LA VITIVINICULTURA EN LA ARGENTINA (1557)

Durante la época de la colonia, en el virreinato del Río de la Plata, y hasta bien entrado el siglo XIX, el vino no era una bebida de consumo masivo. Recordemos que en las colonias españolas de América se había prohibido el cultivo de la uva y sólo se permitían bebidas de origen exclusivamente español.

Por eso, salvo los españoles y las familias acomodadas, que podían darse el lujo de importarlo desde Europa, el resto de la gente bebía sólo agua durante sus comidas y si la ocasión lo ameritaba, especialmente en la campaña, se tomaba “grappa” (un destilado de orujo de entre 29 y 50 grados de alcohol), ginebra” (un destilado de cereales aromatizada con enebro) o “caña”, todas provenientes de Cuyo, donde se afincaron quienes trajeron desde Europa las técnicas para su elaboración.

Pero retrocedamos en el tiempo y recordemos que la historia del vino argentino se remonta quizás al año 1551, cuando traídas por Hernán Mejía Miraval llegaron al actual territorio de la República Argentina las primeras estacas de vides, traídas a través de los Andes desde Chile, en donde eran cultivadas ampliamente. desde 1536.

Recién en 1557, la vid también llegó a la región de Cuyo y relatos de lugareños, afirman que fue el padre mercedario Juan Ceidrón el encargado de descargar las primeras cepas, con el propósito de utilizar su vino durante la celebración de las misas, las plantó en la provincia de Santiago del Estero. Eran cepas de uva moscatel, también llamada “uva país”, que habiendo procedido de España, en 1536 habían llegado a la ciudad Chilena La Serena,

Todo se hacía con asombrosa paciencia, sin mayores esperanzas que las de obtener el vino suficiente para la misa, sin expectativas ni proyectos que contemplaran la expansión de este cultivo.

En 1561 se plantaron en Mendoza, en 1562 en San Juan y ese mismo año, las trajeron a La Rioja y Catamarca. Más tarde, aproximadamente en 1586 fueron los franciscanos quienes, habiendo traído desde las Canarias hasta la provincia de Salta, estacas de vides productoras de uva “malvasia”, lograron un vino blanco, suave y también apto como “vino de misa”.

En las actuales provincias del noroeste argentino existen registros de actividad vitivinícola desde antes del 1600 y consta que llegaron a Salta, donde las primeras viñas, se desarrollaron con estacas que fueron plantadas “a cuatro leguas” del pueblo de Molinos (hoy La Angostura).

Se debe entonces a los jesuitas y a los franciscanos la importación temprana de cepas de “vitis-vinífera” y el nacimiento de nuestra industria vitivinícola, que registra en sus comienzos, la producción de variedades como el “mistela” y los derivados de la “uva chinche”, con sabor áspero y ácido y la instalación de viñedos.

Así surgieron vides en Buenos Aires (en el actual Barrio Palermo), en Médanos (provincia de Buenos Aires) y buscando zonas donde el clima fuera más favorable para este tipo de cultivo, en Córdoba (en sus estancias de Alta Gracia y Jesús María), en Mendoza y en Concordia, en la provincia de Entre Ríos, logrando allí la creación de un gran centro productor de vinos, lamentablemente destruido después por imperio de intereses que comenzaron a ser muy fuertes, debido a que la actividad vitivinícola comenzaba ya a mostrar su potencial. En Jesús María se producía un vino llamado “Lagrimilla dorada”, que según la tradición, llegaba a la mesa del rey Carlos III de España.

La prohibición de plantar vides y producir vinos en Hispanoamérica, impuesta por la corona española, no tuvo buena respuesta, quizás por los jugosos ingresos que la corona española recibía, cuando haciendo la vista gorda, imponía y cobraba enormes impuestos a la producción vitivinícola. Fue así que pronto comenzaron a florecer en numerosas zonas del virreinato, prósperos viñedos que se animaron a competir con los vinos importados, principal y excluyentemente de España.

La Revolución de Mayo significó un impulso para la producción vinícola, ya que desde entonces la ciudad de Buenos Aires (e incluso la vecina Montevideo) dejaron de importar vinos españoles y comenzaron a producir los propios en sus alrededores o en las Sierras de Córdoba y el Cuyo.

Los primeros vinos “criollos” que se comenzaron a beber, eran tintos y blancos elaborados con técnicas y en condiciones muy diferentes a las imperantes en Europa partiendo del “listán prieto” (o listán negro), una uva oscura de origen español, ampliamente difundida en las Islas Canarias, España, que llegó a América entre los siglos XVI y XVII, traída por los conquistadores españoles. A partir de ella surgieron luego las llamadas variedades “criollas”, descendientes de aquella europea y desarrolladas en cultivos que se fueron mezclando en las parcelas a lo largo de casi cinco siglos.

