RIVADAVIA, BERNARDINO (1780-1845)

Estadista unitario que trató de desarrollar e institucionalizar la nueva nación argentina de acuerdo con las ideologías europeas liberales de principios del siglo XIX.

Rivadavia presidente: el mulato que soñó con tener una constitución y una capital y terminó sus días solo y amargado :: EL HERALDO - Edición digital

Fue el primer Presidente de la Nación Argentina (1826-1827). Su nombre completo era BERNARDINO DE LA TRINIDAD GONZÁLEZ RIVADAVIA.

Nació en Buenos Aires el 20 de mayo de 1780 y sus padres fueron el abogado español Benito González Rivadavia, abogado de la Real Audiencia y oriundo de Galicia, y María Josefa de Jesús de Rodríguez y Ribadeneira, porteña, aunque también de ascendencia gallega.

Corto de estatura, de piel morena y de rasgos no muy agraciados, fue sin embargo un hombre pulcro y de suaves maneras que logró concitar la atención de sus contemporáneos, con su palabra y sus argumentos.

En 1812, un testigo de la época describe así la forma de vestir de Bernardino Rivadavia: “El señor Rivadavia: viste correctamente y con esmero. La casaca redonda y el espadín del traje de etiqueta oficial que de diario lleva cuando ejerce algún puesto público, el calzón tomado con hebillas y las medias de seda negra, ponen en evidencia la escasísima armonía de su figura, sin que él lo tome en cuenta, por que viste con más arreglo a su decoro que a su figura”.

A los seis años quedó huérfano de madre y ya adolescente, ingresó en el Colegio de San Carlos con su hermano Santiago. Más tarde, cuando su hermano marchó a Córdoba, a proseguir sus estudios, Bernardino siguió en Buenos Aires los cursos de filosofía y teología, que abandonó en 1803.

Cuando se produjo la segunda invasión inglesa en 1807, se alistó en la 6º Compañía del Tercio de Voluntarios de Galicia en la que actuó con el grado de teniente y fue ascendido a capitán por su eficaz comportamiento.

Los sucesos del 1º de enero de 1809 (primera conspiración de Álzaga), que le impidieron usar su flamante traje de alférez real, lo empujaron a la causa de Liniers y fue uno de los más inflexibles jueces de los conjurados

En agosto de 1809 se casó con Juana del Pino, hija del marqués del Pino, ex virrey del Río de la Plata, y con la que tuvo cuatro hijos: José Joaquín (o Benito), Constancia, Bernardino y Martín.

En el Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, votó en favor de los revolucionarios, aunque no fue hombre de la primera hora ni de la primera fila, aunque apoyó las ideas liberales de Mariano Moreno contra las más conservadoras de los partidarios de Cornelio Saavedra y fue su sucesor indiscutido después de su muerte.

Al producirse la revolución del 5 y 6 de abril de 1811, en la que los “saavedristas” obtuvieron el dominio del gobierno patrio, aludiendo a su parentesco con el jefe de la escuadra realista, Juan Ángel Michelena, la Junta de Seguridad lo encontró sospechoso por lo que se dispuso que saliera de la ciudad y fuera confinado en la guardia del Salto, pero luego se cambió de opinión y Rivadavia fue enviado en misión diplomática a Europa, para pedir ayuda para la independencia argentina.

A su regreso, como ya gozaba de cierta popularidad entre los que habían hecho la revolución de setiembre de 1811 (ver Motín de las trenzas), cuando se formó el primer Triunvirato, fue designado Secretario de Guerra, sin voto.

Más tarde llegó a desempeñarse como Triunviro, en reemplazo de uno de los titulares que había renunciado y ya en las alturas del gobierno, puso en marcha un plan político, que se vería interrumpido, pero no modificado: el centralismo bajo la hegemonía de Buenos Aires.

Influyó en la promulgación del Estatuto que liberaba al poder ejecutivo del Triunvirato, de la autoridad de la Junta Conservadora en la que estaban representados los delegados provinciales. Con este documento, demostró su compromiso con el gobierno centralizado y con la teoría de la dominación porteña que caracterizarían sus futuras políticas y las de los unitarios.

