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HERNÁNDEZ, JOSÉ (1834-1886).
El más importante de los poetas gauchescos argentinos.Periodista e inspirado autor de “Martín Fierro”, quizás la obra cumbre de nuestra poesía gauchesca y testimonio fiel de una época que mostraba los rigores que imponía la búsqueda de nuestra nacionalidad.
Nació el 10 de noviembre de 1834 y existe una controversia acerca del lugar de nacimiento del poeta, pues algunos autores lo dan por nacido en la chacra de los Pueyrredón, un predio rústico de la provincia de Buenos Aires y otros lo ubican en la Chacra de Perdriel, en la actual Villa Billinghurst del partido de San Martín, también en la provincia de Buenos Aires.
Sólo realizó estudios primarios bajo la dirección de Pedro Sánchez y por razones familiares (hay quienes aseguran por su salud delicada) sus padres lo llevaron siendo niño a Camarones y Laguna de los Padres, lugares de su provincia natal, en la región actual de Mar del Plata, en una estancia en la cual su padre era mayordomo.
La vida de los gauchos le fascinó desde muchacho y aprendió a jinetear, tomando parte en varios entreveros, rechazando malones de indígenas “pampas”. Así se hizo gaucho, en el sentido cabal de la palabra, por valiente y bizarro. Se formó en los trabajos del campo y recogió la visión profunda del paisaje criollo, y nunca olvidó esas experiencias vividas durante su juventud. Fue, además, un hombre de excepcional inteligencia y la vida misma fue modelando esa personalidad, que unas veces lo hizo ciudadano eminente, y otras “gaucho” genial.
En 1853, a los diecinueve años de edad, ingresó en las filas del ejército. Poco después intervino en las acciones del Rincón de San Gregorio y del Tala. Años más tarde era sargento en Pavón y ayudante en la batalla de Cepeda. Se trasladó a Buenos Aires, donde comenzó a escribir en “La Reforma Pacífica”, de Nicolás Calvo. Estuvo a favor de la reunificación política de Buenos Aires y la Confederación bajo la Constitución de 1853.
En 1858, dada la situación del gobierno nacional, por razones políticas se vio obligado a trasladarse a Corrientes. Allí ocupó varios cargos en ese gobierno provincial, se desempeñó como Tenedor de Libros y continuó escribiendo. Volvió a Buenos Aires y en diciembre de 1861 se desempeñó como Secretario privado del presidente interino, el general Pedernera.
En 1863 publicó “Vida del Chacho” (biografía del “Chacho” o Ángel Vicente Peñaloza, líder de la guerrilla del noroeste). De 1864 a 1868 vivió en Rosario, provincia de Santa Fe. Luchó en Cepeda y en Pavón y finalmente retornó a Buenos Aires y trabajó como redactor en el diario “Nacional Argentino”, que respondía al gobierno de la Confederación con sede en Paraná. Pero cuando el gobierno cancela las suscripciones que lo financiaban, en 1869 abrió su propio periódico, el “Río de la Plata”, y construye una carrera política desde la prensa, como tantos otros en la época.
Pero pronto, las violentas críticas de Hernández a Sarmiento, dedicado aquel a la defensa de los gauchos, quienes por entonces eran objeto de severos ataques por parte del gobierno, ocasionaron la clausura de su periódico “El Río de la Plata” y en abril de 1870 se unió al caudillo rebelde Ricardo López Jordán cuando éste se levantó en armas contra las autoridades nacionales. Derrotado en Ñaembé (26 de enero de 1871), tuvo que emigrar al Brasil.
En mayo de 1871 estuvo por poco tiempo en Buenos Aires y se dice que en esa época, comenzó a escribir su obra máxima “Martín Fierro”, en una pieza que ocupaba en el “Hotel Argentino”, ubicado entonces frente a la Casa de Gobierno, cuando la terrible fiebre amarilla hacía estragos en la capital porteña y que según sus palabras, lo hacía «para combatir el tedio de la vida de hotel». La primera edición de esta obra, ciertamente la cumbre de la literatura gauchesca y una obra capital de la literatura argentina, editada como un folletín de 78 páginas con 2.136 versos octosílabos- salió a la calle a fines de 1872, cuando Hernández tenía 38 años.
El éxito fue rotundo: vendió unos 48 mil ejemplares, en total unas 11 ediciones. Lo leían los ilustrados y los peones en las pulperías. En 1874, al finalizar la presidencia de Sarmiento, cuando su obra “Martín Fierro” ya era muy popular y su autor despertaba elogios y hasta algunas críticas (por su defensa del gaucho), regresó a Buenos Aires y alentado por la repercusión que tuvo su obra, comenzó a escribir la segunda parte de esta saga que tituló “La vuelta de Martín Fierro”, donde domestica al gaucho y lo pone al servicio del estado roquista. “Quise contar los trabajos, desgracias y azares de la vida de un gaucho”, se excusó, entonces, Hernández. La primera edición de “La vuelta de Martín Fierro” fue de 20 mil ejemplares y sale con ilustraciones, en 1879, siete años después del primer Fierro y lo presenta ya como un escritor consagrado.
En 1875, publicó una nueva edición de “Vida del Chacho”, escrita en exaltación del caudillo “Chacho” Peñalosa, con el objeto de criticar la política de Sarmiento y su producción literaria se completa con “Instrucciones del estanciero”, un manual rural de buena información editado en 1881 y algunas pocas obras menores.