Carlón, el vino que alegraba las mesas en 1810
Pero hubo un vino que hizo historia en la República Argentina y que durante casi 400 años estuvo presente en las mesas de familia, en las pulperías y tabernas, en las celebraciones y en las noches de parranda. Se lo llamaba “vino carlón” y era un vino tinto de color intenso con 15º de graduación alcohólica elaborado con “uva garnacha” originaria de la provincia de Castellón, en la región de Valencia, España, que incluso llegaba con una versión más económica conocida como “carlete”, que podía ser consumida por la gente de menores recursos.

Orígenes de la vitivinicultura argentina
La elaboración del vino o vitivinicultura (o Viticultura), era una actividad que llevaba ya muchos siglos en el viejo mundo, cuando los españoles y los misioneros desembarcaron en estas tierras de América, trayendo su cultura, sus creencias, sus ideas y sus esperanzas.

Las primeras estacas de vides, llegaron a América, traídas por los jesuitas y se plantaron en las actuales tierras de Méjico, pero el camino de esos pioneros siguió andándose y mientras iban descubriendo soledades y fundando pueblos, la vid iba con ellos. Así, viajando hacia el sur, llegaron al Perú, donde el Cabildo de Lima tasó la primera cosecha de uvas que se realizó en América.

Nuestra vitivinicultura fue una actividad artesanal hasta 1831, año en el que se instaló la primera Bodega con viñedos propios para la elaboración industrial del vino.

En esos tiempos, e incluso hasta 1870, la preparación criolla de vino era absolutamente artesanal. Se prensaban los sarmientos con las uvas en sencillos y primitivos trapiches de madera, o directamente las uvas eran metidas en grandes cubas, donde hombres y mujeres, descalzos, las pisaban en agotadoras jornadas, hasta que quedaban totalmente reducidas a orujo, habiendo salido todo su jugo a través de un agujero que lo llevaba hasta grandes vasijas de barro que lo recibían. Surgieron así nuestros primeros vinos cuya técnica de elaboración, hizo que se los llamara “pateros” (imagen).

El vino criollo, como producto de una actividad sólidamente instalada y bien dotada tecnológicamente, apareció cuando el gobernador español de Salta fundó en Cafayate la “Bodega Colomé”, donde se vinificaba en vasijas de barro cocido, imitado luego por otros emprendedores de la vitivinicultura nacional.

Pronto, un grupo de visionarios, temerariamente, apostó su futuro a una actividad simplemente prometedora. Dedicaron sus vidas a darle forma a sus sueños, allí, donde todo estaba por hacerse, donde nadie antes hubiera imaginado un futuro brillante. Decidieron hacer patria y comenzaron a hacer vino.

Ese vino que hoy seduce desde las copas donde se lo vierte en todo el mundo, que ha recorrido un largo camino para llegar adonde hoy llegó y que demandó enormes sacrificios de sus creadores, los que a través de generaciones pusieron todo su saber, su entusiasmo y sus bienes al servicio de ese sueño y así comenzó la vitivinicultura en la Argentina.

Pioneros de la vitivinicultura en la Argentina
La vitivinicultura en la República Argentina es una actividad que nos enorgullece, por la forma en que se llegó a los niveles de calidad que hoy ofrecen sus productos y porque esto representa el triunfo del tesón, el saber y el amor a la tierra de hombres y mujeres pioneros, que han hecho del trabajo, una filosofía de vida que enaltece a la condición humana.

Esta actividad comenzó siendo el desafío que aceptaron algunos inmigrantes, que llegados desde la vieja Europa, ya traían dentro de si el amor a las viñas de su terruño y que soñaron ver reproducidas en su nueva patria.

Los pioneros en Mendoza
La región de Cuyo y la provincia de Mendoza en especial, son desde el siglo XIX sinónimos de vitivinicultura. Hacia allí se dirigieron los primeros pioneros que creyeron en la uva como fuente productora de riquezas y bienestar.

Y así llegaron José Benito González Muleiro (1840), Honorio Barranquero, quien en 1870 construyó una de las bodegas más grandes de la época, con túneles subterráneos que la comunicaban directamente con un ramal del ferrocarril, Felipe Rutini (1880), Lorenzo Vichi (1886), Pascual Toso (1890), Segundo y Francisco Correas (1890), Luis Tirasso (1891), Francesco Calise (1893) uno de los primeros en exportar sus vinos; Ángel Furlotti (1893); Miguel Escorihuela (1900), Francisco Gabrielli (1904), José Orfila (1905), Sami Flichman (1910), Ángelo Pulenta (1914), Juan de la Cruz Castillo, Juan de Godoy, Ventura Guevara, Clemente de Godoy , Ignacio Zapata, Fernando de Alvarado, Juan Gregorio Molina, Juan de Corvalán, Juan Gregorio Lemos, Miguel Molina, Simón de Videla, Ángelo Francisco de Mayorga, Jorge Gómez Araujo, Juan de Molina, Juan Pardo, José Albino Gutiérrez, (1826); Felipe Antonio Calle, y algunos pocos más que con sus viñeditos y sus tropas de carretas para hacer la ruta Mendoza-Buenos Aires, fundaron la industria vitivinícola en la provincia de Mendoza.

