo las autoridades y el contratista, el gobernador intendente de Buenos Aires, Francisco de Paula Sáenz, dictó la ordenanza correspondiente y se decidió el comienzo de las obras.
Según Vicente G. Quesada, la actual calle Bolívar entre Hipólito Yrigoyen y Alsina fue la primera que se empedró, pero a pesar de haberse aceptado las condiciones de Mosquera, al poco tiempo, la obra fue suspendida porque el Cabildo no aprobó la propuesta de Antonio Melián de traer piedras a 4 pesos la carretada “a condición de que se le diera sacada en el embarcadero de Colonia del Sacramento”.
Llegamos así a 1785 y Vértiz ya no era el virrey. Lo había remplazado el marqué de Loreto (1784-1789), quien, no sólo no continuó apoyando los proyectos para empedrar la ciudad, sino que se opuso terminantemente a ello.
Sostenía que el empedrado «atentaba contra la libertad individual, destacaba el peligro que corrían los edificios de desplomarse, por cuanto se moverían sus cimientos al pasar vehículos pesados sobre el empedrado y aun daba otra razón, de mucho peso, en su opinión, y era que se tendría que gastar en poner llantas de hierro a las carretas y herraduras a los caballos, que valdrían más, decía, que los mismos caballos».
Se cuenta que hasta se le hacía creer al pueblo que el empedrado era obra de romanos, imposible de realizar si no se contaba con grandes sumas de dinero y una multitud de obreros.
Más tarde, el virrey Arredondo (1789-1795), no participó de esos temores, y auxiliado por una suscripción voluntaria, en 1789 emprendió con entusiasmo el empedrado de las calles una tarea que luego de atravesar diversas experiencias utilizando granito, piedra bola, adoquines uruguayos y piedras de la Isla Martín García, culminó en 1895, cuando por fin, habiendo hallado el adoquín de madera ideal. Era de madera de algarrobo y con ellos se pavimentó la avenida de Mayo, inaugurada el año anterior.
Los nombres de las calles de Buenos Aires
Cuando Juan de Gray trazó la base de una ciudad en la orilla derecha del Río de la Plata, el 11 de junio de 1580, no existía siquiera la suposición de que sus caminos se convirtieran en símbolos fundamentales de la historia de Buenos Aires.
Según el Director del Museo Saavedra y estudioso de las calles porteñas, Alberto Gabriel Piñeyro, el origen de la costumbre de ponerle nombre a las calles de Buenos Aires, se encuentra en la primera nomenclatura oficial, de principios del siglo XVIII, «La idea era ubicar los domicilios porque Buenos Aires vivía del contrabando y las autoridades buscaban una forma rápida de encontrar a la gente cuando se descubría el delito», explicó.
Por sus calles la ciudad dejó de ser aldea, con ellas se quiso recrear París y todas fueron bautizadas por el cielo, los santos y los hombres. Según el experto Vicente Cútolo, autor de «Historia de las calles de Buenos Aires», las primeras denominaciones fueron impuestas en 1734 por el gobernador Juan José de Vértiz y Salcedo y «extraídas en su mayor parte del santoral». Bolívar era Santa Trinidad, Carlos Calvo se llamaba San Fermín, México era San Bartolomé; Moreno, San Francisco; Alsina, San Carlos; Perón, La Merced, y Corrientes, San Nicolás.
No muchos de los habitantes de Buenos Aires, saben a quién, o a qué acontecimiento se ha querido homenajear, dándole su nombre que se le dio a las calles de Buenos Aires. Descubrirlo, un ejercicio común en la época de la primaria, es una manera de aprender un pedacito de nuestra historia. Porque rastreando la nomenclatura, un porteño curioso puede encontrarse con sorpresas: nombres simpáticos, personajes ignotos, famosos olvidadísimos, pequeñas grandes anécdotas escondidas detrás de una palabra. Y entender un poco más por qué somos como somos. Es que el callejero habla de una sociedad: de sus ídolos, sus olvidos y sus valores.
Después de la segunda invasión de los ingleses, las calles cambiaron de nombre.
Después de las invasiones inglesas (1806/1807), durante el virreinato de Santiago de Liniers, por medio de una resolución tomada el 30 de junio de 1808 por orden de Mauricio Rodríguez de Berlanga, Sargento Mayor de Brigada del Real Cuerpo de Ingenieros del Exército (sic) y Edecán del Virrey, se cambia el nombre del martirologio, a la mayoría de las calles, reemplazándolos por el apellido de los criollos y españoles que más se habían distinguido en la lucha contra los invasores británicos («Alusivos a las gloriosas acciones de su reconquista y defensa, conseguidas contra las armas Británicas» dice la Resolución).
Al mismo tiempo se resuelve numerar las casas. Tanto los números como los nuevos nombres se escribieron en tablillas de madera. Algunas modificaciones fueron: San Gregorio (hoy Santa Fe) por Pío Rodríguez, Santa María (hoy Charcas) por Fantín, Santo Tomás (hoy Paraguay) por Belgrano, Santa Rosa (hoy Córdoba) por Yáñez, Santa Catalina (hoy Viamonte) por Ocampo, Santiago (hoy Tucumán) por Herrero, Santa Teresa (hoy Lavalle) por Merino, San Nicolás (hoy Corrientes) por Inchauregui, Santa Lucía (hoy Sarmiento) por Mansilla, Merced (hoy Cangallo) por Sáenz Valiente, Piedad (hoy Bartolomé Mitre) por Lezica, De las Torres (hoy Rivadavia) por Reconquista, Santísima Trinidad (hoy San Martín-Bolívar) por Victoria, San José (hoy Florida-Perú) por Unquera, San Martín (hoy Reconquísta-Defensa) por Liniers y San Pedro (hoy Maipú-Chacabuco) por Lasala.
En 1822 se diseñaron los nombres fundamentales de la ciudad sobre un plano topográfico, que ordenaba también la nomenclatura de plazas, templos, cuarteles y edificios públicos. Callao, Entre Ríos, Montevideo, Paraná, Suipacha, Cerrito, Florida y Balcarce son algunos de los nombres que se mantienen (ver Los nombres de las calles de Buenos Aires).
Hoy, todas las calles de Buenos Aires, se identifican con nombres propios y el conjunto de ellos, es heterogéneo ya que recuerdan desde próceres y batallas hasta escritores, artistas, músicos populares, médicos, naturalistas, ciudades y personajes del mundo o especies de árboles, aunque, como dice Alberto Salas en «Relación parcial de Buenos Aires», «densamente veteado de generales y políticos».
La nomenclatura urbana y la política
Aunque el nombre de las calles de Buenos Aires es uno de los bienes que hacen al patrimonio histórico cultural de la ciudad, también ponen en evidencia las diferentes ideologías que marcaron el pulso de cada época.