Esto trajo la inmediata oposición de los federales y de las provincias lo que resultó finalmente en el estallido de las guerras civiles que ensombrecieron la historia de aquellos años. Tanto los detalles administrativos como la mayor parte de las instituciones creadas por el primer Triunvirato se debieron a Rivadavia, su nervio y motor.

La revolución del 8 de octubre de 1812, impulsada por la Logia Lautaro y que capitalizó la impopularidad de muchas de las medidas del todopoderoso Secretario, abatió al Triunvirato y al poder de Rivadavia.

En 1814, cuando en Cádiz se preparaba una expedición para recuperar las colonias americanas, el Director Supremo Gervasio Posadas envió a Rivadavia y a Belgrano en misión a Europa, para convencer a Fernando VII, ya repuesto en el trono español, sobre la conveniencia de negociar “la libertad civil de estas provincias” (ver Misiones diplomáticas de las Provincias Unidas a Europa).

No lograron ningún resultado positivo y en cambio se vieron involucrados en el proyecto fallido que había traído Manuel de Sarratea a Europa. Lo encontraron en Londres, donde estaba realizando gestiones ante Carlos IV, para coronar en las Provincias Unidas a su hijo Francisco de Paula. La caída definitiva de Napoleón arrasó toda con esperanza y la negociación, en la que intervenía también el intrigante Cabarrús se dio por terminada.

Belgrano regresó a Buenos Aires y Rivadavia, pasó varios años en Europa, viajando por este Continente, que se estaba reconstruyendo luego de la derrota de Napoleón en Waterloo y trabó relación con filósofos y pensadores, con escritores y con lo más selecto del pensamiento, del intelecto y del alto mundo.

Finalmente pudo ver a Fernando en mayo de 1816 para reiterarle el pedido de “vasallaje” de las Provincias Unidas, pero a raíz de que fue desconocida su representatividad y de que la de los corsarios argentinos en las costas de Cádiz, habían causado mucho malestar en la corona, Rivadavia fue expulsado de la Península.

Vuelto a París, trató de ser atendido por la Santa Alianza. En 1819, suplantado por Valentín Gómez, fue a Londres. Quedó al margen de las gestiones para coronar al príncipe de Luca, y en 1820, fracasada toda negociación, regresó a Buenos Aires, ya firmemente convencido de que Europa no ayudaría a las colonias españolas contra los firmes esfuerzos de Fernando VII por recuperarlas y trayendo una visión alucinada del porvenir, ansiando para su patria  todas las conquistas de la civilización europea.

Ministro y Presidente
En 1821 el general Martín Rodríguez era el gobernador de la provincia de Buenos Aires y Rivadavia fue, nombrado Ministro de Gobierno. Resuelto a asegurar el reconocimiento internacional de la independencia argentina, a ubicar a la nación que acababa de surgir de la anarquía (1820) bajo un gobierno constitucional fuertemente centralizado y a institucionalizar y desarrollar su vida política, económica, social y cultural de acuerdo con los modelos y las ideologías de la Europa contemporánea, acometió un vasto Plan de reformas en el orden cultural, económico, militar y eclesiástico (ver La Reforma General del orden eclesiástico).

En los casi seis años que duró su gestión, obtuvo valiosos logros y fue también duramente combatido: comenzó con una amplia Ley de amnistía que permitía el regreso de los exiliados políticos argentinos; aseguró el reconocimiento de la independencia argentina por parte de muchas naciones tales como Portugal, Brasil, Estados Unidos y Gran Bretaña y firmó un tratado de amistad, comercio y navegación con esta última.

Abolió el Cabildo de Buenos Aires como fuente de disturbios políticos a causa de su reciente complicación en los asuntos nacionales y con la nueva relación entre el gobierno y la Iglesia aún inestable y con la disciplina eclesiástica relajada, introdujo una serie de reformas en esa materia que apuntaban a una mayor secularización, incluyendo la abolición de los fueros especiales, de los diezmos y otras contribuciones a la Iglesia.