Plantaron esas tierras las primeras estacas y comenzaron una lucha que no supo de renunciamientos. Fueron años duros y debieron hacerlo todo, porque nada se les brindaba fácilmente.

Solamente la tierra se les abría generosamente y las primeras parras comenzaron a fructificar y las primeras prensas empezaron a dar sus primeros vinos. Pero llegada la primera mitad del siglo XIX, la vitivinicultura ingresó en una vigorosa etapa de expansión y el gran acelerador de estos cambios fue la llegada en 1884 del ferrocarril a la provincia.

Se incorporaron entonces nuevas tierras al cultivo y el gobierno de la provincia propició una fuerte política de diversificación estimulando pasar del cultivo tradicional en esas tierras del trigo a la vid. Entre los emprendedores que ya cultivaba la vid, comenzaron a destacarse algunos de ellos, casi todos inmigrantes europeos.

Y esos fueron los pioneros de la vitivinicultura en la Argentina: aquellos que se adelantaron con su visión a los demás; aquellos que vieron antes que otros el gran potencial oculto que tenía el cultivo de la vid y no todos ellos tenían viñedos ni todos eran bodegueros. Hubo también profesionales y funcionarios que aportaron lo suyo para que la actividad creciera y se hicieran realidad los sueños de aquellos pioneros.

Son un ejemplo de esto, el ingeniero César Cipoletti, el artífice de las obras que en 1888, permitieron la regulación de las aguas del río Mendoza y el ingeniero Carlos Fader, un referente en el desarrollo hidroeléctrico de la zona, dos pilares fundamentales de este crecimiento, porque comprendiendo la importancia que tiene el agua para este tipo de cultivos, hicieron el aporte de su profesionalidad (y también entusiasmo), para que el esfuerzo de los vitivinicultores se viera coronado por el éxito.

Trabajo, si. Mucho trabajo y noches de vigilia sospechando tormentas y granizos, pero también mucho ingenio les fue necesario a estos pioneros: Ingenio para superar problemas e imprevistos, para desarrollar sistemas y equipos que mejoraran la cantidad y la calidad de su producto, que optimizaran las condiciones de trabajo de los operarios, etc., etc.

Recordemos a este respecto, lo hecho en materia de construcción y equipamiento de las bodegas, cuestiones en las que se reivindicaron antiguas técnicas para el bombeo y el movimiento de los vinos. Recordemos que en la bodega “Faraón”, de General Alvear (al sur de Mendoza), un edificio que llamaba la atención por su estilo egipcio (con esfinges, jeroglíficos y esculturas), en 1941, el ingeniero Víctor Cremaschi puso en práctica muchas innovaciones y productos de su inventiva.

A él se le atribuye la primera “vasija de descube automático” (un invento que alejó para siempre el peligro de muerte que acechaba a los operarios que debían introducirse en las cubas para retirar el orujo de la uva ya fermentada), la primera línea de fraccionamiento en damajuanas, un equipo de pasteurización y trabajos sobre termovinificación.

También, concibió la idea de buscar una sucesión de operaciones que le permitiera introducir la uva en un extremo y, en el otro, recibir el producto elaborado. Y lo logró: patentó su torre de fermentación continua y muchos equipos construidos en otros países se valen del principio que ideó Cremaschi.

Aún hoy es reconocida la visión de Tiburcio Benegas (1880), resaltando su tino en la elección de los terruños donde estableció sus viñedos y, más tarde, su bodega. Las zonas de Maipú y el actual Departamento de Godoy Cruz, surgieron como verdaderos hitos de un gran potencial cualitativo para la vid. Importó cepajes de alta calidad enológica.

Con las estacas y las yemas traídas, su hijo Pedro Benegas, continuó su gran obra y construyó bodegas y viñedos «El Trapiche» y como su padre, él también sintió el llamado del vino y viajó a Francia, desde donde importó más de 50 variedades de vid y trajo vasijas de roble desde Nancy. Su curiosidad parecía no tener límites y en 1922 emprendió una gira por Europa y Argelia para aprender la técnica de elaboración del champagne. En 1932 viajó a los Unidos, donde se informó; acerca de los sistemas de conducción utilizados en California.