Así sucedió con la avenida Scalabrini Ortiz en los setenta y hasta 1976, cuando pasó a llamarse Canning, para volver a su nombre original en los ochenta, con el retorno de la democracia, olvidándose nuestros legisladores, la decidida influencia que tuvo el ministro inglés, en el temprano reconocimiento de nuestra soberanía.
Ocurrió también con los carteles indicadores de la calle con el nombre del comisario Ramón Falcón, al cual manos anónimas cubren periódicamente con otros letreros que dicen Simón Radowitzky, el anarquista que lo mató en 1909 y con la gran cantidad de calles, paseos y plazas que obsecuentes legisladores, se apresuran a rebautizar con el nombre de sus líderes políticos.
Consultado el experto Piñeyro sobre la variación de los nombres según pasan los años, el investigador consideró que «la nomenclatura debe tener una estabilidad porque su finalidad es ubicarnos, no rendir homenajes. Las calles ya están bautizadas y no deberíamos atribuirnos el poder de decidir el futuro, modificar el pasado y dejárselo al porvenir».
Cuáles son los nombres que se pueden utilizar
Hasta bien avanzado el siglo XX, también en el ámbito de la nomenclatura de sus calles, existía la misma anarquía que caracterizaba a algunos sectores de nuestra administración pública, pero la Ley 83 de Nomenclatura Urbana, sancionada el 15 de octubre de 1998, puso orden, estableciendo ciertos requisitos a la hora de elegir los nombres de las calles y lugares públicos:
1) deben estar directamente relacionados con la Ciudad de Buenos Aires o revestir una importancia indiscutida en el orden nacional o universal, 2) deben haber transcurrido diez años de la muerte de la persona a la que se quiere homenajear, 3) no se podrán designar autoridades que hayan ejercido su función contra el orden constitucional y democrático, 4) tampoco pueden usarse nombres de empresas que tengan finalidades comerciales, 5) la nomenclatura sólo puede variar en caso de remodelaciones urbanas o por «profundas razones políticas».
Leticia Maronese, socióloga y asesora de la Comisión de Cultura de la Legislatura, e impulsora de los proyectos que dieron nombres de mujeres a las calles de Puerto Madero (1), explicó que el Jefe de Gobierno, los Legisladores, el Defensor del Pueblo o cualquier ciudadano (siempre y cuando un legislador «acompañe» su propuesta), pueden proponer los nombres. Pero el proceso de aprobación del proyecto es de «doble lectura»: se vota en la Legislatura, se somete a una audiencia pública y luego se vuelve a votar.
La funcionaria explicó que durante los últimos años, muchos vecinos empezaron a participar activamente en este proceso, sobre todo sectores de clase media. En principio, la idea es bautizar nuevos espacios y mantener los nombres ya atribuidos.
(1). Una nota publicada en el diario Clarín, adjudica a Juliana Marino, concejal porteña en 1955, el mérito de haber sido la primera inspiradora del decreto que estableció la imposición del nombre de mujeres a las calles del Barrio Puerto Madero
Otras opiniones
El historiador Piñeyro sostuvo que «a veces los cambios de nomenclatura son un intercambio partidario», no siempre querido o reconocido por los vecinos. «Cuando en 1991 se designó Eva Perón a Avenida del Trabajo, se rebautizó Ricardo Balbín a Republiquetas. Da pena, porque ninguna de las denominaciones anteriores, referían a nombres de personas.»
Florencio Escardó, médico, escritor y hombre de Buenos Aires, solía decir que «el porteño no es caminador y no le interesa nuestra ciudad. Tampoco se entera del significado del nombre de la calle en que vive y no le importa que lo cambien o no». Algunos piensan que algo de cierto hay en todo eso, desde el momento en que varios proyectos intentaron que la calle Cerrito se llamara Illia, porque el ex presidente solía alojarse en el hotel República. Luego arremetieron con la avenida Córdoba, porque había vivido en esa provincia, y finalmente se logró que su nombre fuera destinado a una autopista.
Leticia Maronese, explica que «casi siempre con el tema de las nomenclaturas se juegan cuestiones de poder y a partir de ahí se distorsionan nombres o se utilizan como banderas de propaganda política».
Por caso, en el antiguo Concejo Deliberante los acuerdos parlamentarios otorgaban un porcentaje de calles a denominar por cada bloque político, de acuerdo con la cantidad de concejales que lo integraban. Hoy rebautizar una calle implica elaborar una Ley inicial, realizar una doble lectura, celebrar audiencias públicas y presentar la Ley final, según la normativa vigente.
El director del Museo de la Ciudad, José María Peña, aseguró que los porteños desconocen muchas zonas de Buenos Aires y sugirió como antídoto probado “la enseñanza”. “Hay proyectos legislativos que pretenden cambiarles el nombre a calles y barrios y subdividir los.
Creo que es una lástima que no se mantengan los nombres originales, sobre todo porque nadie sabe qué quieren decir los actuales. Entonces lo que hay que hacer es enseñar, no cambiar, porque de esa manera, vamos a seguir “no siendo”, eternamente. Además, los nombres viejos son lindos porque no son nombres propios.»
Cuando Leticia Maronese elaboró las iniciativas para que las calles de Puerto Madero tuviesen nombre de mujer se encontró con una serie de obstáculos. En algunos casos insólitos. «En el momento que propuse las mujeres, habían presiones para bautizar las calles con nombres de marinos -relató-, pero eso no fue todo, porque después comenzó el problema de los nombres aceptados y los que estaban prohibidos.»
Como el de Manuelita Rosas. Ninguna calle pudo llevar su nombre, según la investigadora, porque le dijeron «que el embajador James Cheek se iba a enojar o, lo más increíble, que no podía ir el nombre de la hija de Rosas porque el padre no estaba en el país».
Mujeres en el nombre de las calles porteña
Además de los avatares políticos, las mujeres debieron soportar la discriminación por género y en más de cien años sólo unas pocas calles, de un total de 2.186, fueron bautizadas con nombres femeninos, de acuerdo con informes de los especialistas.
Las primeras mujeres en la historia de la nomenclatura de la ciudad de Buenos Aires fueron las heroínas de la Independencia Juana Azurduy de Padilla (venerada heroína boliviana que erróneamente se la define como “heroína de la independencia argentina), Manuela Pedraza y Policarpa Salavarrieta, según la ordenanza del 27 de noviembre de 1893, y hasta que fue aprobado el proyecto de poner nombres de mujeres a las calles del nuevo barrio de Puerto Madero, sólo se habían impuesto 43 nombres femeninos en total.