Los Cementerios pasaron a la jurisdicción civil, creó la Sociedad de Beneficencia tomando como modelo la Junta de las Damas de Madrid y secularizó las órdenes monásticas. Recibió la ayuda de otros liberales como Manuel García, Cosme Argerich, Manuel Moreno y el aporte financiero de los Anchorena, Lezica, Sáenz Valiente, McKinlay y otras familias poderosas y ricas, tanto criollas como británicas y utilizó los préstamos para poner en marcha un ambicioso proyecto de obras públicas, en especial para modernizar la ciudad de Buenos Aries.

 Fiel a su juicio, que el mayor enemigo de la Revolución era la ignorancia del pueblo, impulsó la enseñanza elemental de los niños y los adultos analfabetos y echó los primeros cimientos de la educación pública y oficial.

El 9 de agosto de 1821 fundó la Universidad de Buenos Aires, estimuló la enseñanza de las nuevas doctrinas económicas y filosóficas en el Colegio de San Carlos, fundó un sinnúmero de Escuelas en la ciudad y en el campo.

En 1822, declaró la autoridad del Estado sobre las transacciones de propiedad privada y tierras públicas, implantó el sistema de enfiteusis de distribución y uso de la tierra. Creó el Banco Nacional y le encomendó gestionar el préstamo de la Baring Brothers.

Disponiendo del capital británico, en momentos que reinaban la paz y el orden, se dedicó a fortalecer el crédito argentino y a desarrollar y diversificar su economía. Estimuló la agricultura, la minería, las operaciones bancarias, la cría de ovejas y el comercio.

Inició la construcción del puerto en Ensenada y fundó varios Hospitales y Asilos para huérfanos y mendigos y en 1823, fundó el Museo de Ciencias Naturales. En 1824, convocó a un Congreso Nacional Constituyente y al subir Las Heras al gobierno en reemplazo de Rodríguez, Rivadavia dejó su cargo y marchó a Londres, donde recibió el nombramiento de Ministro plenipotenciario ante los gobiernos de Gran Bretaña y Francia.

Suscribió con aquélla un tratado de amistad, comercio y navegación, pero no logró apoyo de Canning ante el inminente conflicto con el Brasil, pero promovió el interés londinense en una vasta empresa de minas.

De regreso en Buenos Aires, la Provincia Oriental lo nombró diputado al Congreso, pero antes de ocupar su banca, el 7 de febrero de 1826, fue designado Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1826-1827) y fue entonces cuando promulgó la Constitución Unitaria, que fue rechazada por las provincias y la guerra civil volvió a encenderse (ver La Constitución de 1826)

Durante sus 18 meses como Presidente, aunque tuvo algunos aciertos, su actuación pública fue polémica, en especial por dos cuestiones: su claro centralismo porteño y un empréstito que firmó con la Baring Brothers, un banco británico, lo que generó una deuda con condiciones leoninas desfavorables para el país (ver El préstamo de la Baring Brothers a Buenos Aires).

Acometió un vasto plan de reformas en el orden cultural, económico, militar y eclesiástico y también debió hacer frente a la guerra con el Brasil, provocada por las rivalidades en el Uruguay.

Para acelerar todos los procesos de cambio, trajo a tantos expertos europeos (generalmente contratados) como le fue posible, desde técnicos hasta profesores. Alentaba la esperanza de organizar colonias agrícolas para ocupar las tierras vacías y compró barcos para el comercio fluvial.

Definió los límites de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Aunque muchos veteranos de la guerra de la independencia estaban dispuestos a seguir la lucha, la guerra fue poco popular y Rivadavia envió a Manuel José García para que negociara la paz.

En mayo de 1827, GARCÍA se excedió en sus instrucciones y firmó un pre acuerdo de paz que comprometió la posición argentina causando graves problemas a Rivadavia, quien inmediatamente repudió la acción de García. Para ese entonces, Rivadavia ya había acumulado mucha oposición y hasta odios.