Es imposible imaginar las empresas que se fundaron vinculadas con esta esta industria sin referirse las familias de inmigrantes que trajeron consigo, además de sus esperanzas de progreso, técnicas, y tradiciones laborales heredadas de sus ancestros, hacedores todos de vino:

Los hermanos Santiago y Narciso Goyenechea (1868), inmigrantes españoles que en 1868 siendo dueños de un almacén de ramos generales, se iniciaron en la actividad, con unas plantaciones en Villa Atuel que recibieron en pago de mercaderías que la familia Arizu había comprado en su negocio y que luego, junto a éstos, entre 1930 y 1940 formaron el mayor viñedo del mundo;

La familia española de López Rivas (1898), cuya bodega nació en 1898 de la mano de José López Rivas, quien había llegado al país a los 22 años buscando salvar sus vides de la filoxera, una plaga que azotaba los viñedos europeos de aquel entonces y que desde Maipú fueron los promotores de un estilo comercial que fue reconocido en otros países, cuando supieron cómo exportar, cuando hacerlo parecía imposible;

Los Arizu, cuyo ancestro Leoncio Arizu (1891) con apenas 18 años de edad, en 1901, inauguró sus primeros viñedos de uvas finas y fundó la bodega “Luis Bosca-Familia Arizu” que incorporaron a su explotación maquinaria y equipos a vapor, una avanzada para la época; Luis Fillipini (1900), con sus innovadores conceptos de arquitectura y el primero en envasar y comercializar el vino en botellas;

La familia de Ángel Furlotti (1893) que no dudaron cuando plantaron sus estacas a la vera del río Mendoza, también en el Departamento Maipú; Antonio Tomba (1895) que construyó una de las bodegas más importantes de la época; Juan Giol (1888), conocido como “el bodeguero más grande del mundo” y su cuñado, Bautista Gargantini (1890), empresarios vitivinícolas que también erigieron una empresa cuyo legado perduraría por décadas, junto a los palacios afincados en Maipú.

En el Valle de Uco, hubo precursores de los viñedos que buscaron la calidad en la altitud y las propiedades de la familia Bombal Ugate (1830) demostraron la nobleza de la vid en esos terruños y develaron las notables cualidades de los vinos que se podían obtener en la zona, como lo pudieron comprobar luego, muchos otros productores que se afincaron allí.

Con las vías del ferrocarril también llegó a Mendoza el ingeniero Edmundo james norton (1895) y aquí formó una familia y descubrió un terruño donde se estableció definitivamente. Fue pionero en el cultivo de la vid al sur del río Mendoza (en las localidades de Agrelo y Perdriel) y en la construcción de su bodega junto al trazado ferroviario, lo cual facilitaba el transporte, tanto de los insumos como de la producción de su empresa.

Otras familias apasionadas por el cultivo de la vid, se instalaron al sur de la provincia de Mendoza y entre ellas, es muy recordada la del alemán Otto Suter (1900), otro gran pionero en las técnicas de elaboración, en las que aplicaba la meticulosidad y el orden propios de su origen.

Tampoco se pue de dejar de mencionar a Rodolfo Iselín y a Ramón Arias (1880), legendarios vitivinicultores de San Rafael, dos pioneros que apostaron al sur cuando la infraestructura de caminos era muy precaria, tierras que Valentín Bianchi (1925), también se atrevió a cultivar con sus viñedos.

Pero no debemos olvidar los nombres de aquellos cuyas epopéyicas vidas fueron injustamente olvidadas (Juan de la Cruz Castillo, Juan de Godoy, Ventura Guevara, Clemente de Godoy, Ignacio Zapata, Fernando de Alvarado, Juan Gregorio Molina, Juan de Corvalán, Juan Gregorio Lemos, Miguel Molina, Simón de Videla, Ángelo Francisco de Mayorga, Jorge Gómez Araujo, Juan de Molina, Juan Pardo y Felipe Antonio Calle).

Los pioneros del noroeste
Paralelamente con lo que sucedía en la región de Cuyo, otras provincias fueron exponiendo condiciones para el desarrollo de la vitivinicultura. Extensos viñedos comenzaron a verse en Salta, San Juan, La Rioja, Catamarca y Río Negro, todos en manos de emprendimientos familiares.

En San Juan fueron los hermanos José y Santiago Grafigna, quienes desde sus respectivas empresas, entre 1865 y 1870, dieron un fuerte impulso a la actividad en esa provincia, siendo acompañados en esa tarea más tarde por Jaime Colomé (1900). En Cafayate, Salta, las familias de Silverio Chavarría (1880) y de los Peñalva (1895), que fueron las que pintaron con vino el carácter de la zona al establecerse en esas tierras.

La primera, propietaria de bodega La Rosa, y la segunda, encargada de construir los cimientos de la bodega El Recreo, dos modelos para la época y el lugar. En Catamarca fue Juan Jorba ((1892) quien apostó a la vitivinicultura en un medio que se consideraba nada propicio para ello y prosperó. Otro emprendedor de la zona fue José F. Lavaqué (1882), quien instaló su empresa en el centro mismo del pueblo de Cafayate, frente a la plaza, y desde allí expandió sus vinos más allá de los límites de esa bella provincia del norte argentino.

