BARRIO RETIRO (BUENOS AIRES)

El sector de la ciudad de Buenos Aires conocido hoy como Barrio Retiro, ya desde el siglo XVII era conocido como “el retiro”, por estar ubicado allí un monasterio-retiro construído por el Gobernador HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA en 1602. Cien años después el lugar se convirtió en mercado de esclavos y en 1801 se traslado a ese predio la Plaza de Toros que estaba en Monserrat.

Según dicen los tradicionalistas MANUEL BILBAO y JULIO B. JAIME ROSPIDE la entrada quedaba por la actual calle Sargento Cabral y allí, durante los meses de primavera y verano, concurría lo más calificado de la sociedad porteña, ocupando los palcos altos, mientras que el pueblo se ubicaba en las galerías.

Hasta la carroza del virrey CISNEROS, gran aficionado al ruedo, solía dirigirse por Florida rumbo al Retiro. La Plaza, colmada, seguía tensa y vibrante los altibajos de la lidia, a partir del toque de clarín que precedía a la aparición del alguacil con su clásica vestimenta, que solicitaba la llave para abrir el toril, hasta que el toro ya sangrante, era arrastrado y el torero se adelantaba entre los aplausos y vítores delirantes de la afición, que premiaba así, la exitosa faena.

El Retiro tuvo luego otros destinos: SANTIAGO DE LINIERS usó esta plaza de toros como una  bases de operaciones para la reconquista de la ciudad de manos de los ingleses en 1806 y luego se convirtió en cuartel con  los sucesivos nombres de “Campo de la Gloria” y “Campo de Marte”.

Algunos años después el lugar le fue cedido al Coronel SAN MARTÍN para ser utilizado como cuarteles y campo de instrucción para sus granaderos a caballo, núcleo del ejército de los Andes que más tarde cruzara la cordillera para darle la Libertad a Chile.

MANUEL GÁLVEZ, en su obra “El gaucho de los Cerrillos”, alude a su gran capacidad. Allí se alojaban varios batallones, pese a lo cual, un enviado de LAVALLE que llegó al lugar en cumplimiento de una misión que se le encomendara, se asombró del silencio reinante y llegó a temer una emboscada.

Durante la época de ROSAS o quizás antes, fue también cárcel y a ella fue enviado IGNACIO THORNE, como cuenta HÉCTOR PEDRO BLOMBERG en “La Mazorquera de Monserrat”, luego de ser detenido en Barracas por el comandante CUITIÑO, sanguinario jefe de esa siniestra organización represora.

Con la inauguración de las líneas ferroviarias y sus respectivas Estaciones construídas en terrenos ganados al río, la consagración de la Plaza dedicada ha honrar al Libertador General SAN MARTÍN, mediante la instalación en ella de la estatua ecuestre que lo recuerda, la erección de la Torre de los Ingleses y la construcción del Plaza Hotel, se modificó la fisonomía de la zona.

Recordemos también que en cumplimiento de esa reestructuración del lugar que se había dispuesto, estaba incluído el traslado de la estatua del negro Falucho y la desaparición de la callejuela homónima, decisiones ambas que fueron muy resistidas, sobre todo por parte de un poeta vecino del lugar llamado RAFAEL OBLIGADO, que alegó en un poema, que Falucho era un negro de los que fueron/ con San Martín, de los grandes/ que en las pampas y en los Andes/ batallaron y vencieron, y contó en décimas su fusilamiento en el Callao, empuñando la bandera y gritando: «¡Viva Buenos Aires!»

Las obras literarias que representen a esta Plaza, quizás serán tan polifa­céticas y cambiantes como su realidad objetiva, pero lo mejor será empezar por la estación Retiro, y mezclar algunas criaturas de ficción al torrente humano que por allí se vierte a diario sobre la ciudad.

LEÓNIDAS BARLETTA, en “La ciudad de un hombre”, retrotrae a la primitiva estación con su techo de dos aguas, su oscuro vestíbulo, el estrépito de las carretillas cargadas hasta el tope y los jadeos convulsos de las locomotoras.

Allí, en la estación Retiro, toma su tren MAURICIO GÓMEZ HERRERA, el inescrupuloso político con que ROBERTO PAYRÓ culminó su saga picaresca. Ha sido invitado a un “garden-party” que ofrece una rica heredera, en Olivos, y no es cuestión de rechazar ningún peldaño que lo ayude a encaramarse socialmente.

En los andenes, entre el ajetreo de la partida y llegada de los trenes, las parejas de enamorados se despiden con melancólica mirada o gesto de impaciencia; con desolación o alborozo; con rutinaria languidez o conte­nido impulso.

Hoy, caminar por esta Plaza, es como pasear por París, pero en Buenos Aires. Sus alrededores  son una zona elegida por familias adineradas pertenecientes a la sociedad de la primera década del siglo XX.

La aristocrática avenida Alvear, la Plaza Pellegrini con la Embajada de Francia, el Jockey Club, el Palacio Paz, hoy sede del Círculo Militar y otros tantos palacetes aún siguen allí, como testimonios mudos de una época que ya pasó, pero que dejó su impronta en una ciudad que es faro de cultura y progreso en América.

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