BUENOS AIRES COLONIAL

Aproximarse al conocimiento de la población del Buenos Aires colonial, en el período previo a la revolución de Mayo de 1810 requiere la confrontación de algunas fuentes documentales. En este caso serán el relato de un observador inglés, algunas cartas y, aunque incompletos, los padrones de la época.

Describiremos algunas características de la ciudad de Buenos Aires en la época colonial y durante los primeros tiempos de la vida independiente, que no resultan muy común encontrar en los libros de historia. Con ellos, trataremos de  pintar algunos aspectos del escenario cotidiano donde la historia patria comenzó a escribirse.

Así, por ejemplo, diremos que en el siglo XIX, el relator y viajero FÉLIX DE AZARA, encontró que la ciudad de Buenos Aires contaba con 40.000 habitantes; mientras que el resto del Virreinato, con sus cientos de miles de kilómetros, con sólo 31.000 y que las casas de la ciudad eran macizas y bajas, con techos de azoteas muchas de ellas, como no se veían en otras ciudades del Virreinato, a excepción de la ciudad de Montevideo.

Muchas de las residencias pertenecientes a la sociedad «acomodada» poseían altillos en la parte superior y balcones con rejas sobresalientes, pero esta característica constituía un verdadero peligro para los transeúntes, debido a que la estrechez de las veredas y la poca iluminación que había en ellas durante la noche, hacía fácil que se las llevaran por delante..

Las calles estaban transitadas durante el día por gente a pie, a caballo y en carruajes, que transitaban por la mano izquierda, costumbre que recién se cambió en el país en el siglo XIX. Esto se debía a que los cocheros de los carruajes tirados por caballos, se sentaban en el centro del pescante, manejando el coche con las dos manos o con la izquierda las riendas y el largo látigo con que impulsaban a los animales era empuñado con la mano derecha. De esta forma, era fácil, que si circulaban por la derecha, descuidadamente golpearan a los transeúntes que caminaban por las veredas. En mu   chas ocasiones se vio volar por los aires sombreros de señoras muy encumbradas, debido a la maniobra de un conductor poco cuidadoso.

Casi todas las viviendas eran blanqueadas a la cal y en las calles el pavimento no existía. El marques de Loreto, virrey de fines del siglo XVIII, se preocupó de em­pedrarlas en el centro, pues se corría el riesgo que, algunas de las casas del lugar, construidas de barro y paja, se derrumbaran en los días de grandes lluvias, que era cuando las calles se convertían en verdaderos arroyos que hacían intransitable la ciudad y socavaban los cimientos de las casas.

Los Barrios
Las ciudades se dividían en sectores diversos: centros que se componía de barrios, arrabales y éjidos, lugares estos últimos. ubicados fuera de los centros urbanos, que eran habitados exclusivamente por los aborígenes. Cada barrio en las ciudades o poblados, llevaba un nombre tomado del oficio habitual de sus vecinos, agrupados por gremios: escribanos, botoneros, espaderos, alfareros, etc. Había también calles bautizadas con los nombres ilustres de sus moradores: Alférez Real, Arzobispo, Obispo, Baquijano, Ahumada, etc., o con nombres de cofradías y conventos: Angustias, la Merced, Claras, Carmen, cuando no, con otras denominaciones pintorescas que intentaban perpetuar algún hecho excepcional o curioso, como “El reloj”, “Salsipuedes”, “Matasiete”, El tambor, etc.

La Policía
Luego de que en 1611, se definiera el significado y las responsabilidades que le cabían a “la policía” (1), esas responsabilidades en los centros urbanos, estaba a cargo de los Cabildos, organismo que debía ocuparse, “en primer lugar, de enderezar a todo hombre y miembro de ella, como se debe haber con toda la comunidad y Republica y en cualquier persona della, haciendo bien. Y en segundo lugar, impedir que los hombres se abstengan de hacer mal y de toda injuria a toda la comunidad y a cualquier parte o miembro della”,

Sus funciones iban desde el buen gobierno de la ciudad, el control del presupuesto y de las rentas del municipio y el correcto abastecimiento de víveres, hasta la persecución de la delincuencia y la administración de la justicia local. Era un organismo representativo de la comunidad, que velaba por el buen funcionamiento de la ciudad, que tenía jurisdicción sobre todo el territorio de la misma.