Entre ellas Sor Juana Inés de la Cruz, en el tramo de la ex Morelos, entre Luis Viale y Juan B. Justo, la poetisa gallega Rosalía de Castro, la heroína francesa y Juana de Arco, desde Coronel Chilavert hasta Fernández de la Cruz al 1400, doña Paula Albarracín de Sarmiento, entre otras, que ya tenían sus placas recordatorias en los barrios de Vélez Sarsfield, Nueva Pompeya y Villa Santa Rita.
El nombre de mujeres en el Barrio Puerto Madero
“La Ordenanza 49.668/95 -que bautiza las calles de la zona de Puerto Madero- constituye una reivindicación a la mujer desde la evaluación de la historia de cada una y es ajena a partidismos políticos», aseguró Leticia Maronese, mientras recuerda que se manifestó mucha resistencia para poner Azucena Villaflor, la creadora de la organización defensora de los derechos humanos “Madres de Plaza de Mayo” a una calle porteña. Sin embargo, para este caso ayudó que una plaza de Avellaneda, en el sur bonaerense, llevara esa denominación para impulsar su presencia en las calles de la Capital Federal.
Para la funcionaria, desde siempre, hubo silencio sobre las mujeres por discriminación. Apenas las de las clases más altas de la sociedad tuvieron oportunidad de ser homenajeadas, porque a mayor pobreza, mayor fue el silencio».
En el plano de Puerto Madero figura una avenida principal en honor de la dirigente socialista Alicia Moreau de Justo, quien formó parte de la Junta Consultiva creada después del golpe militar de 1955. Por su parte, Mariquita Sánchez de Thompson, otra notable, aparece en la continuación de la calle Viamonte; el nombre de la heroína de la independencia Macacha Güemes, es el que lleva la calle que prolonga Teniente General Perón; el de la periodista y escritora Juana Manuela Gorriti identifica una calle peatonal sobre los Diques; la calle Victoria Ocampo continúa Lavalle; la médica Elvira Rawson de Dellepiane, da su nombre a la continuación de la avenida Brasil en dirección hacia el rio de la Plata y la de Trinidad Guevara, la primera actriz del teatro nacional en el siglo XVIII, prolonga la avenida Corrientes.
Y sigue la lista con el nombre de nuestra primera médica Cecilia Grierson, las escritoras Victoria Ocampo y Marta Lynch, la pedagoga Olga Cossentini, la escritora Emma de la Barra (a. César Duayén), la cantante lírica Regina Pacini de Alvear, esposa del presidente Marcelo Torcuato de Alvear, que continúa Tucumán y la cantante mapuche Aimé Painé «
Para hacer esta nota referida a “Los nombres de las calles de Buenos Aires”, hemos recurrido a un trabajo de Adriana Santagati y Roxana Sanda, publicado en el diario Clarín.
La numeración de las calles
El 19 de mayo de 1894, se dispone que las calles de la ciudad de Buenos Aires tengan una numeración de 100 números por cuadra. Aunque existen muchas excepciones a esa regla, no hacen más que confirmar que ese es el ordenamiento de la mayoría de las calles de Buenos Aires. La medida tenía que ver con las necesidades de la ciudad que dejaba ya de ser la «gran aldea» y comenzaba a convertirse en metrópoli.
Muy poco tiempo después se inauguraba la Avenida de Mayo y comenzaba a emplearse el pavimento de asfalto que se estrenó en la calle Bartolomé Mitre, entre Florida y Sarmiento. La ciudad de Buenos Aires diseñada en el plano original de JUAN DE GARAY en 1580 era un damero regular que comprendía 250 manzanas, iguales y cuadradas, con calles que medían 11 varas de ancho. La vara es una antigua medida que en Castilla equivalía a 0,835 metros, pero en las distintas localidades españolas presentaba algunas diferencias.
Pronto, aquel trazado geométrico fue desbordado por la realidad que creó diagonales y cortadas, y las calles fueron cambiando su extensión, recorrido y numeración.
En la actualidad, según registros municipales, Buenos Aires cuenta con alrededor de 2.186 calles y avenidas (siendo la más larga de ellas, la avenida Rivadavia, considerada también una de las más largas del mundo, que nace en Plaza Colón bajo el número 201 y termina a 18 kilómetros de distancia en el número 11.800) que se desplazan en 24.130 cuadras, cuya medida promedio es de 120 metros de largo. Hay 45.000 veredas, 577 cortadas y más de 2.000 semáforos
Curiosidades
El callejero de Buenos Aires es surrealista, “absurdo», opina, contundente, el profesor de Historia Felipe Pigna «Yo no tengo nada en contra de Montiel, una selva de la provincia de Entre Ríos. Pero la calle que lleva este nombre tiene unas sesenta cuadras de extensión, contra las cuatro que recuerdan a Juan José Castelli, en Balvanera».
Felipe Pigna, que en una columna por Radio Mitre les explica a los oyentes el porqué de los nombres de las calles, no deja de sorprenderse por el interés que genera este tema. «Y ni qué hablar, dice, de uno de los traidores más notables de la historia argentina, Manuel José García, comprobado agente inglés con calle propia en Parque Patricios.
“Fue el enviado de Bernardino Rivadavia a Río de Janeiro para negociar la entrega de la Banda Oriental. O Carlos María de Alvear, el de la elegante avenida de la Recoleta, un señor que en 1815 le ofrece a Inglaterra el protectorado de las Provincias Unidas, manifestando que desean pertenecer al imperio de su graciosa Majestad”.
“Por el contrario, Pigna destaca: «Hay una escasa presencia de las culturas originarias en la nomenclatura». Entre las ausencias, dos que llaman la atención: el emperador francés Napoleón. Y el hermano país Uruguay. Sí, porque según señala Jorge Borges en «Buenos Aires, esa desconocida», la calle del Centro se llama así por el río mesopotámico y no por el país oriental.
El laberinto de Parque Chas
El laberinto del Parque Chas en Buenos Aires, nació en 1925, cuando Vicente Chas decidió lotear sus tierras y les encargó el diseño del barrio a los ingenieros Armando Frehner y Adolfo Guerrico.
Según explica la Junta de Estudios Históricos de Agronomía, el trazado era “diocéntrico” y buscaba «evitar la monotonía de las calles rectas, paralelas, donde la vista no parece encontrar descanso”. La ordenanza 5208 de 1933, (vaya a saberse de quién fue la idea), las bautizó como clon de mapa europeo: Ginebra, La Haya, Cádiz, Dublín, Londres, Berlín, Atenas, Liverpool, Varsovia, Nápoles, Turín, Moscú, Belgrado, Estocolmo, Bucarest, Budapest, Oslo, Praga, Sofía, Copenhague, Hamburgo, Berna y Marsella.
