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LA SIESTA
La siesta es un ritual que ya, desde la época de la colonia, los argentinos cumplen fervorosamente. Quizás hoy no tan rigurosamente como en aquellos tiempos, ya que el cambio de las costumbres, las rigideces horarias, las distancias y las exigencias laborales, han hecho que la práctica de esa costumbre, se haya reducido al ámbito de las provincias, de la campaña y de los períodos vacacionales.
La siesta, en aquel entonces, era “sagrada”. Las puertas de las casas se cerraban y las calles quedaban desiertas, circunstancia, probablemente, que indujo según se cuenta, al doctor Brown, a decir: “en las calles de Buenos Aires no se ven, en las horas de siesta, sino los perros y los médicos”.
La siesta, para algunos, no era un breve descanso que se tomaba después de almorzar para reponer fuerzas y quizás despejar posibles efluvios alcohólicos, era cuestión de muchas horas. Había hombres y mujeres que hasta se desnudaban y se ponían “pijamas” o “camisones”, tal cual lo hacían para pasar la noche en sus camas.
En aquellos tiempos, en que la vida era fácil para todos, y poco había que afanarse, no faltaba quien dijese: “Ayer me acosté a echar mi siestita, y dormí hasta la oración; me recordé, tomé mi mate, y volví a dormir hasta hoy, sol alto”. ¡Qué tiempos y qué vida!.
Hermosos tiempos cuando no existían urgencias ni plazos perentorios para vivir la vida y cumplir responsabilidades. Hermosos tiempos cuando el trabajo, el descanso, las comidas y las tertulias tenían su espacio y ninguna de estas actividades interfería el cumplimiento de las otras; cuando el ocio era posible, sin que la conciencia lastime con sus reproches por el “tiempo perdido”. Perdido para qué?. Para llegar adonde?. Dos preguntas que sería conveniente hacernos hoy, buscando una explicación para la vida que llevamos.
La siesta no era costumbre de vagos como hoy se la anatematiza. Era una sana costumbre adoptada por un sociedad que sabía (y que hoy parece haber olvidado), que la siesta estimula la creatividad, refuerza los procesos cognitivos, reenergiza y previene el estrés. «La siesta trae salud. Dormir es reparador. Bajar el ritmo y relajar el cuerpo hace que después, cuando se vuelve a la acción, se rinda más. Es como ponerle nafta al auto»(dixit la psicóloga Viviana Vega, en el portal del diario La Nación)
No dormían la siesta solamente los ricos. Era una práctica común entre gente de recursos y gente pobre; de patrones, de obreros, de empleados, de hombres, mujeres y niños y hasta de soldados. Dice a este respecto el escritor BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA, en su libro “Revelaciones íntimas” al referir historias de soldados: “mostrábase caluroso admirador de sus inapreciables cualidades; la bravura heroica, la humildad, más heroica todavía y, como consecuencia de ambas, la virtud de una disciplina incomparable. Pero el sagaz capitán añadía, sonriéndose, que había un medio infalible de derrotar a aquellas tropas, y era el de atacarlas a la hora de la siesta.”
Verdad incontrovertible en aquellos años de insondable ociosidad, en que todo el arte de la vida consistía en acortar su inconmensurable duración, de día por la siesta, este sueño de la pereza; de noche, por la cena, este sueño de la gula (ver Recuerdos, usoss y costumbres de antaño).
Fuente: «Buenos Aires, 70 años atrás» de José Antonio Wilde; Colección «Revista «El Hogar».