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LA ISLA DE LOS ESTADOS
La Isla de los Estados recibió su nombre el 25 de diciembre de 1615. Así la llamaron sus descubridores, los navegantes holandeses CORNELIO SCHOOUTTEN. y JACOBO LE Maire, pensando homenajear a sus estados de origen, mientras recorrían estas aguas buscando un paso seguro para cruzar al océano Pacífico desde el Atlántico.
En aquellos tiempos, para los barcos, esos lugares eran algo así como “estaciones de peaje” y solía ser además alto el costo que debían pagar por haber desafiado sus rocas traicioneras, sus temibles vientos y hasta sus calmas paralizantes, que los dejaba a merced de las corrientes.
Durante el virreinato del Río de la Plata, la atención de España estaba puesta en el norte, mientras que los europeos, en especial los ingleses, habían hecho de los mares australes sus preferidos y hacían y deshacían a su real antojo. Y así continuó hasta mucho después de lograda nuestra Independencia de España.
Buques ingleses apostados en las Islas Malvinas, rondaban por estos mares esperando que se produjera un naufragio (en promedio ocurrían una vez por mes). “Casi piratas”, como los llamó ROBERTO PAYRÓ en su libro “La Australia Argentina”, suelen merodear alrededor de la Isla por semanas enteras como aves de rapiña”. Los que no podían cobrarles abusivas sumas a los pobres náufragos, por el rescate de sus vidas y pertenencias, directamente los desvalijaban.
El 10 de octubre de 1868, el presidente BARTOLOMÉ MITRE promulgó la Ley Nº 269, mediante la cual se otorgaba la concesión en propiedad de la Isla a LUIS PIEDRABUENA y este célebre marino durante muchos años trató de revertir esta situación manteniendo viva la presencia argentina en esas aguas. Se dice que entre 1850 y 1883, pudo socorrer a centenares de náufragos y mantener bajo control a los piratas.
El teniente de la marina italiana GIÁCOMO BOVE compartió con PIEDRABUENA la comandancia de la Expedición Austral Argentina de 1882 y se encargó de comprobar sus ideas y la Isla de los Estados dejó de ser un misterio oscuro y peligroso al que había que esquivar, para convertirse, luego de haber instalado un eficaz sistema de señalización, construído y operado por el gobierno argentino, en un destino seguro para la navegación y una obligada escala antes de lanzarse a cruzar el Cabo de Hornos.
Sólo un año más tarde, en 1883, el gobierno le confió al Capitán de Navío AGUSTÍN LASERRE la instalación del famoso faro “San Juan de Salvamento, el segundo faro que conocieron las costas argentinas y el comienzo de la etapa más fascinante de la historia de la Isla. En 1884, LASERRE dio por cumplida su misión y dejó instalado allí un asentamiento humano que contaba con personal especializado para la atención, guardia y mantenimiento del faro, una Subprefectura Naval con funciones fundamentalmente de salvataje y rescate y por último, un presidio militar, que no demandó grandes obras para la contención de los allí alojados, ya que los rigores de un inclemente clima y los peligros que implicaban para la fuga, las turbulentas y peligrosas aguas que rodean a la isla, las hacían innecesarias.
Lo cierto es que la Isla de los Estados, con su desgraciada fama, la presencia de esforzados habitantes y las tareas de salvamento que se les había asignado, se convirtió en un “escenario de novela” y así lo vio JULIO VERNE en su Francia natal, vaya a saberse cómo. En 1905, luego de su muerte, se encontró un manuscrito suyo que se encabezaba con el título de “El Faro del fin del Mundo”. Era una novela tensa y atrapante con nuestra Isla de los Estados, su faro y su gente como protagonistas.
Este remoto sitio de nuestra patria llegó a tener más de doscientos habitantes y hasta contó con Oficina de Correos. Hoy, según los partes que elabora la Subprefectura de San Juan de Salvamento dando cuenta de la presencia de entre 100 y doscientos buques al año en su zona de operaciones, puede comprenderse la nada tranquila vida que se vive allí: “Qué mundo de cosas ocurría en Salvamento” dirá ROBERO J. PAYRÓ, luego de permanecer durante mucho tiempo en la Isla, relatando la historia de militares y reclusos alojados en el presidio (ver Una hazaña de Luis Piedrabuena).