La calle del pecado
Existe hoy una calle sin nombre, y quizás por eso se la use como playa de estacionamiento. «Nace en Lima 350 y termina sobre la Avenida 9 de Julio, entre Moreno y Belgrano, frente al Ministerio de Salud Pública», cuenta Alberto Piñeiro, historiador, Director del “Museo Histórico Cornelio Saavedra” y autor del libro «Las calles de Buenos Aires”, publicado en 2003 por el Instituto Histórico de la Ciudad.
Esta corta calle sin nombre, paradójicamente, en el pasado tuvo tres. En 1812 ya se la conocía como la calle «Del Pecado». Según un artículo del diario La Razón del 8 de enero de 1920, esa denominación se debía al trágico romance entre una joven que vivía en Bernardo de Irigoyen y un torero andaluz.
Cuando ella se negó a acompañarlo a España, él la mató, antes de ahorcarse en una verja de la casa. Luego la ordenanza del 27 de noviembre de 1893 rebautizó a la calle «Aroma», por un combate librado en Bolivia el 15 de noviembre de 1810, por las fuerzas patriotas al mando de Esteban Arce y Bartolomé Guzmán.
También se la conoció con el nombre de «Fidelidad”. Otra versión nos dice que en el pasaje que conducía a la Plaza de Toros, que alrededor de 1791, existía en Buenos Aires, en el llamado “hueco de Monserrat” (actual manzana comprendida por las calles Belgrano, Lima. Moreno y Bernardo de Irigoyen), se fueron estableciendo pulperías, casas de juego y posadas frecuentadas por carreteros, changarines, negros esclavos y libertos.
A esta humilde franja de población se sumaron luego marginales de todo tipo, y durante la noche el lugar pasaba de pintoresco a muy peligroso, por lo que a este callejón, registrado como “Aroma”, comenzó a llamársele la “calle del pecado”, “lúgubre testigo de tantos crímenes”, según un comentario aparecido años después en el diario “El Nacional”.
Once ochavas
Alrededor del monumento al Cid Campeador, que separa Caballito y Villa Crespo, convergen once ochavas.
Calles circulares
Las calles Patricias Argentinas y Ombú son calles de Buenos Aires que tienen un trazado circular. Comienzan y terminan en el mismo lugar.
Un pasaje en forma de X
El pasaje Butteler, entre Avenida La Plata y Cobo, tiene forma de una X, que se divide en cuatro a partir de la plazoleta central.
El hueco de las ánimas
Los huecos eran sitios lúgubres y peligrosos. El más conocido estaba en la actual esquina de Reconquista y Rivadavia (ver ampliado en “Huecos y baldíos” en Crónicas).
De siniestro a glorioso lugar
En el sitio que hoy ocupa el monumento al general Manuel Belgrano estaba el patíbulo, que se utilizaba para la ejecución de criminales.
Calle sin cortes
La avenida Quintana era una calle oscura y solitaria, conocida como la Calle Larga de la Recoleta, porque no estaba cortada por ninguna otra desde las Cinco Esquinas hasta Callao.
Nadie sabe porqué la calle Chavango se llamó así
La calle de Chavango, actual Las Heras, comenzaba en el Hueco de Cabecitas, actual plaza Vicente López y hasta hoy se ignora el origen de su nombre.
La calle del buen beber
La avenida CaIlao en uno de sus tramos, fue conocida como Pobre Diablo, por un despacho de bebidas llamado así, que estaba al llegar a la Calle del Bajo.
Calle Balcarce
En el mismo sitio donde hoy se encuentra la Casa Rosada, estaba el Fuerte e inmediatamente detrás, las costas del Río de la Plata, vale decir que todos los terrenos que actualmente se extienden hasta lo que es la Costanera, los muelles transformados en la lujosa zona de Puerto Madero, fueron sucesivas ganancias al río mediante el trabajo de relleno.
Porqué del nombre e historias de algunas de nuestras calles
Muchas calles, avenidas y paseos de la ciudad de Buenos Aires, llevan nombres que recuerdan a personajes o sucesos, lugares o fechas, provincias o países del mundo y tantas cosas más, que son fácilmente ubicadas por nuestra memoria y sabemos a qué o a quién se homenajea con ese nombre y hasta sabemos sobre su historia y orígenes.
Pero hay otras que son un misterio. Nadie sabe nada de ellas ni porqué se llaman así y muchas veces sus nombres son tan incongruentes y van tan de contramano con nuestra Historia, que sorprende su existencia. Aquí trataremos de presentar una pequeña historia de algunas de ellas, y de aclarar porqué algunas de las calles de Buenos Aires se llaman como se llama, como es el caso, quizás emblemático, de la calle coronel Díaz.
Acevedo
Se la conoció como 46 N y luego como Galicia, cuando era apenas una senda entre potreros y hornos de ladrillo en un desolado Palermo de mediados del siglo XIX que se conocía como Tierra del Fuego. A partir de 1882 se la bautizó con su actual nombre, nacía en la avenida Santa Fe y corría hasta el barrio de Flores.
En la actualidad atraviesa Villa Crespo y recuerda al doctor Eduardo Acevedo, Jurisconsulto y político uruguayo que nació en Montevideo en 1815. De joven se radicó en Buenos Aires y aquí, en 1839, se graduó de Abogado. Vuelto al Uruguay, ocupó diversos cargos:
Defensor de Poderes, Presidente de la Academia de Jurisprudencia, Juez del Crimen y en lo Civil y Legislador. Redactó un proyecto de Código Civil para su patria. En las columnas de “El Defensor de las Leyes” apoyó la política del general Manuel Oribe. En 1853, por razones políticas se estableció nuevamente en Buenos donde redactó con Vélez Sarsfield el Código de Comercio Argentino.
Andrés Ferreira
Son tres cuadras entre Monte Castro y Villa Real. Bastan para recordar a «El nene», un clásico, el libro con el que generaciones de argentinos aprendieron a leer y escribir. Publicado por Ángel Estrada y Cía. Editores en 1895, llegó a tener 120 ediciones, se siguió imprimiendo por medio siglo y costaba 60 centavos.
Curiosamente, la primera palabra que enseñaba no era «mamá», sino «té». Según explican los investigadores de la Universidad Nacional de Luján, Héctor Cücuzza y Pablo Pineau, «El nene» fue el paradigma de los libros de lectura, manuable y barato, con la palabra como punto de partida y la imagen como soporte. Su autor, el pedagogo Andrés Ferreyra, es reconocido en otra calle que atraviesa Parque Patricios y Nueva Pompeya.
Antonio Machado
A partir de la ley 483 del 16 de agosto de 2000, la calle Antonio Machado de Parque Centenario, sólo recuerda al poeta español (1875-1939), ése que escribió los versos de «La saeta» y «Cantares» popularizados por Joan Manuel Serrat.