Los relatos también recuerdan los viñedos de “Yacochuya”, zona cuya altura por sobre el nivel del mar desafió todo pronóstico y finalmente demostró sus virtudes para la vid.

Los pioneros de la Patagonia
A principios del siglo XX, cuando la Patagonia era aún un paisaje poco explorado. Humberto Canale (1913) eligió las tierras de Río Negro para establecerse con viñedos.

Entusiasmado con las condiciones ecológicas del lugar, luchó contra el frío, los vientos, la deficiente red caminera, la pobre infraestructura y otros contratiempos no menores para fundar, en 1913 la bodega que hoy lleva su nombre. La aventura se inició en General Roca, provincia de Río Negro y debieron pasar varios años hasta que otros emprendedores se decidieran a acompañarlo y plantaran sus estacas en esas tierras, que aún hoy se muestran hostiles y solo se brindan a quienes con grandes esfuerzos y sacrificios la trabajan con amor.

La vitivinicultura del Litoral
Aunque se dice que en la Argentina recién nacida, gran parte del vino que se consumía era elaborado por viñateros entrerrianos, casi todos, emprendimientos familiares, hubo un interregno durante el cual nada se sabe sobre la actividad vitivinícola en esa provincia, hasta que las primeras constancias de su presencia organizada datan de 1870, año en que comienza su explotación.

Fue cuando Joseph Favre en 1874 y Jesús Vuillez en 1880, se atrevieron a cultivar la vid en Colón, provincia de Entre Ríos, un lugar que se pensaba poco propicio para ello y Juan Jáuregui fue uno de ellos. Nacido en Concordia, provincia de Entre Ríos y amante de los vinos franceses, en 1860 decidió plantar vides en su ciudad natal y para ello viajó a Francia.

Trajo algunas estacas con la esperanza de elaborar en su ciudad el mismo vino que había degustado en Europa y sin pensarlo, logró un producto absolutamente nuevo y desconocido. Las cepas que había traído, al adptarse a las condiciones climáticas, el suelo y las aguas de riego, originaron una variedad hasta entonces desconocida que por ello, fue nombrada con el apodo con el que se conocía a don JÁUREGUI.

Había nacido así el “Lorda” y se dice que ese pequeño viñedito dio origen a las plantaciones que hicieron de la Provincia de Entre Ríos y el Litoral uruguayo, los grandes productores que hoy son. Recordemos que en 1907 esta provincia llegó a ocupar el cuarto lugar en el censo Nacional de Viñas con una extensión de 4.900 hectáreas, contando con más de 30 bodegas, siendo los departamentos donde mejor se desarrollaban las uvas, Colonia San José, Concordia, Victoria y Federación y que en 1934, mediante la Ley Nacional Nº 12.137 se desalentó esta actividad en esos territorios, para promover su desarrollo en las provincias cuyanas.

La vitivinicultura en la provincia de Buenos Aires
Los primeros intentos de afincar viñas y desarrollar la agroindustria en la provincia de Buenos Aires fueron casi contemporáneos de los inicios de la actividad en Mendoza y San Juan.

En las últimas décadas del siglo XIX ya se registraba la presencia de plantaciones y bodegas en algunos partidos tradicionalmente cerealeros porque a pesar de que clima y el suelo bonaerenses no eran aptos para este tipo de cultivos, hubo dos factores que incidieron para que esto sucediera: la cercanía de los principales mercados consumidores que obraba como un poderoso acicate sobre agricultores e industriales, incitándolos a invertir esfuerzos y capitales en estas tareas y la fuerte presencia de inmigración italiana y española en la región, comunidades para las que el cultivo de viñas y la elaboración del propio vino resultaban actividades cargadas de valores afectivos y era un signo de prestigio.

Así comenzaron a llegar los primeros vitivinicultores, don Dorfilio Camporal entre ellos, que en 1918 plantó sus estacas en pequeñas parcelas, junto a otras producciones agrícolas en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires

Hacia 1920, en las localidades de Escobar, San Nicolás, Bahía Blanca, Patagones y Quilmes comenzaron a asentarse los primeros vitivinicultores con proyectos de mayor envergadura, aceptando el desafío que les presentaba una actividad riesgosa. La mayoría de ellos se dedicó al cultivo de uvas de mesa, pero hubo algunos que se atrevieron a la fabricación de vino, que fue el conocido como “vino de la costa”.

Se recuerda el “Viñedo Franklin”, de Francisco Barroetaveña, un orgulloso viñatero que en 1910, se jactaba de sus vistosos parrales de la variedad “Isabel” plantados en Escobar, provincia de Buenos Aires, que alternando sus surcos con naranjales, ofrecían un hermoso espectáculo.

