LA REPÚBLICA ARGENTINA EN LOS COMIENZOS DE SU HISTORIA

Hablar de los orígenes de la República Argentina es imposible, sin hacer referencia casi exclusivamente, a los orígenes de la ciudad de Buenos Aires. Es lamentable que así sea, pero es así.

La disponibilidad del único puerto en condiciones de absorber los beneficios del comercio exterior, la exclusividad de los derechos aduaneros, su condición de sede de los poderes públicos y de cuanta empresa o mercader llegara para hacer negocios, fueron factores determinantes de tal situación, que, aunque parezca mentira, aún hoy, en pleno siglo XXI, aún subsiste.

Desde que la fundara Juan de Garay el 11 de junio de 1580, Buenos Aires se constituyó en la cabeza pensante y actuante que “llevaba a la rastra” al resto de las provincias, atándolas a su destino; una situación que durante muchos años, generó una escisión que solo pudo ser superada el 17 de setiembre de 1861, cuando Bartolomé Mitre venció en la batalla de Pavón a Justo José de Urquiza.

Hasta entonces, el mundo giraba alrededor de Buenos Aires y el resto de las provincias, no solo debían luchar desesperadamente por su subsistencia, sino que vieron notablemente retrasado su desarrollo.

Nos referiremos entonces a Buenos Aires transitando los distintos períodos de nuestra Historia, adjudicándole un implícito reconocimiento a su condición de genuina representante del todo, que hoy llamamos República Argentina.

ÉPOCA COLONIAL
Quizás no sea aventurado afirmar, que nuestra época como colonia, también conocida como “Período Hispánico”, abarca 257 años, transcurridos desde cuando se fundó la ciudad de Santiago del Estero (1553), hasta que se produjo nuestra liberación de la corona española el 25 de mayo de 1810 (1).

Recordemos que antes de la fundación de Santiago del Estero, conquistadores españoles habían instalado una serie de establecimientos, que no llegaron a tener el “status” de ciudad fundada según las normas y reglamentos impuestos para estos eventos, por lo que no es posible reconocerles el carácter de colonias de la corona española.

Dejando de lado la llegada de Américo Vespucio a estas tierras en 1501 y 1502  de los portugueses en 1513, de Juan Díaz de Solís en 1516 y de Hernando de Magallanes en 1520, ya que éstos fueron simples viajes de exploración, sin tocar tierra en muchos casos, salvo en circunstancias extremas y sin olvidarnos tampoco, que en 1526 Sebastián Gaboto comienza a recorrer estas tierras y fundó el Fuerte Sancti Spíritus (una muy precaria instalación que fue rápidamente destruida por los aborígenes), fueron ellos:

Puerto de los Leones en el actual Chubut (Simón de Alcazaba, 1535); Fuerte “Corpus Christi”, en el Guayrá, a orillas de río Paraná (Juan de Ayolas, 1536); Puerto “San Juan” sobre el Río de la Plata (Juan Romero, 1542); Puerto “De los Reyes” en el gran Chaco (Domingo de Irala, 1543); Asentamientos en el Tucumán (Diego de Rojas, 1543); Poblado “Barco” cerca de la actual San Miguel de Tucumán (Núñez de Prado, 1550).

En ninguno de esos poblados, puertos o fuertes, existió una comunidad legalmente organizada y administrada. Ninguna perduró en el tiempo y en ninguna se desarrolló la agricultura ni la domesticación de animales, dos de las características, junto con el sedentarismo, que confirman la existencia de una ciudad, legal y administrativamente instalada.

Agreguemos como argumento final y definitorio, que en la fundación de ninguno de estos poblados, se habían respetado las exigencias establecidas para que se las considerara ciudad o colonia española.

Luego de establecerse el lugar, se debían determinar sus límites y jurisdicción y plantar el “rollo” de justicia en el medio de la ciudad. Se exigía la presencia de un cuerpo de vecinos libres y de una milicia autónoma, la instalación de un Cabildo donde los alcaldes distribuyan justicia y los regidores administren el «común».

Debía imponerse el nombre de la ciudad; advocando a la Iglesia; designarse el Patrono de la ciudad; designar a los primeros cabildantes (alcaldes y regidores) y tomarles juramento; designar el alférez, el alguacil mayor (jefe de policía), el procurador de la ciudad, el pregonero público, el mayordomo de la iglesia y el mayordomo del hospital; establecer el Escudo de la ciudad y trazar el plano de la misma, con la ubicación de la Plaza Mayor, la Iglesia, el Cabildo y la Cárcel, los conventos; el Hospital y el solar que se daba a cada poblador, añadiéndose cuánto sería el ancho de las calles y las dimensiones de las manzanas.

Finalmente se debían distribuir las tierras cerca del pueblo para chacras, y más lejos para estancias y se debía realizar el reparto de encomiendas.

Las normas exigían además un acta fundacional con una fecha precisa de fundación y una ceremonia solemne junto al rollo de la justicia. Nada de eso hubo en las nombradas.

Hasta que llegó el año 1553, aún no se había concretado la instalación de ningún asentamiento poblacional permanente, que tuviera las características, reglamentaciones y autoridades de una colonia española.

Tampoco tuvo esas características el asentamiento que fundara Pedro de Mendoza en 1536. Lo que fundara el primer adelantado, fue un “Real asentamiento”, que era como se llamaba a este tipo de instalaciones destinadas a hacer efectiva la posesión de una tierra con fines estratégicos, para que sirviera de base para la defensa de esa zona y para asegurar las comunicaciones con la metrópoli y el virreinato del Alto Perú (Este tema, ampliado y fundamentado, está incluido en el Libro Tres de estas “Historietas de la Historia”).

Fue necesario entonces que llegara Francisco de Aguirre para fundar formalmente y con toda la ceremonia del caso la ciudad de Santiago del Estero, para que comenzara la existencia del llamado período colonial de nuestra Historia.

Durante los 257 años que duró este período, el área que actualmente abarca la República Argentina, estuvo regida por la corona de España y formó parte del Virreinato del Río de la Plata, junto con los luego independizados territorios de Paraguay, Bolivia, Uruguay y parte de Brasil.

Y fue entonces, cuando en estas tierras, comenzó a desarrollarse una nueva forma de vida y una nueva identidad humana, que fue evolucionando desde su genética hispánica, hasta llegar a formalizar “el ser argentino”, habiendo recibido en el camino, la influencia de múltiples etnias (aborígenes, africanos, portugueses, ingleses, franceses, holandeses y finalmente inmigrantes diversos).

 (1). También se sostiene que la época colonial comenzó con la instalación de los primeros asentamientos que en 1543, por mandato de la corona española, fundara Diego de Rojas en el Tucumán.

BUENOS AIRES COLONIAL
La ciudad de la “Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre”, el antiguo y precario poblamiento que Juan de Garay fundara en 1580, ha sufrido una curiosa evolución que incluye períodos de peligrosos e incomprensibles estancamientos, hasta vertiginosos saltos de calidad, que la ubicaron en cierta época, como la “París de América”, diferenciándose notoriamente del resto de las provincias, como es obvio, debido a su condición política hegemónica, frente al resto de ellas.

Testigos de esa transformación fueron numerosos, exploradores, viajeros, observadores y protagonistas accidentales de nuestra Historia que dejaron escritas sus impresiones en textos que hoy nos sirven para desarrollar en forma cronológica (bastante precariamente e incompleta, lo reconocemos), este testimonio de esa transformación. de la Argentina en sus orígenes y su gente.

Aproximarse al conocimiento de esa “colonia española” en dicho período, requiere la confrontación de algunas fuentes documentales aportadas a través del tiempo, por numerosos exploradores, viajeros, observadores y “curiosos” que dejaron escritas sus impresiones en textos que hoy nos sirven para desarrollar en forma cronológica (bastante precariamente e incompleta, lo reconocemos), el testimonio de esa transformación que surge, en este caso, del relato de esos viajeros, algunas cartas y, aunque incompletos, los padrones y documentos oficiales de la época.

Nos referiremos entonces a cada uno de estos ámbitos por separado, dejando antes, bien establecido, que las razones que fundamentan esas diferencias, están todas justificadas por la preeminencia que se le adjudicara ya desde su fundación, según lo hemos consignado precedentemente y no por diferencia de méritos atribuibles a cada una de las hoy provincias que conforman la República Argentina.

Buenos Aires comienza su existencia
El 11 de junio de 1580, Juan de Garay funda la ciudad de la “Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre” y el mismo día, sobre un pergamino de cuero, realizó la traza original de la ciudad, que no estaba en el mismo lugar del “Real” que había fundado Pedro de Mendoza en 1536 (estaba a 16 cuadras de distancia). Dividió la ciudad en doscientas cincuenta manzanas, formando un rectángulo de unas quince cuadras, de sur a norte, por nueve de este a oeste.

Al día siguiente, levantó el rollo (símbolo de autoridad) y la picota (símbolo de justicia). Aquel palo debía recordar a los pobladores que ningún delito sería tolerado y que los “olvidadizos” serían atados al madero para ser ejecutados. Quien se atreviera a moverlo o destruirlo, sería condenado a muerte de inmediato. Pero, por supuesto, este “rollo” corría para “el pueblo bajo” y no para los nobles.

Luego nombró las autoridades de la nueva ciudad y finalmente mandó pregonar que, en nombre de Su Majestad, hacía merced al vecindario del ganado cimarrón que se había multiplicado desde el tiempo de Mendoza.

Dio al Cabildo el escudo de armas de la ciudad y también se eligió patrono de la ciudad a San Martín de Tours y luego de distribuir los distintos solares para la instalación del Fuerte, el Cabildo y los demás edificios públicos, procedió al reparto de solares entre quienes serían los primeros pobladores de Buenos Aires.

El 20 de octubre de 1583, a los tres días de haber hecho el repartimiento de tierras, Garay repartió entre los vecinos de Buenos Aires unos 600 indios distribuidos en 64 “encomiendas”.

Primeras noticias
En diciembre de 1583 se inaugura la que fue la primera Iglesia de “San Francisco de Asís”, en un predio delimitado por las hoy calles Defensa, Balcarce, Adolfo Alsina y Moreno.

  1. Llega a Buenos Aires el primer cargamento de esclavos negros. Fue introducido por el obispo de Tucumán Francisco de Victoria, luego de enviar un barco a Brasil para buscarlos
  2. Primera importación. Procedente de Brasil, llega al puerto de Buenos Aires, la carabela “Nuestra Señora del Rosario” con mercaderías importadas por comerciantes españoles residentes aquí.
  3. Primera exportación de productos manufacturados. La carabela “San Antonio”, primera embarcación construida totalmente en Buenos Aires, parte rumbo a Brasil, llevando la primera exportación nacional. Contenía frazadas, sombreros, mantas, cueros y lienzos manufacturados en Tucumán.
  4. Parte desde Brasil el primer barco con mercaderías para Buenos Aires. Este tráfico comercial se interrumpe entre 1591 y 1595 por acción de los corsarios y también por gestiones del gobierno de Lima, que veía amenazados sus intereses comerciales.
  5. El Cabildo de Buenos Aires asienta el primer registro de marcas de hacienda en estos territorios.
  6. Primer remate y venta pública de esclavos en el Río de la Plata.
  7. Asume el primer pregonero de la ciudad de Buenos aires. El Cabildo nombró para el cargo a un indio llamado Juan Aba, que era criado del Capitán Hernando de Mendoza.
  8. A instancias de Martín del Barco Centenera, se construyó la Iglesia Mayor de Buenos Aires, ubicada frente a la Plaza Mayor. Era un templo de adobe y paja que en 1603, por el mal estado en que se encontraba, fue derribada. El Consejo de Indias aprueba el pedido formulado por Juan de Garay y oficializa el escudo que propuso para blasonar a Buenos Aires.
  9. Se ordena el aislamiento del Río de la Plata. el rey de España, Felipe II, por medio de una real cédula, ordenó la inhabilitación absoluta del puerto de Buenos Aires, prohibiendo que saliese ni entrase nada por el Río de la Plata.
  10. Se termina de construir el Fuerte de Buenos Aires que conocido como “Real Fortaleza de San Juan Baltasar de Austria”, fue el primer Fuerte que se construyó para la defensa de la ciudad.
  11. Se registra el primer médico que ejerció su profesión en Buenos Aires. Manuel Álvarez se presentó ante Cabildo ofreciendo exhibir la carta de examen para acreditar que era hombre de ciencia en el arte de la cirugía y conocimiento de algunas enfermedades.
  12. Se instala el primer matadero y carnicería. El vecino Martín de Ávila instala en Buenos Aires el primer matadero y carnicería que funcionó con autorización del Cabildo. Se limita la salida de mercaderías y personas por el puerto de Buenos Aires.
  13. Se realiza la primera exportación de carne. El gobierno de España, prohíbe a las colonias de América, comerciar con los extranjeros.
  14. Se construye la Iglesia y Convento de Santo Domingo y el Templo de Nuestra Señora del Rosario. 1605. Parte con destino a Cuba el primer cargamento de charqui (carne seca). 1605. Felipe Arias de Mansilla, es el primer maestro que ejerce como tal en Buenos Aires. 1605. Primer Censo y Empadronamiento. Se realizó el Primer Empadronamiento de la ciudad y ya tenemos que en Buenos Aires hay 1.100 habitantes. A partir de entonces, su crecimiento demográfico muestra cifras que hablan de la pujanza de este nuevo enclave español en América: en 1738, son 4.436 los habitantes españoles y 455 entre negros, indios y castas, en 1744, ya hay 10.056 blancos, (6.055 en la campaña); 188 aborígenes (431 en la campaña); 99 mestizos (627 en la campaña); 1.150 negros (3.837 en la campaña); 330 mulatos (2997 en la campaña); 221 pardos (Según un Empadronamiento ordenado por Domingo Ortiz de Rozas, Gobernador de Buenos Aires).
  15. Se inaugura en Buenos Aires, la primera Iglesia Catedral del Obispado del Río de la Plata. Construida por disposición del Papa Paulo V, se derrumbó en 1752 y debió ser reconstruída.

Las casas que había
Una carta del Padre Carlos Gervasoni al Padre Comini de la Compañía de Jesús, fechada en Buenos Aires el 9 de junio de 1729, publicada en el Nº 30 de La Revista de Buenos Aires), relata que «Las casas son fabricadas todas sobre el terreno plano, y ahora la mayor parte de ladrillos”

“Quedan todavía muchas fabricadas de tierra y cubiertas de paja, habitadas aún por personas principales: entre ellas, el señor Obispo (su casa es de adobe con techo de teja). Nuestro Colegio podría figurar decorosamente en cualquier lugar de Europa, hecho todo de bóveda maciza, de dos pisos y bien grande”.

“La iglesia también es soberbia, hecha a la romana, con cúpula y cinco capillas a cada lado, sin contar las tres grandes que están a los lados de la cúpula. En las ventanas, que no dan a la calle sino sobre los patios, usan talco, de que hay minas. En las que dan a la calle, ni yo ni nadie tenemos otro reparo contra el viento, que las tinieblas”.

“No se encuentran vidrios a no ser que se traigan de Europa. Han hallado cierta piedra transparente, que convirtiéndola en láminas, da la misma luz que el papel encerado y tal vez más clara aún (quizás se refería a la mica). En estos momentos se está haciendo la bóveda de toda la nave, bajo la superintendencia del hermano Primoli, un milanés de la provincia romana, que vino en la misión pasada. Es éste un hermano incomparable, infatigable. Él es el arquitecto, el intendente, el albañil y tiene necesariamente que ser así, porque los españoles no entienden jota, y entregados a hacer buena bolsa, todo lo demás les importa bien poco”.

“Nuestra Iglesia es concurridísima, viviendo aquí los nuestros con una edificación y observancia extraordinarias. El culto divino es llevado con gran decoro. Las señoras, aquí traen consigo una o dos esclavas negras con un tapiz floreado, que les sirve de alfombra, donde se arrodillan durante los ejercicios”.