Personalmente, nunca había gozado de popularidad y había enfrentado a líderes como José de San Martín y Juan Martín de Pueyrredón por cuestiones personales. Muchos unitarios de las provincias no estaban de acuerdo con su insistencia en el predominio de Buenos Aires y los federales se oponían a esto y a la centralización del gobierno por la Constitución de 1826, que fue firmada pero no ratificada.

Los católicos se sintieron agraviados por su política religiosa; Tucumán, a las órdenes de Facundo Quiroga, ya había reaccionado y, bajo el lema de “Religión o Muerte”, había vencido a las fuerzas pro Rivadavia en Catamarca, San Juan y Santiago del Estero

Los sucesivos proyectos del presidente Rivadavia y sus medidas centralizadoras levantaron la reacción de las provincias, que desconocieron al Ejecutivo Nacional. En Buenos Aires crecía la oposición federal, encabezada por Manuel Moreno y por Dorrego, que éste último arreciaba desde su periódico El Tribuno.

Finalmente, las inaceptables condiciones del tratado preliminar de paz con el Brasil suscrito por el ministro García en mayo de 1827, el rechazo de la Constitución de 1826 que había sido repudiada por los pueblos del interior y la abierta oposición a la federalización de la ciudad de Buenos Aires, que significaba la pérdida de su dominio del puerto nacional, provocaron que el 27 de junio de 1827, Rivadavia renunciara a la Presidencia ante el Congreso General Constituyente, “en un gesto de coraje civil que enaltece y agranda aún más su figura”.

Destierro y muerte
Después de algún tiempo que vivió en su finca cercana a Buenos Aires, en 1829, alejado definitivamente de la política, partió hacia España y luego se instaló en París, donde se dedicó a la traducción de obras.

En abril de 1834 intentó regresar a Buenos Aires, pero no le permitieron desembarcar pese a la mediación de Facundo Quiroga (es bastante irónico que su único defensor en ese momento haya sido su enemigo  Quiroga).

Se instaló en la República Oriental del Uruguay. Primero se radicó en Mercedes y luego en Colonia, en una quinta cedida por el gobierno, pero caído el gobierno de Fructuoso Rivera, Rivadavia fue desterrado con otros unitarios a Río de Janeiro

Allí falleció su esposa en 1841 y solo entonces, se dirigió a Cádiz, España, donde se instaló modestamente, hasta que el 2 de septiembre de 1845 falleció en la más absoluta pobreza, víctima de una fulminante apoplejía, cuando, según sus detractores, “Su empresa había fracasado”.

En agosto de 1857, sus restos fueron repatriados (en contra de los dictados de su testamento en el que dejó expresa su voluntad de que “no fueran enterrados en Buenos Aires y menos en Montevideo”.

Llegaron el 20 de agosto de 1857, a bordo del vapor “General Pintos” a las nueve de la mañana, guardados en una urna de jacarandá que llevaba inscripta en relieve y letras de plata, simplemente la palabra: Rivadavia.

La urna fue recibida en tierra por la Sociedad de Beneficencia, por los tres hijos del ex Presidente de las Provincias Unidas, por Domingo Faustino Sarmiento, José Mármol y el albacea del ilustre estadista, el señor Cobos y se dirigió hacia la Catedral de Buenos Aires donde se le rindieron honores de Capitán General

SARMIENTO se dirigió a los presentes y dijo “…. Bernardino Rivadavia había prohibido que sus restos volvieran a Buenos Aires, mas la generación de 1857, sin detenerse ante la voluntad del ilustre muerto, resolvió rescatar para sí los despojos mortales del ilustre patricio, que habían permanecido yacentes en su tumba de mármol en los extramuros de Cádiz, España”.

Más tarde, el 4 de setiembre de ese mismo año, las cenizas de RIVADAVIA fueron trasladadas al Cementerio de la Recoleta, hasta que en 1932 fueron depositadas en un imponente mausoleo construido en su honor en la plaza Once de Septiembre (antes llamada Miserere) en Buenos Aires, donde hoy se encuentran.

