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ILUMINACIÓN DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES (02/12/1774)
Hasta dos años antes de la creación del Virreinato del Río de la Plata (1776), Buenos Aires era apenas una aldea de calles de tierra donde el amparo de la oscuridad de la noche, los caminantes eran víctimas de asaltantes o podían caer en los muchos pozos que hacían casi intransitables sus calles.
Para aliviar la situación, el Gobernador de Buenos Aires, JUAN JOSÉ DE VÉRTIZ Y SALCEDO el 2 de diciembre de 1774 ordenó pregonar un bando que establecía la instalación del primer sistema de alumbrado de la ciudad de Buenos Aires, mediante el uso de faroles con velas.
Primer alumbrado público (12/12/1774)
Aquellas primeras luces utilizaban velas de sebo muy similares a las actuales. En en los interiores de las casas, se colocaban en candelabros que se distribuían por todos los ambientes y para iluminar los frentes de las casas y los comercios, se utilizaban unos rústicos “faroles”, que eran unas simples cajas de madera cubierto uno o varios de sus frentes con papel, en cuyo interior se colocaba una vela, que quedaba así precariamente protegida del viento y la lluvia.
Para andar por las angostas calles era imprescindible ir acompañado de un “negrito farolero” (así le decían), que marchaba adelante llevando uno de estos “faroles”, para advertir acerca de pozos complicados y rejas peligrosas.
El bando emitido por VÉRTIZ Y SALCEDO contenía detalladas disposiciones y se nombraban “comisarios para el alumbrado”, quienes, a su vez, debían designar en cada cuadra un encargado de limpiar y encender faroles, pues esta tarea estaba a cargo de ellos.
Este cargo se daba al vecino o comerciante más cercano al farol y esta responsabilidad era una carga pública, y la falta de cumplimiento a las muchas disposiciones que debían cumplir, se castigaba con multa. El bando establecía, hasta en sus menores detalles, la forma de cuidar los aparatos de iluminación: cómo debían abrirse, cerrarse, limpiarse, colocarse las velas, y asegurarse para que el viento y el granizo no los perjudicasen.
Al negro esclavo que por encargo de su amo debía atender el farol y lo rompía, se le aplicaban cincuenta azotes, estando a cargo del amo las composturas del desperfecto y cualquier otra persona que dañase el farol era castigada con diez o quince pesos de multa.
Es evidente, que las autoridades, preocupadas por el incremento de la delincuencia que generaba la falta de luz en las calles, se desvivía impartiendo disposiciones para el uso y el cuidado de los faroles.
En 1780, el mismo VÉRTIZ, quien, ya como Virrey del Rio de la Plata volvió a Buenos Aires mejoró y reglamentó este servicio, considerando hasta sus últimos detalles.
Ordenó pregonar un bando que establecía la obligatoriedad de su instalación y dispuso que debía ser costeado por los vecinos que se beneficiaban con él, abonando a razón “de veinte centavos por puerta”. Por esta iniciativa VÉRTIZ es conocido como el “virrey de las luminarias”.
Con el tiempo los faroles fueron mejorando, se les agregó velas de estearina y el papel se reemplazó por vidrio, pero éstos solían ahumarse, lo que hacía que la iluminación, muchas veces fuera ilusoria. Pero a pesar de todos los esfuerzos que se realizaban, el sistema de atención por parte de los vecinos fracasó y así quedaban esos tristes faroles, sin velas, velados o rotos sus vidrios e inútiles para la función que se les confiaba.
En 1788, tratando de mejorar el alumbrado de las tenebrosas calles porteñas, VÉRTIZ “privatizó” el servicio, pero esto tampoco funcionó. En 1792, el Cabildo resolvió cambiar el alumbrado a vela por el de aceite, pero la falta de fondos malogró la iniciativa y así, las calles de Buenos Aires siguieron sin una buena iluminación
En 1797 los Cabildos de Buenos Aires y del interior, asumieron la administración del alumbrado público sin demasiado éxito en su gestión, ya que los vecinos se quejaban de que las velas que se entregaban, eran tan pequeñas que en mitad de la noche ya se habían consumido, dejando apagados los faroles, sin prestar utilidad alguna y que el mantenimiento, tarea que ahora estaba a cargo del Cabildo, era muy deficiente.