Estaba compuesto por los alcaldes o jueces municipales y los concejales o regidores; los alcaldes ordinarios y una serie de funcionarios entre los cuales se pueden señalar al alférez real (heraldo y portaestandarte de la ciudad), el depositario general (de los bienes en litigio), el fiel ejecutor (inspector de pesas y medidas y de los precios en tiendas y mercados), el receptor de penas (recaudador de multas judiciales), el alguacil mayor (jefe de la policía municipal), el procurador general (representante de los vecinos ante el Cabildo) y un escribano, o secretario que levantaba acta.

En la campaña las tareas policiales estaban a cargo de la Santa hermandad, institución española a cuya cabeza se hallaban los llamados Alcaldes de la Hermandad, auxiliados por los Alguaciles Mayores.

(1). Hasta entonces, según lo definiera el fraile agustino Jerónimo Román y Zamora (1536-1597) en su texto “República de Indias, idolatrías y gobierno en México y Perú Antes de la Conquista (1575), “vivir en a policía” (es decir “vivir en sociedad”), era una virtud del príncipe, observable en todas las sociedades y no hubo en las colonias una estructura orgánicamente organizada que pudiera llamarse policial (ver Evolución de la Policía argentina).

La comida
Si nos referimos a la comida que era habitual en la colonia, diremos que, si bien la población de las colonias, en un principio fue mayoritariamente española, sus alimentos no eran los que habitualmente consumían en la Península. La aparición de muchos productos que les eran totalmente desconocidos, enriquecieron su menú y así nació la rica y sustanciosa comida criolla.

Aquí conocieron el maíz, las papas y el tomate. Al principio, los europeos creían que la papa y el tomate eran venenosos, pero fue ese tubérculo el que después los salvó del hambre y el tomate (el de árbol, que se cree que es de origen colombiano), cuando llegó a Italia lo llamaban “la manzana de oro” y fue furor.

También conocieron el cacao, la piña o ananá, el coco, la chirimoya (que llamaban manjar blanco), el maracuyá, que llamaban “fruto de la pasión” y la guanábana; los ajíes, las arvejas, el aguacate o palta y la quina; la auyama (especie de calabacita amarilla) y la calabaza. En Cuba conocieron el perejil, el amaranto y el tabaco (se calcula que el tabaco les produjo más riquezas que el oro).

Pero para ser justos, debemos recordar que fueron también aquellos productos que ellos trajeron (el trigo el arroz, el mango, el melón, el pepino, el poroto, la cebada, el repollo y la coliflor; el plátano o banana, la naranja, la mandarina y el limón; las uvas, el melocotón y la manzana. La caña de azúcar y el olivo), los que permitieron su variedad y excelencia.

BERNARDINO RIVADAVIA, allá por el año 1822, mandó demoler el muelle de mampostería que existía en el puerto y utilizó las piedras que de allí se sacaron, para empedrar la calle Florida, la que por ese motivo se llamó  “Calle del Empedrado”. No hace mucho tiempo, con motivo de una obra que se realizó en esa calle, al cavar,  los obreros dieron con el antiguo empedrado. Este acontecimiento del empedrado de la ciudad, resultó ser una verdadera novedad y motivo de interés popular.

En esa misma calle, existían numerosos negocios y tiendas donde las negras de la época vendían toda clase de baratijas, empanadas y las famosas tortas fritas, que eran adquiridas por las damas de la sociedad, de paseo por esa importante arteria.

Los puestos de venta se denominaban ‘Timbas», voz de origen quechua. En muchos de ellos, en sus trastiendas, funcionaban mesas de juego clandestino, de allí quedó esta denominación en la jerga popular para referirse a los lugares donde se juega, a las cartas o a los dados.

En el mismo sitio donde hoy se encuentra la Casa Rosada, estaba el Fuerte e inmediatamente detrás, las costas del Río de la Plata. Vale decir que todos los terrenos que actualmente se extienden hasta lo que es la Costanera, los muelles transformados en la lujosa zona de Puerto Madero, fueron sucesivas ganancias al río mediante el trabajo de relleno.

