HAMBRUNA Y VIOLENCIA EN EL REAL BUENOS AYRES (1541)

ISABEL DE GUEVARA, una de las mujeres que en 1536 llegaron con PEDRO DE MENDOZA a América, cuando en 1541, Buenos Aires fue despoblada por orden de IRALA, se dirigió a Asunción (ver Despoblamiento del Fuerte Nuestra Señora del Buen Ayre).

Llegó allí con los pocos sobrevivientes que habían quedado en esa devastada ciudad, y en 1556, le escribió una carta a la reina de España, dándole cuenta de sus penurias y solicitándole algunos favores, diciendo:

“Muy alta y muy poderosa Señora: A esta Provincia del Río de la Plata, con el primer gobernador de ella Don Pedro de Mendoza, habemos venido ciertas mujeres entre las cuales ha querido mi ventura que fuese yo la una. Y como la armada llegase al Puerto de Buenos Aires con mil e quinientos hombres y les faltase el bastimento, fué tamaña la hambre, que al cabo de tres meses murieron los mil”.

“Esta hambre fué tamaña, que ni la de Jerusalén se le puede igualar ni con otra ninguna se puede comparar. Vinieron los hombres en tanta flaqueza que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, ansí en lavarles las ropas como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, a limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas y cuando algunas veces los indios les venían a dar guerra, hasta acometer a poner fuego en los versos y a levantar los soldados, los que estaban para ello, dar alarma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados.

Porque en este tiempo —como las mujeres nos sustentamos con poca comida—, no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres. Bien creerá Vuestra Alteza que fué tanta la solicitud que tuvieron que, si no fuera por ellas, todos fueran acabados; y si no fuera por la honra de los hombres, muchas más cosas escribiera con verdad y los diera a ellos por testigos. Esta relación bien creo que la escribirán a Vuestra Alteza más largamente y por eso cesaré.

Pasada ésta tan peligrosa turbonada, determinaron subir el río arriba, así flacos como estaban y en entrada de invierno, en dos bergantines, los pocos que quedaron vivos.

Y las fatigadas mujeres los curaban y los miraban y les guisaban la comida trayendo la leña a cuestas, de fuera del navío, y animándolos con palabras varoniles: que no se dejasen morir, que presto darían en tierra de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines con tanto amor como si fueran sus propios hijos”.

“Y, como llegamos a una generación de indios que se llaman timbúes, señores de mucho pescado, de nuevo los servíamos en buscarles diversos modos de guisados porque no les diese en rostro el pescado, a causa que los comían sin pan y estaban muy flacos”.

“Después determinaron subir el Paraná en demanda de basti­mentos, en el cual viaje, pasaron tanto trabajo las desdichadas mujeres, que milagrosamente quiso Dios que viviesen por ver que en ellas estaba la vida de ellos; porque todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pecho que se tenía por afrentada la que menos hacía que otra, sirviendo de marcar la vela y gobernar el navío y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podía bogar y desagotar el navío”.

“Verdad es que a estas cosas ellas no eran apremiadas ni las hacían de obligación ni las obligaban, sí solamente la caridad. Ansí llegaron a esta ciudad de la Asunción que, aunque agora está muy fértil de bastimentos, entonces estaba de ellos muy necesitada, que fué necesario que las mujeres volviesen de nuevo a sus trabajos, haciendo rozas con sus propias manos, rozando y carpiendo v sembrando y recogiendo el bastimento, sin ayuda de nadie, hasta tanto que los soldados guarecieron de sus flaquezas y comenzaron a señalar la tierra y adquirir indios e indios de su servicio, hasta ponerse en el estado en que agora está la tierra”.

“He querido escribir esto y traer a la memoria de V. A. para hacerle y la ingratitud que conmigo se ha usado en esta tierra, porque al presente se ha repartió por la mayor parte, de lo que hay en ella, ansí de los antiguos como de los modernos, sin que de mi y de mis trabajos se tuviese ninguna memoria y me dejaron de fuera sin me dar indios ni ningún género de servicios”.

“Mucho me quisiera hallar libre para me ir a presentar delante de Vuestra Alteza con los servicios que a S.M. he hecho y los agravios que agora se me hacen, mas no está en mi mano, porque estoy casada con un caballero de Sevilla, que se llama Pedro de Esquivel”.

“…..  Suplico me sea dado mi repartimiento perpetuo y en gratificación de mis servicios mande que sea proveído mi marido de algún cargo conforme a la calidad de su persona, pues él, por sus servicios lo merece”.

“Nuestro Señor acreciente su Real vida y estado por muy largos años. Servidora de Vuestra Alteza, que sus Reales manos besa Isabel de Guevara. De esta ciudad de Asunción y de julio 2, 1556 años”.

Para más datos acerca de Isabel de Guevara y las indias, españolas, mestizas y criollas que estuvieron en la conquista y poblamiento de Hispanoamérica, ver «Mujeres de la conquista», de Lucía Gálvez, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1999.

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