A comienzos de 1808, quedaban solamente alrededor de 700 faroles con velas de sebo, iluminando la ciudad de Buenos Aires, pero era un servicio que no satisfacía a nadie.
Primera experiencia de iluminación a gas (25/05/1823)
En noviembre de 1822, durante el gobierno de MARTÍN RODRÍGUEZ, llegó a Buenos Aires el ingeniero en hidráulica inglés JAMES BEVANS (1777-1832) y fue designado ingeniero en jefe del Departamento de Hidráulica que se había creado recientemente, por iniciativa de BERNARDINO RIVADAVIA.
El 25 de mayo de 1823, Bevans realizó en Buenos Aires el primer ensayo de iluminación a gas. Unos meses después, el 29 de junio de 1823, dirigió una carta a sus hijos (John, de 11 años, y Thomas, de 9), que habían quedado estudiando en un colegio de Londres.
Donde les describe este ensayo con gas hidrógeno bicarbonatado diciendo: «El mes de mayo, que es el de la independencia de este país, me encargaron de la iluminación de la plaza principal».
«Aunque el término que me dieron para esto, era de diez días, alcancé a iluminar con gas la casa de la Policía, trabajo que se realizó con elementos improvisados pues aquí no hay fundiciones y se carece de todo. Hice hacer letras con caños de fusil para formar la frase ¡Viva la Patria!».
«Proyecté e hice dos fuentes de agua cuyos chorros iluminé, ofreciendo un espectáculo que gustó mucho al pueblo y al gobierno. Tengo encargo de alumbrar con gas las principales calles de la ciudad y de construír un local para Mercado. Algunos se han resentido por mi éxito en la iluminación y he visto estropeadas, por tres veces, mis máquinas, lo que desmejoró algo el alumbrado que constó de 350 luces».
Los farolillos de BEVANS, alimentados con gas, fueron colocados también en el Cabildo, en la Pirámide de Mayo y en otros edificios que rodeaban la plaza.
Luego de este ensayo, MANUEL MORENO, hermano de MARIANO, que era químico, además de diplomático y había estudiado en la Universidad de Maryland (Baltimore) y que el 17 de abril de 1822 había sido designado por RIVADAVIA profesor de química en la flamante Universidad de Buenos Aires en 1827, logró encender cuatro lámparas de gas en su laboratorio y promovió así, sobre tales ensayos, una reforma que propuso al gobierno con miras a iluminar toda la ciudad con ese fluido.
Faroles de aceite (1840)
Para mejorarlo, luego de hacer nuevas y numerosas experiencias, se reemplazaron las velas por mecheros alimentados con aceite de semillas de nabo y hasta con grasa de yegua, combustibles que se utilizaron hasta 1869.
Recordemos que hubo épocas durante las cuales convivieron simultáneamente tres sistemas de iluminación distintos: con faroles a vela de sebo hasta 1853; con aceite desde 1840 hasta 1869 cuando fue sustituido por kerosene y desde 1856, a gas.
El sistema más resistido, fue el que utilizaba aceite, pues, debido a que el aceite que se empleaba para alimentar los faroles, generalmente era aceite de yegua, se veía afectada la sensibilidad de los porteños, sin olvidar que resultaba muy caro, pues las periódicas vedas impuestas al sacrificio de estos animales, producía escasez del producto y lo encarecía mucho.
Primera experiencia de iluminación eléctrica (03/09/1853)
El 3 de setiembre de 1853, se realizó en Buenos Aires la primera experiencia de iluminación eléctrica que tuvo lugar en el país. Por entonces la ciudad todavía se iluminaba con faroles alimentados con aceite y recién comenzaba a instalarse la iluminación a gas.
El autor del primer ensayo de luz eléctrica fue un dentista de origen francés llamado JUAN ETCHEPAREBORDA, que había nacido en los Bajos Pirineos en 1823 y apenas recibido llegó a estar tierras donde se estableció. Aquí logró ser uno de los más importantes profesionales en su especialidad y en 1852 fue nombrado examinador oficial para la reválida de títulos extranjeros.
Pero, además, de ser dentista, ETCHEPAREBORDA era un apasionado de las novedades científicas y técnicas y se mantenía bien informado gracias a la correspondencia que mantenía con muchos países del mundo.