Antes se refería a un capitán portugués, Antonio Machado Carvalho, eufemísticamente denominado comerciante, en realidad, traficante de esclavos. ¿Su mérito?
Haber traído a Montevideo y Buenos Aires la vacuna antivariólica en 1805, adelantándose al médico Francisco Balmis enviado por el rey Carlos IV. ¿Su objetivo? Cuidar la salud de su «mercadería», los pobres negros que traía desde África para venderlos en estos puertos.
Avenida La Plata
A mediados del siglo XIX se la conocía como el Camino de Gowland porque atravesaba propiedades de esta familia. Hacia 1890 recibió el nombre de Boulevard La Plata y se había convertido en un lugar donde hacían noche las carretas con verduras que a la madrugada entraban en los mercados del centro de la ciudad. En 1892 recibe oficialmente su actual denominación, que rinde homenaje a la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.
Avenida Pueyrredón
Por esta populosa arteria, durante la época colonial, descendía el arroyo Manso, que desembocaba en la pantanosa orilla del Río de la Plata, a la altura de las barrancas de la Recoleta, donde todavía existe una de las magnolias más antiguas de la ciudad. Durante mucho tiempo se llamó «Centroamérica», hasta que en 1902, se la rebautizó con el nombre del prócer, valiente defensor de la ciudad durante las invasiones inglesas y Presidente de la Primera Junta de Gobierno Patrio.
Bartolomé Mitre
Primero se llamó Santa Teresa, luego, desde 1769, Lezica, más tarde Piedad o De la Piedad y finalmente, en 1901, en ocasión de cumplir 80 años de edad el prócer que fuera Presidente de la Nación, se la bautizó con su nombre, estando él aún en vida.
Bernardo de Hirigoyen
En el siglo XVIII se llamaba “San Cosme” primero y luego “San Damián”. Se caracterizaba por ser estacionamiento de las carretas que traían los productos que se vendían en el mercado de frutos de Constitución. En la época de Rosas, era conocida como “Buen Orden” y en 1907, al cumplirse un año de la muerte del destacado miembro de la generación del “80”, se la bautizó con su nombre.
Bolívar
En 1738 se la conocía como «De la Compañía» porque en la cuadra comprendida entre las actuales Moreno y Alsina, se levantaba el Templo de San Ignacio. En 1774 paso a llamarse «De la Trinidad». En 1807, Victoria para conmemorar el triunfo que se obtuvo sobre los realistas en la segunda invasión que llevaron sobre Buenos Aires. En 1822 volvió a cambiar de nombre y se la llamó Universidad. En 1849 comenzó a llamársela Santa Rosa, hasta que en 1857 se le dio el nombre de Bolívar, el prócer venezolano que conserva hasta hoy.
Campichuelo
Tiene el privilegio de atravesar el centro geográfico de la ciudad en su intersección con la avenida Rivadavia. Nació como parte de la subdivisión de las antiguas quintas de la zona, en este caso la de Lezica. Primero se la conoció como Brown y en 1893 recibió el actual nombre.
Tiene un trazado irregular como consecuencia de la existencia del Parque Centenario, erigido en 1909. Recuerda al Combate de Campichuelo, librado el 19 de diciembre de 1810.
Durante la marcha del general Belgrano hacia el Paraguay, para tratar la adhesión de esos territorios al movimiento del 25 de mayo de 1810, roto el armisticio celebrado con el Jefe paraguayo Pablo Thompson, Belgrano atravesó el río Paraná por el paso de la Candelaria e hizo pie en territorio paraguayo e inmediatamente una pequeña fuerza conducida por el Ayudante Manuel Artigas atacó a la vanguardia paraguaya que se hallaba fortificada en el Paso del Campichuelo, tomándole una bandera y cañones y obligando la retirada de los paraguayos.
Caseros
Obviamente es una calle que recuerda la Batalla de Caseros, librada en 1852 entre Justo José de Urquiza y Juan Manuel de Rosas y donde el vencedor logró deponer al gobernador de Buenos Aires, obligándolo a marchar hacia el exilio.
Hasta mediados del siglo XIX, su trazado se interrumpía por las «quintas» que abundaban en esa zona de la ciudad. Recién cobró importancia, a partir de la construcción de la Estación terminal del Ferrocarril del Sur, frente a la «Plaza de las carretas» (hoy Constitución). y próximas a ella, las barracas para depositar mercaderías. A pocas cuadras de allí, vivió Hipólito Yrigoyen hasta que asumió la presidencia de la Nación.
Coronel Díaz
Es lógico suponer que la avenida Coronel Díaz en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires, se refiera a alguno de los más de diez coroneles Díaz que merecen figurar en nuestra historia. Pero a cuál de ellos se quiso honrar?.
En la resolución municipal que dispuso darle ese nombre a esa arteria porteña, no aclaraba a quién se honraba, así que será muy difícil llegar a una conclusión valedera y aceptada por todos, porque desde hace ya mucho tiempo, que parientes y descendientes de todos los «coroneles Díaz» que han transitado por nuestra historia, aseguran que esta calle, se llama así, en recuerdo y para honrar a «su» coronel Díaz. Puede usted, traer un poco de luz a este misterio?. Le agradeceremos su colaboración y la instalaremos en esta página, para darlo por terminado.
Chonino
En la noche lluviosa del 2 de junio de 1983, los policías Jorge Iánni y Luis Silbert les pidieron identificarse a unos sospechosos que merodeaban en la zona de la Av. General Paz y Lastra. Como respuesta, los delincuentes dispararon y ambos agentes resultaron heridos.
Pero no estaban solos. Chonino, un ovejero alemán nacido en 1975, adiestrado en la Policía Federal, inscripto con la matrícula N° 716, se lanzó sobre uno de los atacantes, y llegó a arrancarle el bolsillo de la campera. Chonino murió en cumplimiento del deber. Los delincuentes fueron detenidos gracias a que en ese pedazo de tela quedaron atrapados los documentos de uno de ellos.
La historia la cuenta Jorge Oscar Cánido Borges en su libro «Buenos Aires, esa desconocida» (Ed. Corregidor). En homenaje a Chonino hoy se celebra cada 2 de junio el Día Nacional del Perro. Numerosos sitios de Internet sobre mascotas lo recuerdan como un héroe. Y también la calle de acceso a la División Perros que une Salguero y Casares.
Elvira Rawson de Dellepiane
Así se llama una calle del barrio “Puerto Madero”, que honra el recuerdo de una notable mujer argentina. Nacida en Junín, provincia de Buenos Aires en 1867, era hija del coronel Rawson y se propuso seguir la carrera de Medicina, aventura que antes solamente dos mujeres habían intentado.
