LA CIUDAD DE LOS CÉSARES (00/11/1528)

La leyenda de «Trapalanda» o de la «Ciudad de los Césares», nació en el Valle de Conlara, desde que fuera supuestamente descubierta por el capitán FRANCISCO CÉSAR en noviembre de 1528.

Pero antes de llegar a lo que entonces pasó, debemos recordar que tanto GABOTO, como MAGALLANES y antes que él, SOLÍS, cuando vinieron a América, traían claras y definidas misiones de exploración, conquista y colonización, pero todos ellos, secretamente traían además, la orden de buscar las fabulosas existencias de oro, plata y piedras preciosas, que a partir del regreso del primer viaje de COLÓN, había encendido la codicia de gobernantes y aventureros.

Marineros que habían regresado de ese primer viaje, contaban que habían visto asombrados el oro y la plata con los que se adornaban algunos de los aborígenes que apresaban y que sabían de un tal MATEO MARTINIC que habría encontrado un inmenso tesoro de oro, plata y piedras preciosas en una fabulosa ciudad fundada por un pueblo muy rico que había logrado huír del Perú, antes de la llegada de los españoles para instalarse más al sur.

A partir de entonces, monarcas y aventureros, atraídos por la seducción de estas ricas y exuberantes tierras, pobladas por hombres inmortales, que las llamaban «La Sal» y «Linlín», decidieron emprender viajes de exploración hacia el sur del nuevo Continente.

Cuando en julio de 1526, SEBASTIÁN GABOTO llegó a América y desembarcó en la Isla “Santa Catalina” (Brasil), venía con la misión de recorrer los mares y territorios explorados por MAGALLANES, llegar a las Molucas y recoger a los náufragos de otras expediciones que encontrara en su camino, pero poco le duró la decisión de cumplir con esas órdenes (ver La Expedición de Gaboto).

En “la Santa Catalina”, recibió nuevas y más exageradas noticias difundidas por ALEJO GARCÍA, sobre la existencia de un país gobernado por un rey blanco y le hablaron de la fabulosa “Sierra de la Plata”, que poseía riquezas extraordinarias y que por eso, le decían, los portugueses habían llamado Río de la Plata al río descubierto por Solís.

Desde ese momento, la obsesión por hallar aquel país fabuloso dominó su vida. Tentado por lo que suponía era algo digno de investigar, GABOTO traicionó las capitulaciones firmadas con el rey y se despojó de las responsabilidades que éstas le imponían y decidió seguir la búsqueda por su cuenta.

La decisión de detenerse en el Río de la Plata llevó a la oposición a los españoles Martín Méndez (su teniente general), de Miguel de Rodas (piloto de la nave capitana) y de Francisco de Rojas (el capitán del otro buque), por lo que, el 20 de febrero de 1527, GABOTO, sin detenerse a considerar la racionalidad de esas informaciones que recibiera, dejando abandonados sin víveres y entre indios hostiles, a los oficiales disidentes, que no aceptaron este cambio de planes, siguió viaje y a fines febrero de 1527 llega al actual Río do la Plata (ver Las Penurias de Gaboto).

Comienza una frenética actividad en busca de su quimera. Recorre la costa oriental del Río de la Plata, y se encuentra con Francisco del Puerto, ex marinero de SOLÍS, ahora experto en lengua guaraní y conocedor de la región, quien se ofreció a conducirlos río arriba para buscar las sierras de la plata (Luego los abandonaría).

Cruza El Río de la Plata y entra en el río Carcarañá, que según se le decía “descendía de las sierras donde comenzaban las fabulosas minas de oro y plata” que estaba buscando y allí, para defenderse de los indígenas charrúas, cuya ferocidad ya le era conocida, el 9 de junio de 1527, en tierras de a actual provincia de Santa Fe, funda el “Fuerte Sancti Spíritus”, estableciendo así el primer asentamiento español en el Río de la Plata, donde por primera vez, se unieron españoles y mujeres indígenas (ver El Fuerte Sancti Spíritus).

Nace la leyenda de la Ciudad de los Césares
Y fue desde ese Fuerte que en noviembre de 1528, GABOTO envió una serie de partidas de exploración en busca de esas fabulosas «sierras de plata», dando origen a la Leyenda de la «Ciudad de los Césares” o “Trapalanda”.

Una de estas expediciones partió al mando del capitán FRANCISCO CÉSAR, quien, siguiendo el curso del río Tercero en la actual provincia de Córdoba, luego de pasar la sierra de los Comechingones (sierras situadas entre Córdoba y San Luís), llegó hasta el valle de «Conlara», donde halló un pueblo de gente con un alto nivel cultural y allí se encontró con algunos náufragos de la expedición de SOLÍS, que le refirieron haber oído de la existencia de grandes riquezas en las montañas andinas

Tres meses después, ya de regreso en el Fuerte, relató entusiasmado lo que habían escuchado y seguramente magnificados, transmitieron, estos relatos que mencionaban las fabulosas existencias de piedras preciosas, oro, plata e increíbles tesoros que estaban al alcance de la mano de quien quisiera apoderarse de ellas.

Estas circunstancias y estos relatos fueron los que posteriormente, distorsionados por la fantasía, forjaron la «Leyenda de la ciudad de los Césares» y muchos fueron entonces los que se lanzaron a su búsqueda.

“La conquista de Perú por Pizarro en 1533, con los soberbios tesoros incas que asombraron a Europa, vino a confirmar ese rumor que había enloquecido a los españoles y entonces, la búsqueda, cobró un nuevo impulso.

Dónde estaba Trapalanda?
Más tarde, al promediar ya el siglo XVI, los españoles que se encontraban en América, empeñados en la conquista y colonización de los territorios ocupados por la Capitanía de Chile y el Virreinato del Río de la Plata, comenzaron a hacerse eco de esos rumores que se referían a una misteriosa ciudad que se decía se hallaba en las faldas orientales de los Andes, en un impreciso lugar, quizás ubicado en los 35° ó 36° de latitud austral.

Pero la cartografía de la época, la ubicaba preferentemente al este del Desaguadero y al sur de San Luis, como lo indica la carta que en 1556 publicó SANSÓN DABBEVILLE.

La fama de Trapalanda se agigantó con el paso de los años y los muchas veces fantasiosos relatos de náufragos y avivados y en 1579 su historia parecía coincidir con «la noticia que se tiene de la provincia que llaman de Linlín, tierra rica en minas de plata», atribuída en 1579 a H. MONTALVO.

En una prolija indagación promovida en 1587 por RAMÍREZ DE VELASCO, los testimonios señalaban hacia las sierras de San Luis. Pero como cabía admitir que la quimérica «Ciudad de los Césares» estuviera más al sur, de donde llegaban reminiscencias de desembarcos europeos (como el de NARBOROUGH en San Julián, en 1670), R. MARTÍNEZ SIERRA propuso la posibilidad de que el topónimo «La Sal» aludiera a las salinas del sur mendocino, hasta donde llegaban los mapuches, en sus «jornadas de la sal» y que Trapananda o Trapalanda haya derivado de «trapal», que en mapuche significa totora, planta de lugares cenagosos, en cuyo caso podría aludir a los bañados que hay en dicha región.

En 1703, DE L’ ISLE sitúa «Los Césares» entre los 44° y 45°, junto a la cordillera y en 1707, S. A y . DE ROXAS, aseguraba haber visto la encantada «Ciudad de los Césares» diciendo: «la anduve y toqué con mis manos» y en 1774, un tal PIWER juraba por su vida que existía, y que sus pobladores blancos eran inmortales.

Hacia 1791, se asomó desde Chile FRAY MENÉNDEZ y creyó encontrar nuevos datos reveladores de la existencia de la ciudad de los Césares “con los que embriagó al Virrey del Perú”, pero, tras afanosas idas y venidas, su esperanza quedó vacía. La Trapalanda no estaba en ninguna parte; a no ser en las consejas antañonas y en los sueños de imaginar hallazgos fabulosos (ver Europa sueña con el tesoro de los Césares).

