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CALFUCURÁ, JUAN (1780?-1873)
JUAN “PIEDRA AZUL” CALFUCURÁ, nació en Llaima, en el “Ngulu Mapu”, actual República de Chile, aunque otra versión sitúa su nacimiento entre Pitrufquén y el Lago Colico, también en el actual territorio chileno, posiblemente entre 1760 y 1780.
Era, por lo tanto, un “moluche occidental desde el punto de vista de los mapuches asentados al este de la Cordillera de los Andes, posiblemente “hulliche” o “pehuenche” con algo de sangre huilliche, ya que al llegar a las pampas en territorio argentino, vino acompañado precisamente de jinetes de esos grupos étnicos.
Era hijo del cacique HUENTECURÁ (piedra de arriba), uno de los jefes que en 1817 había ayudado al general JOSÉ DE SAN MARTÍN en su epopéyico cruce de los Andes. Era hermano de ANTONIO NAMUNCURÁ (pie de piedra), del poderoso toqui mapuche SANTIAGO REUQUECURÁ, que fue el líder de numerosas tribus pehuenches, que podía poner en pie de guerra más de 2.500 hombres.
Conocido por la Historia como el «Señor de las Pampas», CALFUCURÁ fue un talentoso y hábil conductor en la guerra, que adaptó la organización militar huinca, al mundo aborigen. Apoyó su poder en la caballería y en sus numerosos “guerreros de lanza”, muy superiores en número a nuestras reducidas tropas de las fronteras del desierto.
Se destacó por su astucia política, habilidad diplomática y pragmatismo en las vinculaciones con los gobiernos y con las autoridades de las fronteras internas. Logró beneficiosos tratados y mantuvo la iniciativa en sus relaciones con los blancos (huincas).
Cacique general de la Pampa
Hacia 1830 o 1834 (no se tiene confirmado este dato), CALFUCURÁ cruzó la Cordillera de los Andes, en busca de mejores condiciones de vida para los suyos y llamado por los caciques borogas (también oriundos de Vorohué, Chile, pero ya asentados en territorio de las Confederación Argentina) que, habiendo incumplido los acuerdos que tenían con la provincia de Buenos Aires, recibían constantes reclamos y amenazas por parte del gobernador JUAN MANUEL DE ROSAS, se instaló en Salinas Grandes (entre la Pampa y Buenos Aires).
Su espíritu belicoso, sus aptitudes como guerreros y su idioma de rara perfección, claro, fácil y bello, sin inflexiones guturales, que se convierte rápidamente en la “lingua franca” de la Pampa, les hizo muy fácil ejercer un absoluto dominio sobre las etnias nativas, los tehuelches y los pampas, entre otros. Y fue a partir de entonces que se inicia un largo y penoso período de nuestra Historia, conocido como el de las “Campañas al Desierto”, también llamado “la Conquista del Desierto” por algunos historiadores (ver Las Campañas al Desierto»).
RONDÓ, ALÓN y MELÍN, y tal vez CAÑUQUIR, CAÑUILLÁN y algunos otros caciques boroganos que habían llamado y pedido protección a CALFUCURÁ, luego de parlamentar y acordar la paz con JUAN MANUEL DE ROSAS, Gobernador de Buenos Aires, se opusieron terminantemente a que CALFUCURÁ pasara a malonear a la provincia como era su intención y eso provocó la ira de CALFUCURÁ, que se sintió traicionado.
La tensa situación así creada entre los caciques araucanos, explotó cuando trascendió que habían ejecutado en Tandil al cacique TORIANO, muy estimado por CALFUCURÁ y el 9 de setiembre de 1834, éste reúne un “parlamento indio” en Masallé y allí mismo, asesina a los caciques RONDÓ y MELÍN que no aceptan plegarse a la campaña de violencia que propone. Descabezados los borogas, le fue fácil ganar el mando, pero fue esa matanza, hecha a traición, lo que ha ensombrecido su memoria.