Al estallar la revolución de 1880, encabezada por Carlos Tejedor, abandonó sus quehaceres y se unió a Carlos Guido y Spano en la lucha, y se abocó a la dirección de la Cruz Roja. Después, normalizada la situación, llegó a ocupar un cargo en el Consejo Nacional de Educación, consejero del Monte de Piedad y del Banco Hipotecario Nacional. Prestó servicios como Diputado y Senador de la Legislatura provincial; favoreció la federalización de Buenos Aires como capital nacional y participó activamente, junto con Dardo Rocha, en la fundación de La Plata, nueva capital provincial.
“Yo he conocido cantores/ que era un gusto el escuchar;/ mas no quieren opinar/ y se divierten cantando;/ que es mi modo de cantar”. Como lo expresa a través de sus versos, Hernández tuvo más que una intención estética en su obra que fue, como toda su vida, una manifestación de protesta contra la injusticia. Era Hernández –según el retrato literario que de él ha hecho su hermano RAFAEL HERNÁNDEZ, hombre de voluminoso físico y gran fuerza.
De voz “de órgano de catedral”, una especie de gigante bondadoso, fervorosamente dedicado a la defensa de la causa de los humildes. El “Martín Fierro” es un poema combatiente, cuya eficacia testimonial fue enorme, pues se le debe, en mucho, la supresión del sistema de “levas” en el país. Falleció en su quinta de Belgrano, el 21 de octubre de 1886, atacado de una afección cardíaca, y en aquella época desempeñaba las funciones legislativas de senador.
Hasta cinco minutos antes de expirar estuvo en posesión de sus facultades mentales y terminó su vida hablando a su hermano, Rafael Hernández, que lo había acompañado en tantos sinsabores durante su azarosa existencia. “Esto se acabó, hermano”, le dijo y expiró exclamando: ¡Buenos Aires! ¡Buenos Aires! y sin sospechar que pasaría a la historia como el responsable de una obra fundamental de las letras argentinas.
Y si bien José Hernández pasa a la Historia por su “Martín Fierro”, el máximo poema nacional, no debe olvidarse que su vida presenta otros matices de sumo interés. Periodista, político, y propagandista, actuó en la escena pública del siglo XIX y protagonizó importantes debates, todo lo cual, no debe ocultar un aporte histórico de Hernández al derecho argentino sobre las Islas Malvinas, pues fue el pionero en la defensa de la soberanía de las Islas, un tema que hasta la década de 1930 no obtuvo verdadero interés periodístico ni político.
“Cuando entre 1841 y 1842, Manuel Moreno enviado por Rosas a Inglaterra para negociar el cierre de la deuda contraída con el Baring Brothers, puso sobre la mesa un posible canje de esa deuda por la soberanía de esas islas, nadie, salvo Hernández, alzó su voz. Hizo campaña desde su diario para esclarecer acerca de la legitimidad del reclamo argentino.
«Los pueblos necesitan del territorio con que han nacido a la vida política, como se necesita del aire para libre expansión de nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio es arrebatarle un derecho, y esa injusticia envuelve un doble atentado, porque no sólo es el despojo de una propiedad, sino que es también la amenaza de una nueva usurpación», escribió con total lucidez en las páginas de El Río de la Plata en 1869.
Su intención era llamar la atención de la dirigencia, de la opinión pública y puntualmente de los gobiernos de Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento sobre la cuestión. Se basa en información recopilada por un militar llamado Augusto Lasserre y le adjudica la pérdida de ese territorio a las circunstancias desfavorables en una época indecisa, cuando el país estaba tratando de organizarse tras las guerras de su independencia y en un tiempo de luchas internas entre unitarios y federales.
Las considera territorio prestado a los ingleses, un poco contra nuestra voluntad y las ubica como cruciales en lo estratégico porque su posición geográfica las hace la llave del Pacífico y por su proximidad a la costa sur de nuestro territorio; también por sus inmejorables puertos para el comercio y navegación, el valioso ramo de la pesca, la cría de ganados vacuno y lanar, para la cual se prestan maravillosamente sus fertilísimos campos. Citando a Lasserre, reconoce que las islas permanecen “poco o nada conocidas por la mayoría de sus legítimos dueños” y responsabiliza a los gobiernos por la invisibilidad del tema:
«No quiero dejar pasar esta oportunidad sin deplorar la negligencia de nuestros gobiernos, que han ido dejando pasar el tiempo sin acordarse de tal reclamación pendiente». A nivel informativo, agrega datos poco conocidos que acerca Lasserre, como que para entonces muy pocos argentinos permanecían en Malvinas: «Los que aun existen allí, no pasan de veinte, todos ellos empleados como peones o capataces en las estancias».
Aquellas publicaciones de Hernández en noviembre de 1869 son de una gran importancia histórica por sentar las bases de un reclamo que dura hasta nuestros dias. Unos años antes de su obra cumbre literaría, alerta como periodista a sus compatriotas y señala sin titubear: «Esos derechos no se prescriben jamás» (lo encomillado desde “Cuando entre 1841 y 1842 …” ha sido extraído de un artículo firmado por el periodista e historiador Diego Valenzuela)