En 1769 se realizó la “Demarcación de los nuevos límites del primitivo casco fundacional de 1580, que hasta ese momento estaba dividido en “solares”. Pero la pequeña aldea comenzaba a tener pretensiones de ciudad. Había crecido notablemente y ya tenía veinte mil habitantes. Era tiempo entonces de organizar mejor su planta.

«La ciudad quedó dividida en seis parroquias: Catedral, San Nicolás, Socorro, Piedad, Montserrat y Concepción y los límites parroquiales alcanzaban las actuales calles Viamonte, Estados Unidos, Salta y Libertad y por supuesto, el Río de la Plata. Y ¿por qué parroquias?. En aquella época, las referencias para ubicar personas o lugares, eran las Iglesias. “Soy vecino de la parroquia de Montserrat”, decía la gente para ubicarse”.

En 1770, Concolocorbo publica un Censo y éste establece que Buenos Aires tiene 21.065 habitantes “excluyendo a los religiosos, monjas, huérfanos, presos, soldados, etc. , que no se incluyen en el mismo (si se los tuviera en cuenta esa cifra ascendería a 22.007 habitantes)

En 1773, Buenos Aires, es la cuarta ciudad del virreinato. “Esta ciudad está situada al oeste del gran Río de la Plata, y me parece se puede contar por la cuarta del gran gobierno del Perú, dando el primer lugar a Lima, el segundo al Cuzco, el tercero a Santiago de Chile y a ésta el cuarto. Las dos primeras exceden en adorijos de iglesias y edificios a las otras dos. La de mi asunto se adelantó muchísimo en extensión y edificios desde el año 1749, que estuve en ella”.

Así puede leerse en “El Lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima”, de Alonso Carrió de la Vandera (alias Concolocorvo), publicado en Guijón, España, 1773, donde el autor continúa diciendo:

“Entonces no sabían el nombre de quintas, ni conocían más fruta que los duraznos. Hoy no hay hombre de medianas conveniencias que no tenga su quinta con variedad de frutas, verduras y flores, que promovieron algunos hortelanos europeos, con el principal fin de criar bosques de duraznos, que sirven para leña, de que carecía en extremo la ciudad, sirviéndose por lo común de cardos, de que abunda la campaña, con notable fastidio de los cocineros, que toleraban su mucho humo; pero ya al presente se conduce a la ciudad mucha leña en rajas, que traen las lanchas de la parte occidental del Paraná, y muchas carretas que entran de los montezuelos de las Conchas”.

“Hay pocas casas altas, pero unas v otras bastante desahogadas y muchas bien edificadas, con buenos muebles, que hacen traer de la rica madera del Janeiro por la Colonia del Sacramento. Algunas tienen grandes y coposas parras en sus patios y traspatios, que aseguran los habitantes, así europeos como criollos, que producen muchas y buenas uvas. Este adorno es únicamente propio de las casas de campaña, y aún de ésta se desterró de los colonos pulidos, por la multitud de animalitos perjudiciales que se crían en ellas y se comunican a las casas”.

“En las ciudades y poblaciones grandes, además de aquel perjuicio superior al fruto que dan, se puede fácilmente experimentar otro de peores consecuencias, porque, las parras bien cultivadas, crían, un tronco grueso, tortuoso y con muchos nudos, que facilitan el ascenso a los techos con buen descenso a los patios de la propia casa, de que se pueden aprovechar fácilmente los criados para sus insultos. Su extensión es de veintidós cuadras comunes, tanto de norte a sur como de este a oeste. Hombres y mujeres se visten como los españoles europeos, y lo propio sucede desde Montevideo a la ciudad de Jujuy, con más o menos pulidez”.

“Las mujeres en esta ciudad y en mi concepto, son las más pulidas de todas las americanas españolas, y comparables a las sevillanas, pues, aunque no tienen tanto chiste, pronuncian el castellano con más pureza. He visto saraos en que asistieron ochenta, vestidas y peinadas a la moda, diestras en la danza francesa y española, y sin embargo de que su vestido no es comparable en lo costoso al de Lima y demás del Perú, es muy agradable por su compostura y aliño”.

“Toda la gente común y la mayor parte de las señoras principales no dan utilidad alguna a los sastres, porque ellas cortan, cosen y aderezan sus batas y andrieles (¿?) con perfección, porque son ingeniosas y delicadas costureras, y sin perjuicio de otras muchas que oí ponderar en Buenos Aires, de gran habilidad, observé por muchos días el gran arte, discreción y talento de la hermosa v fecunda española doña Gracia Ana, por haberla visto imitar las mejores costuras y bordados que se le presentaban de España y Francia”.

“Las de medianos posibles, y aun las pobres, que no quiero llamarlas de segunda y tercera clase, porque no se enojen, no solamente se hacen y pulen sus vestidos, sino los de sus maridos, hijos v hermanos, principalmente si son de Tornay, como ellas se explican, con otras granjerias (sic) de lavar y almidonar, por medio de algunos de sus esclavos. Los hombres son circunspectos y de buenos ingenios”.

“Esta ciudad está bien situada v delineada a la moderna, dividida en cuadras iguales y sus calles de igual v regular ancho, pero se hace intransitable a pie en tiempo de aguas, porque las grandes carretas que conducen los bastimentos y otros materiales, hacen unas excavaciones en medio de ellas en que se atascan hasta los caballos e impiden el tránsito hasta a los de a pie, principalmente el de una cuadra a otra, obligando a retroceder a la gente, y muchas veces a quedarse sin misa cuando se ven precisados a atravesar la calle”.

“La Plaza es imperfecta y sólo la acera del Cabildo tiene portales. En ella está la cárcel y oficios de escribanos y el alguacil mayor vive en los altos. Este Cabildo tiene el privilegio de que cuando va al Fuerte a sacar al gobernador para las fiestas de tabla, se le hacen los honores de teniente general, dentro del Fuerte, adonde está la guardia del gobernador. Todo el fuerte está rodeado de un pozo bien profundo y se entra en el por puentes levadizos. La casa es fuerte y grande, y en su patio principal están las cajas reales. Por la parte del río tienen sus paredes una elevación grande, para igualar el piso con el barranco que defiende al río”.

“La Catedral es actualmente una Capilla bien estrecha. Se está haciendo un templo muy grande y fuerte, y aunque se consiga su conclusión, no creo verán los nacidos el adorno correspondiente, porque el obispado es pobre y las canonjías no pasan de un mil pesos, como el mayor de los curatos”.

“Las demás iglesias y monasterios tienen una decencia muy común y ordinaria. Hay muy buenos caudales de comerciantes, y aun en las calles más remotas se ven tiendas de ropas, que creo que habrá cuatro veces más que en Lima, pero todas ellas no importan tanto como cuatro de las mayores de esta ciudad, porque los comerciantes gruesos tienen sus almacenes, con que proveen a todo el Tucumán y algo más”.

“La carne está en tanta abundancia que se lleva en cuartos a carretadas a la plaza, y si por accidente se resbala, como he visto yo, un cuarto entero, no se baja el carretero a recogerle, aunque se le advierta, y aunque por casualidad pase un mendigo, no le lleva a su casa porque no le cueste el trabajo de cargarlo. A la oración se da muchas veces carne de balde, como en los mataderos, porque todos los días se matan muchas reses más de las que necesita el pueblo, sólo por el interés del cuero”.

“Todos los perros, que son muchísimos, sin distinción de amos, están tan gordos, que apenas se pueden mover, y los ratones salen de noche por las calles a tomar el fresco en competentes destacamentos, porque en la casa más pobre les sobra la carne, y también se mantienen de huevos y pollos, que entran con mucha abundancia de los vecinos pagos. Las gallinas y capones, se venden, en junto, a dos reales, los pavos muy grandes a cuatro, las perdices a seis y ocho por un real y el mejor cordero se da por dos reales”.

“Se hace la pesca en carretas, que tiran los bueyes hasta que les da el agua a los pechos, y así se mantienen aquellos pacíficos animales dos y tres horas, hasta que el carretero se cansa de pescar y vuelve a la plaza, en donde le vende desde su carreta al precio que puede, que siempre es ínfimo”.

“No creo que pasen de diez y seis los coches que hay en la ciudad. En otro tiempo, y cuando había menos, traían las mulas del campo y las metían en sus casas a la estaca, sin darles de comer, hasta que, de rendidas, no podían trabajar, y mandaban traer otras”.

“Hoy día se han dedicado a sembrar alcacer, que traen a la ciudad con algunas cargas de heno para las caballerías, que se mantienen muy mal, a excepción de las de algunos pocos sujetos, que hacen acopio de alguna paja y cebada de las próximas campañas”.

En 1778, Pedro Ceballos, primer Virrey de Buenos Aires, hizo levantar un censo que certificó la existencia de 37.679 habitantes, 24.205 de la ciudad y 12.925 de la campaña y en 1801 la población era de 40.000 habitantes.

Llegado ya el siglo XIX
Iniciado el siglo XIX, lentamente, comenzó la transformación de la ciudad de Buenos Aires y aunque en menor medida, la del interior del país.

 En 1806, de acuerdo a datos estimados en la época, la ciudad de la Santísima Trinidad de los Buenos Ayres, tiene una población de 45.000 habitantes. Es decir que, con respecto al Censo de 1801, (que declaraba 40.000 habitantes), se ha registrado un aumento de más del 12%. En Córdoba ese año había 40.000 habitantes; en Santiago del Estero, 32,500; En Misiones, 43,340; en Santa Fe, 11.292; en Mendoza, 8.765 y en la Banda Oriental 30.665 habitantes.

Buenos Aires es una presa codiciada por Inglaterra (1806)
En su edición del 25 de septiembre de 1806, el periódico inglés, The Times, publicó el siguiente informe sobre Buenos Aires, que contiene un detallado informe sobre el estado de Buenos Aires y las ventajas que se derivarían de su conquista:

“El territorio que ahora constituye la provincia de Buenos Aires se hallaba en un principio sometido al control del virrey del Perú, pero en 1778 fue constituido como gobierno independiente. Esta disposición y el permiso de libre comercio que le fue otorgado el mismo año lo han beneficiado grandemente”.

«En 1791 los comerciantes españoles y también los extranjeros obtuvieron licencia de importación de esclavos negros y herramientas, y pudieron exportar los productos del país. Este aliciente ha contribuido en gran medida al progreso de la agricultura y al crecimiento de la población, y tal es la fertilidad del suelo que, si se mantienen esas sabias medidas, Buenos Aires se transformará en corto tiempo en el granero de Sudamérica».

«En estas regiones, bendecidas por un clima excepcionalmen­te favorable, la sola Naturaleza, si no se ponen impedi­mentos en su camino, producirá de todo, casi espontáneamente.

La provincia en la que se encuentra Buenos Aires es muy extensa y abunda en fertilísimas tierras cultivadas, cruzadas en todas direcciones por ríos y arroyos, que van a morir al gran río de la- Plata. Las praderas mantienen a millones de vacas, caballos, ovejas y cerdos».

«Abunda la sal, y no faltan lugares donde los buques y embarcaciones pueden ingresar un cargamento de carne salada para exportación. La pesca en las costas, especialmente la de la ballena y del lobo marino, es muy productiva, lo mismo que la caza en el interior. Algodón, lino y cáñamo son cultivados en muchos distritos, y no faltan algunas minas de oro. En el año 1796 el monto total de las importaciones fue de 2.853.944 pesos».

«Las exportaciones en el mismo año fueron: oro acuñado y sin acuñar: 1.425.701 pesos, plata: 2.556.304: los demás productos del país: 1.076.877, lo que hace un total de alrededor de 5 Millones de pesos. Los principales artículos producidos fueron: cueros, sebo y lana».

«Durante la guerra se produjo una seria paralización del comercio y se notó la falta de toda clase de manufacturas europeas, especialmente telas de lino, en cuyo lugar debieron utilizar algodones fabricados en las provincias. También existió una gran demanda de licores espirituosos, la que no pudo ser satisfecha. Las cosas fundamentales necesarias para la vida son aquí tan extraordinariamente baratas, que ello favorece el ocio».

«Hay aquí numerosas bandas de vagabundos, llamados «gauderios», parecidos a los gitanos en muchas cosas, si bien no son aficionados al robo. Recorren el país en pequeños grupos, y entretienen a los campesinos cantando baladas de amor, acompañándose con la guitarra. Los paisanos, por su parte, les suministran todo lo que pueden necesitar y el país es tan generoso que sus necesidades son pocas. Para saciar el hambre, sólo precisan capturar alguna res de las muchas que vagan por este territorio».

«Hace apenas cuarenta años, Buenos Aires era sólo la cuarta ciudad en el Virreinato del Perú, y los ciudadanos no tenían casas de campo: pero ahora no hay en Sudamérica, con la excepción de Lima, ciudad más importante que Buenos Aires, y hay pocas personas en buena posición, que no tengan quintas, y que no cultiven en sus jardines toda clase de frutos y flores. Las damas de Buenos Aires son consideradas las más agradables y hermosas de toda Sudamérica y aunque no igualan a las de Lima en magnificencia, su manera de vestirse y adornarse es no menos agradable y revela un gusto superior».

«Hay tal abundancia de provisiones y particularmente de carne fresca en Buenos Aires, que frecuentemente se las distribuye gratis entre los pobres. El agua del río es más bien barrosa, pero pronto se clarifica y se hace potable al ser conservada en grandes cubos o vasijas de barro. También hay gran abundancia de pescado».

«El comercio de esta región, bajo el ordenamiento británico, promete ser sumamente ventajoso para ella, y podría abrir mercados de incalculables ­posibilidades para el consumo de manufacturas británicas. En la medida en que las cargas impuestas a los habitantes sean disminuidas por el Gobierno británico sus medios de comprar nuestros productos se verán incrementados, y el pueblo, en lugar de permanecer andrajoso e indolente, se hará industrioso, y llegará a la mucha competencia por poseer no sólo las comodidades, sino aun los lujos de la vida».

Así nos vio William Parish Robertson, quien, en 1810 recordará con gusto y gratitud, la afabilidad con que eran tratados los extranjeros en aquella época “creando lazos de amistad imperecedera, lazos, como todos saben”, decía, “no se han relajado; al contrario, parecen haberse estrechado más y más”.

“Por el año 1807, escribirá William Robertson Parish, “Buenos Aires se hallaba en el estado más floreciente; la tranquilidad y la prosperidad interna, el crédito y el renombre en el exterior, mantenían a los habitantes joviales, alegres y contentos, de modo que las bellas cualidades de los porteños brillaban en su mayor esplendor.”

Efectivamente; todo era complacencia y contento; trato franco, sencillez de costumbres, sinceridad en las relaciones; éramos hospitalarios hasta el extremo.

Lamentablemente, cuando las pasiones políticas, con los odios y rencillas que engendran, llegaron a estas costas, esta cordialidad, armonía y buena inteligencia que existía en nuestra sociedad, allá a comienzos del siglo XIX, fue tristemente olvidada. Entonces prevalecían un sentimiento estrictamente nacional y un amor entrañable a la patria que nacía y eran compartidos no sólo por los hijos del país, sino también por la generalidad de extranjeros que habitaban estas tierras

BUENOS AIRES DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO
En 1810 Buenos Aires, ya era una de las ciudades de Sud América que descollaba por lo refinado de su sociedad. Era ostensible en sus habitantes el buen trato y el más delicado agasajo; a propios y extraños se les recibía con sencillez y amabilidad. El porteño llevaba una existencia simple y honesta (la vida colonial era vida provinciana). Lo días sucedían a los días, y las noches a las noches, sin más novedades que las solemnidades religiosas, las fiestas onomásticas y circunstanciales de la real casa española, el cambio de altos funcionarios, las tertulias caseras.

Lograda la Independencia en 1810, el territorio de la actual República Argentina, integraba el Virreinato del Río de la Plata, junto con las actuales Repúblicas del Uruguay, Paraguay, Bolivia y parte del territorio de Brasil, que luego se escindieron y se constituyeron en entidades nacionales independientes y soberanas.

“En ese momento, la Argentina, era el país más relegado de lo que hoy es América Latina. Ocupaba solamente el 40% del territorio continental heredado del Virreinato del Río de la Plata y su población era menor que la de Paraguay y dos veces y media menos que la de Chile y Bolivia. Méjico tenía 25 veces más habitantes que la Argentina, mientras que Brasil, 10 y Perú, 7. Constituía aproximadamente, al momento de su Independencia, entre el 2 y el 3% de la economía de América Latina”.

La Argentina soportó luego durante varias décadas una sangrienta guerra civil, que tuvo como eje, la lucha por el predominio entre Buenos Aires y el resto del país, una confrontación que recién se resolvió a mediados del siglo XIX, cuando Justo José de Urquiza venció a Juan Manuel de Rosas en la Batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852.

Debió librar una cruenta guerra con los aborígenes para recuperar el inmenso territorio dominado a sangre y fuego por ellos y a partir de entonces, expandió su actividad agropecuaria y comenzó a exportar sus productos, sentando las bases de su desarrollo. Los capitales del exterior (mayoritariamente ingleses) comenzaron a fluir y una incipiente industria, especialmente manufacturera, se sumó en esta marcha hacia un brillante porvenir.

Concluida la guerra civil, subsistían aún los conflictos internos y varias revoluciones, alzamientos y asonadas alteraron la paz. En 1825, la guerra con Brasil marca un parate dramático a su avance, aunque sin alterar su rumbo y en 1853 al sancionarse una Constitución Nacional, comienza a vislumbrarse el arribo de la esperada estabilidad institucional

Cómo nos vio un inglés en 1819
El ciudadano inglés, Thomas Hogg, que residía en Buenos Aires, le escribió a sus hijas diciéndoles: «Como prometí, expongo mis impresiones en esta primera carta, y como decía en la carta que le mandé de Montevideo, soy más extenso. También como conozco su hábito de querer saber las buenas y malas cualidades de las personas de su sexo que viven en tierras extrañas, empiezo por decir que las mujeres de la buena sociedad de este país son todas de sangre española pura sin mezcla alguna de indios o negros, pero no asi la mayoría de los hombres y las mujeres del bajo pueblo, donde predomina el mulato,

«En cuanto a las señoras y niñas de la mejor clase son, a mi juicio y de todo extranjero que vive aquí, como las mejores de cualquier parte en cuanto a carácter dulce, virtud y belleza, sin dejar de ser por esto sumamente joviales y entusiastas de los bailes familiares”.

«Aunque la instrucción no ha sido puesta a menudo a su alcance, son todas de una rapidez de inteligencia asombrosa, y su benevolencia con los extranjeros que no pueden expresarse bien en español, es algo digno de la más alta admiración. «No estoy contando todo esto como una crítica a la belleza y moral de mis queridas compatriotas, que nunca olvido, pero confieso que a gran distancia, me es más fácil hablar con tanta franqueza”.

«Con respecto a los caballeros, el asunto cambia, y puedo hablar sin preocupaciones de mi situación geográfica. Bajo mi punto de vista me veo obligado a dividir los hombres de la buena sociedad de este país en dos: los españoles americanos y los españoles europeos, ambos lindos tipos de hombres, varoniles, de finas maneras, de quienes cualquier nación puede estar orgullosa de tenerlos como hijos”.

«Encuentro que los españoles nacidos en América, son más abiertos de ideas y mejores amigos de los ingleses, pero esto no debe de ser causa de sorpresa después de todos los sucesos pasados en este continente, desde que Inglaterra quiso quitar a España estas provincias. No obstante, nadie puede negarles hidalguía a los españoles europeos, pues los ingleses, sin duda serían más rudos en circunstancias iguales. Nuestra diferencia de religión, es también muy puntualizada por los españoles”.

«Nobleza, casi no se encuentra en este país y la muy poca que existe son gente de una llaneza tan republicana que jamás ostenta sus títulos y escudos. Esta hidalga delicadeza de esa minoría revela su distinguido origen y profundo amor a la nación que acaban de fundar y cuyo porvenir no puede ser otro que grandioso, si calculamos el futuro, teniendo en cuenta el empobrecimiento indudable y rápido de las tierras del Viejo Mundo”.

«La ciudad la encuentro sin diferencias a la descripción que hizo de ella Hilson. Muchas incomodidades se encuentran, pero, en honor a la verdad, no peores que las halladas en Portugal y en muchas ciudades de España. Con una oceánica masa de agua a sus pies, es incomprensible en Buenos Aires la falta de agua en la mayoría de las casas y la dificultad que encuentro para conseguir un baño en otra parte que no sea el barroso pero majestuoso rio de la Plata”.

“Es la molestia más grande que he encontrado. «La creencia de muchos ingleses de que todas las casas de Buenos Aires son un vivero de moscas, pulgas y chinches, depende de la clase de gente con quien se vive, y si nos referimos a las clases bajas no seré yo quien podría garantir que existe una libre de piojos”.

«La casi inexistencia de calles empedradas y el continuo pasar de caballos, ocasiona el placer de encontrarse envuelto en densas nubes de polvo cada vez que uno tiene necesidad de salir a la calle, pero todo esto es olvidado y amortiguado con creces por la interminable y cariñosa hospitalidad de los nativos. He notado también que existe, tanto en esta ciudad como en Montevideo, una tendencia muy pronunciada a abusar del dulce en las comidas”.

«Otra cosa que ha llamado mucho mi atención aquí, es ver que los mozos de café no quieren aceptar propinas y he encontrado en esta actitud, una altivez que agrada y que hace pensar que la libertad de gobierno dignifica a los hombres. No creo que esta moda de no aceptar propinas pueda tener una explicación en la escasez de clientes, puesto que he sido testigo de este proceder en el café más concurrido de la ciudad, situada en la plaza Mayor”.

«Los suburbios de la ciudad, sobre todo la parte Norte, cerca del rio y sobre el camino de una pequeña aldea llamada San Isidro, son muy pintorescos por sus colinas y hermosas vistas al rio de la Plata, es también un cuadro mirar las enormes caravanas de carros tirados por bueyes que vienen del interior cargados de cuero, lana y cebo”.

“Los dueños de estas caravanas y encargados, son generalmente gauchos, hombres vigorosos, sobrios, de tez tostada por el aire caliente de la pampa y que forman la clase superior de la población rural de esta provincia, su trato es alegre y cordial, no así la masa trabajadora , llamada “peones” y formada por el elemento de sangre negra y mestiza, que reúne todas las condiciones más indeseables: sanguinarios, crueles y sucios, no obstante ser mercenarios, son bastante fieles y casi toda la soldadesca se compone de esta clase tan inferior, salvo uno o dos cuerpos de caballería compuestos en total por gauchos de ojo de águila y bravura de león”.

«La oficialidad del ejército, sobre todo los jefes de alta graduación, son todos hombres blancos, bien preparados para su misión, el coronel Saavedra, por ejemplo, uno de los ídolos de la revolución, es un espléndido hombre, tanto en lo físico como en lo moral e intelectual. El gobernador es otro hombre fino, talentoso y a la altura de su delicado puesto”.

«Hay también unos pocos oficiales extra n j e r o s ocupando puestos de alguna importancia: tres británicos, un alemán, dos franceses y dos italianos. Uno de esos italianos es el Jefe del Puerto y dice haber vivido algún tiempo en Inglaterra. «El comercio está, en su mayoría, en manos de los españoles europeos y unos pocos franceses y portugueses, pero los británicos están tomando también mucho pie”.

«Los nativos prefieren dedicarse a la política y a las armas, y también a la Iglesia. “Encuentro que aquí, no es menor la afición a las plantas y loros, que en España. Otra cosa muy agradable y tocante que he observado, es la forma humanitaria con que se trata a los esclavos. He visto más de una vez a una señora respetable y una negra sentadas juntas en el mismo sofá, charlando y cosiendo, si esto no es efecto del republicanismo, se ha exagerado mucho la crueldad española».

En la década de 1820, los límites urbanos se extienden hacia el oeste, hasta lo que es hoy Entre Ríos-Callao.

En 1822, Bernardino Rivadavia, Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de la provincia de Buenos Aires, durante el gobierno del general Martín Rodríguez, dispuso la realización de un Censo, cuya organización y evaluación estuvo a cargo de Ventura Arzac y que arrojó como resultado que Buenos Aires tenía una población de 55.416 habitantes, de los cuales, 8.795 eran morenos y 4.890 pardos (eran morenos los afrodescendientes puros y los pardos, los hijos de moreno y criolla o viceversa).

Ese año, de 1822 llegó a Buenos Aires el ingeniero hidráulico Bevans, creemos que llamado, como otros extranjeros, por Bernardino Rivadavia, pues en esa época ya se estaba pensando en la construcción de un nuevo muelle y un nuevo puerto, en cuyos trabajos debía tomar parte monsieur Cattelin, ingeniero militar: pero por falta de recursos, nada se hizo.

Una carta del ingeniero Santiago Bevans (1823)
El ingeniero inglés Santiago Bevans llegó a Buenos Aires durante la administración del coronel Martín Rodríguez, quien lo designó ingeniero jefe del Departamento de Ingenieros Hidráulicos que se había creado recientemente por iniciativa de aquel gobernante.

Unos meses después de hallarse en Buenos Aires, el 29 de junio de 1823, Bevans dirige una carta a sus hijos – John, de 11 años, y Thomas, de 9, que habían quedado estudiando en un colegio de Londres.

En esa extensa carta – de la que extraemos los párrafos de mayor interés – el ingeniero Bevans describe características de Buenos Aires y algunas costumbres del país donde reside. Debemos señalar que los subtítulos no aparecen en el original de la carta, y que el ingeniero Bevans (1777-1832) será, con el correr de los años abuelo materno del doctor Carlos Pellegrini, presidente argentino y político de vasta actuación.

“Aquí nos sorprendió el hallazgo de familias inglesas, en tal número que no tratamos con otras. Voy aprendiendo muy despacio el español y espero que cuando Uds. vengan aquí lo aprenderán enseguida. El álbum de vistas bonaerenses que teníamos allí es casi perfecto. Las casas de Buenos Aires son amplias, de varios patios, sus paredes de ladrillo, muy gruesas, blanqueadas o enyesadas. Con el criterio inglés sobre edificación, parecerían destinadas a oficinas públicas. Algunas poseen ventanas al frente, con rejas exteriores de hierro”.

Las habitaciones dan a patios internos y son cómodas. El clima, algo excesivo en el verano, impone la siesta después del almuerzo, siendo esta costumbre tan generalizada que cuando alguien está fuera de su casa y anda por el campo a caballo, ata el animal a un árbol o poste o simplemente lo para y se echa a dormir a la sombra de la planta o de la bestia. Los comercios cierran sus puertas de una a cuatro de la tarde. Durante el verano, las tormentas son continuas y refrescan la atmósfera, pero el calor reaparece pronto, hasta que otra tormenta nos libera de él”.

“Cuando llegamos era el tiempo de las frutillas, que son mucho más grandes que las inglesas, aunque sin su rico sabor. Las naranjas se producen en este país, pero la variedad dulce es escasa y cara. La otra clase es muy abundante y pueden obtenerse 8 ó 9 naranjas por un medio”.

“La fruta más aceptada es el durazno, de los que hay muchos árboles de especies salvajes, apreciados más que por su fruta por su leña, utilizada aquí para quemar y que es traída de las quintas en carretas tiradas por bueyes. No tenemos otro carbón que el de Inglaterra y a precios muy altos. Los habitantes de este país carecían de estufas hasta la llegada de los ingleses, los que las han generalizado en muchas fincas, aunque con algunas dificultades, pues en varios casos los propietarios han exigido su retiro al desocupar la casa. Yo he mandado hacer una estufa para mi salón”.

Nada bueno, no siendo carne (1826)
Pero no todas eran alabanzas. «Buenos Aires es el sitio más despreciable que jamás vi, estoy cierto que me colgaría de un árbol si esta tierra miserable tuviera árboles apropiados».

Así escribía, en 1826, tres meses después de su llegada a estas tierras, John Ponsonby, barón de Imokilly, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Gran Bretaña ante las Provincias Unidas.

Y agregaba en otra carta: «nunca vieron mis ojos país más odioso que Buenos Aires. realmente tiemblo cuando pienso que debo pasar algún tiempo aquí, en esta tierra de polvo y pútridas osamentas; sin caminos, sin casas confortables, sin libros, sin teatro digno de tal nombre.

“Aquí, nada bueno, no siendo carne. Clima detestable, nunca falta polvo o barro con temperaturas que saltan en un día 20º. Además, la jactancia republicana en todo su vigor, intolerable sitio»

Woodbine Parish, en esos momentos destacado en misión diplomática en estas tierras, afectado por la designación de Ponsonby, había escrito que «un high aristócrata” está poco calificado para tratar a los bajísimos demócratas con quienes debemos alternar aquí».

Para calmarlo, se le explicó que no estaba en juicio su eficacia y que Ponsonby, pese a sus sesenta años, era un dandy desdeñoso y galante que había atraído el interés de lady Conyngham, amante del rey Jorge IV y que para alejarlo de Londres, se le había buscado un empleo lo más lejos posible y que el lugar elegido había sido Buenos Aires.

El gobierno inglés se vio obligado a explicarle, que no estaba en tela de juicio la eficacia del mismo Parish, que la designación de Ponsonby se debía a cuestiones meramente administrativas. Un documento de lady Salisbury fechado en 1838, afirma que Wellington creía que los celos de Jorge IV impulsaron al rey a pedir al ministro Canning, el alejamiento de su rival y que la necesidad de designarlo ministro extraordinario influyó en el reconocimiento por los ingleses de los Estados hispanoamericanos.

Inglaterra expone sus objetivos en el Río de la Plata (1826)
Pero Ponsonby no descuidó los objetivos de su misión, ni la defensa de los intereses británicos en el Plata, por eso, tres meses después de haberse expresado así, al igual que Parish, abrigaba el mayor entusiasmo por las posibilidades comerciales del país y abogaba por una garantía británica en pro de la libre navegación.

Aun opinando que la dirección política argentina era mala y la táctica que seguía en la guerra con Brasil, no le permitiría salir de un estancamiento bélico, a pesar del desprecio que le inspiraban los gobernantes, los habitantes y el mismo país, instaba al gobierno inglés a intensificar sus esfuerzos para lograr una mayor influencia en las actividades políticas y comerciales de Buenos Aires.

Ponsonby fue recibido por Rivadavia el 19 de setiembre de 1826, con guardia de honor y salvas de artillería. Un mes después escribía sobre Rivadavia: «El presidente me hizo recordar a Sancho Panza por su aspecto, pero no es ni la mitad de prudente que nuestro amigo Sancho. Como político carece de muchas de las cualidades necesarias». Estimó, sin embargo, que Rivadavia era autor de muchas, beneficiosas y buenas leyes.

El 20 de octubre de 1826, escribía a Canning: «El colono encuentra aquí abundancia de caballos y ganado, una tierra rica y una fácil y constante comunicación con Inglaterra, aquí la religión no solo se tolera, sino que se respeta; las personas y la propiedad están tan bien protegidas como las personas y la propiedad de los naturales del país.

Mediante la industria y la destreza puede acumularse con rapidez una considerable fortuna». Creyendo posible que el Río de la Plata se poblara con activos británicos, que harían fortuna y crearían una fuerte demanda «que solo puede ser satisfecha y atendida con productos ingleses», concluía Ponsonby diciendo que «todas las ventajas ya existentes o las que cabe esperar para el futuro, dependen de la seguridad que la navegación del Plata sea libre».

Esta última condición enunciada por Ponsonby, sería uno de los principales objetivos de Gran Bretaña en su política futura en la zona del Plata. En la convención preliminar de paz firmada por García en Río de Janeiro, se impuso el criterio sostenido por Ponsonby al respecto, y en una de las cláusulas establecía la garantía británica de la libre navegación del Plata.

Pero el tratado fue denunciado por el gobierno argentino y sólo al firmarse la paz definitiva con el Brasil, en 1828, vuelve a plantearse la posibilidad de reabrir la navegación de los ríos de la cuenca del Plata, aunque se alcance se limita exclusivamente al Brasil. Esta era la primera vez que se permitía a buques extranjeros surcar el Paraná y el Uruguay. No se halló, sin embargo, en ese entonces, la fórmula definitiva a que laude la cláusula, y esta fue letra muerta hasta 1852.

Opiniones de un inglés que se creyó defraudado (1828)
Fracasado el negocio de la Río de la Plata Agricultural Association para promover la inmigración de colonos ingleses propuesta por Barber Beaumont, el hijo de éste, John Thomas Beaumont, consideró que el gobierno argentino había burlado los términos del convenio, y defraudado las esperanzas de los inmigrantes. Al respecto escribió amargamente:… pero ahora ha visto el país, y los actos de su gobierno, con sus propios ojos; ha comprado la experiencia a un precio muy alto, y se cree en deber con sus conciudadanos y con el público de ofrecerles el beneficio de esta experiencia”.

Trató de entrevistar a Rivadavia, quien ya era el Presidente de la Nación, para exponerle las preocupaciones suscitadas por la empresa fallida y para reclamarle un resarcimiento al que se creía con derecho, teniendo en cuenta las pruebas de que dicho fracaso se debió a la incapacidad, morosidad y manejo deshonesto del proyecto presentado por su padre.

La entrevista se efectuó fríamente, y “con un aire formal de protección, una vez más me dio a conocer–dice Beaumont- “que el señor Rivadavia en Londres, y don Bernardino Rivadavia, presidente de la República Argentina, no debían ser considerados como una y única persona”, agregando que debía tratar la cuestión con Domingo Olivera, instruido sobre el caso, y desapareció de la escena, introduciéndose en la sala contigua de donde había antes aparecido”.

Después de recurrir, sin éxito a Rivadavia, Beaumont, ligero de corazón y de bolsillo, emprendió el regreso a Londres y así concluyó el desafortunado negocio. Más tarde, estando ya en Londres, en 1828, apareció en Londres su libro con el título: “Travels in Buenos Aires, and the adjacent provinces of the Rio de la Plata. With observations, intended for the use of persons who contémplate emigrating to that country, or, embarking Capital in its affairs” y allí, su autor se explaya explicando los fracasos de la empresa de inmigración proyectada por su padre, culpando al gobierno de Buenos Aires de ser el causante de esa situación, dirigiendo sus incisivas críticas, especialmente a Bernardino Rivadavia.

Pero decepcionado y con ánimo de venganza, nuevamente se embarcó de regreso a Buenos Aires el 7 de junio de 1827 –veinte días antes de la renuncia de Rivadavia, y se dedicó a fortalecer los vínculos que ya había establecido aquí con excelentes amistades porteñas, reconociendo más tarde, la hospitalidad que hallara en casa de las viudas de los generales Balcarce y Belgrano.

Su venida al Río de la Plata le dio ocasión de recorrer diversos lugares que describe y que le permiten señalar circunstancias no advertidas por otros viajeros. Los usos y costumbres de la gente de los lugares visitados y algunas anécdotas le hacen trazar un cuadro destinado a impresionar a los accionistas de Londres con relación a diversos aspectos económicos e industriales de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

La fauna y la flora no sólo de los lugares visitados sino también de los centros principales, atrajeron su atención. En el capítulo tercero se ocupa de los aborígenes, y en particular, de los pampas, describiendo sus costumbres e industrias como sus trabajos en cueros.

Al referirse a los naturales del Norte, señala la calidad de sus tejidos, sobre todo de los ponchos, diciendo “estas prendas a que me he referido, son usadas por todos, no creo que haya un solo criollo que las fabrique en el país, porque los indios son los únicos en ocuparse de esa industria”.

“Entre los carpinteros y albañiles nativos, los más numerosos –según lo he oído decir- y los mejores son los indios, y yo reuní varias piezas de plata, estribos, adornos de riendas y mates hechos por los indios en las provincias de arriba, que no hubieran desacreditado ni mucho menos a un platero londinense”.

Dedica páginas especiales a los criollos y en especial a las mujeres, de las que hace un juicioso elogio. Se ocupa en particular del gaucho y describe sus costumbres, dedicando también la atención de su pluma a las estancias. En el capítulo sexto consagra la parte final a la visita que hizo al presidente Rivadavia, de la que ya nos hemos ocupado.

La obra fue traducida al castellano por José Luis Busaniche, autor también de las notas oportunas e ilustrativas que acompañan el relato, el que va precedido de un estudio preliminar de Sergio Bagú, que valoriza la obra dando noticias complementarias para fijar su importancia.

En 1829, la ciudad de Buenos Aires, ya comienza a industrializarse. Poco a poco, se van instalando pequeños establecimientos, la mayoría de ellos artesanales: «Ya hay 68 carpinterías, 33 sastrerías, 14 colchonerías, 16 hojalaterías, 33 sombrererías, 16 talabarterías, 39 panaderías, 8 fábricas de chocolate, 6 de fideos, 11 de velas, 5 de peines, 14 de ladrillos, 3 de carros y 32 farmacias.

Además, se evidencia un gran incremento de la industria lanera con el mejoramiento de los planteles de ovejas y los procesos de esquila, pero basta observar los escaparates de los almacenes para notar el déficit de nuestra industria alimentaria: buenos jamones ingleses, vinos españoles y franceses, ginebra, ron y brandy de La Habana, Brasil, etc.»(Extraído de «Cronista Mayor de Buenos Aires, Editado por el Instituto Histórico de la ciudad de Buenos Aires).

Y así fueron las cosas, hasta que, quizás a partir de mediados del siglo XIX, las características que asumieron nuestras relaciones con Europa (comercio, diplomacia, política) fueron transformando a los habitantes de Buenos Aires, en una sociedad europeizada. El porteño comenzó a ser más dado a las presentaciones formales, a la etiqueta y reserva; a ser, quizás, menos espontáneo y más cerebral y demandante.

La proliferación de Hoteles, pensiones y casas de comida, hizo innecesaria la disposición de los porteños para ofrecer su casa a los viajeros; las demandas de una vida con mayores exigencias, los hizo más interesados en la posesión de bienes materiales; las luces y el lujo de las grandes ciudades europeas lo encandilaron y aspiró a tenerlo también; el confort que allá se gozaba, se le hizo necesario y como así ocurrió en todos los estamentos de la sociedad, vino la competencia descarnada, y su consecuencia: la soberbia de quienes tenían éxito y la envidia de los insatisfechos. Tomaron conciencia de la posición relevante que el Puerto de Buenos Aires y las franquicias Aduaneras le otorgaban ante el resto de las provincias y así poco a poco, los “porteños” se fueron transformando en “más mundanos” (más «narices levantadas», al decir de sus detractores), es decir, mejor adaptados a un mundo que comenzaba a ser muy exigente y exitista, abandonando prácticas que solo siguieron vigentes en las provincias del interior.

En 1853, comienza a brindarse un servicio de aguas corrientes. El Molino San Francisco construyó unos depósitos que por medio de bombas se llenaban de agua que sacaban del Río de la Plata. Era repartida gratuitamente a los establecimientos públicos y a un precio de un peso por pipa, a los particulares.

La Argentina vista por Mantegazza (1854)
Paolo Mantegaza (1831- 1910), médico, antropólogo, viajero y humanista italiano, fue un gran amigo de la Argentina a la que visitó en 1854, 1861 y 1863. Recorrió el interior y escribió numerosas obras sobre nuestras costumbres, flora y fauna y nuestra historia. Se casó con una argentina, Jacoba Tejada. En uno de sus trabajos, expresó: «Yo vi Buenos Aires en 1854, lo vi de nuevo en 1861 y 1863, y mucho me costó reconocer a la misma ciudad, tanto habla progresado.

“Para nosotros europeos tan tradicionalistas, nos cuesta mucho poder seguir las transformaciones incesantes que plasman y organizan a las jóvenes sociedades americanas. La República Argentina se presentó muy dignamente en la Exposición Universal de París de 1867. Dos grandes industrias llamaban la atención: las lanas y los cueros curtidos. La cuenca del Plata produce hoy tanta cantidad de lana, que sobrepasa la de todas las colonias inglesas de Oceanía y África juntas”.

“Todos los años vienen desde el Plata cien millones de kilos de lana, cantidad que irá creciendo aun rápidamente. Son lanas de ovejas merinas puras, o de merinas mestizas o de carneros indígenas del interior. Estas lanas se colocan en los mercados de los Estados Unidos, Bélgica y Francia, pues Inglaterra prefiere trabajar la lana proveniente de sus posesiones».

Segundo Censo de la Ciudad de Buenos Aires (17/10/1855). Es el último de los levantados con métodos preestadísticos y estableció que la ciudad de Buenos Aires tenía 90.076 habitantes.

En 1860, a pesar de la buena impresión que causaban sus habitantes y lo curioso de sus costumbres, Buenos Aires todavía era una aldea presuntuosa y sencilla. El recinto urbano se reducía a unas cuantas manzanas de modestas casas bajas en torno de la vieja Plaza Mayor dividida por la Recova, y a unas pocas calles, mal empedradas y sucias.

Además, según dice Ricardo Rojas en su libro “Vida de Sarmiento”, la vida rústica empezaba en lo que es hoy Montserrat. La Recoleta y el Congreso, todo era campos, ranchos y túneles. El río era una ribera de toscas y juncos. El Puerto sólo tenía un precario muelle y el desembarco se realizaba en carretas o a babuchas de fornidos changadores. Sin ferrocarriles ni tranvías, la comunicación al interior se hacía en galeras, a caballo o en tropas de carros y carretas.

La avenida Alvear y las de Callao, Rivadavia y Santa Fe, sólo eran tortuosos y polvorosos callejones con cercos de pita. El Retiro, un cuartel siniestro; la Recoleta, un sauzal poco frecuentado. Flores, una posta rural. Barracas, unos saladeros; la Boca deI Riachuelo, unos bañados.

En el centro no había más edificios importantes que los coloniales, o sea el Fuerte, donde hoy está la Casa Rosada, la Catedral, San Francisco, Santo Domingo y el Ca­bildo, donde funcionaban la policía y la cárcel. Abundaban eso sí, las pulperías, con clientela de indios, gauchos y negros. El aliento de la pampa sin arbolar ni alambrar llegaba hasta la ciudad semirústica.

Escaso era el comercio, lenta la vida intelectual, aun sin compararlos con los de hoy. Así quedó Buenos Aires después de veinte años del gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Se inaugura el Ferrocarril del Oeste (1857)
El 29 de agosto de 1857 comienza a circular el “Ferrocarril del Oeste”, y es el primer ferrocarril que funcionó en la República Argentina.

Se inaugura un servicio de vagones a caballo (16/07/1863). Estaba destinado a llevar pasajeros que iban a tomar el tren en Retiro. Salía desde la esquina de las calles Rivadavia y Paseo de Julio (hoy Leandro Alem) y llegaba a Retiro.

Hay 200.000 habitantes en todo el país (1865). Buenos Aires tiene 145.000 habitantes. Comienzas a adoquinarse las principales calles de Buenos Aires.

La guerra con Paraguay en 1865 es otro hito desgraciado de nuestra Historia, pero no logra interrumpir el proceso ya iniciado. El país avanza decididamente hacia su futuro como Nación influyente de la región y la normalidad político-institucional que se ha logrado, permite que los Presidentes se sucedan sin interrupción.

Se inaugura un servicio de telégrafo (1866). Une a Buenos Aires con Montevideo, mediante un cable submarino tendido bajo las aguas del Río de la Plata.

Primer servicio de aguas corrientes en la ciudad (1867). Ese año, el Ferrocarril del Oeste estableció para su servicio y del público que habitaba a lo largo de su trayecto, el primer caño de aguas corrientes. Iba desde La Recoleta hasta la Estación del Parque.

En 1869 ya había 177.787 habitantes en Buenos Aires. Había también 19.303 casas, de las cuales 16.888 eran de azotea, 232 de tejas; 1.514 de madera y 875 de paja y barro. De este total, 17.560 eran de Planta Baja solamente, 1.987 de piso alto y 183 de dos pisos. En todo el país hay 1.877.490 habitantes. De ellos, sólo un 25% sabe leer y escribir.

Se inaugura el primer tranvía a caballo (13/02/1870). Era para servicio público. Fue instalado por la Compañía Lacroze y salía desde la esquina de las calles Suipacha y Cangallo y llegaba hasta La Plaza Once de Setiembre.

Comienzan las obras para instalar un servicio público de aguas corrientes (1870). Ese año, la República Argentina no era aún el granero del mundo, como lo señalara Federico Pinedo. El trigo producido en el país no alcanzaba para el pan de cada día y habrá que aguardar a los años siguientes para dejar de importarlo y para pasar a exportarlo, pues ello dependerá de la transformación de la agricultura primitiva y rudimentaria que era la practicada entonces, en una fuente fabulosa de la prosperidad futura. Lo mismo que ocurrirá con la ganadería, que de la exportación de cueros, tasajo y charque pasará a la de productos cárneos de primera calidad, estimulada por una incipiente industria del frío.

Buenos Aires ya tenía 187.346 habitantes y el resto de la provincia 307.761. No era aún la Capital Federal y la guerra con el Paraguay, no había terminado. El total de la población de todo el país, no llegaba todavía a los 2.000.000 de habitantes y el índice de alfabetización, no superaba el 50%.

La edificación raleaba más allá de la actual avenida Callao y hacia el oeste, había quintas y luego, sólo el campo. Flores y Belgrano eran municipios autónomos en los que veraneaban las familias acomodadas. Tres líneas de tranvías de caballo, recorrían el ejido urbano, precedidos por un postillón vestido de verde que llevaba una bandera roja, anunciando su paso. Las terminaciones ferroviarias eran Chascomús, Chivilcoy, Tigre y Ensenada.

Los porteños almorzaban y cenaban tarde, de acuerdo con la tradición hispana; mesas grandes para varias generaciones, la carne asada, si no había puchero y una larga sucesión de suculentos platos, que predisponían a la siesta obligada. Los vinos, importados de Francia, Italia y España y exquisiteces varias adquiridas en el “almacén de Tiscornia” que ofrecía “embutidos de Vichi, manjar apetecido por los catalanes” o en lo de “Eastman e hijos” que tentaba a los porteños con “cajas de 20 libras de té”, producto de gran aceptación en la sociedad porteña.

Se podía también, naturalmente, salir a comer afuera: En el “Restaurante de Watson”, en San Martín 68, que servía almuerzos, lunches y cenas “recomendadísimas” por el mismo míster Watson o en el “Gran Restaurante y Café Americano. que funcionaba en la calle Cangallo, próximo al Mercado del Plata, que en sus avisos hacía saber que su propietario “invitaba a la gente de buen humor a visitarlo para convencerse de la excelencia, prolijidad y baratura con que en él se sirve”, comunicando además, que “en el mismo hay gabinetes particulares a la disposición de los “amateurs” (habrá querido decir amantes?).

En materia de modas se pretendía seguir el último rito. En la casa de Madame Reine, en la calle Florida, se vendían corsés de todas clases y tamaños, con la bendición de la “Facultad Imperial de Medicina de París”, que había dictaminado que “está probado que un corsé hecho al cuerpo de una persona, jamás puede incomodar, si el corte es bueno y por consiguiente, no causará nunca, la menor dolencia”.

La ciudad de Buenos Aires era cosmopolita y políglota. Un aviso clasificado de la época decía: “Da questa casa vengono emesse cambiali in oro per l’Italia ..” y en “El Alcázar” se daba el vaudeville “L’homme n’est pas par-fait, en tanto que en el Colón viejo, se representaba “Gli Ugonotti”. Pululaban los profesores de idiomas y competían ardorosamente entre sí.

¿Dónde vas sin saber inglés?, preguntaba uno de ellos, publicitando sus servicios en la prensa local. ¿Dónde vas sin saber francés?, retrucaba otro al día siguiente., mientras otro prometía “se enseña el inglés en 12 lecciones. Si el alumno no lo habla bien después de esas 12 lecciones, no se exigirá recompensa alguna”.

Otra actividad que era muy apreciada por los porteños, era la lectura. Buenos Aires era en verdad, una ciudad de lectores. Había ya numerosas librerías y hasta se hacían remates de libros. La “Librería del Colegio” ofrecía la “Historia de un joven” de Octavio Feuillet, traducida por Ángel Estrada. En Cangallo 170, se ofrecían publicaciones de la Casa Morel de París y la “Librería del Plata”, ponía a la venta obras americanas y documentos sobre el Río de la Plata.

Al interior se viajaba en galera o en diligencia. “La invariable Porteña”, llevaba pasajeros hasta Azul y Las Flores; “La Flor del Oeste” iba hasta 25 de Mayo; “La Protegida” cubría el trayecto Buenos Aires-Dolores y todas ellas aseguraban “caballos mansos y baqueanos”.

A las ciudades ubicadas sobre las costas de los ríos Paraná y Uruguay, se iba en barco y también hacia las de la costa atlántica se llegaba por agua: la “zumaca Naposta”, unía Buenos Aires con Bahía Blanca. Varias líneas de vapores llevaban pasajeros a Europa y a América. La “Compañía Italiana de Navegación” por ejemplo, iba a Génova cobrando 140 pesos fuertes el pasaje en primera, $110 en segunda y $60 en tercera.

Pero la navegación a vapor, todavía no había desplazado a los veleros: Para la ciudad de Amberes se podía viajar en la “muy marinera barca española Abnegación”. Para el Callao, en “la hermosa barca italiana “Antonieta Costa” y para la Coruña, en “la acreditada corbeta “Nueva Ignacia”.

La provincia de Buenos Aires tenía 230.000 habitantes (1875)

En 1876 el país cuenta con una población estimada en 2.223.189 habitantes, de los cuales, el 80% es analfabeto.

La ciudad de Buenos Aires ya tenía 187.346 habitantes (1879). El resto de la provincia 307.761. No era aún la Capital Federal y la guerra con el Paraguay, no había terminado. El total de la población de todo el país, no llegaba todavía a los 2.500.000 de habitantes y el índice de alfabetización, no superaba el 50%.

La edificación raleaba más allá de la actual avenida Callao y hacia el oeste, había quintas y luego, sólo el campo. Flores y Belgrano eran municipios autónomos en los que veraneaban las familias acomodadas. Tres líneas de tranvías de caballo, recorrían el ejido urbano, precedidos por un postillón vestido de verde que llevaba una bandera roja, anunciando su paso. Las terminaciones ferroviarias eran Chascomús, Chivilcoy, Tigre y Ensenada.

Contemplada en aquellos tiempos desde la rada, al que llegaba a sus playas, la ciudad de Buenos Aires, ofrecía un aspecto desconsolador. La ciudad no se veía, como es ahora, acordonada de espléndidos edificios altos y bajos, la gran Estación Central de ferrocarriles, edificios públicos, bellos jardines y paseos.

Lo que se denominaba el bajo era un trayecto desaseado, cubierto de cascajos, arena y cuanto dejaba el río en su receso; viéndose, con frecuencia, gran cantidad de pescados que los pescadores abandonaban por inútiles, muchas veces en estado de putrefacción; siendo también el depósito de basuras y caballos muertos, que a la cincha arrastraban de las calles de la ciudad.

Desde el río se veía un cordón de casas de pobre apariencia, bajas, casi todas iguales en su construcción y que daban al pueblo un aspecto lóbrego y poco agradable: monotonía interrumpida sólo por la belleza y arrogancia de las torres de sus iglesias y lo pintoresco de las barrancas del Retiro, la Recoleta, etc. Aún existían, al sud de la antigua Fortaleza, en dirección al Riachuelo, edificios en ruina, casuchos inmundos, que no condicen, ciertamente, con la elegancia de las construcciones de la ciudad.

Próximo al sitio en que se construyó el actual muelle, existió, por mucho tiempo, uno hecho en 1852, de piedra bruta como de 180 a 200 varas de extensión por 12 o 13 de ancho y de 2 metros de altura más o menos. Es evidente que esta corta proyección era insuficiente e inadecuada para que los botes pudiesen atracar, de donde resultaba la inevitable necesidad de emplear carretillas, únicos vehículos que por entonces había para el transbordo de pasajeros.

Capitalización de la ciudad de Buenos Aires (1880)
Buenos Aires pasa a ser la capital de la República Argentina, despojándose de gran parte de su territorio original, para constituir la provincia de Buenos Aires.

LA GRAN EXPANSIÓN (1880-1910)
Hubo un período de nuestra Historia, conocido como el de la gran expansión que ha dejado grabados números que hoy asombran y que nos obligan a preguntarnos ¿Qué fue lo que nos pasó?.

Estamos en el año 1880 y la Argentina tiene a partir de este momento, una expansión económica sin precedentes, que se basa en la exportación de cereales y carnes en gran escala; inversión extranjera (especialmente británica) para infraestructura y servicios y una asociación Comercial con el Reino Unido que es el principal comprador de los productos argentinos”,

En lo político, mantiene un sistema institucional sobre la base de la participación democrática restringida, pero que resulta estable y previsible, siendo el país gobernado por una elite de ideología liberal-conservadora, cuyos procedimientos, al decir de los actuales políticos, “eran legales, aunque no éticos”.

En este período se produce una gran inmigración europea entre los que predominaban españoles e italianos (en 1910, el 60% de los habitantes de Buenos Aires, era de origen extranjero), lo que sirvió de estímulo para el desarrollo de actividades productivas en todo el territorio nacional y la Promulgación de la Ley 1420 de educación pública, gratuita y obligatoria, sancionada en 1884, le permite, tener en 1910, un porcentaje de alfabetismo, superior al que en ese momento tenía la mayoría de los países de Europa” .

“El país se pone entonces definitivamente en marcha a partir de 1885 y la expansión es de tal magnitud, que en este periodo, la Argentina crece a un ritmo mayor que el de los Estados Unidos. Es así que, en 1910, al cumplirse el primer centenario de la Revolución de Mayo, el país es la décima economía del mundo; el séptimo exportador y representa aproximadamente el 7% del comercio mundial y el 50% del Producto Bruto Interno de América Latina”(Doctor Rosendo Fraga, Presidente Centro de Estudios Nueva Mayoría, en «Argentina: dos siglos de paradojas», para la Revista Militar).

Es decir, que solo en poco más de un siglo, desde esa privilegiada posición en el concierto de los países del mundo, la República Argentina, ha caído a la condición de país emergente, con graves distorsiones en su economía, con un escalofriante índice de pobreza y sin rumbo en lo político, todo lo cual debería movernos a preguntarnos ¿Qué fue lo que nos pasó?. Más, si recordamos que después de esta «bonanza», vino la debacle de 1890.

Ya viven tres millones de personas en todo el país (1884). Cuatro años después de la capitalización de Buenos Aires, se estima que la población de todo el país era de alrededor de 3.000.000 de habitantes.

Se amplía el ejido de la ciudad (1884). Ese año sumaron a la ciudad, los partidos de San José de Flores, Belgrano y San Martín y cada uno de ellos, agregó a la ciudad sus propios barrios y divisiones.

Podemos decir entonces, que la actual división de los barrios, obedece a unas ordenanzas de 1892 y 1904 y que, entre esos años y la primera década del siglo veinte, el ferrocarril, el trazado de avenidas, plazas y la gran ola migratoria terminan por conformar el perfil actual de la ciudad.

Así fue como muchos barrios recibieron su nombre oficial y se crearon las circunscripciones (hoy son 48 y no 100 como dice el Tango). En algunos casos, sin embargo, la fuerza de la costumbre pudo más: Cuando se habla de los barrios de Once o de Congreso, todos sabemos ubicarnos. Sin embargo, administrativamente no existen. Pasa lo mismo con Parque Chas. El uso popular recuerda al dueño de las tierras (Francisco Chas) y que en 1925 fueron loteadas, pero pocos saben que en realidad, Parque Chas es parte del barrio de Agronomía (dixit Raúl Portela).

Se realiza el Primer Censo Municipal (1887). Ordenado por el Municipio de la Ciudad de Buenos Aires y de allí surge que en la Capital residen 433.376 habitantes, hay 877 “conventillos” y 35.277 personas residen en ellos y confirma la existencia de 4.200 establecimientos industriales en la ciudad (de los cuales solo 560 tenían fuerza motriz). El resto de los emprendimientos industriales, eran manufacturas o artesanías menores. La fuerza motriz instalada en estos 560 establecimientos era de 6.000 HP en total.

Comienza a adoquinarse con madera algunas calles de Buenos Aires (1888).

En Buenos Aires ya hay 4.089 casas con servicio de agua corriente (1891). 3.124 domicilios particulares cuentan además con aljibe, para atender a sus necesidades. 938 tienen agua corriente, aljibe y pozo, 3.346 tienen solamente aljibe, 1.668 tienen aljibe y pozo, 14.685 disponen de agua de pozo solamente y 2.517 no tienen agua en sus domicilios y deben surtirse por medio del aguatero que pasa por las calles o yendo a buscarla al río.

Comienzan a asfaltarse algunas de calles del centro de la ciudad de Buenos Aires (1894).

En la ciudad de Buenos Aires hay 663. 854 habitantes (1895)

Comienza a circular por las calles de Buenos Aires, un servicio de tranvías eléctricos (1897)

Buenos Aires ya tiene 821.293 habitantes (1900)

Surge en Buenos Aires el “Art Noveau” (1901). Ángeles, flores, firuletes de hierro y mampostería. Techos de pizarra como en París; Glorietas, como en Barcelona, Balcones como en Madrid. El “art noveau flota desde los techos de Buenos Aires. Se desliza por los balcones; se recuesta en portones para mirar la calle. “La ciudad de Londres”, la “Asociación Patriótica, la “Sociedad Fotográfica”, El Teatro “Mayo”, la “Española”, el “Hotel Frascatti”, el “Gran Hotel España”, “The Windsor Hotel”, el “Imperial”, el “Metropole”, el Café Tortoni, la “Talabartería Mataldi”, la Confitería “Gaulois”, son los hijos de este nuevo estilo que invade la Avenida de Mayo

Se realiza en Segundo Censo Municipal (1904). Se informa que la población de la ciudad es de 950.891 habitantes.

Buenos Aires ya supera el millón de habitantes (1909). Se estima que son 1.231.698 las personas que la habitan.

La argentina vista por un periodista francés (1910). El periodista francés Jules Huret visitó la Argentina en 1910, con motivo de los festejos del Centenario y al año siguiente publicó en París un libro que tituló “En Argentina”, en donde describe sus observaciones.

«La riqueza fundamental de la Argentina son las tierras de cultivo y las destinadas a la ganadería. La superficie del país es seis veces la de Francia y siendo su tierra virgen, en muchos sitios valen tanto como las de las provincias agrícolas francesas más ricas. ¿En qué consiste la prosperidad argentina?”.

“En la exportación a Europa de unos tres millones de toneladas de trigo vendidas el año pasado a 210 francos la tonelada, dos millones de maíz, a 126 francos, un millón de lino, a 269 francos y 300.000 toneladas de carne congelada, que suman en total unos dos mil millones de francos”.

“A esto hay que agregar las 160.000 toneladas de azúcar de Tucumán, los 3 millones de hectolitros de vino de Mendoza y San Juan, las 300.000 toneladas de madera de quebracho y 55.000 toneladas de tanino, sin menospreciar lo producido por las minas de los Andes y los yacimientos de petróleo que empiezan a descubrirse por todas partes. Pero todo esto es la reserva del porvenir”.

“En menos de 40 años se ha creado la agricultura actual. Ha cambiado el término medio de sangre española de la población argentina. Desde hace 40 años, una importante inmigración de italianos del norte, piamonteses y lombardos, de ingleses, franceses, alemanes y vascos, ha dotado a la Argentina de brazos laboriosos, de inteligencias activas y de caracteres emprendedores. Ac­tualmente domina la sangre de los italianos”.

“Se trabaja como no se había trabajado nunca y los mismos andaluces y los árabes son arrastrados por la corriente general. Un país de seis millones y medio de habitantes, ha podido, en pocos años, vencer a los Estados Unidos en la exportación de cereales a Europa. Desde 1908 la Argentina ocupa el primer lugar entre los exportadores de trigo, maíz y lino. Mil millones de oro líquido entran por tales conceptos anualmente en la Argentina”.

“Una minoría inteligente se agita en el Jockey Club y el Club del Progreso, atenta a los negocios a realizar y las empresas proyectadas. Numerosas familias argentinas ricas viajan a Europa y recorren Francia, Italia, Alemania, Suiza e Inglaterra con sus Panhard”.

“Si os invitan a cenar en sus mansiones veréis que el cocinero es de Perugia, el chauffer, de París, el lacayo, alemán, el pinche de cocina, gallego, las camareras, inglesas o vascas. Por otra parte, nuestro anfitrión, alemán por su padre, argentino por su madre, y casado con una hija de vasco francés y de italiana, tiene en este momento a sus hijos estudiando en las universidades de Cambridge o Heidelberg. En el desfile militar observamos debajo de las gorras de granaderos del Imperio, quepis de Saint- Cyr y gorras aplastadas a lo teutónica, los rostros cetrinos de mestizos de indias y españoles…».

Cómo nos veían los ingleses (1910)
Hope Gibson, presidente de la Cámara de Comercio Británico en la Argentina, escribía en 1910 en un mensaje al gobierno de su país: «Les ruego presten mucha atención a lo que está pasando aquí en cuanto al desarrollo manufacturero. Ya sabemos lo rápido que se mueven las cosas en este país».

The South American Year Book por su parte, también señalaba el progreso económico de la Argentina en sólo veinticinco años: «Hace apenas un cuarto de siglo Argentina ocupaba una posición de relativa oscuridad y sus valiosos recursos naturales yacían dormidos. Luego de una serie de avances prodigiosos la República ha llegado a ubicarse entre las naciones más grandes del mundo mercantil, y está creciendo diariamente hacia una prominencia mayor y despertando nuevos intereses por todas partes».

Una Editorial del Diario de la Nación (1910)
 Publicada en la edición del 25 de mayo de 1910, editado en homenaje al Centenario de la Revolución de Mayo de 1810, decía; “Nuestros frigoríficos son empresas colosales, modelos del género y algunos, como el de La Plata, pasa por ser el más importante y perfecto del mundo».

Un censo registró la existencia de trece frigoríficos (1914). Diciendo que reunían un capital de m$n 92.990.000 y que tenían una capacidad instalada de 24.287 H.P. (1.868 H.P. por empresa). Nueve de ellos estaban instalados en la Provincia de Buenos Aires, dos en Santa Cruz (a orillas del Río Gallegos y en el Puerto San Julián) y los dos restantes en Capital Federal.

Entre los más importantes estaban el River Píate Fresh Meat Co. (1882); Sansinena, La Negra (1883); Las Palmas Produce Co. (1892); La Plata Cold Storage Co. (1902); La Blanca Cold Stora-ge Co. (1902); Smithfield & Argentine Meat Co. (1905); el Frigorífico Argentino (1905), y Armour (c. 1914). El tamaño promedio de ellos puede verse en la cifra de 1.130 empleados por establecimiento.

La competitividad internacional de estas firmas queda probada por la expansión espectacular de las exportaciones de carnes congeladas. De un promedio de 600 toneladas anuales entre 1888-1892 se llegan a exportar 370.000 toneladas de carne bovina y 59.000 de carne ovina en 1914. La tasa de expansión de estas exportaciones fue del 28 % anual entre 1888 y 1914, del 21,3 % entre 1900 y 1914 y del 10,3 % entre 1905 y 1914.

Las exportaciones de sus productos pasaron del 16 % del total de exportaciones de carnes en 1894 al 87 % en 1914.66. Los molinos harineros también se destacaban por sus exportaciones. Teniendo en cuenta que hacia fines de la década del setenta la Argentina importaba harina, el avance fue espectacular. En 1913 había 408 molinos en el país que tenían un capital invertido de 38,3 millones de pesos oro y empleaban a 5.000 personas. La producción en toneladas de harina y los capitales invertidos (a moneda constante) se expanden al 5,7 % y al 7,5 % anual, respectivamente, entre 1895 y 1914.

Tercer Censo Nacional (1914). Registra una población de 1. 575.814 personas en la ciudad de Buenos Aires

El país tiene una población de 9.190.923 habitantes (1922). 1.774.448 pertenecen a la Capital Federal.

Por las calles de Buenos Aires circulan (1923). 6.853 automóviles particulares, 7.176 de alquiler, 75 ómnibus, 1.824 camiones y 700 motocicletas.

Cómo nos vio Alberto Einstein (1925)
El 1925, el premio Nobel de Física Albert Einstein realizó un viaje por Sudamérica que incluyó visitas a la Argentina, Uruguay y Brasil y en 2023 se editó la obra “Los diarios de viaje de Albert Einstein: Sudamérica, 1925) donde el sabio vuelca sus impresiones y juzga a los argentinos, diciendo que son “displicentes”, “infantiles” y “estúpidos”.

Así lo afirma Ze’ev Rosenkranz al comentar la obra, según lo consigna una nota de “BBC Mundo” publicada en la página Web del diario La Nación.

Y quizás haya sido así por no haber podido desprenderse de los prejuicios que en aquella época, se tenían en Europa a la hora de juzgar a los sudamericanos y en especial a los argentinos. o porque, al expresar tan poco halagüeños conceptos de los argentinos, se haya referido en realidad a los porteños y más concretamente, a los porteños “cholulos” que pugnaban por agasajarlo, desesperados por sacarse una foto con el sabio.

Porque en ese mismo diario, Einstein comentó la buena impresión que le había causado el hecho de que la Argentina “contaba con una buena infraestructura para la investigación en matemáticas y física, lo cual contrastaba con la situación en Uruguay y Brasil y que en la Argentina, ya se discutía la teoría de la relatividad”.

En su visita, Einstein tuvo además impresiones muy positivas, específicamente de académicos, como fue el caso del rector de la Universidad de Buenos Aires, José Arce, y del filósofo Coriolano Alberini y luego de su primera conferencia científica, expresó su complacencia por la presencia de estudiantes jóvenes interesados en los temas que abordó.

Rosenkranz dice que Einstein “Vio a Buenos Aires como una versión sureña de Nueva York, más materialista y más enfocada en lo que él considera era la apariencia externa”. En su diario, Einstein usó adjetivos como “superficial” y “fría” y, aunque se estaba refiriendo a la capital, Rosenkranz hace notar que el físico vuelve a caer en una generalización para englobar a todo el país.

Porque también dejó testimonio de cuánto disfrutó la música tradicional argentina y “la nueva energía” que encontró en la localidad bonaerense de Llavallol, el paisaje que vio en las sierras cordobesas y la arquitectura de Córdoba, ciudad en la que halló “vestigios de una cultura genuina”, así como “un sentido de lo sublime”.

En Buenos Aires hay 5 empresas de tranvías (1914)
Veinte estaciones; 3.171 coches atendidos por 13.322 empleados. Mensualmente transportan 51.000.000 de pasajeros por 830 kilómetros de vías.

1930, el año que simboliza la ruptura del orden constitucional. Por primera vez, en la República Argentina, una revolución derroca a su gobierno constitucional. Es entonces, cuando comienza la llamada “Década infame” (1930-1940), que iniciada con la revolución del 6 de setiembre de 1930 que derrocó al Presidente Hipólito Yrigoyen, finaliza en 1943, cuando el 4 de junio de ese año, un golpe de Estado derrocó al Presidente Ramón S. Castillo.

Pero pese a estos graves acontecimientos, Buenos Aires sigue creciendo: la migración masiva del campo a la ciudad y de las provincias del norte hacia Buenos Aires, hace que su población pase de algo más de un millón y medio de habitantes que había en 1914, a 2.415.142.

Y es entonces, cuando comienzan a experimentarse en la ciudad, una serie de transformaciones a nivel urbano, también reflejadas en su arquitectura, que la convirtieron en una verdadera metrópolis internacional; entre la “casa chorizo” y el “petit hotel” surgen novedosas propuestas que incorporan muros blancos desornamentados, balcones curvos, ventanas horizontales corridas y hasta ojos de buey; su vida cultural se ve enriquecida por la presencia de dos importantes colectivos: las escuelas de Florida y Boedo, que a través de influyentes publicaciones orientaron -con mayor o menor compromiso social- el camino hacia la vanguardia en las diferentes expresiones del arte y sus calles bullen con el tránsito de automóviles, tranvías y ómnibus que repletos de pasajeros, hablan de una sociedad lanzada con todo vigor y esperanza hacia su destino de grandeza.

LA ECONOMÍA
Comienzo del “libre comercio real”
Desde 1503 y hasta bien entrado el siglo XVIII, el comercio de las colonias en Hispanoamérica era absolutamente monopólico y solo podían comerciar con Sevilla.

Mientras el territorio rioplatense pertenecía al virreinato del Perú, (cosa que recién dejó de ser así en 1776 cuando se creó el virreinato del Río de la Plata), esta colonia española, todavía no podía comerciar sino con España: los demás países quedaban excluidos para el intercambio comercial y las colonias no estaban autorizadas a comerciar entre sí.

España era, pues, el único vendedor y el único comprador, un sistema de comercio que recibe el nombre de monopolio, es decir, comercio con uno solo. Un sistema muy desventajoso para las colonias, pues sólo a España podían venderles sus productos y sólo de España podían recibir los artículos europeos, faltando así la competencia comercial que tanto influye en los precios.

Y si bien el rey Fernando II de Aragón, en 1503, cuando firmó la real orden que así lo disponía, argumentaba que lo hacía con el fin de impedir la introducción del comercio ingles en sus colonias, la verdad era que mediante el monopolio, se pretendía mantener cautivo este mercado ,para la colocación de sus mercaderías y lo que era más importante para la corona (cuyas arcas estaban exhaustas), se garantizaba la exclusividad que necesitaba España, para recibir los tesoros (oro y plata) que existían en América.

A partir del comienzo del siglo XVI, la captación de la riqueza del nuevo mundo para la metrópoli, se realizaba en forma directa e indirecta: por medio de la explotación de sus riquezas naturales a cargo de funcionarios de la corona o empresas privadas con control y participación estatal, o por medio de impuestos y contribuciones.

Este férreo sistema de comercio monopólico, dejó completamente marginado al puerto de Buenos Aires y a partir de entonces, el comercio con las colonias en América, se realizaba a través del Perú, recorriendo largos caminos por mar y por tierra, circunstancia que producía un nuevo aumento en los precios de compra y de venta, que eran recargados con los gastos de flete.

Pocos barcos o ninguno llegaban a Buenos Aires, directamente desde España. Dos veces al año, las flotas españolas salían de los puertos de Sevilla o Cádiz en la Península y se dirigían hacia el Caribe, en América Central, siempre escoltadas por barcos guerra, para defenderlas de los piratas.

Generalmente los barcos llegaban a la isla de Haití, donde la carga se separaba en dos grupos: el primer grupo iba al puerto de Veracruz, en México, y el segundo a Portobello (Brasil). Las mercaderías llegadas a Portobello, eran llevadas por tierra a través del istmo de Panamá y embarcadas otra vez en un puerto del Pacífico o, con destino a los puertos del Callao, en el Perú (Perú) o a Valparaíso, en Chile.

En 1724 se crea la Capitanía General del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires y en 1774 se autoriza el libre comercio entre los puertos de Perú, Chile y el Río de la Plata, lo que permitió ahora, aprovechar las posibilidades que ofrecían los mercados exteriores.

Las colonias comenzaron a prosperar y sus economías se fortalecieron, especialmente impulsadas por la expansión de la ganadería, que ya había comenzado a vislumbrarse.

En 1776, se crea el Virreinato del Río de la Plata, con la intención de asignarle una mayor importancia a Buenos Aires, hasta entonces relegada en el comercio con España, reconociendo su importancia como barrera de protección de los territorios comprendidos en la actual Patagonia, por donde se estaban colando los portugueses e ingleses.

Y a partir del 12 de octubre de 1778, con la sanción del “Reglamento de Libre Comercio”, las cosas cambiaron. Si bien se mantuvo el monopolio, éste, trajo la habilitación de 33 puertos en América y otros 13 puertos en España (además de Savilla y Cádiz), como Almería, Tortosa, Palma de Mallorca y Santa Cruz de Tenerife en Canarias, con los que se podía comercial., la eliminación de algunos impuestos, la moderación de otros, y el establecimiento de prioridades para el transporte de productos nacionales.

Pero, aunque el comercio aumentó, las colonias se vieron sumidas en una balanza de pagos negativa. La exportación e importación de frutos desde el Puerto de Buenos Aires, trajo la pobreza a las provincias argentinas y la presión que se ejerció, principalmente desde Buenos Aires, obligó a ceder en su posición, hasta ese entonces intransigente de la corona española.

Fin del monopolio comercial (1790)
El 28 de febrero de 1789 el rey Carlos V dispuso que el Reglamento de Libre Comercio de 1778, se hacía extensivo a los virreinatos de Nueva España y de Nueva Granada (excluidos en aquella oportunidad) y en 1790 suprime la Casa de Contratación de Indias”, de Cádiz, medida que establece el fin definitivo del monopolio en las relaciones comerciales de España con sus colonias en América.

Se acabó así con el monopolio de Sevilla y Buenos Aires, ya podía comerciar con otros puestos españoles, y aunque no se le permitía el libre comercio con puertos de otros países, el tráfico comercial aumentó considerablemente desde entonces. Sobre todo con ciudades como Valencia, Barcelona o Bilbao, donde simultáneamente comenzaron a desarrollarse industrias manufactureras, que prosperaron gracias al monopolio comercial con España. que aún seguía vigente.

La producción ganadera en el Río de la Plata, fue la primera actividad que en escala significativa se orientó hacia la exportación y en sus comienzos, fue la exportación de cueros su actividad preponderante. Ya en 1850 se exportarán 2.500.000 de unidades, mientras comienzan a surgir nuevos rubros con grandes demandas del exterior, como el tasajo y la lana.

Descontando algunas otras actividades conexas que tuvieron también un desarrollo significativo como lo fueron el transporte de ultramar y el tráfico de esclavos, las actividades de la economía colonial más exitosas, fueron aquéllas estrechamente ligadas al comercio exterior.

La minería, los cultivos tropicales, las pesquerías, la caza y la explotación forestal, dedicadas fundamentalmente a la exportación, fueron las actividades expansivas que atrajeron capital y mano de obra, aunque existían rémoras que encarecían los costos, como lo eran las distancias que separaban los centros de producción del puerto de Buenos Aires, la precariedad de los medios de transporte disponibles y la acción de piratas, en permanente acecho.

Las regiones que más se desarrollaron fueron precisamente aquellas en que se asentaron las actividades exportadoras, mientras que las que se dedicaron a satisfacer el consumo interno o su propia subsistencia, tuvieron poca importancia dentro de la economía de la época. Fue por eso, que el noroeste argentino se constituyó durante toda la época colonial, en la región de mayor importancia económico-comercial, debido, fundamentalmente, a su cercanía a un centro exportador dinámico: Potosí.

Vaya como ejemplo de lo dicho, la producción de mulas en Córdoba destinadas a las minas de Potosí y la producción de paños en Tucumán con el mismo destino, fueron dos las pocas actividades exportadoras desarrolladas en nuestro territorio entre el siglo XVI y la primera mitad del siglo XVIII, que gozaron de alguna prosperidad.

Los vinos de las provincias de Cuyo, no llegaban a los mercados del litoral, donde se consumían los vinos extranjeros a precios más reducidos. Casi violentamente se agotaron las industrias del arroz en Tucumán, por influjo de la competencia con el Brasil, y la azucarera de Jujuy. Las manufacturas de tejidos de Córdoba, Catamarca y Corrientes, fueron fácilmente desalojadas por los géneros ingleses.

En 1817, el Obispo José Eusebio Colombres fundó en Tucumán la industria azucarera. En cambio, Buenos Aires y el litoral siguieron apostando al proceso de valorización de los frutos ganaderos. La salazón de carnes era empresa de capitalistas y no se pensó reconocer a los gauchos como socios.

Con los años, se hizo evidente el alza inusitada en los precios de la carne, al punto de que Pueyrredón, durante la administración del Directorio, declaró el cierre de los saladeros.

Los principales centros comerciales se hallaban en la ruta al Alto Perú, y en esas ciudades había una no despreciable artesanía cuya producción debió enfrentar la competencia de las mercaderías importadas.

El litoral, en cambio, pudo aprovechar los ríos para el transporte y crear una incipiente industria naval, que permitió un tráfico importante. Los barquitos criollos llegaron a aventurarse en el mar y hasta compitieron con los negreros en el comercio de esclavos.

Mientras el litoral mantenía la tradicional explotación de cueros, el interior inició la elaboración de subproductos ganaderos, y Buenos Aires, fue transformándose en punto de partida y de llegada de las carretas.

Pero tampoco hay que exagerar la nota de la miseria rioplatense. Salta tenía una importante producción de mulas, y las ubérrimas selvas de Tucumán permitían la fabricación de carretas inmejorables. Mendoza tenía un fuerte desenvolvimiento comercial, pues era paso obligado en la ruta a Chile, aunque, como San Juan, vio decaer su promisoria industria vinícola por la competencia de la importación.

Algo parecido le pasó a Catamarca respecto de sus aceites y aguardientes. Córdoba, que había iniciado una débil explotación agrícola, fue invadida por ganaderos que esperaban beneficiarse con la comercialización de los cueros y el establecimiento de curtidurías.

Surge a partir de entonces, el destino que le estaba marcado a nuestra Patria, como país eminentemente exportador de productos agropecuarios básicos, sin valor agregado alguno.

El desarrollo de la ganadería, impulsado por la existencia de abundantes tierras fértiles en la zona pampeana, la expansión de la demanda mundial y la liberación del régimen monopólico. El comienzo en Europa de actividades vinculadas con la industrialización del cuero y las lanas; la escasa mano de obra y la sencillez y simplicidad de las operatorias que caracterizaban a estos rubros, comenzaron a exigir la solución de cualquier problema que afectara esta actividad, que ofrecía tan halagüeñas perspectivas.

Dos eran esos problemas: la necesidad de aumentar la extensión de tierras disponibles para la explotación ganadera era uno. La inmensidad de las distancias a recorrer desde los establecimientos ganaderos hasta las plantas de faenamiento y/o puerto de embarque era el otro.

La solución del primer problema, pareció entonces más posible. Demandaba extender más al sur la frontera que marcaba el dominio de los aborígenes y exigía la formación de unidades de producción, estancias para criar ganado y la necesidad de ejercer el derecho de propiedad sobre los rebaños.

Lamentablemente, la apropiación de las tierras que en ese entonces eran “propiedad exclusiva de los aborígenes”, que estaban decididos a no permitir la presencia del hombre blanco en ellas, derivó en una confrontación que duró casi setenta años y que trajo por un lado, la desaparición de muchos pueblos originarios y por el otro, la angustia por no haber sabido hacer las cosas de otro modo.

Inglaterra pone en evidencia su deseo de competir en América
Pero Inglaterra estaba decidida a romper el monopolio de la corona española con sus colonias. Y de la misma forma que España apoyaba a los independentistas de Estados Unidos en su lucha contra su metrópoli (Inglaterra), los ingleses hicieron lo mismo en las españolas y en 1796 le llegó la oportunidad para hacerlo.

Ese año, España aliada con Francia, se lanzó a la guerra con Inglaterra, un conflicto que fue de funestas consecuencias para la corona española y también para los “españoles criollizados”, los dueños del comercio colonial, que veían cómo esta situación afectaba sus negocios.

Esa gesta, sumada a las sucesivas guerras terrestres que debió enfrentar España: de los Siete Años (1761-63), de la Independencia de USA (1779-83), de la Primera Coalición (1793-95) y navales: dos guerras anglo-hispanas (1796-1802 y 1803-08), dejaron sus arcas vacías y tal situación, agravada por la derrota sufrida en Trafalgar (21 de octubre de 1805), la dejaron sin flota, para asegurar el comercio con sus colonias.

Pronto vendrá la debacle para la corona que en ese momento portaba Carlos IV. Sus colonias comenzaron a ver que era posible sacudirse el yugo que las mantenía sujetas a España. Si habían podido librarse del monopolio comercial, bien podían lograr su independencia total Y así fue. Las colonias comenzaron a comerciar con todo el mundo y en 1810, el sueño de libertad se había cumplido.

El comercio y sus medios de transporte
La mercadería descargada en el Callao venía a lomo de mula hasta Salta y Tucumán. Al principio las carretas que debían venir a Buenos Aires, eran cargadas en Tucumán, pero luego, lo fueron en Salta y desde allí se dirigían a Córdoba (donde en 1618 el virrey del Perú creó una “Aduana seca”), para marchar finalmente a Buenos Aires.

La distribución de las mercaderías así llegadas, seguía las mismas direcciones en que se colonizaron estas tierras: a los pueblos del Litoral, hasta el Paraguay, por medio de embarcaciones que remontaban los ríos Paraná y Uruguay y afluentes de esa zona.

A los pueblos del norte (Córdoba, Tucumán Santiago del Estero y Salta), por medio de carretas tiradas por bueyes. Y a los pueblos llamados del oeste (San Luís, San Juan y Mendoza), también por medio de carretas y arrias de mulas, éstas últimas, empleadas sobre todo, en el transporte de vinos, por lo que se las llamaba “mulas vinateras”.

También se comerciaba por mar con las colonias del Brasil y de la Banda Oriental, pero durante mucho tiempo este comercio estuvo controlado y dominado por los contrabandistas.

Tan largo camino y repetidos transbordos, encarecía enormemente los costos y como consecuencia de ello, los contrabandistas comenzaron a pujar para llegar primero al puerto de Buenos Aires, donde hacían pingües negocios, con una población cada vez más necesitada de insumos y productos para su comercialización interna (como lo eran la sal, la pimienta, los artículos suntuarios, el papel sellado, la pólvora, las telas de algodón, los aceites y muy pronto, el siniestro tráfico de esclavos africanos.

El contrabando
El contrabando era una actividad bastante generalizada, que toleraban hasta los funcionarios encargados de combatirla. Las mercaderías introducidas clandestinamente circulaban por todo el territorio, y no pocos debían su fortuna a esa actividad delictuosa aunque indispensable.

El contrabando era tanto terrestre como marítimo, y el primero tenía modalidades peculiarísimas, porque casi siempre intervenían en la operación, indios y gauchos inescrupulosos, hasta el extremo de que en 1791 un informe administrativo señalaba la sinonimia de gaucho y contrabandista. El marítimo era mucho más simple, pues todo se resolvía mediante el soborno de la autoridad fiscalizadora.

Esta actividad ilegal hizo que la vida en Buenos Aires se abaratara sensiblemente, pues al no pagar impuestos, ni excesivos gastos de transporte y sin los riesgos que traían aparejados esos largos viajes, ofrecían sus productos a precios sensiblemente más bajos que los que cumplían con las leyes vigentes.

Los contrabandistas se acercaban en sus lanchas, sobre todo en las horas de la noche. Llegaban a las costas de Buenos Aires y aquí desembarcaban sus mercaderías y embarcaban otras para llevarla a otros destinos del Río de la Plata, desapareciendo después en el mayor de los secretos.

Evidentemente los porteños, habrán estado muy felices con este sistema, pero no habría sido si hubieran sabido las tremendas consecuencias y los perjuicios que traería a nuestro país el contrabando y los contrabandistas, flagelo, que dada la idiosincrasia del criollo, fue rápidamente asimilado a la cultura vernácula.

La producción colonial
Ningún punto del territorio argentino fue, hasta mediados del siglo XVIII, testigo de una actividad productiva fuertemente vinculada al comercio exterior. Esto determinó el escaso flujo de mano de obra y capitales hacia estas provincias y el carácter eminentemente cerrado que tuvieron las economías regionales durante todo el período colonial, con un consecuente bajo ritmo de desarrollo.

Enorme era la diferencia con Potosí que, en el siglo XVII con unos 160.00 habitantes era una de las ciudades más grandes del mundo bajo el motor de la explotación minera. Semejante cantidad de población implicaba una demanda de alimentos, tejidos y animales de carga, que solo se podía satisfacer desde el Río de la Plata, únicas actividades que por eso, tuvieron algún desarrollo en el territorio argentino.

En cuanto a las posibilidades de producción del Virreinato eran a la sazón, escasas pero no nulas. Los saladeros y las seberías tenían que bregar con la falta de barriles, y la carencia de sal, producto éste que se recibía desde España a precios elevados u obtenido mediante riesgosas expediciones a las Salinas Grandes, en tierras de indios.

Con todo la Banda Oriental y Buenos Aires pudieron vender tasajo en cantidad para el consumo de los esclavos de las plantaciones americanas. La habilitación del puerto de Buenos Aires afectó paulatinamente al desenvolvimiento económico del interior, mientras abría buenas perspectivas al litoral.

En el Río de la Plata no había algodón, ni cerámicas, ni metales preciosos como en otras posesiones españolas. Ni siquiera alcanzaba la lana para las necesidades internas de tejidos.

Tampoco había vecinos interesados en promover el comercio, como ocurría en la zona del Caribe; allí los compromisos de España con los Estados Unidos hicieron posible la presencia de agentes comerciales norteamericanos en Cuba, Santo Domingo, México, La Guayra y Venezuela.

Paraguay producía telas de algodón y, sobre todo, yerba mate. Al septentrión se levantaba la estupenda ciudad de Potosí, instalada al pie del cerro metalífero, en donde el lujo y el despilfarro contrastaban con la miseria de los mitayos que dejaban sus vidas en las galerías de las minas.

Pero esa plata potosina no quedaba en el Virreinato, sino que servía a España, aunque regulaba el circulante. El régimen patriarcal que predominaba en las provincias interiores se resolvía económicamente en unos pocos tenedores de fortunas considerables, mientras la masa estaba a su servicio.

También las tropas de carretas del interior eran propiedad de poderosos comerciantes; en Buenos Aires proliferaban los carreteros que, con dos o tres unidades, alcanzaban un pasar satisfactorio. Problema grave en todo el Río de la Plata era la falta de mano de obra, debido a la escasez de población, circunstancia que dificultaba la explotación agrícola y afectaba incluso a los ganaderos.

Se estima que, hasta bien entrado el siglo XIX, cada peón tenía a su cargo mil cabezas de ganado. Eso engendró las severas reglamentaciones contra la vagancia, y la estipulación de que todo habitante que careciera de rentas propias debía estar sujeto a patrón y provisto del respectivo certificado.

Los saladeros
En 1812, el gobierno declaró libre de derechos, la exportación de carnes y por virtud de esa medida, adquirió vuelo el negocio de saladeros. Ocurrió entonces que lo más importante del novillo, fue la carne y hubo que discutir si la seguirían comiendo gratis los gauchos del litoral o si debía ser vendida en provecho de los hacendados, a los propietarios de esclavos del Brasil, África y Antillas.

El sistema de cazar vacas sin otro cargo que el de entregar los cueros al propietario de la estancia, iba a ser substituido por el de trabajar algunos meses en el saladero y comprar con el jornal la carne que se pudiese, al precio marcado por los consumidores del extranjero.

Algunos datos para tener en cuenta
*. A fines del siglo XVIII entonces, cuando se cierra la etapa de las economías regionales de subsistencia, de los 300.000 km2 de superficie de la provincia de Buenos Aires, sólo alrededor de un 10% estaba integrado en la economía colonial.

*. La apropiación privada de las tierras fue paralela al proceso de ocupación territorial. La política de distribución de las tierras públicas, particularmente en la provincia de Buenos Aires llevó a una rápida distribución de la mayor parte de las tierras de la región pampeana entre reducidos grupos de personas.

La apropiación territorial privada en la provincia de Buenos Aires, alcanzó alrededor de 12 millones de hectáreas y en las otras provincias de la región pampeana, también se produjo una marcada concentración de la propiedad territorial en pocas manos.

 Productos llegados y salidos a y desde el Puerto de Buenos Aires (1810).
Publicado en la edición del sábado 28 de abril de 1810 en el “Correo de Comercio de Buenos Aires” (Museo Mitre. Documentos del archiva de Belgrano).

Llegadas: 101 baúles conteniendo géneros de algodón; 16 idem de mediería; 6 idem de géneros de lana; 2 idem de mercería; 30 idem de cristalería y loza; 21 idem de sombreros; 1 idem de blondas y encajes; un órgano, un clave, un cajón de abanicos; 52 barrilitos pintura; 650 quintales de fierro; un cajón escritorios; 27 idem de azúcar; 96 sacos de arroz; 24 tablas, a la consignación de don Martín Monasterio.
Cuarenta y cuatro fardos de lencería; 12 cajones cristales; 30 barriles de harina; 4 barricas de bacalao y 11 cajones de lo mismo,  a la consignación de Don Juan Larrea.
Dos cajones de pañuelos; 8 idem de panas; 6 fardos de paño; 22 cajones de listado de algodón; 463 dichos de cristales; 120 cajones de loza; 1.000 ollas de fierro; 5.364 barras de dicho; 4 cajones de «pontivies» de algodón (1); 1 dicho de muselina; 2 dichos de estopillas de algodón, a la consignación de Don Julián Panelo.

Salidas: 10.646 cueros vacunos; 1.000 idem de bagual; 500 suelas; 16.000 chapas de cuernos; 6.000 puntas de idem.; un tercio de lana de vicuña; 4 dichos idem de carnero; 8.870 pesos fuertes en plata y 2.448 idem en oro; con destino Cadiz.
35 fanegas de trigo; 4 petacas pasas de uva; 8 fanegas de cebada; 29 sacos de lana; 2 ídem de crin; 3 cajones velas de sebo; 170 marquetas de ídem; 30 barriles de ídem; 3.728 cueros al pelo; 22 cajoncitos cascarilla y un fardo de zarza parrilla, para colonias extranjeras.
2.500 cueros al pelo; 350 marquetas de sebo; 42 fardos cueros de caballo; 84 fardos de crin; 30 ídem cueros de becerro, y 5 de lana; despachada por su consignatario Don Mariano Vidal, para puertos extranjeros.
1.600 cueros al pelo, y 80 marquetas de sebo; para el Río de Janei
2.000 cueros; 640 arrobas de harina; 11 marquetas de sebo y 350 arrobas lana de carnero; para la Bahía de Todos Santos.

(1). Pointivíes. No he logrado encontrar la traducción de esta palabra.
(2). Marqueta: Bloque de cualquier material, elemento o cosa, componiendo un conjunto con forma prismática.

QUÉ PASABA EN EL INTERIOR?
Es obvio, que por distintas circunstancias, el desarrollo de la República Argentina como tal, fue macrocefálico. El original posicionamiento como provincia rectora, logrado dictatorialmente por la provincia de Buenos Aires, antes de su federalización, la exclusividad que siempre gozó en la recaudación aduanera, la actividad de su puerto, que durante muchos años fue la entrada y salida natural del comercio exterior y la instalación de los poderes públicos nacionales en su territorio, fueron algunos de los argumentos que le dieron esa injusta preeminencia sobre las demás provincias que integran nuestra Patria.

Fue entonces lógico que las luces que alumbraron a la provincia de Buenos Aires, no tuvieran la misma intensidad en las otras 23 hermanas del interior, que tuvieron que conformarse con sobrevivir con sus propios recursos, luchar por sus derechos de coparticipación y alentar proyectos manufactureros para su subsistencia.

Gustavo L. Paz, en su obra El “Momento provincial de la historia argentina”, editada por la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina en 2019 dice:

“Las historias provinciales se multiplicaron desde fines del siglo XIX y comienzos del XX en un intento de incluirlas de lleno en la narrativa nacional y de obtener, junto con el reconocimiento de sus esfuerzos en la construcción de la nación, la prosperidad que provenía de la distribución de los recursos del estado”.

Pero, aunque el papel de las provincias, inclusive de provincias pequeñas y alejadas de los centros de poder, había sido capital en la formación de la Argentina como nación organizada bajo el sistema federal sancionado por la Constitución de 1853, durante el período que estamos comentando, la provincia de Buenos Aires siguió siendo la más rica del país y la economía de las Provincias Unidas, se basaba casi exclusivamente en el comercio de sus precarias industrias (fundamentalmente manufactureras) con el Reino Unido.

“El enfoque que primaba era el de la teleología (Doctrina de las causas finales) de la nación: las provincias convergían en la formación nacional argentina a la que se consideraban predestinadas, sin”, sin aspirar a los beneficios de tal devoción (agregamos nosotros).

“Jujuy, por caso, afirmaba Joaquín Carrillo (1), es un pueblo constituido en república y aliado a sus hermanos en sacrificios y tradiciones por una federación […]: hay un ligamento que encadena las fracciones políticas del país a un solo cuerpo, la Patria, unidad triunfante en la organización descentralista”.

Y esa fue una realidad, que en los últimos años, varias teorías han intentado explicar, buscando las causas de las diferencias de ritmo de crecimiento económico entre países o entre unidades sub-nacionales tales como regiones o provincias. Argentina, sin embargo, ha quedado fuera de esa discusión, debido principalmente a la escasez de datos a nivel provincial.

(1). Joaquín Carrillo, miembro de una de las familias notables de Jujuy, fue el autor de “Jujui (sic), provincia federal argentina”. Apuntes de su historia civil, la primera historia completa de una provincia argentina desde su fundación a fines del siglo XVI hasta el presente.

Córdoba del Tucumán (03/08/1729)
«Carísimo señor hermano: Va pasando todavía el tiempo sin que pueda aún daros noticia del destino que deben darme los superiores. Si algo ocurre de particular, no dejaré de agregarlo al fin de ésta, como hice en la carta escrita desde Buenos Aires, en que os di noticia de todo el camino hecho por mar”.

“Todo el terreno se ve que es muy propio para la agricultura, produciendo por todas partes magníficos pastos para los animales, sin encontrarse una sola planta, pues la primera que vimos, fue a tres millas antes de llegar a Córdoba. Exceptuando algunos pequeños plantíos, en que se siembran granos y trigos, todo lo demás se encuentra inculto, parte por falta de agua, parte por descuido de los paisanos, generalmente satisfechos con vivir en la miseria, con tal de no tener trabajo”.

“El segundo motivo, porque dije navegación es que antes de ponerse en camino es necesario hacer las mismas provisiones que si se fuese a viajar por mar. Así, antes de partir de Buenos Aires nos proveímos de lo necesario para todo el camino, es decir, pan, galleta, huevos, pescado salado, buena cantidad de animales vacunos, y las vasijas de agua que bastasen hasta encontrar algún río donde llenarlas de nuevo” (Carta del Padre Gervasoni a su hermano Angelino Gervasoni, publicada en el Nº 38 de La Revista de Buenos Aires.

Carta de un prisionero inglés (1806)
En 1806, luego de la derrota que sufrieron durante la primera invasión de los ingleses al Río de la Plata, en una carta que un prisionero inglés le enviara a un camarada también internado, pero en la provincia de Córdoba, le dice:

«El viaje fue mejor de lo que esperábamos. Por supuesto que tuvimos que habituarnos a las incomodidades del camino y en especial a recorrer leguas y leguas en las pésimas cabalgaduras que el gobierno español puso a nuestra disposición. Desde San Antonio de Areco te envié algunas noticias con una tropa de sesenta carretas que llevaba vino de Mendoza a Buenos Aires, pero no sé si habrán llegado a tus manos”.

“La gente nos recibió al principio con cierta hostilidad por nuestra doble condición de herejes y extranjeros, pero luego prevaleció su buen natural y hasta los tenderos nos abrían crédito. La población estable es honesta sin ser muy activa, salvo cuando tienen algún incentivo concreto, como, en este caso, atender a las necesidades provocadas por los prisioneros”.

“Más desconfianza me inspiran los peones errantes o gauchos que nos acompañan cuando nos trasladamos por el desierto. Tienen una mirada torva, pelo largo y renegrido coronado por un pequeño sombrero que les cae sobre la frente y se ata con un barbijo”.

“Todos usan poncho, prenda muy abrigada y útil para la gente pobre y botas de cuero fresco abiertas en los dedos del pie. Ningún árabe puede emular su destreza a caballo. Los días domingos se unen puebleros y peones para asistir a los oficios religiosos en la iglesia. A la tarde, pasan largas horas jugando a la taba o a los naipes y por la noche empiezan las peleas, algunas muy sangrientas y a cuchillo por motivos de juego”.

«Temeroso el gobierno español de que pudiéramos huir o incorporarnos a las fuerzas británicas que ocupan Montevideo, se dio orden de marchar a las lejanas provincias de arriba. Más de 200 prisioneros formaron un convoy que inició entonces un largo desplazamiento por la llanura. En estas “pampas”, un día no se diferencia de otro”.

“Atravesamos una serie de fortines -Salto, Rojas, Melincué, Guardia de la Esquina, que son defensas contra el indio. Todos son iguales y se componen de algunos ranchos para la tropa, un mirador y uno o dos cañones de hierro, por toda defensa, salvo un profundo foso que rodea el perímetro, cercado con estacas de madera dura. «Para divertirnos durante el interminable trayecto organizamos un “club de los feos”, que se reunía en el centro de nuestras carretas, formadas en círculo, al anochecer. Nuestra alegría contagiosa hizo que los peones nos miraran con menos desconfianza”.

“De ellos aprendimos a comer comidas insólitas, por ejemplo la carne con cuero, que es muy sabrosa porque no pierde «nada de su jugo”. Aunque no lo creas, me he acostumbrado a beber mate. Pienso que si los ingleses no tuviéramos que importar necesariamente el té de las Indias Orientales, apreciaríamos esta bebida excelente para el estómago, especialmente para los nuestros, fatigados de recorrer tantas latitudes y siempre mal alimentados”.

«Al llegar a las proximidades de Córdoba cambia mucho el paisaje. Hay montañas de regular altura habitadas por cóndores que, según dicen los paisanos, son muy peligrosos pues suelen llevarse prendidos con sus garras a los animales pequeños. Existen signos de mayor número de población y observé que en muchos sitios se tejen ponchos de todos los colores, precios y tamaños posibles. La gente es más industriosa”.

«De tanto en tanto nos cruzábamos con un grupo de militares que se dirigían la capital del Virreinato para cooperar en su defensa. Sospecho que finalmente nuestra custodia será confiada a indios mansos, que también integran las filas de los ejércitos del rey”.

«Nuestro destino, por el momento, es el valle de Calamuchita. La residencia que se me ha asignado es el colegio de San Ignacio, un gran edificio cuadrado ubicado en un bello paraje, rodeado de huertas bien cultivadas y de prados. El sitio perteneció a los padres jesuítas, cuya influencia benéfica se advierte en todas estas regiones. Lamentablemente fueron expulsados hace unos cuarenta años por orden del rey de España”.

“Desde entonces sus propiedades pasaron a manos del estado o de particulares y están muy abandonadas. «En San Ignacio las horas transcurren realizando largos paseos por los alrededores, estudiando español con ayuda de un diccionario en los ratos de la siesta y atracándonos de fruta en la huerta. Pero temo que esto acabe pronto: se rumorea que nuestro próximo destino serán las montañas de La Rioja. Se teme que nos fuguemos — como ya lo han hecho algunos compañeros— y por lo tanto se nos envía cada vez más lejos”.

ECONOMÍAS REGIONALES
A partir de 1776, creado ya el virreinato del Río de la Plata, las provincias ya habían desarrollado sus respectivas economías y creado sus riquezas e industrias propias, pero, con la apertura del Puerto de Buenos Aires, el interior sufrió un golpe formidable, pues sus manufacturas no podían resistir la competencia de precios, con las similares extranjeras.

Destinada entonces al comercio interprovincial, al consumo interno y para la supervivencia de sus respectivas poblaciones, en la Región Centro o Pampeana (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y sur de Entre Ríos), se dedicaban principalmente a la explotación ganadera y en menor medida, al cultivo de maíz, trigo, girasol, cebada, avena, maní, hortalizas y legumbres.

En el Noreste, o Mesopotamia (Entre Ríos, Corrientes y Misiones), a la explotación forestal y a la producción de la yerba mate, té, arroz, tabaco, algodón, cítricos, mandioca y cañas de azúcar.

En la Región Noroeste (Tucumán Salta, Santiago de Estero, Catamarca, Jujuy y La Rioja) se especializaron en la producción de caña de azúcar (principalmente en las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy), tabaco rubio, hortalizas, frutillas, distintos tipos de porotos, y en algunas zonas de valles, viñedos, limones y cítricos, carretas y telares en Tucumán y minería en La Rioja.

En la Región de Cuyo (San Luis, San Juan y Mendoza), ya se cultivaba la viña para la industria del vino, además del olivo y aunque en menor medida, también se dedicaban al cultivo de frutales y hortalizas.

En la Patagonia, la cría de ganado vacuno, lanar y caprino era la principal actividad, aunque había núcleos dedicados al cultivo de frutas (uvas, duraznos, pelones, manzanas), de las llamadas “frutas finas” (frambuesas y zarzamoras), y de especies aromáticas como el lúpulo que sirve para la industria de cerveza.

En la Llanura Chaqueña (Chaco y Formosa) se desarrollaba el cultivo del algodón y la explotación forestal.

En el siglo XIX, las provincias argentinas se encontraban en un proceso de escisión e independencia, con conflictos entre ellas mismas y con caudillos lanzados a una violenta reivindicación de sus “derechos” luchando por los intereses de su tierra y si algo las hermanaba en su lucha, era la necesidad de lograr una participación activa en el control económico, que Buenos Aires ejercía en exclusividad.

Bien entrado el siglo XIX (1814), mientras la República Argentina ocupaba solamente la mitad de su territorio continental (toda la Patagonia y el sur de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y San Luis eran territorios no ocupados por el Estado argentino, al igual que las actuales provincias de Chaco y Formosa, el norte de Santa Fe y de Santiago del Estero y el este de Salta), los caudillos cobraron una gran importancia en la sociedad de las provincias, oponiéndose al centralismo de Buenos Aires y la guerra entre hermanos, ensombreció entonces la vida de los argentinos trayendo el odio y la muerte hasta que en 1852, llegó la paz.

En 1823, cuando algunas provincias ya estaban separadas e independientes, con tratados parciales entre algunas, llegó el momento de la consolidación política de las Provincias Unidas del Sur, co-mo un Estado nacional y en las últimas décadas del siglo XIX se llevó a cabo un trascendental proceso de ocupación territorial:

Cinco Campañas al Desierto (Rodríguez, Rosas, Mitre, Alsina, y Roca) y otras cuatro en el Chaco Boreal, consolidaron el ejercicio de su soberanía, en 15.000 Km.2 de esos bastos territorios, dominados ancestralmente por los aborígenes.

UN FUTURO PROMISORIO (1880)
La consolidación del Estado argentino a finales del siglo XIX fue de la mano con el motor de su auge económico: el campo y la inmigración. Argentina tiene unos de los territorios más fértiles del planeta, como la Pampa o la cuenca del río Paraná. Estos concentran grandes extensiones de tierra para cultivar cereales y criar a millones de cabezas de ganado que producen, entre otras, una de las mejores carnes del mundo. Mientras la naciente República Argentina recuperaba la Patagonia, en 1876, el gobierno de Nicolás Avellaneda, promovía la inmigración para trabajar esas tierras.

A fines de la década de 1880, las cosas empezaron a cambiar. El vacuno, destinado a los frigoríficos, fue reemplazando al ovino y, a partir de 1890, se produjo una fuerte expansión de la agricultura, gracias a la incorporación de nuevas tierras y nuevas tecnologías y maquinarias, pero, fundamentalmente por la extensión de una activa red ferroviaria.

Capitalizados los progresos logrados desde la década de 1820, cuando tuvo lugar un primer proceso de modernización y diversificación de la producción agropecuaria, sustentado en la introducción y difusión de la cría del ovino, desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial (1914), la economía argentina creció en forma sostenida, beneficiada por una efectiva estructura exportadora, llegando a su máximo nivel en la década de 1880

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, Argentina era vista como una tierra de oportunidades y una potencia emergente. En 1900 su economía se hallaba en el puesto 13 a nivel mundial

Como consecuencia de la recuperación de la Patagonia y de una eficaz campaña de colonización, “de los casi 55 millones de hectáreas que estaban en explotación en la Pampa húmeda, hacia el final de la década de 1880, ya se había llegado a los 83,8 millones de hectáreas» (R. Cortés Conde, 1980, p.377) y la subsiguiente mayor oferta de tierras, permitió en primer lugar, una gran expansión de la ganadería vacuna, sobre todo en la provincia de Buenos Aires.

El aumento de la producción agrícola, especialmente en el caso del trigo, se tradujo en un fuerte incremento de las exportaciones, que pasaron de 328.000 toneladas en 1890 a 1.900.000 en 1900. También fueron incrementándose las exportaciones de carne congelada, gracias a la expansión de la actividad frigorífica y a la mestización del ganado”.

Entre 1909 y 1913, Argentina ya era el segundo exportador de cereales del mundo, sólo superado por Rusia.

En ese período de nuestra Historia, la población pasó de los 1.299.600 habitantes que había en 1857, a más de ocho millones en 1914; el producto bruto per cápita se incrementó en un 120%; y entre 1880 y 1914, la tasa de crecimiento anual fue del 3.4%.

La expansión acelerada de la producción agropecuaria, el crecimiento de las exportaciones, la modernización del sistema de transportes (en particular gracias a la construcción de los ferrocarriles), el crecimiento de la población y el desarrollo de una incipiente industria vinculada a la ganadería y al agro, había hecho el milagro y la Argentina, consolidada la actividad agroexportadora, pudo entonces, incorporarse al mercado mundial como exportador de productos agropecuarios, fundamentalmente de la lana como principal producto” (“La larga crisis argentina”. Luis Alberto Romero).

ENTONCES, QUÉ FUE LO QUE NOS PASÓ?
En solo un poco más de un siglo, desde esa privilegiada posición en el concierto de los países del mundo que supimos gozar, la República Argentina, cayó a la condición de país emergente, con graves distorsiones en su economía, con un escalofriante índice de pobreza y sin rumbo en lo político.

Una realidad que no puede ocultar la existencia de un estado incapaz de proyectar acciones de largo plazo, una sociedad que ha desbordado los marcos de la ley y una política sin espacios ni disposición para el diálogo.

Hay quienes estiman que el problema comenzó en 1930 con el quiebre de la democracia que llegó con la revolución de José Félix Uriburu; otros dicen que el colapso de la economía exportadora iniciado en esa década, fue lo que marcó el comienzo de la declinación económica argentina.

“El año 1930 representa en varios aspectos un cambio profundo en la historia argentina. El motor del crecimiento nacional —un dinámico sector exportador— dejó de funcionar de la manera en que lo había hecho hasta 1929. El golpe de septiembre de 1930 dio paso a una larga etapa de creciente inestabilidad y polarización, que culminaría con los trágicos años de la llamada “guerra sucia” de la década de 1970”.

“La Argentina también cambió mentalmente. Un país que creía en el futuro y en el desarrollo fue transformándose paulatinamente en “el país frustrado” y, más tarde, en “el país desesperado” de los últimos 48 tiempos. A pesar de esto, uno puede constatar que detrás de las discontinuidades evidentes se esconde una continuidad estructural fundamental que une el período de la prosperidad con aquel que contempla la marcha de la Argentina hacia la desesperación. Se trata, ante todo, de un modelo de crecimiento industrial patológico, que se volvió por entero insostenible cuando su prerrequisito absoluto, un sector exportador dinámico, desapareció. La Argentina próspera despertaría un día, como el Georg Samsa de Kafka, transformada en un país al borde del abismo (“Historia de la crisis argentina”, Mauricio Rojas Mullor.

Luis Alberto Romero por su parte, ubica el inicio del declive argentino en los años setenta, cuando el estado empezó a ser desmantelado y depredado, la sociedad se escindió y la pobreza alcanzó niveles dramáticos.

Todo el mundo pudo ver entonces, asombrado, cómo un país que alguna vez había llenado de esperanzas a millones de emigrantes europeos pobres había caído ahora en un precipicio tan profundo. ¿Cómo una nación que en un tiempo había sido el granero y la despensa de tantas otras se había convertido en un país cuyos habitantes pasaban hambre y vivían en una desesperación que los estaba llevando a los extremos más lamentables? (Historia de la crisis argentina”, Mauricio Rojas Mullor).

No hubo una única razón para esa caída: un historial de inestabilidad institucional, políticas fallidas e intentos de corregirlas, y una dependencia de las materias primas y del gasto público, han sido identificadas como las causantes de esa declinación.

La situación no es nueva: Argentina tiene una larga historia como escenario de crisis económicas de diversa magnitud y contenidos, por lo que deberemos admitir como válido lo expresado por el Fondo Monetario Internacional, que haciéndose eco de las conclusiones del “Consenso de Washington” (1989), ha dicho que “las causas de las crisis argentinas, están en el alto crecimiento del gasto público auspiciado por una clase política corrupta. A pesar de que los mismos argentinos manifiestan desconfianza abierta y un fuerte rechazo a sus dirigentes”.

Quizás, recordando lo que sucedió en 1891, durante el gobierno del presidente Miguel Juárez Celman, cuando la especulación y el desenfreno en que cayó una sociedad desquiciada por la corrupción política, la codicia y el despilfarro, nos trajo el devastador “Pánico de 1890”, podamos empezar a comprender lo que nos pasó, y aceptar que ahora se requiere austeridad, cero suntuosidad, trabajo duro y control interno.

Fuentes consultadas: Esta nota ha sido redactada con material extraído de las siguientes obras y sitios Web:“La larga crisis argentina”, Luis Alberto Romero; “La crisis argentina: origen, evolución y lecciones”, Hugo Macías Cardona” (Economista, Universidad Nacional de Colombia; “Cómo se rompió Argentina: historia de un siglo de crisis”, Álvaro Cordero; “La crisis de 1890”, doctor Alejandro Torresi; “Historia económica política y social de la Argentina (1880-2003) M. Rapoport; “Historia de la crisis argentina”, Mauricio Rojas; “La expansión económica”. Argentina. gob.ar; “La crisis argentina en una perspectiva histórica”, doctor Luis Alberto Romero; “Qué es el modelo agro exportador y por qué transformó a la economía argentina?”, Melisa Aita Camps

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