Después de matar a los caciques borogas, se autoproclamó jefe de los boroganos, notificó a los demás caciques de la región que por la voluntad del dios Guenechen, él se había erigido en jefe supremo del gobierno de las Salinas Grandes y se constituyó en el auténtico “Cacique General de la Pampa”, dándole un nuevo giro a lo que se llamó la “Araucanización de la Pampa” (siglos XVI al XIX) movimiento durante el cual, los aborígenes chilenos en gran número, cruzaban a nuestro país y anexaban a los tehuelches (llamados generalmente pampas).
Estos hechos demuestran palmariamente que, entre los pueblos habitantes de la Pampa y la Patagonia septentrional, no había unidad sino un estado de paz armada entre las tribus, que se quebraba al menor indicio de desconfianza provocando constantes guerras entre las diversas tribus. La venganza llevada a cabo por CALFUCURÁ contra los borogas, le permitió a ROSAS agrandar la brecha entre los indios de distintas tribus, señalando a CALFCURÁ como el gran enemigo de los borogas y enemigo del gobierno, alentando a este pueblo a unirse contra CALFUCURÁ.
Los borogas reaccionaron a la matanza de sus jefes y auxiliados por tropas gubernamentales de la Fortaleza Protectora Argentina y sus aliados aborígenes encabezados por VENANCIO COÑOEPÁN, enfrentaron a CALFUCURÁ y lo obligaron a huir.
En 1835, CALFUCURÁ nuevamente en Salinas Grandes (sudeste de la actual provincia de La Pampa), formó una nueva confederación indígena que llamó Chillué o Chilihué (cuya traducción quizás sea «Nueva Chile»), compuesta por mapuche-araucanos, ranqueles, pampas, salineros y otros pueblos más, de la cual fue líder indiscutido y se lanzó a la guerra.
Luego de organizar e incrementar así sus fuerzas, en 1837, al mando de mil guerreros derrotó al cacique mapuche llegado de la Araucania, RAILEF, que regresaba a su tierra luego haber lanzado un malón sobre Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, llevando un arreo de 100.000 cabezas de ganado, producto de sus pillajes.
Luego de matar a RAILEF, CALFUCURÁ masacró a 500 de sus guerreros en Quentuco, sobre el río Colorado y se apoderó del ganado. Su prestigio se extendió rápidamente y así ganó adhesión entre los mapuche-araucanos chilenos que comenzaron a llegar en grandes grupos y por décadas, fue el terror de las pampas, por sus malones y por su habilidad para combatir a las tropas regulares.
A partir de entonces, dominó un extenso territorio que involucraba a la mayor parte de la provincia de Buenos Aires, San Luís, el sur de Mendoza, y las actuales Neuquén, Río Negro y La Pampa. Su estratégica ubicación en las Salinas Grandes del Sur, una zona especialmente apta para el pastoreo, le otorgaba además, la ventaja de poder ejercer un estricto control de las “rastrilladas”, es decir de las rutas comerciales mapuches en las pampas, y de las salineras, cuyo producto, la sal, era fundamental en aquella época, para la conservación de la carne.
Conocía muy bien la Pampa y la Patagonia, especialmente las rastrilladas que comunicaban la provincia de Buenos Aires y Chile. Pilar fundamental de su poder fue el triángulo estratégico Salinas Grandes (residencia, cuartel general, nudo de comunicaciones y área de valor económico por sus recursos salineros); Carhué (zona de pastos para alimentar caballos y ganado saqueado) y Choele Choel (paso clave de la “rastrillada” hacia Chile).
Muy atento a los conflictos del período 1835-1873, CALFUCURÁ forzó a los gobiernos de turno a firmar Tratados de Paz aprovechó las desinteligencias políticas de los blancos cristianos, y continuó con sus invasiones (con o sin tratados), especialmente sobre la provincia de Buenos Aires, abundante en ganado, pastos y aguadas. CALFUCURÁ consolidó su poder político y militar sobre la Confederación de Salinas Grandes, y se convirtió en auténtico amo y señor del vasto Desierto de Pampa y Patagonia entre 1835 y 1873.