La iluminación era escasa y mala. Consistía en faroles a vela de sebo que a poco de encendidos ennegrecía el vidrio y sólo eran referencias lumínicas en las calles para no perderse. Por ese motivo, los que salían de noche llevaban, irremediablemente, un esclavo o negrito con el correspondiente farol.

Para los paseos, los porteños usaban el caballo para trasladarse a los distintos sitios un poco retirados en las afueras de la ciudad, especialmente por el Norte, y más propiamente, en la zona donde se encontraba la antigua Plaza de Toros, hoy Retiro (“Buenos Aires Colonial”, teniente coronel Gustavo Adrián Bruno).

Los extranjeros
La capital del virreinato del Río de la Plata estuvo abierta desde épocas tempranas a la residencia de extranjeros, aunque hubo normas y reglamentaciones para que su presencia no alterara el equilibrio de una sociedad que debía cumplir con lealtad a la Madre Patria. Fue así que en 1790, una Pragmática de Carlos IV distinguía a los habitantes del Virreinato del Río de la Plata como Avecindados: que eran los extranjeros que debían jurar fidelidad a la religión católica y a la soberanía real renunciando al fuero de extranjería y a la protección de su país de origen. Transeúntes: que eran los extranjeros que obtenían licencia para una permanencia temporaria y les estaba prohibido ejercer artes liberales u oficios mecánicos sin avecindarse. De la normativa surge que la “conditio sine qua non” para adquirir carácter de ciudadano de Buenos Aires, era ser católico y declararse súbdito de la corona española. Esta razón fue el principal motivo para realizar el empadronamiento de extranjeros del año 1804. Las causas fueron expuestas por el virrey de Sobremonte mediante un Bando Real del 10 de Octubre del mismo año. El objetivo era reconocer los extranjeros residentes en la ciudad de Buenos Aires con el fin de darles la condición de avecindados, transeúntes, o bien intimarlos a ser embarcados (Roberto Dante Flores en “Británicos en la sociedad de Buenos Aires (1804-1810)”.

Pero las repetidas órdenes de expulsión, nunca se concretaban Por ejemplo Jaime Badal en 1804 figura en una lista del gobierno con orden de expulsión por ser protestante. En marzo de 1806 una autoridad católica solicita al gobierno que se revoque la orden, causa: estar instruyéndose el susodicho, en la religión católica. En 1810 Badal continuaba en Buenos Aires, se había casado con Josefina Morales y tenían tres hijos. Corroborando esto, Alexander GILLESPIE en su obra “Buenos Aires y el interior. Observaciones reunidas durante una larga residencia” nos cuenta que los matrimonios mixtos tenían como condición la conversión del inglés a la religión católica.

Fuentes: “Británicos en la sociedad de Buenos Aires”. Roberto Dante Flores, Buenos Aires, 2011; “Buenos Aires visto por viajeros ingleses”. John Parish Robertson, William Parish Robertson, John Miller ,Emery Essex Vidal y otros, Ed. Emecé, Buenos Aires, 1945; Buenos Aires y el interior”. Observaciones reunidas durante una larga residencia, 1806-1807. Alexander Guillespie, Ed. A.Z., Buenos Aires, 1994; “Buenos Aires. Desde su fundación hasta nuestros días. Siglos XVIII y XIX”. Manuel Bilbao, Ed. Imprenta Alsina, Buenos Aires, 1902; “Buenos Aires. Su gente (1800-1830)”. César García Belsunce, Ed. Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1976; “Buenos Aires, historia de cuatro siglos”, José  Luis Romero y Luis Alberto Romero, Editorial Abril, Buenos Aires, 1983; Buenos Aires, cuatro siglos”. Ricardo Luis Molinari, Ed. TEA, Buenos Aires, 1983; “Buenos Aires, desde setenta años atrás”. José Antonio Wilde, Ed. Imprenta y Librería de Mayo, Buenos Aires, 1881; “Buenos Aires. Desde su fundación hasta nuestros días. Siglos XVIII y XIX”. Manuel Bilbao, Ed. Imprenta Alsina, Buenos Aires 1902.

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