EL MATADERO DE ESTEBAN ECHEVERRÍA (1839)

Para referirnos a El Matadero,  la obra quizás cumbre de de la narrativa  de ESTEBAN ECHEVERRÍA, hemos reproducido párrafos de un texto de J.C.Martini Real, por considerar que el mismo, más allá de su contenido crítico de la obra, es un fiel relato de las circunstancias y los protagonistas de una época, fin principal de esta página, el arcón de la historia.

En las postrimerías de los  años ’30, resistiéndose a la idea de abandonar el país («emigrar equivale a inutilizarse para la Nación, es la muerte»), ESTEBAN ECHEVERRÍA se refugia en Los Talas, donde permanece dos años: allí escribe El Matadero”, presumiblemente entre 1838 y 1839.

El relato perdurará inédito durante más de tres décadas, perdido entre la desolación y los papeles. Como el misterio exacto de un mensaje enviado a la pos­teridad, recién en 1871 fue editado..

La obra de ESTEBAN ECHEVERRÍA anticipa y establece los núcleos y matices ideológicos que luego Alberdi, Mitre, Sarmiento, Mármol y hasta Eduardo Gutiérrez desarrollaron en sus diversas escrituras, aun desconociendo la existencia de este fantasmático original. Más allá de las cronologías y de la fundación genérica del cuento argentino.

“El Matadero expone y contiene el decurso (emblemático) de toda una literatura. Ya sea leído como el reverso visceral o el.compendio del “Dogma Socialista”  o como una metáfora del  gobierno de Rosas bajo esa sentencia final del relato («el foco de la Federación estaba en el Matadero»). Esta pequeña obra de arte, acaso despareja o algo rústica, permite descubrir otras claves y significaciones no ‘menos escandalosas y demoradas.

Es decir: la vigencia de “El Matadero” rebasa el testimonio histórico y promueve, al mismo tiempo, una intriga ficcional, en donde la realidad no constituye una escenografía de paso, sino su propio enigma a descifrar: la condición legitimada de una verdad que siempre se escurre entre bambalinas, como un protagonista innominado”.

En cierto sentido, el fervor romántico y la toma de partido del narrador, le dan sustento a la virulencia del drama. En el plano de la ficción, se preanuncia el remanido lema de «Civilización y barbarie», del que Echeverría es, indudablemente, en el recuadro de la generación del ’37, su primogénito gestor.

Más tarde. Sarmiento teorizará el apotegma hasta la exaltación falaz. Lo paradójico de El Matadero”  reside en esa dicotomía de «malos y buenos», de «feos y hermosos», de «buen y mal decir», en que el narrador se ve complicado y donde el sujeto biográfico (Echeverría) perfila un compromiso tan sospechoso como alarmante.

Porque el tema central del relato, el que articula esa visión dantesca del matadero, es el mismo narrador que no pone distancia, el que da cuenta y simultáneamente concluye enredado en las imágenes que persigue, atraído por un encantamiento casi voraz. Como si se jugara el propio pellejo de ECHEVERRÍA, entre los inters­ticios y los fulgores de un deseo incesante.

Está dicho, Echeverría procuraba una síntesis, fue el primero que habló de una estética nacional, de una fusión de elementos y de una ética: «La poesía entre nosotros no ha llegado a adquirir el influjo y la prepotencia moral que tuvo en la antigüedad, y que hoy goza entre las cultas naciones europeas; pre­ciso es, si se quiere conquistarla, que

Todo sucede (es de creer) en 1838, en plena cuaresma religiosa. Sumado a una escasez de carne en Buenos Aires, la lluvia y una inundación no permiten llegar vacunos al Matadero de la Convalescencia. La ironía del narrador se atiene a describir un auténtico (aunque sarcàstico) cuadro costumbrista, hasta que una tropa de cincuenta novillos puede eludir el aislamiento, y entonces empieza a desenredarse la verdadera acción progresiva del relato.

En la matanza, un toro escapa del matadero y los sucesos se precipitan: un niño es degollado por un lazo accidental, en la corrida, un inglés se cae de su caballo, la fiesta se prolonga por veinte cuadras en distintas direcciones. Al fin el toro termina apresado y, ya de regreso al lugar de la historia, Matasiete le da muerte de una diestra cuchillada.

Cuando todo parece haber concluido, un unitario entra en escena y es capturado por la gente del matadero. Allí se formaliza la estructura decisiva del cuento. Estamos en pleno realismo, en una secuencia, por lo terrible y cruda, pocas veces delineada en las letras argentinas.

El desenlace, además de la vejación del joven, va a desembocar en el asesinato político. La muerte imprevista del unitario impide que el relato persista con una situación insostenible. Sin embargo, el espectáculo del terror ya ha sido narrado. “El Matadero”, como cuento, se convierte así en un desollado planfleto político. Primera lectura no tan desacertada, pero mezquina en los alcances de la profundidad y la resonancia del relato de Esteban Echeverría.

 

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