Pero las dudas que generaba la ambigüedad de tales relatos se disipó, cuando se supo que un grupo de españoles capitaneados por SEBASTIÁN DE ARGÜELLO, que se habían salvado del naufragio en el estrecho de Magallanes de una nave que formaba parte de la expedición de FRANCISCO DE CAMARGO (1540), habrían marchado hasta las montañas andinas, estableciéndose junto a un lago, en convivencia pacífica con los indígenas, algunas de cuyas mujeres habrían tomado como esposas.

Dos de estos españoles, PEDRO DE OVIEDO y ANTONIO DE COBOS habían llegado en 1543 a Concepción y declararon ante el Licenciado JULIÁN GUTIÉRREZ DE ALTAMIRANO, Teniente General del Reino de Chile, que “eran sobrevivientes del naufragio de marras y que procedían de la población formada con posterioridad, de la que habían huido tras verse comprometidos en un homicidio”. La noticia no demoró en difundirse y ser tenida por verídica.

Esta versión fue la que acabó por consolidarse y predominar en la memoria colectiva haciendo que las otras perdieran importancia y acabaran olvidadas.

Así se desarrolló y tomo vuelo y adquirió visos de verdad la leyenda de la “Ciudad de los Césares” o de “los Césares de la Patagonia”, o “Ciudad Encantada de la Patagonia” (1).

Diferentes nombres que la imaginería popular le fue adjudicando, al tiempo que se le iban adosando más y más detalles y fantasías, llegándose hasta a asegurar que los pobladores de ese mítico lugar, poseían el don de la felicidad y la vida eterna, pues eran depositarios de la famosa “Fuente de la Juventud”.

Una búsqueda pertinaz
En su búsqueda incursionaron después de GABOTO, SIMÓN DE ALCAZABA Y SOTOMAYOR, un cosmógrafo portugués al servicio de Carlos V que obtuvo el derecho de conquista y explotación de Nueva León, una gobernación al sur del Perú que ocupaba parte de las actuales Chile y Argentina, se lanzó a la búsqueda de Trapalanda y su aventura fue un desastre que terminó con un motín y murió asesinado por su tripulación (ver El asesinato de Simón de Alcazaba).

También la buscaron el Gobernador GERÓNIMO DE ABREU en 1575 desde el Tucumán; JUAN DE GARAY en 1582 y HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA en 1605 desde Buenos Aires; GERÓNIMO LUIS DE CABRERA en 1622 desde Córdoba y NICOLÁS MASCARDI en 1662/1673 desde el lago Nahuel Huapí, entre otros.

Pero nunca nadie encontró nada de eso que soñaban encontrar. Lo que si encontraron, los incontables aventureros que atraídos por esos relatos, vinieron a hacerse la América a estas tierras en aquellos años de conquista y locura, fue su destino, muchas veces trágico.

Algunos perdieron el rumbo y vagaron por años, perdidos en la selva y en muchos casos la vida, pero a pesar de todo, numerosos expedicionarios durante más de dos siglos, siguieron soñaron con este prometedor encuentro.

(1). también conocida como «Ciudad errante», «Trapalanda», «Trapananda», «Trapalandia», «Lin Lin» o «Elelín» y en 1529 al quedar asociada a «Yúngulo», patronímico y topónimo de la región, comenzó a llamársele también «la Noticia de Conlara o de Yúngulo».

Fuentes:La Ciudad Encantada de los Césares”. Enrique de Gandía, Buenos Aires, 1933; “La Ciudad de los Césares: origen y evolución de una leyenda (1526-1880)”. Patricio Estellé y Ricardo Couyoudmjian, Revista “Historia” Nº 7, Santiago  de Chile,  1968); “La ciudad encantada de la Patagonia”. Ernesto Morales, Buenos Aires 1944; “Desventuras en la Historia”. Martín Cagliani, Buenos Aires, 2007; “En la ciudad de los Césares”. Luis Enrique Délano, Buenos Aires, 1939; “Derroteros y Viajes a la Ciudad Encantada o de los Césares que se creía, existiese en la Cordillera, al Sud de Valdivia”. Pedro de Angelis, Buenos Aires, 1836; “La Patagonia mágica”. Néstor Tomás Auza, Ed. Marymar, Buenos Aires 1977. Para más información sugerimos buscar Bibliografía acerca de este tema en Bibliografía sobre la ciudad de los Césares)

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