Al estallar la revolución de 1890, pidió asistir a los heridos en el Hospital Rivadavia, curando a víctimas de los dos bandos. Partidaria de la Unión Cívica, luchó por los derechos de la mujer. En 1892 se recibió de médica y su Tesis fue “Apuntes sobre higiene de la mujer”. En Mendoza, fundó la primera Colonia de Niñas Débiles. En 1905 fundó el “Centro Feminista” y en 1919, junto a Alfonsina Storni, entre otras, fundó la “Asociación Pro Derechos de la Mujer”. Falleció en Buenos Aires el 4 de junio de 1954.
Eva Perón
Era una ancha huella que los pocos pobladores de Floresta conocían como Camino de las carretas porque por allí circulaban esos vehículos que trasladaban leña para los hornos de ladrillos. Luego se la denominó Camino de Campana o avenida Campana, hasta que en 1949 recibió el de Avenida del Trabajo, reemplazado en la década del ’80 por el actual, que recuerda a la segunda esposa de Juan Domingo Perón, hábil militante del “peronismo”, que pasó a la Historia como “Evita”, reconociéndosele una visceral identificación con el pueblo y sus necesidades.
Florida
Inicialmente se la conoció como la “Tercera Calle” y era importante vía de tránsito entre las chacras y huertas que abastecían la ciudad. Entre 1744 a 1856 cambió varias veces de nombre: San José, Del Correo, Del Empedrado, Unquera, Valle de La Florida y Perú. Según documentos de la época, el Cabildo de Buenos Aires la denominó “San José”, al ponerla bajo su advocación, nombre que oficializó en 1734 el Gobernador Miguel de Salcedo y así fue, hasta que hacia fines del siglo XVIII, comenzó a ser llamada popularmente como “la calle del Correo”, debido a que el la esquina de las actuales Perú e Hipólito Yrigoyen, se encontraban las oficinas del Correo.
Fue en 1789, durante el gobierno del virrey Loreto, cuando por haber sido la primera calle que se mejoró con cantos rodados traídos desde Montevideo y comenzó a llamarse “Del empedrado”. Después de las invasiones inglesas, en 1808, cumpliendo un Decreto del virrey Liniers que dispuso el cambio de nombre de algunas calles de la ciudad para honrar a los héroes de la resistencia y la Reconquista, se llamó “Baltasar Unquera”, en homenaje a quien fuera su, edecán, caído en el Convento de Santo Domingo, durante la defensa de Buenos Aires.
En 1814 el Gobierno del Directorio le dio, el nombre de “Valle de la Florida”, para conmemorar el triunfo obtenido por el coronel Antonio Álvarez de Arenales ante los realistas en la batalla de La Florida, en el Alto Perú, librada en mayo de ese año. En 1828, volvió a cambiar de nombre y comenzó a llamarse simplemente “Florida”, nombre que conservó hasta hoy, salvo durante el período que corrió entre 1837 y 1857 que se llamó “del Perú”, por disposición de Juan Manuel de Rosas.
BERNARDINO RIVADAVIA, allá por el año 1822, mandó demoler el muelle de mampostería que existía en el puerto y utilizó las piedras que de allí se sacaron, para empedrar la calle Florida, la que por ese motivo se llamó “Calle del Empedrado”. No hace mucho tiempo, con motivo de una obra que se realizó en esa calle, al cavar, los obreros dieron con el antiguo empedrado. Este acontecimiento del empedrado de la ciudad, resultó ser una verdadera novedad y motivo de interés popular.
En esa misma calle, existían numerosos negocios y tiendas donde las negras de la época vendían toda clase de baratijas, empanadas y las famosas tortas fritas, que eran adquiridas por las damas de la sociedad, de paseo por esa importante arteria. Los puestos de venta se denominaban ‘Timbas», voz de origen quechua. En muchos de ellos, en sus trastiendas, funcionaban mesas de juego clandestino, de allí quedó esta denominación en la jerga popular para referirse a los lugares donde se juega, a las cartas o a los dados.
Gallo
La continuación de la calle Austria en la ciudad de Buenos Aires, se llama así en recuerdo y homenaje del sacerdote Pedro León Gallo (1782-1852), diputado por Santiago del Estero en el Congreso de Tucumán; vicepresidente y presidente del mismo en 1816 y 1819, respectivamente.
Gorriti
En el plano de la Ciudad de Buenos Aires, trazado en l582, en una «zona de quintas» llamado Villarreal, figuraba un cañadón que corría desde Almagro hasta el arroyo Maldonado. Hoy, siguiendo ese mismo camino, se encuentra la calle Gorriti, que nace en Sánchez de Bustamante al 1300 y termina en la avenida Dorrego. El nombre le fue puesto para honrar la memoria de quien fuera un militar y jurisconsulto jujeño, llamado José Ignacio Gorriti, que nacido el 30 de julio de 1770, fue el heredero de una respetable fortuna, gracias a la cual se hizo cargo del equipamiento de los soldados criollos que en 1806 participaron en la defensa de Buenos Aires durante la primera invasión de los ingleses.
Luchó luego al lado del general Martín Miguel de Güemes en la llamada guerra de las montoneras, librada para contener el avance de los realistas, que después de Mayo de 1810, pretendían recuperar estos territorios perdidos como consecuencia del éxito logrado en aquellas gloriosas jornadas. Fue diputado por su provincia en el Congreso de Tucumán y finalmente Gobernador de Salta (1828-1832).
Humberto 1º
Su primer nombre fue “Betlem” (1769) en honor de los frailes betlemitas y corría a metros de un brazo del Riachuelo. En 1822, se la rebautizó “Del Comercio” y sobre ella funcionó la Facultad de Medicina que dirigía el doctor Francisco Javier MUñíz. Su actual denominación le fue impuesta en 1900 en homenaje al rey de Italia que fuera asesinado por los anarquistas
Juan Manuel de Rosas
El 11 de abril de 2002, la Legislatura porteña fue el escenario de acaloradas discusiones como las de un siglo y medio atrás. Partidarios de Rosas y Sarmiento demostraron que el viejo enfrentamiento entre unitarios y federales sigue marcando el ritmo de la historia argentina. Fue en una audiencia pública para debatir un proyecto presentado por el entonces legislador y reconocido historiador, Mario O’ Donnell, quien impulsaba que un tramo de la Avenida Sarmiento, en Palermo, pasara a llamarse Juan Manuel de Rosas. Así, los eternos enemigos podrían convivir simbólicamente a favor de la unidad nacional.