La buena relación de ROSAS con CALFUCURÁ, recién se dio después de 1841, cuando el feroz cacique se convenció de la imposibilidad de imponerse sobre los huincas. Hasta ese momento, CALFUCURÁ había sido el más acérrimo enemigo de ROSAS, como lo fueron los caciques ranqueles YANQUETRUZ, Y PAINÉ y otros caciques de origen pehuenche y huilliche.
ROSAS entonces le otorgó a CALFUCRUÁ el rango de coronel del ejército de la Confederación Argentina y entró en alianza con él, como ya Lo había hecho con otros muchos borogas, tehuelches y huiliches, firmando un pacto por el que debía recibir anualmente 1500 yeguas, 500 vacas, bebidas, ropas, yerba, azúcar y tabaco. Estas mercancías eran redistribuidas por el cacique entre sus aliados, particularmente entre sus pares arribados del oeste de la cordillera, que cubrían sus espaldas de un posible ataque de rivales.
Luego de pactar la paz con Buenos Aires, durante la década de 1840, CALFUCURÁ consolidó su dominio sobre la región pampeana, aliándose con los principales caciques aborígenes. Así fue que incorporó a sus fuerzas, a las del ranquel PAINÉ, a los manzaneros de SAYHUEQUE, a los tehuelches de CASIMIRO BIGUÁ, a los wenteches (arribanos) de la Araucanía del cacique QUILAPÁN y por medio de estos con los pehuenches de PURRÁN, quienes controlaban los pasos cordilleranos.
Y fueron estas alianzas las que le permitieron enfrentar por muchos años y con bastante éxito a los ejércitos chileno y argentino y a sus rivales indígenas, que no aprobaban sus acciones, como lo fueron los nagches o abajinos de COLIPI y COÑOEPÁN en la Araucanía, CATRIEL (quien supo estar aliado con CALFUCURÁ durante mucho tiempo, como lo fue en la batalla de Sierra Chica) y COLIQUEO en la pampa.
Caída de JUAN MANUEL DE ROSAS
El 3 de febrero de 1852, el mismo CALFUCURÁ, al mando de sus guerreros, combatió formando parte de las fuerzas de JUAN MANUEL DE ROSAS, en la batalla de Caseros. Pero, al día siguiente, poniendo en claro su disgusto por la caída de ROSAS, con 5.0000 de sus guerreros atacó Bahía Blanca y se alzó con 65.000 cabezas de ganado y a partir de entonces, hizo la guerra al nuevo gobierno establecido.
La pacificación alcanzada hasta el momento con casi todas las tribus de distintos orígenes, y especialmente con CALFUCURÁ, se perdió así irremediablemente. La paz en las fronteras y el negocio pacífico con los aborígenes, se destruyó por completo y definitivamente. Aquel mítico soberano de la pampa, que había alcanzado la paz con los huincas, volvió entonces a la barbarie y al azote de los malones.
En 1854, cambiando de actitud para con las nuevas autoridades, deseoso de congraciarse con JUSTO JOSÉ DE URQUIZA, envió a su hijo MANUEL NAMUNCURÁ a Paraná, sede oficial de la Confederación Argentina, quien se convirtió al catolicismo.
Pero sus intenciones de buscar la paz, no tenían correlato con sus actitudes y el 13 de febrero de 1855 al mando de 5.000 guerreros lanza un ataque sobre la ciudad de Azul y luego de matar 300 de sus pobladores y arrasar la ciudad, se lleva 150 cautivas y 60.000 cabezas de ganado.
En mayo de 1855, BARTOLOMÉ MITRE, siendo Ministro de Guerra de la provincia de Buenos Aires, decidido a poner fin a sus tropelías, organizó una fuerza que se llamó “Ejército de Operaciones del Sur”. Con sede en Azul, estaba Integrado por 3000 soldados de las tres armas y 12 piezas de artillería. Fue puesto al mando del general MANUEL HORNOS, y se le dio la misión de lanzar una campaña contra CALFUCURÁ, buscando en sus mismas tolderías, aún más allá del arroyo Tapalqué, en el sur de la provincia (ver Propuesta de Mitre al cacique Calfucurá)
CALFUCURÁ fue perseguido entonces por BARTOLOMÉ MITRE, a quien, el 31 de mayo de 1855 enfrentó y venció en la batalla de Sierra Chica (cerca de Olavarría), empleando una estrategia, que a partir de entonces le valió ser conocido como “el Napoleón del desierto”.
