CEPO, ESTAQUEADA Y OTROS CASTIGOS (SIGLO XIX)

El gaucho, que como dijera C. O. Bunge en su obra “Nuestra Patria”, no era ni matrero, ni sumiso respetuoso de la Ley. Ni vago, ni esforzado trabajador; ni altanero, ni fiel y ni adúltero. Porque fue eso y mucho más y entre ello hubo, como es lógico en todo grupo humano, gente trabajadora, honrada y laboriosa y otros, que desviados del camino de la Ley, debieron ser castigados, aunque también muchos, injustamente caídos en desgracia ante las autoridades policiales, corrieron la misma suerte.

A éstos, una justicia no siempre justa, les caía con todo su rigor y los medios de que valían para enderezarlos, o simplemente doblegarlos, eran varios y todos ellos, de una extremada crueldad. Comentaremos sólo tres de ellos simplemente como ejemplo, agregando que  estos “actos de justicia”, siempre iban acompañados por alguna “paliza” descargada por los captores del infractor, que seguramente se atrevían a propinarle, cuando estaba bien asegurado e indefenso.

El cepo. Como castigo físico, se aplicaba por cualquier delito, sea cual fuere su importancia. El “cepo de madera” era un instrumento formado por dos fuertes trozos de madera dura, con dos o tres molduras semicirculares labradas en cada uno de ellos y unidos por una bisagra, que se cerraba con un candado (A). Al juntarse las maderas, las molduras formaban un círculo, que era por donde quedaba aprisionado (por el cuello o los pies, o por el cuello y las muñecas), el prisionero (B).

Cuando la “milicada” estaba en campaña y no disponía de este cepo de madera, cualquier palo fuerte o hasta un fusil, le servían. Lo colocaban por detrás de las rodillas dobladas del reo; pasaban sus brazos por debajo de los extremos sobrantes y le ataban las muñecas entre sí, por delante de las rodillas (C). Esta posición forzada a la que lo obligaban, hacía que el sufrimiento, pronto lo hiciera desmayar. Otra variante de esta tortura era el “cepo de lazo” (D). En este, se utilizaba un lazo o maneador, que se ataba por un extremo a un árbol o a una estaca firmemente clavada en la tierra. En mitad de ella, se hacían dos medios bozales que aprisionaban los tobillos del reo. Se estiraba la soga y el extremo libre se ataba a otro árbol o estaca. Asegurado de esta firma, el preso no podía escapar.

La estaqueada. Este castigo consistía en estirar al reo en el suelo, con los brazos y piernas abiertos y bien extendidos , asegurados sus tobillos y muñecas por medio de tientos a cuatro estacas o bayonetas firmemente clavadas en la tierra (E). También podía ser que ataran al prisionero a una gran rueda de carreta (F).

La retobada. Cuando “la autoridá” debía llevar “sin cuidao” a algún criollo “peligroso”, se lo “retobaba” (G). Es decir, se lo envolvía en cuero mojado desde el pecho hasta la cintura, apretándole los brazos. Cuando el cuero se secaba, se ceñía de tal forma, que el dolor y el ahogo le quitaban el sentido (ver El gaucho rioplatense).

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *