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LA MAROMA
En la campaña argentina se designa con el nombre de maroma, a una gruesa soga o cable que se tensa entre las dos orillas de una corriente de agua, para que sirva de guía y sostén a quienes lo deben cruzar.
En castellano, maroma es el nombre que se le da a las cuerdas de esparto, cáñamo u otras fibras textiles que sean apropiadas para fabricarlas. Por extensión, antiguamente se aplicaba a los cables metálicos y cadenas que desempeñaban funciones similares a las de aquellas, tales como las de amarre de los barcos.
Pero en América, principalmente en la Argentina, una “maroma”, es sólo aquella que se encuentra tensa, sujeta en ambos extremos y a cierta altura por sobre el nivel del suelo. Así que una “maroma” es el grueso cable aéreo, que asegurado en ambas orillas de un río, permite el desplazamiento regular de las balsas, que construidas en forma más o menos rudimentaria y sin impulsión propia, sirven para trasladar de una a otra margen de un curso de agua, personas, animales y carga en general, mediante el simple recurso que aporta el esfuerzo de un hombre, que va tomando entre sus manos extendidas esta “maroma”, para que al flexionarlos sobre sí, la vayan impulsando hacia su destino (imagen de arriba).
También se llamaba “maroma” al conjunto de sogas o “guascas” que ligaban la parte superior de los postes o “principales”, que limitaban la abertura de la tranquera, en los corrales de “palo a pique” (imagen de la izquierda)..
Desde ese lugar, los hombres de campo en la Argentina, los domadores criollos, realizaban una riesgosa prueba que se llamaba “salto de la maroma”. Para realizar esta prueba, los jinetes, ubicados en lo alto de esta “maroma”, esperaba la salida de un potro del corral, sobre cuyo lomo debía dejarse caer, cuando pasaba debajo de él. Un arriesgado y matemático salto que realizaba sin otra ayuda que su rebenque y sus espuelas, para dominar luego al “bagual” que había así montado y salía disparado sin control hacia el campo abierto (ver Juegos para criollos de a caballo).
Durante las campañas al desierto y en la lucha que los gauchos de MARTÍN MIGUEL DE GÜEMES libraron contra los realistas en el norte argentino (1815), la maroma se convirtió en un arma terrible en manos de los criollos.
Dos jinetes ataban sus lazos atados entre sí y firmemente sujetos a sus monturas. Separados a todo lo largo que daban los lazos y lanzados a todo galope, embestían las columnas adversarias, derribando así, cual feroz y gigantesca guadaña, jinetes, caballos y cabezas que se ponían a su paso.
Por último, esta denominación es también utilizada para nombrar a los hilos de los alambrados, en cuyas “maromas” suelen degollarse al alzar vuelo, las espantadas perdices, que huyen del cazador que las persigue (ver Vocabulario criollo abreviado).