El ataque nocturno que había planeado MITRE, derivó en un combate a plena luz del día, en que los indígenas utilizaron la táctica de retirada fingida para obtener una victoria. El ejército de Mitre, sitiado por los indígenas, debió huir de noche y a pie, abandonando la artillería y gran parte de los caballos, y habiendo sufrido 17 muertes y 234 heridos.
En setiembre de 1855, luego de que fuerzas de CALFUCURÁ invadieran las estancias próximas al Cantón de San Antonio, el coronel BARTOLOMÉ MITRE, dispuso que el comandante NICANOR OTAMEDI, al mando de una fuerza compuesta de 80 hombres de su Escuadrón y 50 Húsares al mando del capitán CAYETANO RAMOS, marchara hacia San Antonio de Iraola.
El 11 de setiembre OTAMENDI y su tropa llegan al Cantón que ya había sido abandonado por su antigua guarnición y allí se instalan. Cuando amanece el 13 de setiembre, comienza a colorear los campos del oriente, una fuerza de más de dos mil aborígenes rodeando el corral de palo a pique donde OTAMENDI y sus hombres han tomado posición, encerrándose en él, junto con sus caballos. Luego de una feroz resistencia todos los hombres de OTAMENDI y él mismo, junto con su segundo, el capitán RAMOS, son sacrificados (ver El escuadrón inmolado).
El 29 de octubre de 1855 CALFUCURÁ se enfrenta con el general HORNOS y lo derrota, en la batalla de San Jacinto, entre las sierras de San Jacinto y el arroyo Tapalqué y luego de esta victoria las fuerzas de CAFULCURÁ atacaron los pueblos de Cabo Corrientes, Azul, Tandil, Cruz de Guerra, Junín, Melincué, Olavarría, Alvear, Bragado y Bahía Blanca, sembrando el terror en esas comarcas.
El ejército de CALFUCURÁ en 1856 ya era estimado en 6000 guerreros: 1500 ranqueles, 2000 «pampas», 1000 «chilenos» (seguidores de él mismo y los caciques CAÑUMIL, QUENTRIEL y demás), 800 araucanos (traídos desde el otro lado de los Andes) y 700 pehuenches. Esto era una prueba clara del control del cacique de un amplio y variado territorio, aunque, curiosamente, jamás contó con guerreros aportados por su principal aliado VALENTÍN SAYHUEQUE, ya que éste no participaba en acciones realizadas por otros caciques, acatando quizás, consejos de la diplomacia porteña, que buscaba así evitar que las numerosas huestes de manzaneros apoyaran a los pampas en una acción conjunta, que sería devastadora.
CALFUCURÁ, dando una nueva prueba de su osadía y su desprecio por la capacidad combativa del “huinca”, en junio de 1970, lanzó un gran malón compuesto por cerca de 6.000 lanzas contra la ciudad de Tres Arroyos y la arrasó. Luego, en octubre hizo lo mismo en Bahía Blanca, matando medio centenar de criollos, secuestrando numerosas cautivas y robando 80.000 cabezas de ganado.
Llegada hasta ese puno la situación en las fronteras con los aborígenes, el gobierno de Buenos Aires se decide finalmente a encarar una solución definitiva para el problema del indio, pero, la guerra con Paraguay (1865-1870) y el conflicto del Litoral (1870-1871) determinaron que el gobierno de Buenos Aires, descuidara las fronteras interiores y eso fue aprovechado por los aborígenes para realizar sus incursiones en busca de ganado.