«El callejero de Buenos Aires celebra el triunfalismo unitario sobre los federales, algo que es importante corregir, porque las heridas abiertas hace tanto tiempo aún no están cerradas», dice O’Donnell en aquella oportunidad, antes de recordar que el famoso busto de Sarmiento esculpido por Auguste Rodin, fue emplazado en los bosques de Palermo, precisamente donde estaba la demolida quinta de Rosas”.
«La Ciudad tampoco recuerda a los caudillos provinciales Estanislao López, Francisco Ramírez y Juan Bautista Bustos, varios de ellos de destacada actuación en las Guerras de la Independencia, pero la ausencia de Rosas es flagrante», continúa. Finalmente, el 27 de noviembre la ley 1198 estableció que la autopista ribereña, que unirá la Buenos Aires-La Plata y la Illia, se llamará Brigadier General Juan Manuel de Rosas”.
Lobos
Calle poco transitada de Caballito, en su origen era conocida como Coronel Machado y posteriormente se la designó Guayquiraró, nombre que ahora lleva otra arteria pero de Parque Patricios. En 1939 le fue colocada su actual denominación en homenaje a quien fuera varias veces ministro y decano de la Facultad de Ciencias Económicas.
Maipú
Durante muchos años se la conoció como «la calle de los mendocinos» porque en ella estaban los más grandes almacenes y depósitos de la ciudad, donde llegaban las mercaderías provenientes de las provincias, especialmente desde Mendoza, para ser luego distribuidos por el resto de la ciudad.
Martín García
Durante muchos años se la conoció como «Colonia» y hacia 1881 los vecinos pidieron que se le pusiese un nombre definitivo, porque aparecía alternativamente como «San Luis», «Almirante Brown» o «General Brown». En 1893 se la bautizó con el nombre que, además de la isla, recuerda la primera batalla naval ganada por la flota patriota contra la escuadra española en 1814.
México
En el siglo XVIII, aunque se llamaba “San Bartolomé” se la conocía como “la calle del Hospital”, porque en esa arteria, frente a la Iglesia de San Pedro Telmo, estaba el “Real Hospital de San Martín de Tours”. Desde 1822, se la conoce con el nombre actual. En esa calle, a fines del siglo XIX, se construyeron la Casa de la Moneda y la Biblioteca Nacional y con la ampliación de la avenida 9 de julio, (década de 1960), desapareció la famosa “jabonería de Vieytes, que según se dice, funcionó allí.
Monasterio
En el barrio de Parque Patricios hay una calle llamada “Monasterio”. Tiene apenas seis cuadras, desde la avenida Caseros hasta la zona de la estación Buenos Aires, del Ferrocarril Belgrano Sur. Su nombre se puso en homenaje de una figura que se destacó durante la lucha por nuestra independencia: el coronel Ángel Monasterio (Su nombre completo era Ángel Augusto Monasterio Ibáñez). Nació el 28 de febrero de 1777 en Santo Domingo de la Calzada, en Castilla La Vieja.
En 1803 empezó a estudiar ingeniería y en 1808 se recibió. Designado para trabajar en el Virreinato del Río de la Plata, Ángel Monasterio se dirigió hacia Buenos Aires, a instancias de su primo Martín de Monasterio, entonces un rico comerciante, vinculado con Manuel de Sarratea, quien luego sería cuñado de Ángel.
Pero su llegada a Buenos Aires, tuvo algunas dificultades. Cuando Monasterio estaba en la Banda Oriental (actual República Oriental del Uruguay), el 21 de mayo de 1811, comenzó un bloqueo puesto a ese puerto por Artigas, en oposición a la presencia del virrey Elío, nombrado por España y fue detenido por sus vinculaciones con el gobierno revolucionario de Buenos Aires y justo cuando estaba por ser deportado a España, hubo un acuerdo y lo liberaron.
Ya entre los porteños, se sumó al movimiento patriótico y lo incorporaron al ejército con el grado de capitán. En mayo de 1812 y ya ascendido a teniente coronel, el Triunvirato le encargó el montaje de una fábrica de cañones. La necesidad de ese material resultaba fundamental para los ejércitos patriotas, en plena Guerra de la Independencia.
La instalación de la fábrica de cañones se hizo en dos desmanteladas naves de la “Iglesia de la Residencia”, en la zona de las actuales Humberto Primo y Defensa. Allí se fabricaron los primeros morteros identificados como Túpac Amaru y Mangoré, que se usaron en el Segundo Sitio de Montevideo.
La tercera pieza fundida allí, llevaba el nombre de su creador: “mortero Monasterio”. Ya en 1814 en ese lugar también se fabricaban cañones livianos para el Ejército Auxiliar del Norte.
La vida de Monasterio tiene también una parte oscura. La caída de Carlos María de Alvear en 1815, lo arrastró, ya que era su amigo. Fue arrestado, enjuiciado y condenado. Entonces marchó al exilio en Río de Janeiro, donde estaba Alvear. Y dicen que allí tuvo contacto con los portugueses que ambicionaban quedarse con tierras rioplatenses.
Ángel Monasterio murió el 18 de septiembre de 1817 en el naufragio de la fragata inglesa Susana, cuando iba hacia Montevideo. Actualmente, el Batallón de Arsenales 602 del Ejército Argentino lleva su nombre, igual que esa calle de Parque Patricios.
Una curiosidad: en la avenida Caseros la calle Monasterio cambia de nombre. Y la continuación homenajea a otro español que también fue importante en la lucha revolucionaria, ya que, entre sus distintas actividades, fue Director de la Fábrica de Fusiles destinados a armar a los ejércitos libertadores. Se llamaba Domingo Bartolomé Matheu (extraído de un artículo de Eduardo Parise).
Montes de Oca
Primero era el «camino a las pampas» y después la «calle larga de Barracas». Por allí marcharon las columnas inglesas en 1806 y las tropas de carretas que abastecían a la población de la ciudad de Buenos Aires. Preanunciaba el suburbio donde estaban las pulperías como la famosa «La banderita» y comenzaban «las quintas», aquellas señoriales casas de descanso en «las afueras de la ciudad», que tenían los Balcarce, los Álzaga, los Luro, los Sáenz Peña y los Montes de Oca, familia esta última, que quien sabe por qué, le dió nombre definitivo en 1883.
Necochea
Es una de las calles más antiguas del barrio de la Boca, que homenajea a la ciudad atlántica del mismo nombre (aunque nadie sabe a quien se le ocurrió) Cuando este barrio no era más que algunas casillas sobre el Riachuelo, se la conocía como «Camino viejo» o «la calle del bote», porque se anegaba con facilidad y para entrar o salir era necesario hacerlo en bote.
Después albergó cafetines y tabernas típicas de puerto, hasta que un Tango la hizo famosa emparentándola con la avenida Suárez. Luego, a partir de los años 60, se transformó en el sitio elegido por las famosas «cantinas italianas» y ya fue incontenible la afluencia de turistas a la zona.