Los viñedos en la Argentina
Los exuberantes viñedos argentinos no tienen su origen en plantaciones autóctonas. Cualquiera sea la evidencia de la existencia de viñedos indígenas en el área ahora incluida en el territorio de la República la Argentina, no se ajusta a la verdad, porque los estudios históricos y la Arqueología, han demostrado que las extensas viñas del país, se desarrollaron de vides traídas a través de los Andes desde Chile en donde eran cultivadas ampliamente desde 1536.

Recordemos que en 1551 Hernán Mejía Miraval trajo las primeras cepas a Santiago del Estero y que otras fueron introducidas poco después: en 1561 en Mendoza, en 1562 en San Juan y ese mismo año, los jesuitas las trajeron a La Rioja y Catamarca.

Durante esta época, el gobierno español fomentaba el establecimiento de viñas en los nuevos poblados, ya que consideraba la producción del vino, vinagre, agraz (zumo de la fruta verde que se utilizaba para cocinar en esa época), jarabe y uvas eran esenciales para la supervivencia.

Algunas vides también fueron traídas a la región del Río de la Plata desde Brasil, pero se desarrollaron mejor en el oeste. En los irrigados desiertos de Cuyo, los viñedos se convirtieron en la base de una floreciente economía y en el centro de la vida de la comunidad y esto no se modificó desde entonces.

En 1754, Martín José de Altolaguirre planta las que serán las primeras vides que se vieron en Buenos Aires.

En el siglo XIX, las vides europeas fueron importadas para satisfacer las nuevas demandas del mercado suplementando o reemplazando la variedad criolla.

En Mendoza, por ejemplo, alrededor de 1885, un tal Reinoud introdujo la Malbec, Cabemet, Barbera, Freisa, Grenache, Anamom, Mourdevre y otras en lo que sería la gran Trapiche (véase Tiburcio Benegas), una de las viñas más importantes de esa región hasta que fue subdividida en la década de 1960.

En el siglo XX, el nuevo énfasis en el valor vitamínico y nutritivo de la fruta fresca y el desarrollo de las nuevas técnicas de mercado para comerciarlas, dio importancia a la producción comercial de la uva de mesa y se cultivaron extensas viñas en otras regiones, principalmente en Río Negro, en especial para las uvas de mesa.

Primeras cepas francesas
En 1852 Domingo Faustino Sarmiento trae de Chile a Michel Aimé Pouget y lo instala en Mendoza para que aporte su experiencia en la industria vitivinícola de Francia a los bodegueros argentinos. En 1853 se funda la Escuela-Quinta Normal de Agricultura y Michel Aimé Pouget trae a Mendoza las primeras “vitis viníferas” para producir Malbec, Cabernet Sauvignon y Pinot Noir con las que elaboró su primer vino con el que gano un premio en París. 1914 ya se comienzan a imitar los vinos de alta gama franceses.

Las primeras Bodegas
Las primeras Bodegas a nivel industrial que se instalaron en la República Argentina comenzaron a elaborar sus vinos con cepas traídas, por los jesuitas y luego con algunas “vitis viníferas” que para producir Malbec, Cabernet Sauvignon y Pinot Noir fueron traídas a Mendoza desde Francia en 1852 por el ingeniero francés Michel Aimé Pouget (experto enólogo traído por Sarmiento).

La elaboración del vino o vitivinicultura, era una actividad que llevaba ya muchos siglos en el viejo mundo, cuando los españoles y los misioneros desembarcaron en estas tierras de América, trayendo su cultura, sus creencias, sus ideas y sus esperanzas.

Las primeras Bodegas (en orden cronológico)
El Gobernador de Salta, el español Nicolás Severo de Isasmendi y Echalar, funda en Cafayate (provincia de Salta), la primera Bodega, origen de la actual Bodegas Colomé (imagen).