A través de caminos bien definidos (llamados “rastrilladas”), los aborígenes llevaban el ganado robado desde la provincia de Buenos Aires hacia Chile, donde era vendido o intercambiado por armas de fuego (la principal rastrillada era el Camino de los Chilenos), actividad que además de perjudicar los intereses de los pobladores criollos, afectaba la relación de la Confederación Argentina con Chile.
El 5 de marzo de 1872, CALFUCURÁ, ya anciano, inició la mayor invasión conocida hasta el momento sobre la provincia de Buenos Aires, para lo cual reunió 6.000 aborígenes. El poderoso cacique buscaba un golpe contundente para afianzar su prestigio y desalentar los proyectos del gobierno nacional de explorar el Río Negro y ocupar Choele Choel, clave en su triángulo estratégico.
Entre el 5 y el 8 de marzo de 1872, CALFUCURÁ arrasó los partidos bonaerenses de 9 de Julio, 25 de Mayo y Alvear. Sus fuerzas se apoderaron de numeroso ganado (entre 150 mil y 200 mil animales), se llevaron 500 personas cautivas y asesinaron 300 pobladores.
El encargado de enfrentar aquella gran invasión fue el general IGNACIO RIVAS, quien desde 1870 se desempeñaba en la provincia de Buenos Aires como Comandante General de la Frontera Sur, Costa Sur y Bahía Blanca.
El combate de San Carlos
El general RIVAS partió desde su comando en Azul el 6 de marzo de 1872 hacia la zona del fuerte San Carlos, donde los aborígenes continuaban sus actividades y preparaban su regreso a Salinas Grandes, vía “Camino de los Chilenos”.
Iba con su escolta y al mando del batallón 2 de infantería, el regimiento 9 de caballería y aborígenes aliados del cacique pampa CATRIEL. Antes de partir, sofocó sublevaciones aborígenes en las filas de Catriel y del teniente coronel LEYRÍA.
En San Carlos se hallaba el coronel JUAN BOERR con el batallón 5 de infantería, Guardias Nacionales de 9 de Julio, vecinos bonaerenses y aborígenes aliados del cacique mapuche-araucano Coliqueo.
Para anticiparse a las fuerzas de CALFUCURÁ y cerrarles el paso hacia Salinas Grandes, el general RIVAS se dirigió hacia “Cabeza del Buey”, zona de aguadas que aprovecharían los invasores, donde los esperaría para batirlos. Por errores del baqueano, las fuerzas nacionales se perdieron en la inmensa campaña. Corregido el rumbo, marcharon hacia el fuerte San Carlos, por pedido del coronel BOERR, quien temía ser sitiado allí.
En la madrugada del 8 de marzo de 1872, el general RIVAS llegó al fuerte San Carlos y allí se reunieron 1.800 hombres, la mayoría aborígenes aliados. Los coroneles BOERR y NICOLÁS OCAMPO (comandantes de las Fronteras Oeste y Sur de Buenos Aires, respectivamente) y los tenientes coroneles NICOLÁS LEVALLE y FRANCISCO LEYRÍA que eran veteranos de nuestras guerras civiles, del Paraguay y de la lucha contra el aborigen.
Confirmado el rumbo de las fuerzas de CALFUCURÁ hacia Salinas Grandes, el general RIVAS marchó para cerrarles el paso y darles batalla. Así organizó sus fuerzas: sobre el ala derecha los aborígenes de CATRIEL; al centro (coronel OCAMPO) el batallón 2 de infantería y el regimiento 9 de caballería; ala izquierda (coronel BOERR) conformada por el batallón 5 de infantería, los aborígenes de COLIQUEO, los Guardias Nacionales de 9 de Julio, vecinos bonaerenses y el regimiento 5 de caballería; en la reserva (teniente coronel LEYRÍA) se quedaban los Guardias Nacionales y otros aborígenes.
CALFUCURÁ contaba con 3500 aborígenes “de lanza”, entre mapuche-araucanos, ranqueles, pampas y salineros. Organizó tres formaciones principales de 1000 aborígenes cada una y una reserva de 500, que mandaban MANUEL NAMUNCURÁ (derecha), los caciques CATRICURÁ y PINCÉN (centro), el cacique RENQUECURÁ (izquierda) y el cacique Mariano Rosas (reserva). De sus 6.000 aborígenes, 2500 transportaban ganado hacia Salinas Grandes y no contaban para el combate.
