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FRONTERAS INTERIORES. LITIGIO CON LOS ABORÍGENES (Siglos XVIII y XIX)
Ya desde fines del siglo XV, dos fronteras interiores del territorio que hoy ocupa la República Argentina, estuvieron especialmente afectadas por la lucha que por la posesión de las tierras, protagonizaron los aborígenes nativos con los españoles de la conquista primero y con los gobiernos nacionales, más tarde, cuando éstos, en busca de la consolidación de su soberanía sobre estos territorios, apelaron a la fuerza para doblegarlos, poniendo en marcha diversas expediciones, que fueron conocidas como las Campañas al Desierto.
Los ataques e invasiones de los aborígenes, se producían en dos frentes muy amplios, ambos en coincidencia con dos de las fronteras interiores más conflictivas del país.
Uno de ellos, era el limitado por la líneas de frontera interior, al sur de Buenos Aires y las poblaciones y establecimientos de la zona, instalados casi encima de la ciudad, debieron sufrirlos ya durante los primeros años de la conquista española, pues recién en 1600, se estableció la “Guardia de Morón” y en 1630 la “Guardia de Luján”, que se hallaba a 65 kilómetros de Buenos Aires.
El otro, era la llamada «Frontera Norte», que delimitaba el área boscosa del Chaco Austral, y que tenía como epicentro el norte de Santa Fe, el este y el norte de Córdoba, el este de Santiago del Estero y Tucumán y gran parte del noreste de la provincia de Salta.
Orígenes de la confrontación
En el año 1600 las naciones indias, naturales habitantes de los territorios ocupados hoy por la República Argentina, intensificaron su lucha para oponerse a la llegada de los españoles a lo que consideraba (con todo derecho), «su tierra», amenazando su supervivencia y sus costumbres.
Y fueron especialmente esas regiones de este inmenso territorio, donde las que se erigieron como escenarios principales de la lucha que entonces se entablo, a comienzos del siglo XIX, entre quienes defendían lo que era suyo y quienes llegaba con un afán colonizador para gloria de la corona de España.
En el sur, las tribus más belicosas (araucanos, aucas, boroganos, huilliches, mapuches, moluches), tenían prácticamente rodeada a la población de Buenos Aires. A 4 leguas de distancia, se encontraba el destacamento de la recién fundada “Guardia de Morón” y varias décadas debieron pasar hasta que se pudo levantar el “Fuerte de la Villa de Luján”, que se adentraba 65 kilómetros al oeste de Buenos Aires, como una avanza promisoria sobre la pampa.
Para 1750 los fortines y las pequeñas poblaciones, formaban ya una red de precaria seguridad en diferentes puntos del desierto, que dejaban libre el camino de Buenos Aires a Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza.
Y en el norte del país, en el llamado Chaco Austral, una región comprendida entre los ríos Pilcomayo, Paraguay, Paraná y Salado (conocida como el Gran Chaco), se hallaba habitada por diversos pueblos indígenas pertenecientes a las etnias de los guaycurúes (pilagaes, tobas y mocovíes), de los mataco-mataguayos (wichis, chorotes y chulupíes) y de las tribus tonocotés, tapietés, chanás y chiriguanos que mantenían una ancestral disputa con el hombre blanco por la posesión de las tierras que habitaban.
Rechazando todo intento civilizador y que, a partir de fines del siglo XIX, dominaban por el terror esos vastos territorios, mediante violentas acciones llevadas a cabo por las tribus más belícosas, que con sus correrías y asaltos a poblados, guarniciones militares y establecimientos de campo, mantenían en permanente zozobra a los pobladores, impidiendo la colonización de esas tierras.
La Frontera Sur
La “Frontera Sur” comenzaba sobre la costa atlántica, en la campaña bonaerense y terminaba en jurisdicción de Mendoza. Sobre esa dilatada línea, entre los años 1810-1820, se mantenían alrededor de 20 fortines que bordeaban primero el Río Salado de Buenos Aires y luego entraban directamente al desierto, defendiendo la zona noroeste de dicha provincia y luego se orientaba por el sur de Santa Fe y de Córdoba, para después entrar por la región centro-sur de San Luis y Mendoza.
Los destacamentos que componían esta extensa línea de fortines, se encontraban situados, tomando como punto de partida el lugar más próximo a la costa atlántica, desde Chascomús, Ranchos, Guardia del Monte, Lobos, Navarro, Luján San Antonio de Areco, Salto, Rojas, Mercedes (hoy Colón), Melincué, Loreto, Tunas, San Rafael (Córdoba), Punta del Sauce (actual La Carlota), Santa Catalina, Sampacho o San Fernando, San José del Bebedero, San Rafael (Mendoza), llegando por último al denominado “Fuerte San Carlos”, también ubicado en la región centro-sur de Mendoza (ver «Fuertes, Fortines y Comandancias»)..
Estas líneas de defensa, poco tiempo después se ampliaban a Carmen de Las Flores, Azul, Tandil, Bahía Blanca y otras poblaciones menores, dado el empuje que recibe la política de fronteras y el trato directo con las parcialidades aborígenes, que desde 1820 venía realizando el caudillo JUAN MANUEL DE ROSAS.
Digamos a este respecto que en 1819, solamente 39.258 Km.2 de los inmensos territorios que se hallaban al sur de Buenos Aires, se encontraban pacificados; la política pacificadora, centrada en tratados, acuerdos y prebendas aplicada por ROSAS, permitió la incorporación de 182.655 Km.2 a la soberanía nacional.
