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LA ISLA DE LOS ESTADS. UN PROYECTO FALLIDO (1891)
En la última década del siglo XIX, repetidas veces se ha señalado la a la Isla de los Estados como el lugar más apropiado para radicar un presidio y quién defendió con más vehemencia la idea de «presidio natural» fue Julio Popper (1857-1893).
En la conferencia que pronunció el 26 de julio de 1891 en el Instituto Geográfico Argentino, sin aludir directamente al proyecto del gobernador Mario Cornero de establecer un presidio en Tierra del Fuego, le opuso su fabuloso plan de destinar la Isla de los Estados a presidio.
En opinión de Popper, «(…) la Isla reúne todas las condiciones, responde a las exigencias más escrupulosas para hacer de ella un presidio natural, inmejorable. La Isla está llamada a ser tarde o temprano, el Presidio de la República, porque para ese fin ofrece todas las ventajas tanto morales como económicas».
Dominado por el entusiasmo, deja correr libremente su fecunda imaginación continúa diciendo: «(…) Allí no se precisan murallas ni fortificaciones; un solo buque de la armada sería ampliamente suficiente para hacer imposible toda tentativa de evasión.
Abunda el material para las construcciones y el combustible es inagotable; las condiciones higiénicas son excelentes, y los presidiarios gozarían de relativa libertad, de la vida campestre, exentos de la atmósfera desmoralizadora de las penitenciarías y dedicados a un trabajo benéfico y productivo.
Allí podrían instalarse fácil y económicamente talleres de carpintería, fábricas de muebles, tornerías y tonelerías. En el istmo que separa el puerto Cook del puerto Vancouver, se podría establecer un astillero para embarcaciones y en todos los puertos del norte de la Isla, fábricas que transformarían la abundante madera en pasta de papel, industria que rinde excelentes resultados a la Noruega, donde las maderas, el pino blanco, son menos propias de la industria que el haya de la Isla de los Estados.
Una reserva de 20 leguas en Tierra del Fuego, produciría el ganado vacuno más que suficiente para proveer de carne fresca a los presidiarios, en condiciones mucho más económicas que en Buenos Aires, mientras que las legumbres y especialmente las papas, se podrían cultivar en la misma Isla, donde los ensayos practicados al efecto por la Subprefectura de San Juan, dieron resultados satisfactorios».
Cierra Popper su exposición con una afirmación, tan rotunda como utópica: «Con el establecimiento de un presidio en la Isla de los Estados, se obtendría, en fin, una considerable economía para el Erario y la valorización de miles de brazos improductivos, que servirían para fomentar nuevas y provechosas industrias para el país».
Como buen visionario, Popper prescinde de los condicionamientos y limitaciones que hasta hoy imponen una naturaleza indomable y una realidad social mal conocida. Olvida -¿o desdeña?- las observaciones científicas de la época sobre la Isla.
Pocos años antes, en la exploración que efectúa en febrero de 1885 Federico Mouglier anota en su Diario de viaje: «El clima de Los Estados no es soportable para los seres humanos, lo demuestran las observaciones meteorológicas que tenemos a la vista, no hay un solo día en el año que no haya llovido o nevado, agregado a una temperatura que raras veces ha pasado de 12º sobre cero en verano y que fluctúa en invierno entre los 5º y 15º bajo cero».
Empero, la fascinante idea de Popper recoge adhesiones. Juan Manuel Eizaguirre escribe en el diario Sud América: «Últimamente se habló de un proyecto muy acertado: hacer un presidio en ella. Esta es una idea que debiera llevarse a la práctica inmediatamente».
Hasta el proyecto del Código Penal de Norberto Piñero, Rodolfo Rivarola y José Nicolás Matienzo, presentado al Poder Ejecutivo en junio de 1891 -días antes de la conferencia de Popper- en su sistema punitivo incluye la pena de presidio, a cumplir con trabajos forzados en alguna de las islas del sud (Art. 15) y la pena de deportación, consistente en la relegación por tiempo indeterminado en la Isla de los Estados u otra que se destine al efecto (Juan Carlos García Basalo, extraído de la Revista “Todo es Historia Nº 366. enero 1998)