Entusiasmado con los usos de la electricidad, que había visto en París durante una de sus estadías en la ciudad luz, el 3 de setiembre de 1853, realizó una prueba inicial en su propia casa, ante la presencia de varios profesores. El diario Tribuna comentó así el suceso: “… Es magnífico el efecto que produce esa luz sobre los muros de las casas, sobre los muebles y sobre los mismos rostros”.
Pocos días después, el 10 de noviembre, repitió la prueba en el Regimiento de Granaderos a Caballo y al año siguiente, el 25 de mayo de 1854, sorprendió a los porteños iluminando la Plaza de Mayo y el domicilio particular de FELIPE SENILLOSA, un vecino cercano que vivía al lado de la Iglesia de Santo Domingo (actuales Belgrano y Defensa)
Esta vez el diario contó así los hechos: “Con dos aparatos de luz eléctrica colocados sobre la Recova Nueva, con los cuales anonadó a los faroles de gas y aceite, enseñoreándose sobre la concurrencia que, atónita a la belleza de aquella aurora boreal, volvió los ojos hacia los focos brillantes, verdaderas maravillas de la ciencia humana”.
Más allá del estilo recargado del periodista, se comprende la admiración de los testigos. Todavía pasarían 30 años antes que se instalara la primera usina eléctrica que dio luz a la ciudad (29 de noviembre de 1893).
La ciudad de Buenos Aires con faroles de gas (1856)
No confiando aún en el empleo de la electricidad para iluminar la ciudad, en 1856 se dispone la instalación de gasómetros en diversos barrios de la ciudad, para abastecer de este fluido a los nuevos faroles que comenzaron a instalarse para el alumbrado público.
El gas se obtenía a partir de la combustión de la hulla, que llegaba en buques desde Europa, lo que gravaba enormemente su costo. Las primeras calles que contaron con este servicio fueron las calles Victoria, Bolívar y Chacabuco en la ciudad de Buenos Aires.
En la ciudad de La Plata se instaló el Primer alumbrado público con electricidad (1883)
Pese al éxito logrado por JUAN ETCHEPAREBORDA el 25 de mayo de 1854, las autoridades de Buenos Aires, no quisieron correr riesgos, por los peligros que estimaban podían traer a la población esta nueva tecnología, todavía no muy bien desarrollada.
Fue por eso, que la ciudad de La Plata, en 1883, gracias a la visión de sus autoridades, se transformó en la primera de América Latina, en contar con iluminación eléctrica en sus calles, ya que hacia allá fue ETCHEPAREBORDA con su usina y sus faroles y los instaló sobre la calle 7 de esa ciudad (imagen), para asombro de los platenses.
Mucho más tarde ya en en el tiempo, fue JORGE NEWBERY (1875-1914), quien vislumbró los beneficios del empleo de la energía eléctrica para el alumbrado público y desde su cargo como “Director del Servicio de Alumbrado Público”, en la Municipalidad de Buenos Aires, promovió el uso de las lámparas de filamento de tungsteno, para reemplazar las de carbón que se estaban utilizando.
MUY BUEN MATERIAL E INSTRUCTIVO, ESTOY PREPARANDO LA HISTORIA DE WILDE Y SOBRE LA ILUMINACION} ENTRE UNA DE LOS TEMAS} GRACIAS
Hola buenas tardes,
Estoy interesado en saber por qué el alumbrado antiguo que está en diferentes plazas y parques de la ciudad de Buenos Aires que son de color dorado en la punta tienen forma de una corona real más específica a una corona de un Duque o de un Márquez.
Señor Cubillos: No se si puedo responder a su pregunta con el escaso conocimiento que tengo acerca del tema de esas farolas que usted me comenta. Sí se, que alrededor de 1909 se importó de Francia una partida de farolas para iluminar las calles porteñas durante los festejos del Centenario. Eran negras y tenían, esa especia de corona que Usted menciona donde se unía el cuerpo de la luminaria con la horquilla que la sostenía. Estimo que en su origen francés, está la razón por la que estaban adornadas así, siguiendo diseños que imponía la moda. Para más datos le sugiero consultar «Farolas» en Google o en alguna dependencia de la Municipalidad de Buenos Aires. Ellos seguro saben más
Muy bueno! Intersantisimo!
La electricidad era de corriente continua o corriente alterna
Gracias por los conocimientos aportados