En la mañana del 8 de marzo de 1872 comenzó el combate, en el paraje Pichi Carhué, al norte de San Carlos. Las fuerzas del general Rivas combatieron a pie, y CALFUCURÁ ordenó a sus aborígenes dejar los caballos (una de sus fortalezas) para enfrentar a las fuerzas nacionales de igual a igual. Nuestras tropas hicieron fuego con carabina y fusil, pero la lucha se convirtió en encarnizado entrevero, un choque cuerpo a cuerpo, a bayoneta, lanza, sable y boleadora, hasta que finalmente, quebrada la resistencia de los aborígenes, éstos emprendieron una desordenada retirada (ver «Combate de San Carlos»).
Según el general RIVAS, “fue el más reñido y sangriento combate, sin ejemplo en estas guerras”. “El más espléndido de cuantos hasta hoy se han conseguido sobre estos crueles enemigos, con el cual se ha quebrado por primera vez, y acaso para siempre, el poder salvaje de CALFUCURÁ que por tan dilatados años ha sido el azote devastador de nuestras fronteras”; para EDUARDO GUTIÉRREZ, fue “la más reñida batalla en la guerra de los indios de la que se tenga memoria” (ver «El escuadrón inmolado»).
La victoria de San Carlos inició la declinación del poder de CALFUCURÁ y de sus devastadoras incursiones. Su prestigio de a poco se apagó, y sus posteriores acciones no tuvieron la fuerza arrolladora de otras épocas.
Finalmente, el 4 de junio de 1873 CALFUCURÁ falleció en Chilihué. En su testamento advirtió: “No entregar Carhué al huinca”. Su hijo MANUEL NAMUNCURÁ (padre de Ceferino), asumió la conducción de la Confederación de Salinas Grandes, pero no recuperará la fuerza de su ilustre antecesor.
En San Carlos de Bolívar, dos murales en la terminal de ómnibus y el nombre de una avenida, recuerdan la figura de JUAN «PIEDRA AZUL» CAFULCURÁ y todavía, por esas tierras, circula la leyenda que asegura que tenía dos corazones o que tenía a su servicio a un “witranallwe” (jinete fantasmal) que le ayudaba en las batallas y que cuando era niño, Calfucurá había recibido una pequeña piedra “cherüwfe” (meteorito) de color azul de manos de un “huecufú” (espíritu maligno), que lo había convertido en invencible.
ESTANISLAO S. ZEBALLOS escribió lo siguiente acerca de este personaje: “Cinco mil jinetes a las órdenes de Calfucurá operaban al día siguiente de Caseros en divisiones comandadas por sus tenientes Cachul, Catriel, Namuncurá, Raipil, Carupán, Calvuquir y Cañumil. Cachul y Catriel rompían los tratados con sus lanzas y tomaban a saco el pueblo de Azul. En 1855, tres años después de la caída de Rosas, este ejército dominaba por completo las vegas pintorescas de Olavarría, el fecundo llano del Azul y las pampas de Córdoba, de Cuyo y Santa Fe. La naciente ciudad de Azul había sido asaltada y tomada por Calfucurá, que se retiró después de matar a trescientos vecinos en las calles.
El clamor de las víctimas resonó en Buenos Aires y el militar de más talento y mayor prestigio de la provincia, el coronel BARTOLOMÉ MITRE, ministro de Guerra, partió para el Azul, a mover sobre los indios las mejores tropas del Estado. Nuestro ejército fue rodeado, acosado, acribillado, cargado con pasmosa audacia por lanceros desmontados, que morían sobre los gallardos batallones de Arredondo, Martínez, Rivas, Mitre, Vedia, Ocampo, Paunero, Conesa y otros bravos, terminando en fracaso este primer intento por llevar la paz al desierto.