Parera
Es una calle que se abrió a fines del siglo XIX cuando se urbanizó la zona de Recoleta y se dividieron algunas de las quintas que allí había (como la de los Almeyra), que fue atravesada por esta calle. Esa obra provocó la desaparición de los primeros «palos borrachos» y «algarrobos» que tuvo la ciudad y la calle Parera fue la primera que se pavimentó con adoquines de madera (en lugar de los de granito), que aún sobreviven, cubiertos hoy por una capa de asfalto. Fue bautizada así para honrar la memoria del compositor Blas Parera, autor de la música del Himno Nacional Argentino.
Pasco
En la segunda mitad del siglo XIX, el barrio de Balvanera y esta calle en particular, se fue poblando de casas de una incipiente clase media, conventillos y hasta algunos prostíbulos «protegidos por la autoridad», que la hicieron popular. En la Plaza «1º de Mayo» que está allí, funcionó hasta 1923 el Cementerio de Disidentes donde se enterraba a súbditos ingleses, norteamericanos y alemanes no católicos, entre ellos, la esposa de nuestro admirado almirante, héroe de la Independencia Guillermo Brown.
Recuerda la Batalla del Cerro de Pasco, importante victoria del Ejército de San Martín esta vez integrado por tropas peruanas comandadas por el general Juan Antonio Álvarez de Arenales, quien derrota rotundamente a los realistas conducidos por el brigadier general O’ Reilly el 6 de diciembre de 1820.
Pedro de Mendoza
Es una de las avenidas características del barrio de la Boca, sobre todo, a la altura de la «Vuelta de Rocha», inmortalizada por el pintor Benito Quinquela Martín en sus cuadros. En los mapas del siglo XIX ya recibía su actual denominación, cuando bordeaba una ribera donde se erigían los saladeros y comenzaba a poblarse con pescadores de origen genovés.
Pedro Goyena
Ubicada en el barrio de Caballito, hasta 1917 se la conoció como Río Cuarto, cuando en la zona abundaban aún las quintas añejas y los hornos de ladrillo que luego fueron reemplazados por chalets de estilo inglés o residencias con toques de arquitectura francesa. Su actual nombre es un homenaje al periodista, político y jurisconsulto que fue un caracterizado vecino de Flores.
Sarmiento
Su primer nombre fue Santa Lucía, impuesto por su cercanía de una Capillita que estaba ubicada en la esquina de esa calle y Montevideo. Después se la conoción como “Mansilla” y en la época de Bernardino Rivadavia (1826), se la bautizó “Cuyo”, cuando bordeaba un arrabal famoso por sus pantanos y esa denominación se mantuvo hasta 1911, cuando se resolvió realizar un homenaje al ilustre sanjuanino, que había tenido su domicilio en esa calle.
Tacuarí
En su origen se la conocía como Santo Tomás. Luego se la llamó San Miguel y en 1806, después de las invasiones inglesas, se la bautizó “Pareja” y más tarde “Tacuarí” en homenaje a la batalla librada por Manuel Belgrano en Paraguay en 1811, donde murió heroicamente Pedro Ríos (“el Tambor de Tacuarí”). En la intersección de esta calle con Alsina, durante la época del virreinato, funcionó allí un presidio y más tarde, en ese mismo solar se erigió la casa natal del general Lucio V. Mansilla.
Venezuela
Era una de las calles más distinguidas del barrio Sur. Allí vivieron Sarratea, Liniers y más tarde la familia Estrada. En una casona ubicada en su intersección con la calle Balcarce, se reunían los miembros de la Logia Lautaro y tenían su sede, algunos de los negocios más importantes de la Colonia. Se la llamó alternativamente Santa Catalina, Rosario, Basualdo y finalmente Venezuela.
Algunos antiguos nombres de calles de Buenos Aires que fueron cambiados
Después de las invasiones inglesas (1806/1807), se cambiaron a las calles, los nombres del martirologio con el que se las había bautizado, por el de aquellos patriotas que se habían destacado en la defensa de Buenos Aires, contra los invasores (algunas de ellas, son las que están en “negrita”). Más tarde, diversas iniciativas que respondían a variados intereses, impusieron el cambio del nombre original de muchas otras calles de Buenos Aires (Ponemos primero el nombre actual y a continuación el que tuvo en sus orígenes):
Alsina (San Carlos)
Av. Belgrano (Santo Domingo)
Av. Córdoba (Santa Rosa, Yañez)
Av. Corrientes (San Nicolás, Inchaurregui)
Av. Independencia (Concepción)
Av. Rivadavia (Originalmente Camino Real, luego Las Torres (1717), Reconquista (1808), La Plata (1822), Federación (1836)
Cangallo (De la Merced, Sáenz Valiente)
Carlos Calvo (San Fermín)
Carlos Pellegrini/Bernardo de Irigoyen (San Cosme y San Damián)
Cerrito/Lima (Monserrat)
Charcas (Santa María, Fantín)
Chile (San Andrés)
Cochabamba (Santa Bárbara)
Esmeralda/Piedras (Correa)
Estados Unidos (San Isidro)
Hipólito Yrigoyen (Del Cabildo)
Jorge Newbery (Chacarita, Ushuaia)
Las Heras (Chavango)
Lavalle (Santa Teresa, luego Merino y luego Del Parque)
Libertad/Salta (San Pablo)
Maipú/Chacabuco (De los mendocinos/San Pedro, Lasala).
Marcelo T. de Alvear (Charcas)
Moreno (San Francisco, después Villanueva)
Paraguay (Santo Tomás, Belgrano
Perú/Florida (San José y después Unquera)
Piedras (San Juan)
Presidente Perón (Cangallo)
Reconquista/Defensa (San Martín de Tours y después Liniers)
Rodríguez Peña (Garantías)
San José (Pazos)
San Juan (San Cristóbal)
San Martín/Bolívar (Santísima Trinidad, Victoria)
Santa Fe (San Gregorio, Pío Rodríguez)
Scalabrini Ortíz (Canning)
Suipacha (San Miguel)
Tucumán (Santiago de Compostela, Herrero)
Uruguay (en el siglo XVIII, se la conocía como la calle que “sigue a la Plaza de La Piedad”. En 1807 se la llamó “José Pazos” en homenaje del edecán del virrey ELÍO, de heroico comportamiento durante la segunda invasión de los ingleses y en 1882, se le dio su actual nombre) para homenajear al río Uruguay.
Venezuela (Santa Catalina, luego Rosario y más tarde Basualdo)
Viamonte (Temple, Santa Catalina, Ocampo)
Victoria (Cabildo)
Virrey Ceballos (Mardena)