  1. José Benito González Milleiro funda la que se conoce como la primera bodega mendocina en Panquehua.
  2. Se funda la Bodega Etchart en la provincia de Salta)
  3. José y Santiago Graffigna, con capitales propios fundan una bodega en la provincia de San Juan).
  4. Honorio Barraquero construyó en Godoy Cruz (Mendoza), una de las bodegas más grandes de aquella época y que tenía túneles subterráneos que la comunicaban directamente con un ramal del ferrocarril.
  5. TIBURCIO BENEGAS funda la Bodega Trapiche en Maipú, provincia de Mendoza.
  6. Silverio Chavarría junto con sus hermanos funda en Cafayate (Salta) una enorme bodega que se llamó “La Rosa”.
  7. Ramón Arias, fue uno de los primeros en iniciar plantaciones de vides en San Rafael (Mendoza), cuando todos preferían hacerlo en el norte de la provincia.
  8. José F. Lavaqué instala una importante bodega en el centro geográfico de Cafayate (Salta) y sus vinos llegan a todo el país.
  9. Sami Flichman funda la Bodegas Flichnman en Barrancas, provincia de Mendoza.
  10. Balbino y Sotero Arizu se instalan en Lujan de Cuyo y San Rafael (Mendoza), taren la maquinaria más avanzada para la actividad vitivinícola y experimentan buscando tierras y cepas que optimicen la producción de vinos.
  11. FELIPE RUTINI funda Bodegas San Felipe en Maipú, provincia de Mendoza.
  12. JUAN GIOL, conocido como el “bodeguero más grande del mundo”, junto a Bautista Gargantini, fundan las Bodegas Giol en Maipú, provincia de Mendoza. Llegó a tener 22 cuerpos y producía los más grandes volúmenes de vino que se conocieron en esa época.
  13. El ingeniero ingles Edmond James Palmer Norton, contratado en 1885 para trabajar en la construcción del Ferrocarril Trasandino que une la provincia de Mendoza con Santiago de Chile, luego de un paso fugaz por Bahía Blanca, regresa a Mendoza y funda la Bodega Norton en Luján de Cuyo, Departamento al sur de esa provincia
  14. José Gregorio López Rivas y sus hermanos Rafael, Federico y Matilde, oriundos de Algarrobo (Málagra, España), fundan la Bodega López en General Gutiérrez, Maipú, provincia de Mendoza.

Primeros datos estadísticos.
En 1910 el Centro Vitivinícola Nacional publicó, probablemente como homenaje al Centenario de la Revolución de Mayo, el primer informe estadístico referido a esta actividad y ya esas primeras cifras muestran la pujanza de la misma y permite avizorar el futuro que le aguardaba.

En este trabajo se ofrece una recopilación de la información existente sobre la vitivinicultura en las distintas provincias argentinas en esa época. La obra contenía datos referidos solamente a los socios de la entidad empresaria que nucleaba a los bodegueros, vitivinicultores y grandes comerciantes de vinos y los datos aportados, resultan un buen retrato de la situación de la agroindustria en esa fecha, marcando la presencia de explotaciones vitivinícolas en solamente cinco  provincias argentinas ya que parece no tener en cuenta las existentes en otras provincias cuya actividad vitivinícola no era tan trascendente ni sus cifras de producción alcanzaban a incidir en el total de todas las consideradas en el informe.

Según esta fuente, el capital total invertido en viñedos en el país alcanzaba la suma $204.165.500. De ese monto correspondía a Mendoza el 66%, es decir $135.530.500; en segundo lugar, aparecía San Juan con una inversión de $47.325.000, equivalente al 23%, luego La Rioja (2,4%) y en cuarto lugar Buenos Aires, representada por $4.200.000, equivalente al 2% de la inversión total. Salta y Entre Ríos figuraban más atrás, mientras la actividad en Río Negro era apenas incipiente.

Ese mismo año, el total de la superficie cultivada con viñas en el país era de 63.878 hectáreas (119.391 en 1922 y 140.814 en 1930); Ese mismo año en Mendoza había 38.723 hectáreas (71.649 en 1922 y 100.619 en 1930); en San Juan 15.775 (25.542 en 1922 y 29.175 en 1930); en La Rioja había 2.590 (3.010 en 1922 y 2.156 en 1930); en Río Negro 240 (1.773 en 1922 y 8.279 en 1930) y en Buenos Aires 1.500 (4.081 en 1922 y 2.149 en 1930)

Pero si bien los datos estadísticos y las cifras que hemos presentado son importantes para una evaluación de la vitivinicultura en la República Argentina y su realidad como vigoroso motor de nuestra economía, es nuestra intención destacar la gestión de quienes hicieron posible esta realidad.

Nos referiremos entonces, no a cifras, sino a hombres. Nos referiremos a aquellos hombres que hicieron posible que la vitivinicultura se desarrolle en la forma que lo hizo, llegando a ser, ya a mediados del siglo XX un pilar fundamental de nuestro comercio exterior y orgullo del país, por la calidad de los productos que exporta al resto del mundo, multipremiados y reconocidos como unos de los mejores vinos, especialmente en sus variedades Malbec y la Mascota Cabernet Sauvignon.

Datos extraídos de la Revista “Master Wine”, del archivo de los diarios “El Litoral” de Concordia, “Los Andes de Mendoza”, “El Chubut” de Comodoro Rivadavia, “Río Negro” de Neuquén, de la “Asociación Vitivinícola Argentina” y de diversas Cámaras del sector; de la obra “Los jesuitas vitivinicultores mendocinos: a 400 años de su presencia en Mendoza», de la Profesora Silvina Carbonari y de diversas páginas web.

EL TANGO ES ARGENTINO?