Conclusiones
La evaluación de la contribución de Rivadavia al desarrollo argentino es un tema aun polémico entre los historiadores como lo fue entre sus contemporáneos; los argentinos unitarios y liberales, como otros estudiosos occidentales, lo consideran una persona con visión, un arquitecto de la nación, aduciendo que la República Argentina se desarrolló sobre los lineamientos proyectados por Rivadavia y que Buenos Aires se federalizó y se convirtió en una ciudad dominante en todos los aspectos de la vida nacional.

Aunque su acción no había sido fiel a sus propias palabras: “. .. fatal es la ilusión en que cae un legislador cuando pretende que sus talentos y voluntad pueden mudar la naturaleza de las cosas”, ya hacía un tiempo, que el ex presidente Bartolomé Mitre lo había calificado como “el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”.

Los federales, por su parte, los nacionalistas y otros afirman que gran parte de la agonía política argentina del siglo XIX se debe atribuir a la indiferencia de Rivadavia frente a las realidades políticas y culturales y a su determinación de destruir o distorsionar su identidad nacional y convertirla en una copia de los modelos europeos y que, sólo décadas después, cuando la Argentina creó su propia organización política nacional y la tecnología moderna unió la nación e hizo posible la explotación de la nueva tierra y de los recursos mineros, la Argentina pudo adoptar con comodidad esos elementos extranjeros que quería usar.

“Con su desaparición del mundo de los vivos, Bernardino Rivadavia alboreó el día perdurable y sin sombras de su renombre glorioso para si y para su patria”, dirá más tarde el diario “La Prensa” en su edición de 7 de abril de 1880, refiriéndose a “la más alta personalidad y la más completa personificación del sentimiento nacional en el Río de la Plata”.

De cualquier forma, la verdad es que, sin el apasionamiento que enturbia la razón, BERNARDINO RIVADAVIA soñó, trabajó, acertó y se equivocó tratando de engrandecer su país y actualmente sus compatriotas lo honran con admiración.

Fuentes.Rivadavia y su tiempo”. Ricardo Piccirilli, Ed. Peuser,  Buenos Aires, 1952; “El precursor Rivadavia, su vida y su obra”. Nicanor Molinas, Santa Fe, 1948; “Prevaricación de Rivadavia”. Gabriel René Moreno, Ed. América, España, 1917; “La Política Religiosa de Rivadavia”. Guillermo Gallardo, Ed. Theoría, Buenos Aires, 1942; “Los tiempos de Rivadavia”. Luis Alberto Romero, Ed. Colihue, Buenos Aires; “Rivadavia y el Imperialismo Financiero”. José María Rosa, Ed. Punto de Encuentro, Buenos Aires, 2012; “Rivadavia y el proletariado”. Ricardo Font Ezcurra, Ed. Del Libro, Buenos Aires, 1942; “Rivadavia y la reforma eclesiástica”. Haydée Frizzi de Longoni, Ed. La Prensa Médica Argentina, Buenos Aires, 1947; “Rivadavia, un Capítulo de Nuestra Vera Historia”. Edgard Pierotti, Ed. Martín Fierro, 1951; “Rivadavia y San Martín”. Luis R. Altamira, Ed. Pellegrini Impresores, Buenos Aires, 1950; “El revisionismo responde”. José María Rosa, Ed. Pampa y Cielo, Buenos Aires, 1864; “Vidas Argentinas”, Octavio R. Amadeo, Buenos Aires, 1934; Diccionario Histórico Argentino”. Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom. Emecé Editores, Brasil 1994; “Nuevo diccionario biográfico argentino”, Vicente Osvaldo Cútolo, Ed. Elche, Buenos Aires, 1985; “Cien hombres que en cien años forjaron la Argentina”. Enrique Pinedo, Es. Corregidor, Buenos Aires, 1994; “Nuestros Próceres”. Raúl Rivanera Carlés, “Rivadavia y San Martín”. Luis R. Altamira, Ed. Pellegrini Impresores, Buenos Aires, 1950.

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