Las políticas del Presidente BARTOLOMÉ MITRE permitieron la incorporación de 116.667 Km.2; la Campaña de JULIO ARGENTINO ROCA agregó otras 236.628 Km.2 y finalmente, la aparición del fusil Remington y el empleo del cañón en las campañas que finalizaron en 1881, lograron terminar definitivamente con la resistencia indígena, agregando otras 310.307 Km.2 al dominio del hombre blanco.
Analizando el problema de la tenencia real de la tierra, no ya para la provincia de Buenos Aires solamente, sino para todo el país, observamos que las distintas naciones indígenas, entre los años 1810 y 1830, tenían la posesión real de 2.000.000 de kilómetros cuadrados y los pobladores criollos eran poseedores de solamente 800.000 kilómetros cuadrados del territorio.
Las tierras ocupadas por el indio estaban ubicadas en las actuales provincias de Tierra del Fuego, Santa Cruz, Chubut Neuquén, Pampa Central, sur de Mendoza, sur de San Luis y todo el sur y el oeste de Buenos Aires, Chaco, Formosa, el norte de Santa Fe, nordeste de Santiago del Estero y Salta.
A la población criolla-argentina sólo le quedaban íntegramente las provincias de San Juan, La Rioja, Catamarca, Jujuy, Entre Ríos y Corrientes. En las demás provincias, como Buenos Aires, Córdoba, San Luis, Mendoza, Santa Fe, Santiago del Estero y Salta, el criollo-argentino sólo ocupaba grandes regiones, quedando otras, como ya vimos, en poder de los aborígenes.
Desalojados los indígenas del territorio de Buenos Aires, lo mismo que de otras zonas del país, luego del año 1881 son perseguidos tenazmente en sus refugios de la cordillera, a través de Neuquén, Río Negro y Chubut. Las líneas de fortines son corridas hacia esas lejanas regiones y al finalizar la campaña contra los aborígenes del sur argentino en 1885, todos esos destacamentos se convierten en pequeñas poblaciones que se consolidan de manera definitiva con el transcurso de años.
La gran verdad que no puede ocultarse es que cuando el cacique araucano CAFULCURÁ, desde Chile cruza la Cordillera y se asienta en Salinas Grandes y forma su “Imperio Salinero”, sellando sus cartas y notas con el pomposo título de Emperador, demostraba un hecho real y contundente, porque cientos de miles kilómetros cuadrados estaban bajo su mando y lo defendía con varios millares de guerreros indígenas.
La Frontera del Chaco Austral
La línea de Fortines instalados a lo largo de la Frontera Norte en el Chaco Austral, que vigilaban y preservaban entre los años 1810 y 1820, todo el norte argentino, de las incursiones de los aborígenes del Chaco Austral, comenzaba en las cercanías de la actual ciudad d Santa Fe, en la margen norte del Río Salado y de allí seguía con pequeños destacamentos, ubicados en la banda sur de dicho río, hasta las proximidades de la ciudad de Santiago del Estero.
Luego remontaba casi en línea recta, por el Río Salado, hasta unos 200 kilómetros antes de la población salteña de Orán. Esta larga frontera estaba protegida e integrada por sólo 15 fortines, que unían prácticamente las poblaciones de Santa Fe y Orán, manteniéndose con muy ligeras modificaciones, hasta las últimas décadas del siglo XIX.
En el nordeste del territorio de Córdoba, existieron también varios fortines para contener, dentro de esa provincia, los malones de tobas, abipones y mocobíes, que causaban serios estragos en los pueblos y estancias de esa dilatada región cordobesa, comprendida desde la actual ciudad de San Francisco y la Villa de la Concepción, hasta el sur de Santiago del Estero.
También en la localidad de “El Tío”, se levantaba desde 1731 un pequeño Fortín al que le llamaban de “Nuestra Señora del Rosario”. En las orillas de Río Segundo, cerca de la Mar Chiquita, existió en 1753 otro Fortín que se llamaba “Fuerte del Rey” y que en el año 1785 pasó a llamarse “Fuerte o Presidio de El Tío”.
También por esa época y bastante cerca del “Fuerte del Rey”, existió otro destacamento de vigilancia y protección, llamado “Fuerte de San Francisco” que al realizarse las operaciones de conquista del Chaco Austral, fueron abandonados, por tratarse de una vieja línea de defensa interior, ya superada por los acontecimientos que allí se vivieron..
La entrada de las columnas expedicionarias al Chaco Austral se demoraron varios años; primero por los acontecimientos políticos que se desarrollaron en la nueva República del Plata, luego por la desdichada guerra con el Paraguay y más tarde, por las Campañas que se desarrollaron en los desiertos del sur.
Sin embargo, en medio de grandes vicisitudes, la integración del Chaco Austral comenzó a realizarse de manera activa a partir de 1870 con sucesivas expediciones que hicieron inoperante la antigua línea de fortines de Santa Fe hasta las cercanías de Orán en Salta, pues la constante movilidad de las fuerzas nacionales la tornó estratégicamente innecesaria.
Los nuevos destacamentos se distribuyeron de acuerdo con el avance de las columnas expedicionarias y con la incorporación de vastas regiones a la civilización del hombre blanco; con sus caminos, telégrafos, nuevos pueblos, vías ferroviarias y el incremento de las actividades agropecuarias y fabriles que decretaron el fin milenario de los valientes hijos de esas tierras.
En las primeras décadas de nuestro siglo, la Nación Argentina ubicó sus fuerzas en las zonas limítrofes a Paraguay, desmantelando definitivamente los viejos fortines en toda el área del Chaco Austral (“Caciques y Capitanejos en la Historia Argentina”, Guillermo Alfredo Terrera, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1986).