El petizo de los mandados
En las casas más o menos alejadas de los pueblos, solían tener un petizo para que los muchachos de la casa hicieran los mandados con mayor rapidez. A este pobre caballito, le tocaba galopar a cada rato y por cualquier necesidad que se presentara. En él, los pequeños jinetes iban al almacén, al correo, a la tienda, a buscar leña y siempre a la disparada. Era costumbre además que después de haber hecho todos los mandados, los muchachos fueran a visitar a sus amigos o se juntaran para correr con sus petizos. Los peones cuando eran ocupados para hacer diversos trabajos de apuro, se quejaban diciendo “… me tienen como petizo de los mandados”.