LA RULETA DE LOS CUCURUCHOS

Cucuruchos, Cucuruchero ¡!! Pruebe su suerte con el Cucuruchero ¡!!, era el pregón de unos simpáticos vendedores de cucuruchos (también conocidos como «barquillos»), que recorrían la ciudad de Buenos Aires y que desaparecieron a mediados del siglo XX.

Pulcramente vestidos de blanco y llevando colgado del hombro un voluminoso tambor, quizás de unos 150 litros de capacidad, cuya tapa era un precaria “ruleta” de bronce con solamente los números 2, 3, 4 y 5.

En su interior, llevaba llevaba  los “cucuruchos”, una especie de bizcocho cuya masa era parecida a la de los actuales envases que se utilizan para servir los helados en las heladerías, pero doblados de la forma que tienen los “creppes” o como simples tubos cilíndricos de unos 15 centímetros de largo.

Iban caminando por las calles de Buenos Aires y de algunas ciudades del interior., generalmente después de la hora de la siesta, con su tambor a cuestas y pregonando sus “barquillos” acompañándose con una especie de flauta o con un triángulo de metal que hacían sonar con una varilla del mismo material.

Ofrecían su mercadería, tentando, generalmente a los niños, con la posibilidad de ganar desde un mínimo de dos y un máximo de cinco  “cucuruchos” por unos centavos, aunque misteriosamente, nadie recordaba que alguien hubiera sacado alguna vez un “5”.

Detenido por el pedido de un eventual cliente, depositaba el tambor en el suelo y dejaba que éste hiciera girar la ruleta, esperanzado en que se detuviera en el 5, pero aceptando resignado llevarse la cantidad de “barquillos” que su suerte le hubiera adjudicado. El “cucuruchero” sacaba entonces del interior del tambor,  calentitos y crujientes la cantidad de deliciosos “cucuruchos” que indicaba la “ruleta” y  los entregaba a sus felices clientes.

El precio era de 20 centavos la tirada y esa oportunidad que se le brindaba a los chicos, para tentar a la suerte, era el valor agregado que los astutos  “barquilleros”,  le incorporaban a su producto para potenciar sus ventas.

Cuando la ciudades comenzaron a transformarse en grandes concentraciones urbanas, otras costumbres y otras metodologías reemplazaron a las que habían sido las usuales de nuestros abuelos y los “cucurucheros”, como  los “lecheros y sus carros”, los “paveros”, los vendedores de plumeros y mimbrería ambulantes, los “maniceros” los “afiladores” y tantos otros que poblaron con su pregón nuestras calles, desaparecieron.

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