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EL OCASO DEL PRESIDENTE YRIGOYEN (01/04/1928)
En 1930, un HIPÓLITO YRIGOYEN desgastado por los años y las luchas que debió emprender, cae víctima de una revolución que pudo, lo que nunca pudieron los votos.
En 1927, habiendo finalizando hacía ya 5 años la primera presidencia de HIPÓLITO YRIGOYEN (1916-1922), en camino del relevo presidencial, un frente único «antiyrigoyenista» había prometido un programa de alto vuelo, con el que esperaba tutelar los intereses nacionales, como alternativa ilustrada, lejos de la politiquería populista del «Peludo».
Pero pudo más la adhesión sentimental y la fe que suscitaba el veterano caudillo. Sin prometer nada y sólo con su carismático empaque principista, entregado como siempre a la voluntad multitudinaria, en 1928, volvió a ganarles.
Yrigoyen volvió al poder agobiado por los años y con aquel absorbente personalismo que ya no estaba en condiciones de asumir. El mundo empezaba a conmoverse con una gran depresión económica que arruinaría la producción y el comercio, y con graves tensiones internas, que fantaseaban con regímenes autoritarios, como el de Mussolini en Italia.
Nuestra economía se sintió conmovida por una fuerte disminución de ingresos, al tiempo que aumentaban los gastos públicos, los quebrantos y la desocupación. Incapaz de asumir una actitud eficiente y enérgica frente a los acontecimientos, y sin apoyo parlamentario, el presidente quedó a merced de una despiadada oposición de la prensa y del Congreso, que corroyeron al poder público con más saña que visión.
La calle se llenó de rumores conspirativos. «¡Ha sonado la hora de la espada!», proclamaba LEOPOLDO LUGONES sin ambages. Los tiempos venían grávidos de cambios incalculables y así cayó el presidente Yrigoyen, víctima de la revolución que lo derrocó en 1930 (ver Revolución de 1930).