EL PALACIO BAROLO EN BUENOS AIRES (07/07/1923)

El 7 de junio de 1923, fue inaugurado el Palacio Barolo, (también llamado «Pasaje Barolo» ), el extraordinario edificio del barrio Congreso en la ciudad de Buenos Aires, que fue en su época el más alto de América latina. Y así fue hasta que en 1937 surgió el Cavanagh.

Cuando en 1922 la construcción alcanzó su punto máximo a 100 metros de altura, los vecinos se mostraron preocupados y muchos afirmaron que el rascacielos se movía peligrosamente. Sin embargo, a pesar de los agoreros, todavía se levanta en la Avenida de Mayo 1370 formando parte del paisaje de la ciudad de Buenos Aires.

“El Barolo” no es un simple edificio de propiedad horizontal, sino una gran mole blanca, moldurada extrañamente, que alberga a abogados, publicistas, escribanos, inmobiliarias, además de clubes náuticos y fotográficos, asociaciones provinciales, redacciones de revistas y hasta oficinas de información turística. Un verdadero “mangrullo” de hierro y cemento que permite una increíble vista panorámica de la ciudad de Buenos Aires.

La obra fue financiada por el millonario italiano LUIS BAROLO que llegó a la Argentina en 1890 y amasó su fortuna con el comercio de textiles. BAROLO encargó la construcción al arquitecto italiano MARIO PALANTI que había desembarcado en la Argentina en 1909, un hombre de gran imaginación a quien también se le debe el Hotel Castelar de la Avenida de Mayo, residencias particulares y un palacio casi idéntico al «Barolo» levantado en la plaza Independencia de Montevideo. Cuando volvió a Italia, PALANTI se llevó los planos del Palacio Barolo por lo que no figuran en los catastros municipales (ver Barolo, Luis).

El “Palacio Barolo” ocupa un terreno de 470 metros cuadrados y en su construcción, se emplearon casi dos millones de ladrillos y 700.000 kilos de hierro, quizás los únicos materiales locales que se utilizaron, porque todo el resto de ellos, según lo impusiera el mismo Barolo, fueron traídos del exterior, según lo relataran directivos de empresa “Wayss y Freitag”, que fue la encargada de su construcción.

Los revestimientos de granito fueron hechos por la empresa “Otto Detrermina”, los revoques de piedra de París, fueron confecionados en los talleres de SAMUEL SALINAS, los trabajos de escultura los hizo el artista EDUARDO CERANTONIO y desde los vitreaux, los tronillos y los vidrios que se importaron de Alemania hasta el mármol de Carrara de las escaleras y las tapas de los interruptores de luz que vinieron de Inglaterra, absolutamente todo tuvo que ser importado..

Los patios, en los pozos de aire, tienen 65 metros cuadrados de superficie, lo que explica la excelente ventilación e iluminación natural que posee el Palacio.

El recorrido de los ascensores es de 400 metros en total, con una capacidad para el transporte de 100 personas, aunque por razones de seguridad y para evitar el innecesario desgaste de rieles y motores, no llevan más de 10 personas cada uno por viaje. Las tuberías tienen una extensión de 25 kilómetros y los zócalos de 11 km.

Hay dos montacargas, además del que va desde el piso 14 hasta la torre, que es manual. Cuenta con 5 baños por piso, con un total de 120. En la cúpula del Pasaje, pueden leerse (grabadas, como se estilaba entonces), sentencias moralizadoras, escritas de latín, algunas de las cuales son de clásicos romanos, iluminadas por farolas dotadas de artísticos sostenes.

El edificio está coronado por una torre que tiene un faro giratorio usado para anunciar grandes acontecimientos como la pelea FIRPO-DEMPSEY en setiembre de 1923. Se había establecido que si ganaba el argentino se encendería la luz verde y si ganaba el estadounidense se prendería la roja, que fue la que tristemente vieron los argentinos.

Sin duda, lo más característico del edificio es el llamado “Pasaje Barolo”, precursor de las actuales galerías comerciales modernas, que multiplican el espacio útil y los negocios, dando a la vez, circulación interna entre manzanas del centro de la ciudad.

Sus espacios generosos, sus imaginativas bóvedas, su salida umbrosa a la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), permiten ver los quioscos coronados por cúpulas de vitrales con resabios de “art nouveaux”. Hacia arriba, la mirada tropieza con las inscripciones en latín que hemos mencionado, muchas de ellas referidas a la propia obra: “La forma es la unidad de toda belleza”.

Nadie sabe más que el autor, sobre su propia obra”, “Para que lleve su nombre en presencia de las gentes”, o la atribuída a Virgilio “Así vosotras, abejas, hacéis la miel, no para vosotras mismas”

Todo el edificio en si, es un mudo testimonio, una veradera reliquia romántica de los años locos”, tiempos en que madame ROSINI estrenaba en el Teatro Ópera de la calle Corrientes, la revista “Pour vous plaire”, mientras ENRIQUE MUIÑO y ELÍAS ALIPPI planeaban una gira por Europa y LUIS ÁNGEL FIRPO volvía a Buenos Aires en en vapor “Southern Cross” y ORFILIA RICO le dedicaba una función de gala.

Hoy en el «Barolo» se reciben más de mil cartas por día y se tardan horas en clasificarlas para su reparto. Hubo una época en que se alquilaban oficinas por ocho pesos mensuales, con limpieza, ventiladores para el verano y estufas para el invierno incluídos.

En el barroquismo sensual del Barolo se advierte, tal vez, la amalgama tan habitual en la Argentina, entre lo italiano y lo español. Enclavado en la más hispana de las avenidas porteñas, el edificio se alza pleno de puntillas de concreto como un enclave ligur entre restoranes cántabros y bares que parecen tascas, con tapas y manzanillas, ecos de zarzuelas y acentos de rías gallegas. Es una vieja fortaleza, un enigmático perfil de hormigón que bien podría ser el escenario de alguna película de realismo fantástico.

“El Barolo” vive en la Avenida de Mayo, con sus terrazas laberínticas que hospedan pájaros y sueños. Su estilo, tal vez sea excesivo, si se quiere, recargado, múltiple, tenazmente curvo, con extrañas reminiscencias de arquitectura indostánica o árabe, pero a la vez, destila un encanto milianuchesco, como si Dédalo, el arquitecto griego, le hubiera soplado al oído de PALANTI, la inspiración que le motivó el laberinto de Creta.

Al contemplar al «Barolo», se percibe en la boca un sabor añejo y dulzón, como de “moda nostalgia”, que las palomas del cercano Congreso y de la Plaza Lorea, visitantes habituales de su cielo, se encargarán luego de esparcir por toda la Avenida de Mayo (ver El Barolo y la Divina Comedia).

2 Comentarios

  1. juli

    Hola! Gracias por la nota es muy interesante. Una pequeña corrección, la Galería Güemes queda en Florida al 100. Es bellísima, pero es otro edificio.

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    1. Horacio (Publicaciones Autor)

      Juli: Gracias por su corrección. Se nos deslizó un error que ya hemos subsanado.

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