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LA REVISTA PATORUZÚ (27/09/1930)
Patoruzú, el superhéroe argentino, hace su presentación en el mundo de la historieta el 27 de setiembre de 1930. En realidad no era esa su primera aparición.
Dos años antes, en una historieta que DANTE QUINTERNO dibujaba para el diario Crítica, llamada “Las aventuras de Don Gil Contento”, un extraño indio que venía de la Patagonia se asomaba por la ventanilla de un tren, como simple personaje secundario. Entonces se llamaba CARIGUÁ CURIGUAGÜIGUA y tenía una estrafalaria manera de hablar y una fortuna incalculable.
Un Patoruzú como sorprendido por un chistido del dibujante: mira hacia atrás. «Mañana debuta el indio», dice el anuncio que acompaña al dibujo en el diario Crítica. Mañana es 19 de octubre de 1928. Curugua-Curiguagüigua, «último vástago de los tehuelches gigantes», había nacido como protegido de Don Gil Contento, protagonista de la historieta homónima que Dante Quinterno empezó a publicar en Crítica en 1927. El indio había quedado huérfano por «la muerte de su tutor y patrón» y don Gil se ve obligado a adoptarlo.
La tira desapareció el mismo día del debut y nadie sabe por qué. De todos modos, en esa aparición única, nació el conflicto que nunca dejará a la tira: la lucha entre el ingenuo, y el aprovechador; entre lo noble y lo perverso; entre el bien y el mal.
El personaje reaparecerá dos meses después, en la tira de “Don Julián Montepío”, porteño prototípico, de pose altanera y sobradora, publicada por Dante Quinterno en el diario “La Razón”. En los 17 cuadros iniciales, el indio patagónico recibe lecciones de “civilización”, Su tutor le enseña cómo se enciende la luz eléctrica y le explica que en Buenos Aires, la sopa se toma con cuchara y que abundan los taxis-colectivos”.
Aparece también el primer antecedente de las “avivadas” que más tarde, caracterizarán a su padrino, Isidoro Cañones en el momento en que Julián, , de quien se espera que lo guíe y proteja, intenta robarle una bolsa con pepitas de oro, parte de la herencia millonaria que un antepasado de la Patagonia le deja a Patoruzú, con el argumento de que “no sirven para nada”. Al final de la tira, el tutor reflexiona “Qué injusto es el mundo. ¡Tanto oro en manos de un indio tan bruto!.
Pero fue más tarde, ya con el nombre de “Patoruzú”, que comenzó a hacerse popular entre el público en otra historieta, donde reaparecerá Don Gil, pero esta vez como el coronel Cañones. Por suerte para los lectores, en el primer cuadro del día del debut, Quinterno le hace decir al coronel Cañones: «Por fin llegaste, Patoruzú: te bautizo con ese nombre porque el tuyo me descoyunta las mandíbulas».
El trazo mostraba a un indio de nariz larga y cuerpo grande, inflado y levemente encorvado, al que cubría un poncho raído con un parche en la espalda. No llevaba pluma y sus pantalones caían apenas unos centímetros por debajo de sus rodillas. Caminaba en ojotas, con aire abatido.
Pronto se convirtió en protagonista y a partir de 1935 comenzó a aparecer como tal en las páginas del diario El Mundo, y en 1936 ya era una revista. Por lo menos cuatro generaciones de argentinos siguieron religiosamente las aventuras de este defensor de las causas nobles que a falta de superpoderes, tenía una enorme riqueza, herencia que su padre tehuelche le había dejado oculta en el templo de los “Patoruzek”, en medio de la Patagonia.
Trajeado con poncho, pantalones y ojotas, encarnó un héroe paternalista, generoso y leal. Sus compañeros inseparables eran el padrino” “Isidoro Cañones”, un desvergonzado capaz de meterse en las peores matufias, su hermana, la feísima “Patora”, que no enganchaba novio ni siquiera con la fortuna de su hermano, el obeso “Upa”, su hermanito menor, tan bueno como tonto, y la Chacha, incomparable productora de empanadas.
El personaje fue a veces criticado por su maniqueísmo, ya que no presentaba matices entre el bien y el mal. Pero en esto no tiene nada que envidiarle a los Superman, Batman y otros héroes de papel. También se le ha reprochado un cierto racismo. Sin embargo, a pesar de esas objeciones, Patoruzú apasionó a la gente y logró una notable pintura de personajes y costumbres.
Ni un solo elemento de aquella primera imagen delata que ese indio nacido como Curugua-Curiguagüigua, iba a atravesar sucesivas generaciones de argentinos hasta convertirse en un superhéroe autóctono, un icono más que un personaje, sinónimo de generosidad, riqueza y nobleza, virtudes que alguna ideología considera constituyentes de la argentinidad.
En su libro “Releyendo Patoruzú”, Susana Muzio señala que fue Muzio Sáenz Peña, quien advirtió, que con este nombre no iba a llegar a ningún lado. Entendió que debía ser un nombre “criollo y pegadizo como la pasta de Oruzú”, golosina ésta muy popular en aquel entonces y así se lo dijo a Quinterno, quien transformó «pasta de oruzú» en «Patoruzú».
Se sabe que Quinterno, desde 1931 no daba reportajes y la última vez que lo hizo, explicó “…. Encontré a Patoruzú, después de haber estudiado la sicología de los aborígenes que sobreviven en el país y me interesó especialmente este ejemplar bonachón e ingenuo” (ver Diarios, periódicos y revistas).