En las dos últimas décadas del siglo XIX nacieron en Buenos Aires, numerosos hombres de tango, que le dieron la calidad necesaria para afianzarlo en el tiempo» (ver El tango. Su origen?).

«Unos compusieron melodías perdurables, otros les pusieron letra y algunos, sintiendo su latido, simplemente lo bailaron, llevándolo poco a poco a los salones, por mérito de sus valores, cada vez más comprendidos».

«Tal fue el caso de José Ovidio Bianquet, alias «El Cachafaz», nacido el 14 de febrero de 1885, año en el que también llegaron Ernesto Ponzio (el «pibe Ernesto», autor de «Don Juan», nacido el 10 de julio), Samuel Castriota (autor de «Mi noche triste», nacido el 2 de noviembre) y Juan de Dios Filiberto (creador de «Caminito» con Coria Peñaloza, de «Malevaje» con Enrique Santos Discépolo y los clásicos «Botines viejos», «El pañuelito», «Quejas de bandoneón», «Clavel del aire», «La vuelta de Rocha» y tantos otros)».

«Tanto fue el éxito de «Caminito», que el maestro Cobani, profesor de música en el Colegio Champagnat de la ciudad de Buenos Aires, al finalizar la década del 20. lo incorporó al repertorio de sus alumnos de la primaria. Claro que no faltó el hermano marista que cambió la palabra «desde» por «dicha», con lo que despersonalizaba la esencia de esta letra».

«Años después se inauguró la calle «Caminito» en el barrio La Boca, aunque en realidad no fue precisamente éste el lugar que inspiró sus versos al poeta Coria Peñaloza, sino «Olta», un espléndido paraje de la provincia de La Rioja, donde naciera su madre, descendiente del famoso «Chacho Peñaloza», lo que explica el carácter de himno agreste y definitivo de la música que le puso el maestro Filiberto».

«El primer tango del músico de la ribera, se llamó «Guaymallén» y mereció que el doctor José Ingenieros en 1915, lo tuviera entre sus músicas favoritas y dijera de él, «es un tango reamente muy original».

«Otro recuerdo que me viene a la memoria, poniendo en evidencia la increíble trabazón que el tango siempre ha tenido con gente y hechos de nuestra historia, es el referido a una anécdota que contara en su libro «El tango y Gardel» el escritor Sobrino, que fuera asesor del Departamento de Cultura del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación».

«Dice allí que en el año 1944 visitó a Alfredo Namuncurá, uno de los hijos del Manuel Namuncurá el cacique que luego de ofrecer gran resistencia al avance del «blanco», en 1884 se rindió al coronel Pablo Belisle, de las fuerzas comandadas por el general Roca».

«Alfredo Namuncurá, también cacique de los pagos de San Ignacio, en la provincia de Neuquén, sobre el río Aluminé, lo recibió con sus hijas Verónica y Belarmina. Declarados todos ellos admiradores del tango, y como Sobrino había llegado llevando una vieja «victrola» a cuerda y unos cuantos discos de pasta, «Caminito entre ellos», les enseñó a bailar el tango y quedaron hasta tarde hablando del tango y sus intérpretes, especialmente de Carlos Gardel».

«Un personaje muy querido por los Namuncurá que recordaban la amistad que mantuvo «el zorzal criollo» con Ceferino Namuncurá , cuando ambos estaban en el Coro de los padres salesianos. Un indígena y un francés, más criollo que el dulce de leche».

«Fenómeno de integración que se repitió luego entre tantos intérpretes que llegando de distintas tierras religiones y costumbres, unieron sus corazones y sus sentimientos en letras y músicas tangueras. Valga como ejemplos el del «tano Marino» con el «gallego Morán», creador de «El abrojito», tango de Berstein».

«Y si seguimos recordando, no queremos olvidarnos de José Ovidio Bianquet, que hacía filigranas tangueras en el «Teatro Olimpo» que estaba ubicado en la actual avenida Pueyrredón 1463, ni del reducto tanguero que funcionaba en la avenida Santa Fe, en el tramo comprendido por las calles Canning (hoy Scalabrini Ortíz) y Arévalo, cenáculo que reunía a varias «orquestas típicas» de renombre».

«Ni de los Cafés «milongueros» como el «Atenas» y «La Paloma», que se hallaban junto al arroyo Maldonado (hoy entubado bajo la avenida Juan B. Justo), donde el violinista Rafael Tuegola compuso «Zorro Gris» con versos del periodista Francisco García Jiménez».

«Que hermosos recuerdos éstos.!!. Como se ve, todos los barrios de Buenos Aires eran buenos para escuchar o bailar tango y las serenatas se prendían en cualquier balcón, para tocar los valses «Olga», «Corazón de artista» o «Noche de frío» bajo las estrellas (ver Tangos famosos y sus protagonistas).

Fuente. «Memorias de un porteño» de Pablo Solari Parravicini

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